2000–2009
El presidente de estaca
Abril 2000


El presidente de estaca

“[Los] presidentes de estaca han sido llamados bajo la misma inspiración con la que se ha llamado a las Autoridades Generales. Ruego por éstos, mis amados hermanos, para que el Espíritu del Señor descanse sobre ellos”.

Ahora me complace compartir unas palabras con ustedes. Primeramente, gracias por estar aquí. Nunca he visto algo semejante. Debí haber traído mis binoculares para ver a los que están sentados en la galería. En todo este recinto sólo he contado cinco asientos vacíos. Es un gran placer estar aquí.

Mis hermanos, ¡qué maravilloso es el sacerdocio de Dios! No hay nada que se le compare. Se recibe únicamente por la imposición de manos de aquellos que tengan la autoridad para conferirlo. En esta dispensación, ese conferimiento se remonta a la época de Juan el Bautista y los apóstoles del Señor: Pedro, Santiago y Juan. Ellos vinieron a la tierra y físicamente colocaron las manos sobre la cabeza de José Smith y Oliver Cowdery, y con voces audibles, pronunciaron las palabras del conferimiento de este maravilloso poder. Desde entonces, todo hombre que lo ha recibido lo ha hecho por medio de la imposición de manos de uno que a su vez lo recibió de la misma manera hasta llegar a su conferimiento original.

No es para una clase específica. Todo hombre digno, sin tomar en cuenta nacionalidad, antecedentes étnicos o cualquier otro factor, puede recibir el sacerdocio. La obediencia a los mandamientos de Dios se convierte en el factor determinante. Su conferimiento se basa únicamente en la dignidad ante el Señor.

Éste conlleva el derecho y la autoridad de gobernar en la Iglesia de Cristo. Recuerdo las experiencias que tuve hace mucho, cuando era miembro del Consejo de los Doce. Asistí a una conferencia de estaca, donde el presidente era un hombre de riqueza y afluencia. Era un hombre de mucho éxito, de acuerdo con las normas del mundo. Vivía en una casa sumamente espléndida. Me recogió en el aeropuerto en un automóvil hermoso; almorzamos en un restaurante de primera clase, y, sin embargo, demostró humildad en su oficina; estaba ansioso por aprender y siempre dispuesto a hacer lo correcto en la administración de los asuntos de su estaca.

Después asistí a otra conferencia. El presidente me fue a recoger en un automóvil muy usado. Nos detuvimos en un lugar de comida rápida para comer un bocado. Su casa era sumamente modesta --arreglada, limpia y tranquila-- pero sin mobiliario opulento. Era carpintero de oficio; no poseía ninguna de las cosas extravagantes del mundo. Él, también, era un maravilloso presidente de estaca que efectuaba su deber de manera extraordinaria. Era una persona magnífica en todo respecto.

Ésa es la maravilla del sacerdocio. La riqueza no es un factor; la educación no es un factor; los honores de los hombres no son un factor. El factor predominante es el ser aceptados ante el Señor.

Todas las Autoridades aquí presentes podrían testificar que en la reorganización de estacas han tenido experiencias extraordinarias e inspiradoras. Recuerdo la asignación de reorganizar una estaca hace más o menos cuarenta años. El presidente había fallecido repentinamente. Las Autoridades me pidieron que fuera y hablara en el funeral y reorganizara la estaca. Nunca lo había hecho; era nuevo como Autoridad General; iba a estar totalmente solo.

Al llegar, fui llevado a otra ciudad, donde participé en el servicio fúnebre. Pedí que todos los oficiales de la estaca y los obispos se quedaran después del servicio, y anuncié que a la noche siguiente se efectuaría la reorganización de la estaca.

Le pedí al presidente de misión que me acompañara mientras entrevistaba a los hermanos, a los que no conocía. Entrevistamos hasta ya entrada la noche. No tardé en descubrir que había problemas en la estaca. Había sentimientos de división. Cuando terminamos, le dije al presidente de misión: “No me siento totalmente satisfecho; ¿hay más hermanos?”.Respondió: “Sé únicamente de un hombre al que no hemos entrevistado; se mudó a este lugar recientemente debido a un traslado del trabajo. Es segundo consejero en el obispado. No lo conozco bien porque vive en otra ciudad”.

Le dije: “Vayamos a verlo”.Fuimos en el auto hasta el hotel donde me hospedaría esa noche. Me encontraba ahí, después de haber entrevistado a todos esos hermanos y sin encontrar al que consideraba que fuera digno de presidir, y habiendo programado la reorganización para la noche siguiente.

Ya era tarde cuando llegamos al hotel. Le llamé a ese hombre, y una voz soñolienta contestó el téléfono. Le dije que deseaba verlo esa misma noche. Me disculpé por llamarlo a tan altas horas. Me dijo: “Acababa de acostarme, pero me vestiré e iré de inmediato”.

Fue al hotel; la conversación que sostuvimos fue bastante interesante. Era graduado de la Universidad Brigham Young en geología petrolera; trabajaba para una gran compañía petrolera; en otras regiones había servido en puestos de responsabilidad en la Iglesia; conocía el programa de la Iglesia; había servido en una misión; conocía el Evangelio; tenía madurez en la Iglesia, y el territorio por el cual era responsable como empleado de la compañía petrolera era exactamente el mismo que el territorio de la estaca. Le dije que le llamaríamos por teléfono por la mañana y le disculpé.

El presidente de misión se fue a casa y yo me acosté.

Desperté aproximadamente a las tres de la mañana siguiente. Me empezaron a asaltar las dudas. Ese hombre era casi totalmente un extraño para la gente de la estaca. Salí de la cama y me arrodillé y le supliqué al Señor que me guiara. No escuché una voz, pero tuve la clara impresión que me indicó: “Te dije quién debía ser el presidente de estaca. ¿Por qué sigues preguntando?”.

Avergonzado por importunar otra vez al Señor, me acosté y me quedé dormido. Temprano a la mañana siguiente llamé a ese hombre y le extendí el llamamiento de servir como presidente de la estaca. Le pedí que seleccionara consejeros.

Esa noche, durante la reunión, había gran especulación sobre quién sería el presidente de estaca, pero nadie pensó en ese hombre. Cuando anuncié su nombre, las personas se miraban unas a otras para tratar de saber quién era. Le pedí que pasara al estrado; después anuncié a los consejeros y les pedí que pasaran también al estrado

Aunque la gente no lo conocía, dieron su sostenimiento. Las cosas empezaron a cambiar en la estaca. Durante mucho tiempo, la gente había sabido que necesitaban un centro de estaca, pero por muchos años habían estado inseguros y tenían diferencias de opinión en cuanto a dónde debía construirse. Él puso manos a la obra y en menos de dieciocho meses tuvo un hermoso y nuevo centro de estaca listo para ser dedicado. Él unificó la estaca; la recorrió de arriba abajo para conocer a los miembros, y les extendió su amor. Esa estaca, que se había estancado, cobró vida y literalmente revivió con nuevo entusiasmo. Hoy día, se destaca como una estrella brillante en la gran constelación de estacas de esta Iglesia.

Hermanos, les testifico que la revelación del Señor se manifiesta cuando se nombra a un presidente de estaca. Una vez hablé en esta reunión en cuanto a los obispos, y esta noche quisiera decir unas cuantas palabras acerca de los presidentes de estaca.

El oficio se introdujo en la Iglesia en 1832. José Smith, el Presidente de la Iglesia era también presidente de estaca. Cuando se organizó una estaca nueva en Misuri en 1834, este modelo se cambió, llamando oficiales de entre las filas del sacerdocio.

Este oficio provino de la revelación. La organización de una estaca representa la creación de una familia de barrios y ramas. El programa de la Iglesia se ha ido poniendo cada vez más complejo, por lo que han aumentado las responsabilidades de las presidencias de estaca. Se han creado estacas más pequeñas. Actualmente la Iglesia cuenta con 2.550 estacas y con la aprobación para la organización de varias más.

El presidente de estaca es el oficial llamado por revelación para ocupar el lugar entre los obispos de los barrios y las Autoridades Generales de la Iglesia. Él desempeña una responsabilidad de suma importancia; recibe capacitación de las Autoridades Generales, y él, a su vez, capacita a los obispos.

Un rasgo que me parece interesante es que en la Iglesia tenemos 17.789 barrios, con un obispo a la cabeza de cada uno. Están esparcidos por toda la tierra; los miembros hablan diversos idiomas y, sin embargo, son similares. Una persona puede asistir a las reuniones dominicales en Singapur o en Estocolmo, y los servicios serán iguales. Piensen en la confusión que resultaría si cada obispo siguiera su propia inclinación. La Iglesia literalmente se vendría abajo en muy corto tiempo.

El presidente de estaca sirve como asesor a los obispos. Todo obispo sabe que cuando tenga que hacer frente a un problema difícil, hay alguien que está presto, a quien puede acudir, para desahogarse y recibir consejo.

Él proporciona una segunda medida de seguridad al determinar quién es digno de ir a la Casa del Señor. Los obispos mantienen una estrecha relación con sus miembros; viven entre ellos como vecinos y a veces no son capaces de negarse a conceder una recomendación aunque la dignidad de la persona esté en duda. Pero el presidente de estaca también entrevista. Hasta la época de Wilford Woodruff, el Presidente de la Iglesia firmaba todas las recomendaciones para el templo, pero la tarea se hizo demasiado pesada, y a los presidentes de estaca se dio la responsabilidad de hacerlo. En este respecto han llevado a cabo una obra fenomenal.

También, el presidente se convierte en un segundo filtro para determinar la dignidad de aquellos que salen a representar a la Iglesia en el campo misional. Él también entrevista al candidato, y únicamente cuando esté convencido de su dignidad firmará la recomendación. Asimismo, se le ha dado la autoridad para apartar a los que son llamados a misiones y extender relevos cuando hayan terminado su período de servicio.

Pero lo que es más importante, él es el oficial disciplinario principal de la estaca. Los deberes de un maestro en el Sacerdocio Aarónico podrían aplicarse al presidente de estaca. Debe “velar por los miembros de toda la estaca, estar con ellos y fortalecerlos;

“y cuidar de que no haya iniquidad en la iglesia, ni aspereza entre uno y otro, ni mentiras, ni difamaciones, ni calumnias;

“y ver que los miembros de la iglesia se reúnan con frecuencia, y también ver que todos cumplan con sus deberes” (D. y C. 20:53–55).

Él lleva sobre sus hombros la responsabilidad sumamente pesada de ver que la doctrina que se enseñe en la estaca sea pura e incorrupta. Tiene el deber de asegurarse de que no se enseñe falsa doctrina ni de que ocurra práctica falsa. Si ese fuera el caso por parte de un poseedor del Sacerdocio de Melquisedec o cualquier otra persona en algunas circunstancias, él debe aconsejarlos, y si la persona persiste en continuar esa práctica, el presidente se verá obligado a tomar las medidas necesarias. Él mandará llamar al infractor para que se presente ante un consejo disciplinario donde se tomarán las medidas para asignarle un período de probación, para suspenderle los derechos de miembro o excomulgarlo de la Iglesia.

Ésta es una tarea sumamente difícil y desagradable, pero el presidente debe hacerle frente sin temor ni consideraciones. Todo esto se hace en armonía con la dirección del Espíritu y según se expone en la sección 102 de Doctrina y Convenios.

Posteriormente, debe hacer todo lo posible por trabajar con la persona, y en el debido tiempo traer de nuevo a la actividad al que fue disciplinado.

Todo esto y muchas cosas más forman parte de sus responsabilidades. Por lo tanto, se deduce que la propia vida de él debe ser un ejemplo ante sus miembros.

Los presidentes de estaca de la Iglesia constituyen un maravilloso organismo. Habiendo sido escogidos por inspiración, son sumamente diligentes en el desempeño de sus deberes. Son hombres de talento; son hombres que tienen conocimiento en cuanto a las doctrinas y las prácticas de la Iglesia; son hombres de mucha fe; son hombres que son llamados del Señor para presidir en las áreas de su jurisdicción.

Puedo decir que sé un poco en cuanto al oficio de un presidente de estaca. Mi abuelo era uno de ellos cuando sólo había 25 estacas en toda la Iglesia. Mi padre presidió durante muchos años la estaca más grande de la Iglesia. Yo fui presidente de estaca antes de ser llamado como Autoridad General. Y uno de mis hijos acaba de ser relevado después de nueve años de servicio como presidente de estaca. Todo esto representa cuatro generaciones que han servido en este puesto.

Tengo una confianza total en los hombres que ocupan este puesto. Sus deberes son numerosos y grandes son sus responsabilidades. Ellos son conscientes de su insuficiencia, pero sé que oran para recibir guía y ayuda. Sé que estudian las Escrituras para recibir respuestas; sé que en la vida de ellos este trabajo ocupa un lugar primordial. Debido a la gran confianza que tenemos en ellos, suplicamos a los miembros locales que no soliciten que las Autoridades Generales les den consejo o les den bendiciones. Sus presidentes de estaca han sido llamados bajo la misma inspiración con la que se ha llamado a las Autoridades Generales.

Ruego por éstos, mis amados hermanos, para que el Espíritu del Señor descanse sobre ellos. Ruego que sean inspirados en sus palabras, pensamientos y acciones. Ruego que sus hogares sean lugares de paz, amor y armonía de donde puedan extraer inspiración para su trabajo. Ruego que magnifiquen y bendigan a sus esposas e hijos, siendo la clase de esposos y padres que se destacarán como ejemplos para todos los miembros de su estaca. Ruego que cualesquiera sea su vocación, que la desempeñen con honor e integridad, que sean obreros dignos de su salario. Espero que vivan de tal manera que merezcan el respeto no sólo de las personas de nuestra fe, sino de otros con quienes se relacionen. Y cuando hayan servido durante varios años y hayan guiado a sus miembros en honor y amor, llegará el momento en que habrán de ser relevados. Su única recompensa será el amor de sus miembros y la confianza de las Autoridades Generales.

No hay en la Iglesia ningún otro oficio como éste. El presidente de la estaca mantiene una relación lo suficientemente estrecha con los miembros como para conocerles y amarles, pero, sin embargo, junto con sus consejeros, mantiene la distancia suficiente con el fin de tratar los asuntos con objetividad según la voluntad y el modelo del Señor.

Ruego que las ricas y maravillosas bendiciones del Señor sean derramadas sobre estos hombres dedicados, para que sean hombres de rectitud, hombres de inspirado discernimiento, hombres de paciencia, hombres que amen al Señor y que amen a sus miembros. Que sean felices, y que encuentren su recompensa en la satisfacción de haber servido bien, es mi humilde oración en el nombre de Jesucristo. Amén.