2000–2009
Futuros líderes
Abril 2000


Futuros líderes

“Ruego que ustedes, jóvenes, cultiven la reverencia hacia las cosas sagradas, el respeto por sus mayores y el deseo de guardar los mandamientos. Ruego que aprendan a conocer al Salvador”.

En la última conferencia general, hubo algo más bien insignificante que captó mi atención. ¡Una corbata! Mientras cantaba un coro de niños, una de las cámaras de televisión se detuvo en un niño del coro. Éste creyó haberse visto en el monitor de la televisión, pero parecía no estar totalmente seguro. Así que hizo esto: Al mover la corbata casi imperceptiblemente, lo supo: sí, ¡era él!

Ese simple acto trajo a mi mente un sinfín de pensamientos. Al volverme para mirar a aquellos niños y niñas, pensé: Estos niños representana millones de niños y niñas como ellos en todo el mundo. ¿Cómo será esta gran Iglesia cuando ellos lleguen a la edad de los líderes aquí presentes y qué papel representarán en ese notable futuro? ¿Qué niños tendrán cargos en barrios y estacas? ¿Habrá entre ellos un futuro miembro de los Doce escuchando esta conferencia o estará incluso sentado aquí hoy día? ¿Qué niño, al crecer, presidirá un día como Presidente de la Iglesia cuando ésta tenga muchos millones de miembros más?

Conforme pensaba en estas cosas, me di cuenta de que hay muchas lecciones que ustedes, jóvenes, deben aprender. Tendrán que prepararse para hacer frente a las grandes responsabilidades que les esperan en una época en la que el mundo parece haber dado al adversario libertad sin barreras para oponerse a todo lo que es bueno y decente. Tendrán que aprender muchas lecciones, pero permítanme compartir con ustedes tres lecciones que creo son esenciales.

La primera lección esencial es desarrollar un sentido de respeto por lo que es sagrado y respeto por otras personas, en especial sus mayores.

El Señor le enseñó a Moisés acerca de cosas y lugares sagrados. Cuando Moisés se acercó a la zarza ardiente que el fuego no consumía, el Señor ordenó: “No te acerques; quita tu calzado de tus pies, porque el lugar en que tú estás, tierra santa es” (Éxodo 3:5). Nosotros también tenemos la oportunidad de estar en lugares santos. Los templos, los edificios de la Iglesia y los hogares de ustedes merecen su respeto porque son sagrados.

Deberán reconocer y valorar todo lo que el Señor ha revelado que es sagrado. Una de las cosas de mayor significado es la naturaleza sagrada de sus propios cuerpos. El apóstol Pablo se refirió a nuestros cuerpos como templos que Dios nos dio (véase 1 Corintios 6:19). ¡Qué trágico sería que se privaran de las oportunidades de la vida si obstinadamente desfiguraran su cuerpo o adormecieran su mente con drogas! No utilicen su cuerpo para cosas inmorales. Vístanlo con modestia y dejen atrás la moda desaliñada de vestir. Cuando tengan el valor de vestirse en forma modesta y de evitar las modas estrafalarias, se darán cuenta que el respeto por uno mismo es compañero de la obediencia, y que el Señor les ayudará.

Nuestro comportamiento y nuestra vestimenta son un reflejo de la importancia que damos a lo que somos y al lugar donde estamos. Permítanme demostrarlo: Una de las cosas naturales que sucede en la obra misional es el cambio en los nuevos conversos, especialmente en los niños, en los jóvenes varones y en los padres, porque cuando van a las reuniones de la Iglesia desean verse como los misioneros. Eso nos dice mucho sobre la importancia de lucir como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Las palabras de los profetas, tal como se encuentran en las antiguas Escrituras y en las revelaciones modernas, también son sagradas. Son las palabras del Señor dirigidas a nosotros. Trátenlas con respeto al escucharlas con atención, y luego adapten su vida a ellas.

Los exhorto, jóvenes, a desarrollar el hábito de mostrar siempre respeto, cortesía y deferencia hacia sus padres y otras personas, en especial hacia aquellos que sean mayores que ustedes. Mi padre me enseñó que todas las personas, tanto dentro como fuera de la Iglesia, tenían un título, como Señor, Señora, Hermano o Hermana, Obispo, Élder o Presidente, y que se les debería hablar con respeto. Cuando yo tenía seis años, mi padre reafirmó este principio cuando cometí el terrible error de llamar al dependiente de la tienda de abarrotes por su nombre de pila. Al salir de la tienda, mi padre me enseñó con firmeza que yo había demostrado falta de respeto al tratar a una persona mayor en forma tan familiar. Nunca he olvidado esa experiencia, ni tampoco, después de sesenta años, he olvidado el nombre del dueño de la tienda. Incluso recuerdo su nombre de pila.

La segunda lección esencial es aprender los mandamientos y obedecerlos porque ustedes han decidido hacerlo. Antes de obedecer los mandamientos, deben conocerlos. Ustedes aprenden los mandamientos por medio de la instrucción. Es por esa razón que la noche de hogar, las clases dominicales y de seminario son tan importantes. Ustedes conocen los mandamientos a través del espíritu, mediante la oración, el estudio personal y su propia revelación personal.

Deben mantener la mente limpia para poder reconocer el suave susurro del Espíritu y responder a Él. Tengan cuidado al seleccionar la información que dejen entrar en su mente. Eviten la bulliciosa confusión del mundo. La televisión, las películas y en especial el Internet les proveen una ventana abierta por la que pueden llegar a lejanos puntos del mundo. Pueden traerles información edificante, buena e inspiradora, pero si la utilizan inapropiadamente, esas tecnologías de comunicación pueden llenarles la mente con pensamientos tan malsanos que les será imposible escuchar el suave susurro del Espíritu. Vivan de tal forma que puedan estar en armonía con el Espíritu, como el niño profeta Samuel, y puedan responder al Señor y decir: “Habla, porque tu siervo oye” (1 Samuel 3:10).

La tercera lección esencial es desarrollar amor por el Salvador. El saber sobre el Salvador es una parte natural de nuestra educación religiosa; el conocer al Salvador requiere obediencia, oración, proximidad al Espíritu y revelación personal.

Ahora quisiera hablar un momento a ustedes, maestros: padres, madres, líderes del sacerdocio, obispos, presidentes de estaca, y maestros y maestras de la Primaria, de las Mujeres Jóvenes, de los Hombres Jóvenes y de la Escuela Dominical. El Señor ha recordado a todos que “el valor de las almas es grande a la vista de Dios” (D. y C. 18:10). Todos tenemos la responsabilidad de enseñar y guiar a esos maravillosos jóvenes y jovencitas y allegarnos a ellos por medio de nuestro ejemplo. Como dice una canción de los niños: “¿Cómo van a saber a menos que se lo digamos?”.Y quizás podríamos agregar: “¿Cómo lo sabrán a menos que se lo mostremos?” (Children’s Songbook, pág. 182).

Todos los líderes y maestros de todas partes del mundo tienen la responsabilidad de enseñar el Evangelio por medio del Espíritu. Los niños y las niñas a quienes enseñen tienen el potencial de llegar a ser padres y madres ejemplares, como también respetados líderes de la Iglesia del futuro. Ruego que visualicen a cada uno de ellos en sus importantes futuros llamamientos. Algún maestro, en alguna parte, está en verdad enseñando a un jovencito que algún día se sentará en estos asientos mientras sirve como Profeta del Señor. ¡Ustedes tienen una oportunidad maravillosa!

Y ahora me dirijo a ti, mi querido amiguito de la corbata: Sí, a ti. Tú, y millones como tú, si se preparan bien, serán los padres y las madres fieles de la Iglesia y los futuros líderes del Señor. Serán los maestros y líderes que seguirán estableciendo la Iglesia en todo el mundo. Quizás deseen mirarse a menudo en el espejo y recordarse a ustedes mismos la gran misión que les espera e incluso, quizás podrían moverse la corbata sólo para recordarse de la importante misión que tienen en el futuro. Ruego que se mantengan fieles y nobles en sus llamamientos.

Ruego que ustedes, jóvenes, cultiven reverencia hacia las cosas sagradas, el respeto por sus mayores y el deseo de guardar los mandamientos. Ruego que aprendan a conocer al Salvador y que tengan un creciente y constante entendimiento de Su Expiación. Pido al Señor que les ayude durante toda la vida a unir sus testimonios a los de los profetas y apóstoles vivientes que han declarado: “Damos testimonio, en calidad de Sus apóstoles debidamente ordenados, de que Jesús es el Cristo Viviente, el inmortal Hijo de Dios. Él es el gran Rey Emanuel, que hoy está a la diestra de Su Padre. Él es la luz, la vida y la esperanza del mundo. Su camino es el sendero que lleva a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero. Gracias sean dadas a Dios por la dádiva incomparable de Su Hijo divino” (”El Cristo Viviente: El testimonio de los Apóstoles”). De esto testifico y atestiguo, en el nombre de Jesucristo. Amén.