2000–2009
Ser testigos de Dios
Abril 2000


Ser testigos de Dios

“¿Qué significa ser testigo de Dios? Significa no inclinarse ni ceder ante cosa alguna que sea contraria a la voluntad de Dios”.

Mis queridísimas jovencitas, acaban de expresar de pie y con su propia voz su cometido a su Padre Celestial. ¿Qué pensaban mientras recitaban el lema de las Mujeres Jóvenes? ¿Qué significa para ustedes lo que acaban de decir?

¿Recuerdan la historia de los tres jóvenes que hicieron un cometido así? Vivían en Babilonia, donde la gente no seguía al Señor. Esos jóvenes, Sadrac, Mesac y Abed-nego fueron testigos de Dios haciendo peligrar sus vidas. Vivían bajo el reinado del rey Nabucodonosor y se había decretado que cierto día en cuanto comenzase el son de la música, todos los del reino debían postrarse y adorar la estatua de oro de unos veintisiete metros de altura y de forma humana que representaba al rey. El que se negara a hacerlo sería echado en un horno de fuego ardiendo. Debe de haber habido miles de personas en Babilonia aquel día para la celebración de la dedicación de aquel espectacular ídolo de oro.

Al comenzar la música y anunciar el pregonero que todos se arrodillasen, todos obedecieron; ello es, todos, menos esos valerosos hebreos, pues se negaron a insultar a su Dios. ¿Se imaginan la valentía de esos jóvenes? Ninguna amenaza del rey los disuadió. Con fe en su Dios, se quedaron juntos y oraron mientras los ataban y los transportaban para quemarlos. Tan caliente estaba el horno que el fuego mató a los que los lanzaron en él. El rey Nabucodonosor se quedó a presenciar la muerte de los tres desobedientes. Mirando el fuego, preguntó a los de su consejo: “¿No echaron a tres varones atados dentro del fuego?”.Y ellos le aseguraron que lo habían hecho. Sin poder creer lo que veía, el perplejo rey dijo: “He aquí yo veo cuatro varones sueltos, que se pasean en medio del fuego [y lo más desconcertante] sin sufrir ningún daño; y el aspecto del cuarto es semejante a hijo de los dioses” (véase Daniel 3:24–25).

Entonces Nabucodonosor dijo a los hebreos que salieran del horno y los llamó siervos del Dios Altísimo. Y decretó otro edicto para proteger a Sadrac, a Mesac y a Abed-nego (véase Daniel 3:26–30).

¿Qué significa ser testigo de Dios? Significa no inclinarse ni ceder ante cosa alguna que sea contraria a la voluntad de Dios. Significa que defenderemos lo recto aunque tengamos temor. Significa que escucharemos y seguiremos la voz apacible y delicada del Espíritu Santo.

Echemos una mirada a una versión actual de otro heroico mensaje de la Biblia.

Una joven “descendía” de la sala de los armarios al comedor y cayó en manos de ladrones, los cuales la despojaron de su confianza y de su propia estimación al oír que otros se reían de ella por la forma en que se vestía, los cuales pasaron de largo, dejándola sola y sin amigos. Aconteció que descendió una joven por aquel camino vestida de ropas finas y, viéndola, pasó de largo.

Asimismo, una chica de las más populares, llegando cerca del lugar donde la primera estaba, viéndola, también pasó de largo sin hablarle.

Pero una joven que iba de camino por donde ella estaba, viéndola, fue movida a misericordia y acercándose, vendó sus heridas al decirle: “¿Quisieras almorzar conmigo?” (Adaptación de la parábola “El buen samaritano”, por la autora. Véase Lucas 10:30–37).

Al examinar más detenidamente esta conocida parábola, ¿por qué las otras jóvenes no se detuvieron a prestar ayuda? ¿Estamos tan inmersas en nuestros propios problemas que no advertimos que los demás también tienen los suyos? ¿Juzgamos a la joven necesitada al pensar que es de una clase social inferior y preocuparnos por lo que pensarían los chicos más populares si nos detuviésemos a ayudarla? Quizás el chico más apuesto de la escuela te espera para entrar contigo a clase y tú ¡no podrías hacerle esperar!

Las que pasaron junto a la chica que necesitaba ayuda se hacían la pregunta: Si me detengo, ¿qué me ocurrirá a mí?. La chica que sí se detuvo también se hizo una pregunta: Si no me detengo, ¿qué le ocurrirá a ella?. Si tenemos confianza en el amor infinito de nuestro Padre Celestial, podremos ser bondadosas con los demás.

Podemos ser testigos de Dios si le conocemos, si confiamos en Él y si nos sentimos seguras de Su supremo amor. No hay formas nuevas ni fáciles de establecer un estrecho vínculo con Él, sino el antiguo y eficaz camino de siempre: el estudio de las Escrituras, la oración y el vivir lo que aprendan por medio del estudio y de la oración. Al leer las Escrituras, se familiarizarán con lo que su Padre Celestial desea para Sus hijos y con la forma en que Él de continuo nos sostiene, nos bendice y nos perdona.

Cuando piden en oración orientación personal, su Padre Celestial ya sabe lo que hay en el corazón de ustedes, pero desea que ustedes le hablen de sus esperanzas, sueños y necesidades. Sólo cuando digan con certeza que en verdad desean ser testigos [de Dios] sabrán cómo procederán de acuerdo con ello. Dejen que Dios les hable y que la Santa Cena adquiera un más profundo significado para ustedes. Oigan estas conocidas palabras: “…y testifiquen ante ti, oh Dios, Padre Eterno, que están dispuestos a tomar sobre sí el nombre de tu Hijo, y a recordarle siempre, y a guardar sus mandamientos que él les ha dado…” (D. y C. 20:77).

Hemos recibido muchas cartas de mujeres jóvenes que han intentado seriamente ser testigos [de Dios] y decir lo que Él diría y hacer lo que Él haría.

Cathy escribió una carta en la que contaba de una “buena samaritana” llamada Michelle. Cathy había estado hospitalizada durante mucho más tiempo de lo que había esperado. En tanto otras amigas habían dejado de visitarla, ocupándose en sus propias cosas, Michelle iba a verla a menudo, llevándole diversión y alegría. Le decoró la deprimente habitación del hospital con mensajes mormones, globos y otros adornos. Un día en que Cathy estaba particularmente desanimada, Michelle le llevó las Escrituras. De eso, Cathy decía: “El haberme llevado las Escrituras y leérmelas me hizo desear tener lo que ella tenía. Quise tener el amor por las Escrituras que tenía Michelle. De no haber sido por la bondad y la solicitud de Michelle, mi testimonio no sería lo que es hoy día”.

El ser testigos [de Dios] significa que saben con convicción que desean hacer lo que es justo pase lo que pase; significa que permanecerán firmes e inquebrantables aun cuando (o sobre todo cuando) sean las más pequeñas de los más jóvenes o las últimas que queden en pie. Ustedes pueden ser las que sostengan a los demás. ¡Tienen que ser fuertes!

¿Han decidido en su mente cómo ser testigos [de Dios]? ¿Cómo piensan hacerlo? Abrey es la persona designada para orar de su equipo de baloncesto. Jenelle tuvo la valentía de irse de una fiesta en la que exhibían películas vulgares. Marcie se deshizo de su ropa poco recatada.

El ser testigos es evidenciar con nuestro proceder lo que creemos y eso podemos comenzar a hacerlo en nuestras propias familias. ¿Con cuánta alegría fortalecemos a nuestra familia? ¿Cuánto nos esforzamos por salir adelante en nuestros estudios? ¿Con cuánta fidelidad respondemos a los llamamientos para servir? ¿Cuán dispuestas estamos a perdonar a los que nos han ofendido?

Los miembros de la Primera Presidencia y del Quórum de los Doce Apóstoles han declarado con denuedo su testificación. Su testimonio del Cristo Viviente, validado con sus respectivas firmas es para que todo el mundo lo vea y sepa de su convicción.

Ustedes también pueden ser valerosas y poderosas como testigos de Dios. Vivan las normas del Evangelio de Jesucristo. No las acomoden al parecer de los demás; nunca deben hacerlo.

Presten atención a los que las rodean y que les infunden ánimo y fortaleza. El testimonio de mis padres ha sido una fuente de fortaleza para mí a lo largo de toda mi vida. En la primera línea de su última voluntad y testamento se describe lo que dejaron para sus hijos después de su muerte: “Dejamos a ustedes, nuestros hijos, nuestro testimonio de que Dios vive, de que Jesucristo, el Unigénito en la carne, también vive”.

El testimonio de ellos de su fe en el Señor ocupaba casi toda la primera página de su testamento, a lo cual seguía una sencilla disposición: “Divídanse las cosas materiales, y lo que no deseen dénselo a alguien que lo necesite o deséchenlo”.No había mucho que dividir, pero la riqueza de su testimonio ¡nos hizo riquísimos!

Mis padres nos dieron su bien más preciado, a saber, su testimonio del Evangelio de Jesucristo, que terminaba con estas palabras: “Que tengan el corazón siempre dispuesto a recibir enternecidos estas grandes verdades, es nuestra humilde oración”.

La forma en que vivan su vida cada día, las palabras que digan y las que no digan, las personas a las que ayuden, la ropa que usen, los entretenimientos que escojan, todo ello pondrá de manifiesto su fortaleza y su valentía. Les infundirá confianza para ser bondadosas con los demás.

No tendrán poder para hacer un arco iris, ni saltos de agua, ni puestas de sol ni rosas, pero sí tienen poder para hacer bien a las personas con sus palabras y sus sonrisas y su sincero interés en ellas. Piensen en esto: ustedes tienen dentro de su alma poder para hacer el mundo mejor para alguien cada nuevo día. Eso es ser testigos de Dios.

Sé con todo mi ser que no hay nadie ni en el tiempo ni en la eternidad que ocupe el lugar de cada una de ustedes en el corazón de su Padre Celestial. Pueden confiar en Él y depender de Él. No hay nada que hayan hecho ni que puedan hacer que las separe de Su amor (véase Romanos 8:35, 38–39). Él nunca les fallará ni las dejará solas. Con gratitud por el poder de Dios, y con paz y regocijo, resistan las tentaciones del mundo y digan humildemente: “Con la ayuda de mi Padre Celestial, seré testigo de Él en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar”.En el nombre de Jesucristo. Amén.