2000–2009
El poder del autodominio
Abril 2000


El poder del autodominio

“El autodominio… es la prueba máxima de nuestro carácter”.

Hermanos, esta noche somos parte de lo que va a ser historia. Estamos reunidos en la reunión de sacerdocio más grande jamás llevada a cabo en cualquier dispensación. Sentimos gozo por la asistencia de cientos de miles que están reunidos más allá de este Centro de Conferencias. El reunirnos por primera vez en este nuevo y magnífico edificio es un momento grandioso en la historia de la humanidad. Estamos en deuda con el Señor que inspiró al presidente Gordon B. Hinckley con la visión profética que dio como resultado la construcción del mismo y que lo hizo todo posible. Agradecemos al obispo H. David Burton, al obispo Richard C. Edgley y al obispo Keith B. McMullin, y a todos los que hayan tenido algo que ver con su construcción. Ahora que lo tenemos, debemos usarlo para fortalecer la fe de nuestra gente.

Esta noche, hermanos, quisiera hablar acerca del poder del autodominio, en su amplio sentido. El autodominio es esencial para invocar el poder del sacerdocio de Dios. La razón de ello es porque este gran albedrío divino sólo se puede ejercer en rectitud. El autodominio requiere autodeterminación y fortaleza de carácter; mejora nuestros propios dones y talentos de manera extraordinaria; es el poder de la hombría virtuosa.

Toda alma humana, en especial los poseedores del sacerdocio, tiene el desafío de controlar sus pensamientos, apetitos, expresiones, carácter y deseos. Uno de éstos puede ser el mal genio. Cuando era niño, yo era pelirrojo. A veces mi madre me acusaba de tener mal genio el cual le hacía juego al pelo. Solían llamarme “Rojo”.Ésa era una palabra que incitaba a las riñas. Creo que he aprendido a controlar ese genio. Los pelirrojos no son los únicos que deben aprender a controlar un carácter rebelde. Se necesita fuerza de voluntad para que las irritaciones no controlen nuestras emociones.

Hace poco, un diario local informó acerca de un fenómeno que ha resultado con el aumento de tránsito en las carreteras: “Es el panorama normal de la hora del congestionamiento de tránsito: bocinazos, manejar pegados al vehículo de delante, gestos groseros. Incluso la violencia descarada va en aumento entre los conductores”.Algunas veces se pierde el control y a eso se le llama “furia en la carretera”.A menudo me he preguntado por qué la personalidad de algunos hombres cambia cuando están frente al volante de su auto, protegidos por el cristal y el metal. En cierta forma, eso parece servir de disculpa para su conducta descortés. La violencia en la carretera no resulta por el congestionamiento de tránsito sino por la actitud. Cuando los conductores se impacientan y se vuelven agresivos en la carretera, pueden perder el control y causar daños graves o hasta la muerte a otras personas.

El autodominio es un desafío para todas las personas. Sólo nosotros podemos controlar nuestros apetitos y pasiones. Ni el dinero ni la fama pueden comprar el autodominio. Es la prueba máxima de nuestro carácter. Requiere que salgamos de los profundos valles de nuestra vida y escalemos nuestros Montes Everest.

En calidad de misioneros regulares aprendemos grandes lecciones de autodominio: aprendemos a levantarnos cuando debemos hacerlo, a trabajar cuando debemos trabajar, y a acostarnos cuando debemos acostarnos. Por lo general, a los misioneros regulares se les admira e incluso se les respeta a pesar de que su mensaje no sea tan bien recibido como quisiéramos que lo fuera. La Primera Presidencia y otras Autoridades Generales se reúnen con muchos cabezas de estado, embajadores y ministros de todas partes del mundo. Con frecuencia, cuando se presenta la ocasión, estos hombres de gran poder e influencia expresan su admiración y respeto por los misioneros que prestan servicio en sus países.

Nuestros élderes son modelos de los jóvenes de su edad. Cuando vuelven a casa, a algunos se les critica de considerarse superiores por mantener una apariencia decente y conservar el cabello arreglado y corto. No comprendo por qué a un ex misionero se le considera santurrón si se esfuerza por vivir las normas y los principios que él ha enseñado como representante del Señor a la gente donde sirvió. Naturalmente no se espera que los ex misioneros lleven camisa blanca y corbata todo el tiempo, pero el vestir ropa desaliñada y estilos raros del pelo para supuestamente andar a la moda no es apropiado para uno que posee la divina comisión del sacerdocio. Los ex misioneros son un ejemplo para los jóvenes del Sacerdocio Aarónico, quienes serán los futuros misioneros. Muchas veces tiene más influencia y persuasión lo que el Sacerdocio Aarónico ve que lo que se le dice.

Con frecuencia los hombres y las mujeres intentan ganar notoriedad y aprobación del grupo de quien desean recibir aceptación. Esa presión que ejercen los compañeros los podría inducir a hacer cosas que de otro modo no harían. Eso es actuar guiados por la debilidad y no por la fortaleza. Por medio de Moroni, el Señor hace la promesa: “y si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos”1.

En términos más sencillos, el autodominio es hacer lo que debemos hacer y no hacer lo que no debemos hacer. Para ello se requiere fortaleza, fuerza de voluntad y honradez. A medida que el congestionamiento en la carretera de las comunicaciones se convierte en un estacionamiento, debemos depender más y más en nuestros filtros morales para separar lo bueno de lo malo. No obstante lo maravilloso que es en muchos respectos, hay algo hipnótico en cuanto al uso del Internet. Me refiero específicamente a pasar horas en los cuartos de chateo o visitando los sitios de pornografía.

Vuelvo ahora al dominio de nuestros pensamientos privados. En este aspecto, la conciencia es el único árbitro que puede sonar el silbato cuando estamos fuera de control. Si no los refrenamos, nuestros pensamientos pueden correr a rienda suelta. Nuestra mente, que es parte de nosotros, en verdad necesita disciplina y control. Creo que la lectura de las Escrituras es la mejor manera de purificar los pensamientos impuros o desenfrenados. Para aquellos que reúnan los requisitos y sean dignos, la santidad del santo templo puede elevar nuestros pensamientos por encima de lo mundano.

Cuando participaba en los deportes durante el servicio militar, oí expresiones que me daba vergüenza el siquiera escucharlas. Según Samuel Johnson sugirió, si “el lenguaje es la vestimenta del pensamiento”2, entonces el lenguaje que escuchamos en la televisión, el cine e incluso en nuestras escuelas es un triste comentario del actual modo de pensar. Me preocupa que los jóvenes se vuelvan insensibles a medida que continuamente escuchan o usan esas malas palabras. Creo que el joven que tiene carácter no es ordinario en el modo de expresarse. Los poseedores del santo sacerdocio de Dios nunca deben usar un lenguaje grosero o ademanes obscenos.

Hablaré ahora de la necesidad absoluta de controlar todos los apetitos físicos. En cierto sentido, a éstos se les podría llamar “un aguijón en [la] carne”3. Harry Emerson Fosdick nos da un importante contexto para el autodominio: “La abnegación no es aquello negativo y prohibido que con frecuencia nos hace mover la cabeza en señal de incredulidad. En un sentido, no existe tal cosa como la abnegación, porque a lo que damos ese nombre es el precio necesario que pagamos por las cosas que deseamos”4.

Uno de los grandes cimientos del poder personal es la pureza. Alfred Lord Tennyson captó este concepto cuando escribió: “Mi fortaleza es como la fortaleza de diez hombres, porque mi corazón es puro”5. De todo corazón, les exhorto, maravillosos jovencitos, que no lleven consigo al matrimonio una vergüenza secreta. Tal vez nunca lo puedan olvidar; desearán ir por la vida con la fortaleza que proviene de una conciencia tranquila, la cual les permitirá algún día comparecer ante su Hacedor y decir: “Mi alma es pura”.La abnegación no es algo restrictivo; es liberador; es el sendero hacia la libertad. Es fortaleza; es un elemento esencial de la pureza. Shakespeare lo expresó bien por medio de su personaje de Hamlet:

Refrenaos esta noche;

eso hará algo más fácil la próxima abstinencia,

y aún más fácil la siguiente,

puesto que la costumbre puede casi cambiar el sello de la Naturaleza

y es capaz de dominar al diablo o de arrojarlo

con fuerza prodigiosa6.

Heber J. Grant fue el primer presidente de la Iglesia que tuve el privilegio de conocer. Fue en verdad un hombre extraordinario. Le admirábamos porque parte de su fortaleza era la gran determinación que tenía para lograr el autodominio. Su padre murió cuando él tenía sólo un año de edad y su madre viuda luchó para criarlo. Él era diligente en ayudarla y en tratar de cuidarla.

“Cuando creció y deseaba unirse a un equipo de béisbol, los otros muchachos se burlaban de él, llamándole mariquita porque no podía lanzar la pelota entre las bases. Sus compañeros se burlaron tanto de él que tomó la determinación de que jugaría con los nueve que ganarían el campeonato del Territorio de Utah. Compró una pelota de béisbol y practicó hora tras hora, lanzándola contra el viejo granero del vecino. A veces le dolía tanto el brazo que en la noche casi no podía dormir. Continuó practicando, mejorando y avanzando de un equipo a otro hasta que por fin logró jugar en el equipo que ganó el campeonato territorial”7.

Otro ejemplo de su autodominio fue su determinación de llegar a ser buen calígrafo. Tenía tan mala caligrafía que cuando dos de sus amigos la vieron, uno dijo: “Esas letras parecen huellas de gallina”.“No”, dijo el otro, “parece que le cayó un rayo a un frasco de tinta”.Eso, por cierto, hirió el amor propio de Heber Grant. En su adolescencia, cuando era secretario encargado de procedimientos en la oficina de H. R. Mann y Co, “le ofrecieron el triple de salario para que fuera a San Francisco como calígrafo. Más tarde llegó a ser maestro de caligrafía y contabilidad en la Universidad de Utah. De hecho, con un ejemplar de muestra que había escrito antes de cumplir 17 años, se ganó el primer premio en una feria territorial compitiendo contra cuatro calígrafos profesionales”8.

El canto era otro de los desafíos del presidente Grant. Desde que era niño, no tenía entonación. A los diez años de edad, un maestro de música trató de enseñarle una canción muy sencilla pero al final se dio por vencido. A los 26 años, cuando llegó a ser apóstol, le preguntó al profesor Sims si podía enseñarle a cantar. Después de escucharlo, el profesor le dijo: “Sí, puedes aprender a cantar, pero preferiría estar a 50 kilómetros de distancia mientras lo haces”.Eso sólo sirvió para darle más ánimo9.

En una ocasión, el presidente Grant dijo: “He practicado ese himno10 entre trescientas y cuatrocientas veces, y sólo tiene cuatro líneas, y todavía no lo puedo cantar”11. Se cuenta que en un viaje que hizo a Arizona con el élder Rudger Clawson y el élder J. Golden Kimball, el presidente Grant “les preguntó si durante el camino podía cantar cien canciones. Pensaron que estaba bromeando y dijeron: ’Sí, como no’. Después de las primeras cuarenta, ellos le aseguraron que si cantaba las otras sesenta les iba a dar un colapso nervioso. Él cantó las sesenta canciones restantes”12.

Logró mejorar en el canto al practicar durante toda su vida, pero no tanto como en el béisbol y la caligrafía, los cuales llegó a dominar. El presidente Grant tenía una cita favorita de Ralph Waldo Emerson por la que se guiaba: “Aquello que persistimos en hacer se vuelve más fácil de realizar, no porque la naturaleza de la tarea en sí haya cambiado, sino porque ha aumentado nuestro potencial para realizarla”.

Como poseedores del sacerdocio, no debemos buscar excusas cuando perdemos el autocontrol. Pese a lo difícil que sean nuestras circunstancias, todos podemos esforzarnos por lograr el autodominio. Se lograrán grandes bendiciones de satisfacción personal al hacerlo. El autodominio se relaciona con la espiritualidad, que es la búsqueda primordial de la mortalidad. El presidente David O. McKay dijo en una ocasión: “La espiritualidad es el reconocimiento de la victoria sobre uno mismo, y de la comunión con el Infinito. La espiritualidad nos impele a conquistar las dificultades y a adquirir más y más fortaleza. El sentir que se despliegan nuestras facultades y que la verdad expande el alma es una de las experiencias más sublimes de la vida”13. Siendo lisiado sin esperanza, William Ernest Henley vislumbró con valor más allá de su condición física exterior para triunfar en su corazón y mente, cuando escribió el poema “Invicto”.

De la noche que me cubre,

con densa obscuridad de polo a polo,

A los dioses doy las gracias

por mi alma inconquistable.

Por crueles circunstancias abrumado,

no me he alejado ni he dudado.

Bajo el martirio de esas aflicciones

dañado he sido, mas no vencido…

No importa si es estrecha la entrada,

ni que haya castigos al final del camino;

yo soy el solo capitán de mi alma,

soy arquitecto de mi propio destino14.

Hermanos, testifico con todo mi corazón y toda mi alma que mediante el poder del autodominio heredaremos las bendiciones que nuestro Padre Celestial tiene para sus hijos fieles. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Éter 12:27.

  2. The Oxford Dictionary of Quotations, 4a. edición, pág. 368).

  3. 2 Corintios 12:7.

  4. The Meaning of Service, 1920, pág. 83.

  5. Oxford Dictionary of Quotations, pág. 689.

  6. Hamlet, acto III, escena IV; Obras Completas de William Shakespeare, Aguilar, S. A. de Ediciones, pág. 1372).

  7. Roderick L. Cameron, Tenacity, Brigham Young University Speeches of the Year, 1º de diciembre de 1964, pág. 3.

  8. David C. Call, Success--Spiritual and Temporal, Brigham Young University Speeches of the Year, 30 de noviembre de 1965, pág. 6.

  9. Véase Cameron, Tenacity, 2.

  10. A Praise God, from Whom All Blessings Flow, Hymns, pág. 242.

  11. Conference Report, abril de 1900, pág. 61.

  12. Véase Cameron, Tenacity, 3.

  13. Gospel Ideals, 1953, pág. 390.

  14. Invictus. In Mem. R.T.H.B., según se cita en The Oxford Dictionary of Quotations, pág. 332.