2008
Busquemos seguridad en el consejo
Junio de 2008


Mensaje de la Primera Presidencia

Busquemos seguridad en el consejo

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President Henry B. Eyring

El Salvador siempre ha sido el protector de aquellos que aceptan Su amparo. En más de una ocasión, Él ha dicho: “…cuántas veces os hubiera juntado como la gallina junta sus polluelos, y no quisisteis” (3 Nefi 10:5; véase también, por ejemplo, Mateo 23:37; D. y C. 29:2).

El Señor expresó el mismo lamento en nuestra propia dispensación después de describir las varias formas en que nos llama a buen resguardo: “¡Cuántas veces os he llamado por boca de mis siervos y por la ministración de ángeles, y por mi propia voz y por la de los truenos y la de los relámpagos y la de las tempestades; y por la voz de terremotos y de fuertes granizadas, y la de hambres y pestilencias de todas clases; y por el gran sonido de una trompeta, y por la voz del juicio y de la misericordia todo el día; y por la voz de gloria y de honra y la de las riquezas de la vida eterna, y os hubiera salvado con una salvación sempiterna, mas no quisisteis!” (D. y C. 43:25).

Parece que no hubiera límites en el deseo que el Salvador tiene de guiarnos hacia un lugar seguro y existe una constante en la forma en que nos enseña el camino. Él llama utilizando varios medios para que Su mensaje llegue a aquellos que tengan la voluntad de aceptarlo; esos medios siempre incluyen el enviar el mensaje por boca de Sus profetas, siempre que la gente se haya hecho acreedora de tener entre sí a los profetas de Dios. A esos siervos autorizados siempre se les manda que aconsejen a la gente y les indiquen el camino a la seguridad.

La amonestación de un profeta

Cuando hubo graves conflictos en el norte de Misuri, en el otoño de 1838, el profeta José Smith extendió el llamado a todos los Santos de los Últimos Días para que se congregaran en Far West, a fin de que fueran protegidos. Muchos de ellos estaban en granjas aisladas o en poblados dispersos. Él aconsejó en especial a Jacob Haun, fundador de un pequeño poblado denominado Haun’s Mill. Un registro de esa época dice: “El hermano José había mandado avisar a los hermanos que vivían allí, por intermedio del señor Haun, dueño del molino, que abandonaran el lugar y se fueran a Far West; pero el señor Haun no les comunicó el mensaje”1. Más tarde, el profeta José escribiría en su historia personal: “Hasta este día, Dios me había dado la sabiduría para salvar a la gente que siguió mi consejo. Ninguno de los que lo han hecho ha perdido la vida”2. El Profeta luego prosiguió, escribiendo la triste verdad de que vidas inocentes podrían haberse salvado en Haun’s Mill si se hubiera recibido y seguido su consejo.

En nuestra propia época, se nos ha prevenido aconsejándonos cómo resguardarnos del pecado y del dolor; una de las llaves para reconocer esas precauciones es que se repiten. Por ejemplo, en más de una ocasión, en las conferencias generales, habrán oído a nuestro profeta decir que citaría a un profeta anterior y, por lo tanto, pasaba a ser un segundo testigo y hasta a veces un tercero. Los que tenemos la edad suficiente para escuchar, oímos al presidente Spencer W. Kimball (1895–1985) darnos consejo en cuanto a la importancia que tiene la madre en el hogar, y más tarde oímos al presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) citarle; y después oímos al presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) citar a ambos3.

El apóstol Pablo escribió: “…Por boca de dos o de tres testigos se decidirá todo asunto” (2 Corintios 13:1). Una de las maneras de saber que una advertencia es del Señor es que se ha apelado a la ley de los testigos, de testigos autorizados. Cuando las palabras de los profetas parezcan repetitivas, deben captar nuestra atención y llenar nuestro corazón con gratitud por vivir en una época tan bendecida.

Para los que tienen una fe firme, resulta razonable buscar el camino hacia la seguridad en el consejo de los profetas. Cuando habla un profeta, los que tengan poca fe pueden creer que sólo escuchan a un hombre sabio que da buenos consejos. Luego, si ese consejo parece cómodo y razonable, y va de acuerdo con lo que ellos desean hacer, lo aceptan; si no es así, consideran que es un consejo falso o contemplan las circunstancias que les rodean para justificarse y de ese modo considerarse una excepción. Los que no tienen fe pueden pensar que sólo escuchan a hombres que tratan de ejercer influencia por algún motivo egoísta; pueden burlarse y mofarse, como lo hizo un hombre llamado Korihor con estas palabras que se encuentran en el Libro de Mormón: “y así lleváis a este pueblo en pos de las insensatas tradiciones de vuestros padres y conforme a vuestros propios deseos; y los tenéis sometidos, como si fuera en el cautiverio, para saciaros del trabajo de sus manos, de modo que no se atreven a levantar la vista con valor, ni se atreven a gozar de sus propios derechos y privilegios” (Alma 30:27).

Korihor razonaba, tal como los hombres y las mujeres han razonado falsamente desde el principio de los tiempos, que el aceptar el consejo de los siervos de Dios es ceder los derechos de independencia que Dios nos ha dado. Pero ese razonamiento es falso porque no representa correctamente la realidad. Cuando desechamos el consejo que proviene de Dios, no escogemos ser independientes de las influencias externas, sino que elegimos otra influencia. Desechamos la protección de un Padre Celestial perfectamente amoroso, todopoderoso, que todo lo sabe, cuyo único objetivo, el mismo que el de Su Hijo amado, es darnos la vida eterna, darnos todo lo que Él tiene y llevarnos de nuevo al hogar, en familia, a los brazos de Su amor. Al rechazar Su consejo, elegimos la influencia de otro poder, cuyo propósito es hacernos miserables y cuyo motivo es el odio. Dios nos ha dado el don del albedrío moral. Éste no es el derecho de elegir estar libre de influencias, sino el derecho inalienable de quedar sujetos al poder que elijamos.

Sobre terreno firme

Otra falsedad es creer que la elección de aceptar o no el consejo de los profetas no es más que decidir entre aceptar el buen consejo y ser beneficiados por ello, o quedarnos donde estamos. Pero la decisión de no aceptarlo cambia el mismo suelo que pisamos; éste se torna más peligroso. El no seguir el consejo profético disminuye nuestro poder de aceptar consejo inspirado en el futuro. El mejor momento para haber decidido ayudar a Noé a construir el arca fue la primera vez que él lo pidió; después, cada vez que él pedía ayuda, toda respuesta negativa disminuía la sensibilidad al Espíritu. Y así, cada vez que solicitaba ayuda, su petición parecía más insensata, hasta que descendió la lluvia; y para entonces era demasiado tarde.

En mi vida, siempre que he elegido posponer seguir el consejo inspirado o que he decidido que yo era la excepción, he llegado a darme cuenta de que me encontraba en peligro. Siempre que he escuchado el consejo de los profetas, lo he confirmado por medio de la oración y lo he seguido; he visto cómo me he dirigido hacia un lugar seguro y, a lo largo del camino, he visto que la vía había sido preparada para mí y que los lugares difíciles se habían allanado. Dios me guiaba a salvo por un camino preparado con amoroso cuidado, a veces preparado desde mucho tiempo antes.

El relato que está al principio del Libro de Mormón es sobre Lehi, un profeta de Dios que también era el líder de su familia. Dios le advirtió que llevara a los que amaba a un lugar seguro. La experiencia de Lehi es un ejemplo de lo que ocurre cuando Dios nos aconseja a través de Sus siervos. De la familia de Lehi, sólo los que tuvieron fe y que recibieron para sí la confirmación de la revelación vieron el peligro y también el camino a la seguridad. Para los que no tenían fe, el partir al desierto parecía no sólo algo irrazonable, sino también peligroso. Como todos los profetas, Lehi, hasta el día de su muerte, trató de mostrar a los miembros de su familia dónde se hallaba la seguridad para ellos.

Él sabía que el Salvador tiene por responsables a aquellos a quienes Él delega las llaves del sacerdocio. Junto con esas llaves viene el poder de dar consejos que nos señalarán el camino a la seguridad. Los que tienen las llaves tienen la responsabilidad de advertir, aun cuando puede que su consejo no se siga.

Las llaves se delegan siguiendo una línea que va a través del profeta, pasa por los que tienen la responsabilidad sobre grupos cada vez más pequeños de miembros, hasta llegar a las familias y a las personas. Ésa es una de las maneras por las que el Señor hace de una estaca un lugar de seguridad. Por ejemplo, he asistido con mi esposa a reuniones de padres organizadas por el obispo a fin de que pudiera informarnos de los peligros espirituales a los que se enfrentan nuestros hijos. Oí mucho más que la voz de mi sabio amigo: escuché a un siervo de Jesucristo, con llaves, cumplir con su responsabilidad de prevenirnos y transmitir a nosotros, los padres, la responsabilidad de actuar. Cuando honramos las llaves de esa línea del sacerdocio, al escuchar y prestar oído, nos sujetamos a una cuerda de salvamento que no nos fallará en ninguna tormenta.

Nuestro Padre Celestial nos ama. Él envió a Su Hijo Unigénito para ser nuestro Salvador. Él sabía que en la tierra estaríamos en grave peligro, el peor de los cuales serían las tentaciones del terrible adversario. Ésa es una de las razones por las que el Salvador nos ha dado las llaves del sacerdocio, para que los que tengan oídos para oír y la fe para obedecer puedan ir a los lugares de refugio.

Dispuestos a escuchar

Se requiere humildad para estar dispuesto a escuchar. Ustedes recuerdan la advertencia que el Señor le hizo a Thomas B. Marsh, quien en ese entonces era el Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles. El Señor sabía que el presidente Marsh y sus hermanos de los Doce serían probados, y les amonestó en cuanto a aceptar consejo. Él dijo: “Sé humilde; y el Señor tu Dios te llevará de la mano y dará respuesta a tus oraciones” (D. y C. 112:10).

El Señor agregó una advertencia que se aplica a cualquiera que sigue a un profeta viviente: “No séais soberbios; no os sublevéis en contra de mi siervo José, porque de cierto os digo que estoy con él, y mi mano lo protegerá; y las llaves que a él le he dado, como también a vosotros, no le serán quitadas hasta que yo venga” (D. y C. 112:15).

Dios nos ofrece consejo no sólo para nuestra propia seguridad, sino para la de Sus otros hijos, a quienes debemos amar. Pocos consuelos son tan dulces como el saber que hemos sido un instrumento en las manos de Dios al llevar a alguien más a un lugar seguro, pero esa bendición requiere generalmente que tengamos la fe suficiente para seguir el consejo cuando éste sea difícil de seguir.

Un ejemplo de la historia de la Iglesia es el de Reddick Newton Allred; él era miembro de la expedición de rescate que envió el presidente Brigham Young (1801–1877) para ir a buscar a las compañías de carros de mano de Willie y de Martin. En las cercanías del río Sweetwater, cerca de South Pass (Wyoming), el capitán George Grant le pidió a Reddick Allred que permaneciera allí con algunos hombres y carromatos, a fin de estar listos para dar ayuda cuando regresaran con las compañías de carros de mano.

Los que fueron a rescatarlos encontraron a los de la compañía de Willie atascados en la nieve, congelados, hambrientos y moribundos. Otras personas del grupo de rescate siguieron la búsqueda de la compañía de Martin, mientras los demás ayudaban a los de la compañía de Willie a llevar a cabo el desgarrador ascenso por las montañas Rocky Ridge. Poco después de establecer el campamento, Reddick Allred y sus hombres llegaron con los víveres y la ayuda esenciales.

Allred después esperó a que el capitán Grant regresara con los de la compañía Martin. Pasó una semana tras otra sin que tuvieran señales de ellos. Con las huracanadas ventiscas y con el tiempo que atentaba contra la vida, dos de los hombres decidieron que era una idea descabellada el quedarse allí; pensaban que los de la compañía de Martin habían acampado para pasar el invierno en algún lugar o que habían perecido. Decidieron regresar al valle del Lago Salado y trataron de persuadir a todos los demás a hacer lo mismo. Allred rehusó hacerlo. El presidente Young los había enviado, y el capitán Grant, el líder de sacerdocio de Reddick Allred, le había dicho que esperara allí.

Aquellos que regresaron tomaron varios carromatos, llenos de los víveres necesarios, y emprendieron el regreso al valle del Lago Salado. Lo que fue aún más trágico es que hicieron volver a setenta y siete carromatos que habían salido del valle para prestar ayuda. Algunos de esos carromatos se volvieron hasta Big Mountain, donde los mensajeros del presidente Young los encontraron y los hicieron regresar de nuevo.

Finalmente, más de tres semanas después de que Reddick Allred ayudara a la compañía de Willie, el capitán Grant llegó con la compañía de Martin. Esos pioneros estaban aún más necesitados y habían sufrido decenas de muertes. El equipo de rescate era pequeño y tenían pocas provisiones, y todavía estaban a más de 320 km de distancia del valle del Lago Salado. Una vez más, debido a que Reddick Allred había sido fiel a su asignación, incluso en circunstancias extremadamente difíciles, le fue posible proporcionar la ayuda y los víveres necesarios para sostener la vida4.

Tender una mano a los demás

Ustedes oirán y leerán el inspirado consejo de profetas de Dios de tender una mano a los miembros nuevos de la Iglesia. Aquellos que tengan la fe de Reddick Newton Allred seguirán ofreciéndoles su amistad aun cuando parezca que no se necesite o que no tuviera efecto alguno. Ellos persistirán. Si algún miembro nuevo alcanza el punto del agotamiento espiritual, los miembros fieles estarán allí para hermanarle y ofrecerle palabras de bondad, y entonces sentirán la misma aprobación divina que sintió el hermano Allred cuando vio a aquellos pioneros de los carros de mano esforzándose por llegar hasta él, sabiendo que él podía ofrecerles amparo porque había seguido el consejo cuando éste era difícil de seguir.

A pesar de que los registros no lo atestigüen, tengo la seguridad de que el hermano Allred oraba mientras esperaba; y estoy seguro de que sus oraciones fueron escuchadas. Entonces supo que el consejo de permanecer fiel era de Dios. Debemos orar para saber eso. Les prometo que esas oraciones de fe serán contestadas.

Algunas veces recibiremos consejo que no podamos entender o que parezca que no se aplica a nosotros, aun después de la sincera oración y meditación. No descarten ese consejo, sino guárdenlo cerca del corazón. Si alguien en quien confían les diera lo que aparenta no ser más que una bolsa de arena con la promesa de que contiene oro, sabiamente la sostendrían en la mano por un tiempo, sacudiéndola con suavidad. Cada vez que he hecho eso con el consejo de un profeta, después de algún tiempo han comenzado a aparecer las pepitas de oro y me he sentido agradecido.

Tenemos la bendición de vivir en una época en la que las llaves del sacerdocio están en la tierra y de saber hacia dónde mirar y cómo distinguir la voz que dará cumplimiento a la promesa del Señor de que Él nos llevará a buen resguardo. Ruego que tengamos un corazón humilde para que escuchemos, oremos y esperemos la liberación del Señor, que ciertamente vendrá si somos fieles.

Notas

  1. Philo Dibble, en “Early Scenes in Church History”, Four Faith Promoting Classics,1968, pág. 90.

  2. Historia de la Iglesia, tomo V, pág.137.

  3. Véase, por ejemplo, The Teachings of Spencer W. Kimball, 1982, pág. 327; “Para el padre de familia”, Liahona, enero de 1988, pág. 48; “Las mujeres de la Iglesia”, Liahona, enero de 1997, pág. 75.

  4. Véase de Rebecca Bartholomew y Leonard J. Arrington, Rescue of the 1856 Handcart Companies, 1992, págs. 29, 33–34.