Conferencia General
¿De verdad he sido perdonado?
Conferencia General de abril de 2023


¿De verdad he sido perdonado?

A todos se nos hace la promesa de un perdón completo y perfecto en la expiación infinita de Jesucristo y por medio de ella.

Hace varios años, la hermana Nattress y yo nos mudamos a Idaho, donde abrimos un nuevo negocio. Hubo días y noches interminables en la oficina; afortunadamente, vivíamos a pocas cuadras del trabajo. Cada semana, Shawna y nuestras tres hijas —todas menores de seis años— venían a la oficina para almorzar juntos.

Uno de esos días, después del almuerzo familiar, me di cuenta de que nuestra hija de cinco años, Michelle, me había dejado un mensaje personal, en una nota adhesiva pegada al teléfono de la oficina.

Decía simplemente: “Papá, acuérdate de quererme. Con amor, Michelle”. Aquello fue un poderoso recordatorio, para un joven padre, de las cosas que más importan.

Hermanos y hermanas, testifico que nuestro Padre Celestial siempre se acuerda de nosotros y que nos ama perfectamente. Mi pregunta es la siguiente: ¿Nos acordamos nosotros de Él? ¿Y lo amamos?

Hace años serví como líder local de la Iglesia. Danny, uno de nuestros hombres jóvenes, destacaba en todos los sentidos. Era obediente, amable y bueno, y tenía un gran corazón. Sin embargo, al graduarse de la escuela secundaria comenzó a relacionarse con personas de mala conducta. Se metió en el mundo de las drogas, en particular, en el de la metanfetamina, y descendió por la resbaladiza pendiente de la adicción y la destrucción. En poco tiempo su aspecto cambió por completo; apenas se lo reconocía. El cambio más significativo se reflejaba en sus ojos: su luz se había atenuado. Varias veces traté de hablar con él, pero fue en vano: no estaba interesado.

¡Era difícil ver a aquel joven increíble sufrir y llevar una vida que no era la suya! Él era capaz de mucho más.

Entonces, un día, comenzó su milagro.

Asistió a una reunión sacramental en la que su hermano menor compartió su testimonio antes de partir a la misión. Durante la reunión, Danny sintió algo que no había sentido en mucho tiempo: el amor del Señor. Por fin tenía esperanza.

Aunque Danny tenía el deseo de cambiar, le resultó difícil. Sus adicciones y la culpa que las acompañaba eran casi más de lo que podía soportar.

Una tarde en particular, mientras yo estaba cortando el césped, Danny llegó en su auto sin previo aviso. Estaba teniendo terribles dificultades. Apagué el cortacésped y nos sentamos juntos a la sombra, en la entrada de la casa. Fue entonces cuando compartió los sentimientos de su corazón. Realmente quería regresar; sin embargo, le resultaba muy difícil abandonar sus adicciones y su estilo de vida. Además, se sentía muy culpable y avergonzado por haber caído tan bajo. Se preguntaba: “¿De verdad puedo ser perdonado? ¿De verdad hay un camino de vuelta?”.

Después de sincerarse de corazón con estas inquietudes, leímos juntos el capítulo 36 de Alma:

“Sí, me acordaba de todos mis pecados e iniquidades […].

“Sí […], el solo pensar en volver a la presencia de mi Dios atormentaba mi alma con indecible horror” (versículos 13–14).

Después de esos versículos, Danny dijo: “¡Así es exactamente como me siento!”.

Continuamos:

“[M]ientras me atribulaba el recuerdo de mis muchos pecados, he aquí, también me acordé de haber oído a mi padre profetizar al pueblo concerniente a la venida de un Jesucristo, un Hijo de Dios, para expiar los pecados del mundo […].

“Y, ¡oh qué gozo, y qué luz tan maravillosa fue la que vi!” (versículos 17, 20).

Comenzamos a derramar lágrimas al leer estos pasajes. ¡El gozo de Alma era el que Danny había estado buscando!

Hablamos de que Alma había sido excepcionalmente inicuo; sin embargo, una vez que se arrepintió, nunca miró atrás; se convirtió en un devoto discípulo de Jesucristo. ¡Llegó a ser profeta! Danny abrió los ojos de par en par. “¿Profeta?”, dijo él.

Yo respondí simplemente: “Sí, profeta. ¡No te sientas presionado!”.

Hablamos de que, aunque los pecados de Danny no llegaban al nivel de los de Alma, a todos se nos hace la misma promesa de un perdón completo y perfecto en la expiación infinita de Jesucristo y por medio de ella.

Danny ahora lo entendía, sabía lo que tenía que hacer: ¡tenía que comenzar su trayecto confiando en el Señor y perdonándose a sí mismo!

El potente cambio de corazón de Danny fue prácticamente un milagro. Con el tiempo, su semblante cambió y recuperó el brillo de los ojos. ¡Llegó a ser digno de entrar en el templo! ¡Por fin había regresado!

Después de varios meses, le pregunté si quería presentar una solicitud para servir en una misión de tiempo completo. Su reacción fue de sorpresa y asombro.

Él dijo: “Me encantaría servir en una misión, pero usted sabe dónde he estado y las cosas que he hecho. Creía que no cumplía los requisitos”.

Yo respondí: “Pues quizá tengas razón; sin embargo, no hay nada que nos impida presentar una solicitud. Si quedas exento, al menos sabrás que has expresado un deseo sincero de servir al Señor”. Se le iluminaron los ojos; estaba emocionado con la idea. Para él era una posibilidad remota, pero estaba dispuesto a intentarlo.

Unas semanas más tarde, para su asombro, ocurrió otro milagro: Danny recibió un llamamiento a servir en una misión de tiempo completo.

Unos meses después de que Danny llegara al campo misional, recibí una llamada telefónica. Su presidente dijo simplemente: “¿Cuál es la historia de este joven? ¡Es el misionero más increíble que he visto!”. Y es que aquel presidente había recibido a un moderno Alma, hijo.

Dos años más tarde, Danny regresó a casa con honor, habiendo servido al Señor con todo su corazón, alma, mente y fuerza.

Después de su informe misional en la reunión sacramental, regresé a casa y oí que llamaban a la puerta. Allí estaba Danny con los ojos llenos de lágrimas. Me dijo: “¿Podemos hablar un momento?”, y salimos a aquel mismo escalón de la entrada.

Me dijo: “Presidente, ¿cree de verdad que he sido perdonado?”.

Ahora mis lágrimas acompañaban a las suyas. Ante mí se encontraba un devoto discípulo de Jesucristo que lo había dado todo enseñando y testificando sobre el Salvador. Danny era la encarnación del poder sanador y fortalecedor de la expiación del Salvador.

Le dije: “¡Danny! ¿Te has mirado en el espejo? ¿Has visto tus ojos? Están llenos de luz y resplandeces con el Espíritu del Señor. ¡Por supuesto que has sido perdonado! ¡Eres asombroso! Lo que tienes que hacer ahora es seguir adelante con tu vida. ¡No mires atrás! Mira adelante con fe hacia la próxima ordenanza”.

El milagro de Danny continúa en la actualidad. Se casó en el templo, volvió a estudiar y obtuvo una maestría; continúa sirviendo al Señor con honor y dignidad en sus llamamientos y, más importante aún, se ha convertido en un esposo increíble y en un padre fiel. Es un devoto discípulo de Jesucristo.

El presidente Russell M. Nelson enseñó: “Sin la infinita expiación [del Salvador], toda la humanidad se habría perdido irremediablemente”1. Danny no estaba perdido, y nosotros tampoco lo estamos para el Señor. Él está a la puerta para elevarnos, fortalecernos y perdonarnos. ¡Él siempre se acuerda de amarnos!

En el Libro de Mormón se registra una increíble demostración del amor del Salvador por los hijos de Dios: “… cuando Jesús hubo hablado así, de nuevo dirigió la vista alrededor hacia la multitud, y vio que estaban llorando, y lo miraban fijamente, como si le quisieran pedir que permaneciese un poco más con ellos” (3 Nefi 17:5).

El Salvador ya había pasado un día entero ministrando al pueblo; sin embargo, tenía más que hacer: debía visitar a Sus otras ovejas, debía ir a Su Padre.

A pesar de esas obligaciones, percibió que las personas deseaban que permaneciera allí un poco más. Entonces, con el corazón del Salvador lleno de compasión, se produjo uno de los mayores milagros de la historia del mundo:

Se quedó.

Los bendijo.

Ministró a sus niños uno por uno.

Oró por ellos y lloró con ellos.

Y los sanó (véase 3 Nefi 17).

Su promesa es eterna: Él nos sanará.

A aquellos que se han apartado de la senda de los convenios, por favor, sepan que siempre hay esperanza, siempre hay sanación y siempre hay un camino de regreso.

Su eterno mensaje de esperanza es el bálsamo sanador para todos aquellos que viven en un mundo atribulado. El Salvador dijo: “… Yo soy el camino, y la verdad y la vida” (Juan 14:6).

Hermanos y hermanas, acordémonos de buscarlo, amarlo y siempre recordarlo a Él.

Testifico que Dios vive y nos ama, que Jesucristo es el Salvador y Redentor del mundo. Él es el gran sanador. ¡Yo sé que mi Redentor vive! En el nombre de Jesucristo. Amén.

Nota

  1. Véase Russell M. Nelson, “Preparémonos para las bendiciones del templo”, Liahona, octubre de 2010, pág. 49.