1990–1999
Para ser autosuficientes
Octubre 1991


Para ser autosuficientes

“El principio de la autosuficiencia es tanto espiritual como temporal. No es un plan para el fin del mundo; es un plan que debemos practicar todos los días de la vida.”

Después de andar por el desierto durante ocho años, Lehi y su familia llegaron a una tierra que llamaron Abundancia por sus muchos frutos y miel silvestre. Llegaron a un gran mar y se regocijaron en el Señor porque los había preservado. Tras haber estado en la tierra de Abundancia muchos días, el Señor habló a Nefi y le dijo: “Levántate y sube al monte” (1 Nefi 17:7).

Nefi obedeció al Señor; subió al monte y oró. Y el Señor dijo a Nefi: “Construirás un barco, según la manera que yo te mostraré, para que yo pueda llevar a tu pueblo a través de estas aguas” (1 Nefi 17:8).

Entonces, Nefi le pregunto al Señor, “¿dónde iré para encontrar el metal para fundir, a fin de que yo pueda hacer las herramientas para construir el barco, según el modo que tú me has mostrado?” (1 Nefi 17:9).

El Señor dijo a Nefi adonde debía ir para hallar el metal, y luego le dejó para que actuara por su cuenta. En el capítulo 17 de 1 Nefi leemos:

“Y sucedió que yo, Nefi, hice unos fuelles con pieles de animales para avivar el fuego; y después que hube hecho los fuelles que necesitaba para avivar la llama, golpeé dos piedras, la una contra la otra, para producir fuego… Y sucedió que hice herramientas con el metal que fundí de la roca”.

Ese es uno de los relatos más interesantes que tenemos en las Escrituras porque menciona una ocasión en la que el Señor brindó Su ayuda, pero luego se hizo a un lado para permitir que uno de Sus hijos actuara por su propia iniciativa. A veces me he preguntado que habría ocurrido si Nefi hubiera pedido al Señor las herramientas en vez del lugar donde hallar el metal para hacerlas. Dudo de que el Señor hubiera accedido a esa petición. El Señor sabía que Nefi podía hacerlas, y el Señor rara vez hará por nosotros lo que nosotros mismos podemos hacer.

El Señor sí nos ayuda cuando acudimos a Él en los momentos de necesidad, sobre todo cuando somos dedicados a Su obra y hacemos Su voluntad. Pero el Señor sólo ayuda a los que están dispuestos a ayudarse a sí mismos. Él espera que Sus hijos sean todo lo autosuficientes que puedan ser.

Brigham Young dijo a los santos: “En lugar de buscar lo que el Señor hará por nosotros, averigüemos lo que podemos hacer por nosotros mismos” (Journal of Discourses, 9, pág. 172).

La independencia y la autosuficiencia son indispensables para nuestro progreso espiritual y temporal. Cada vez que nos pongamos en situaciones que amenacen nuestra autosuficiencia, descubriremos que también amenazaran nuestra libertad. Si aumentamos nuestra dependencia en algo o alguien que no sea el Señor, hallaremos una inmediata disminución en nuestra libertad de actuar. Como lo dijo el presidente Heber J. Grant: “Nada destruye más la individualidad de un hombre, una mujer o un niño que el no ser autosuficientes” (Relief Society Magazine, oct. 1937).

Nunca antes en mi vida me han parecido más necesarias la enseñanza y la práctica de la autosuficiencia para el beneficio de los santos. Vivimos en tiempos de cambios súbitos. Gobiernos que surgen y caen. Industrias que prosperan y que poco después fracasan. Nuevos descubrimientos científicos que pronto son desplazados por otros más nuevos. Si no aumentamos constantemente nuestro entendimiento y nuestra visión, nosotros también nos quedaremos atrás. La investigación nos dice que las personas que entran hoy en el campo laboral se verán obligadas a buscar de tres a cinco ocupaciones distintas antes de jubilarse.

¿Qué debemos hacer para ser más autosuficientes?

Mis padres establecieron una tradición en la familia que me divertía de niño y que ha adquirido mayor significado para mí con el paso de los años. En el primer cumpleaños de cada hijo, la familia se reunía en el salón, en el centro del cual mis padres ponían varias cosas para que el pequeño escogiera. La selección quizá indicaría el interés que el chico tendría en la vida. Los artículos eran la Biblia, un biberón lleno de leche, un juguete y una alcancía llena de monedas. Se colocaba al niño a un lado del salón y la familia se situaba al otro lado. Entonces se instaba al niño a gatear hacia los objetos y escoger. Eso era todo en broma, desde luego.

Me han dicho que yo escogí la alcancía, e hice de las finanzas mi profesión. Vi a mi hermano Ted escoger las Escrituras, y el siguió la carrera de derecho; pero siempre se ha basado en las Escrituras para hacer sus fallos. Mi hermano menor Bob ha sido el de los intereses más bien redondeados. Tras llegar gateando, se sentó en la Biblia, se llevó el biberón a la boca, luego tomó el juguete con una mano y, con la otra, tomó la alcancía.

En esa entretenida actividad familiar, pienso que podemos hallar los principios fundamentales de la autosuficiencia. Primero, las Escrituras representan nuestra necesidad de alimentarnos espiritualmente. En las Escrituras el Señor revela a Sus hijos Su voluntad. Desde el principio del tiempo, Él ha mandado a Sus profetas registrar lo que les ha hecho saber para el beneficio de Sus hijos. Las Santas Escrituras contienen valores eternos; son el fundamento sólido sobre el cual podemos edificar una feliz vida mortal. Nos volvemos más autosuficientes cuando estudiamos las Santas Escrituras, las cuales enseñan los principios que nos brindan un centro divino en esta vida terrenal.

Debe consolarnos el que tengamos como guía el mejor texto que se ha escrito o que jamás se escribirá. Podemos buscar 2 Reyes, capitulo cinco, y aprender de la obediencia. Podemos estudiar la vida de Job y aprender de la integridad. El discurso del rey Benjamin en Mosíah nos enseña de la laboriosidad. La vida de José, Génesis, capitulo 39, nos indica lo que debemos hacer cuando nuestra norma de moralidad se pone a prueba.

Esos son sólo unos pocos ejemplos de las lecciones que podemos aprender de las Santas Escrituras; son lecciones que han soportado la prueba del tiempo. Nuestro cometido es hacerlas cobrar vida en el alma y la mente de nuestros hijos al asumir el deber de enseñarles.

Segundo, el biberón lleno de leche simboliza la necesidad de alimentar el cuerpo físico. El Plan de Bienestar, utilizando un círculo dividido en sectores, nos ha enseñado a definir los aspectos esenciales de la autosuficiencia temporal, los cuales son: los estudios seculares, la salud física, la ocupación, el almacenamiento en el hogar, la administración de los recursos, y la fortaleza social, emocional y espiritual.

Este verano mi esposa y yo tuvimos la oportunidad de conversar con un hermano octogenario, que ha atendido a todos esos aspectos en su vida; nació en un pueblo pequeño de Idaho, y trabajaba largas horas en el campo para pagarse los estudios. Dedicó su vida profesional a enseñar inglés y español en una pequeña escuela secundaria. A fin de ahorrar para la misión y la educación de sus varios hijos, se dedicó a cultivar fresas y frambuesas, las que vendía a los mercados locales. En ese trabajo se ocupaba los veranos.

A causa de que el cultivo de esas frutas exige mucho trabajo, pocas personas las cultivaban. Pero la demanda de esas bayas era grande, por lo que sabía que vendería todas las que produjera. No satisfecho con la producción que conseguía, comenzó a estudiar otras variedades de arbustos para hallar los que producían más. Su huerto era literalmente un campo de cultivo experimental de diversos arbustos para descubrir los que producirían los frutos más dulces y más abundantes en ese clima en particular. Con sus esfuerzos, logró una mayor producción. Ese trabajo le hizo conservar la salud. El campo de bayas significaba un empleo automático para sus hijos todos los veranos; a cambio de la fruta que llevaban al mercado recibían no sólo dinero en efectivo sino también otros productos para usar en casa. Administrando sabiamente sus recursos, se construyó una bonita casa a la vez que satisfacía las necesidades de su familia.

Este hermano se complacía en el plan del Señor de multiplicar y henchir la tierra, lo cual le brindó fortaleza social, emocional y espiritual. Ya jubilado de su labor docente, sigue cultivando sus bayas, no por dinero sino por satisfacción. Seis mañanas a la semana, durante la temporada de la siega, se le ve al frente de una caravana de diez a doce vehículos salir de la ciudad en dirección al campo de cultivo. Van allí familias a recolectar los frutos para su propio almacenamiento. Le pregunté cuánto cobraba por caja si uno mismo recolectaba los frutos, y me contestó: “No lo sé. Me doy por pagado al ver la expresión de alegría de la gente al salir del campo llevando los frutos de su trabajo en los brazos”.

Sin duda hay miles de formas en que las familias pueden volverse autosuficientes trabajando juntas en actividades fructíferas. Quizá de una buena conversación de noche de hogar surjan ideas para lograr que la familia sea temporalmente más autosuficiente.

Tercero, el juguete que mencioné al principio representa la adquisición de cosas del mundo. Nos bombardean en la actualidad convincentes anuncios que nos dicen “compre ahora y pague después” en, según afirman, “cómodos pagos mensuales”. Vivimos en un mundo impaciente donde todo el mundo lo desea todo al instante. La adquisición de bienes materiales parece fomentar el apetito de tener más en lugar de constituir una satisfacción duradera.

El usar nuestros recursos y bienes con prudencia, así como el extender su durabilidad, nos servirá para ser más autosuficientes. Hace poco vi a una familia que se mudaba de casa y me llamó la atención ver que sacaban unas cajas con unos rótulos que decían “ropa de niña de 2 años”, “ropa de niña de 3 años”, y así sucesivamente. Es evidente que esa familia tenía un bien concebido plan para utilizar de la mejor forma la ropa que habían comprado.

Vivimos en un mundo bendecido con gran abundancia. Tomemos las medidas indispensables para que los bienes y los recursos con que seamos bendecidos nunca sean desperdiciados.

Por último, el cuarto artículo, la alcancía, que es símbolo de nuestro bienestar económico. Aprendí una gran lección al comenzar a trabajar en el mundo de los negocios. Un día. mi jefe me llamó a su despacho y me dijo: “Deme una definición de lo que es el interés”. Desde luego, recordé lo que había aprendido en la universidad y le di una definición de ello de un libro de texto. Él me dijo: “No, no, no, eso no es lo que quiero. Escuche y recuerde esta otra: ‘Los que comprenden el interés … lo ganan; los que no lo comprenden … lo pagan’”.

Y no hay que ser un genio para comprender que para ganar intereses, primero hay que tener unos ahorros. Para tener ahorros y seguir al mismo tiempo aumentando el nivel de vida, hay que comprender una sencilla práctica y en seguida aplicarla religiosamente. Después de pagar el diezmo al Señor, pagaos vosotros mismos una cantidad predeterminada y ponedla en vuestros ahorros. El saldo es para los impuestos, la comida, la ropa, la vivienda, el transporte, etc. Me sorprende que tantas personas trabajen toda su vida para pagar al supermercado, al dueño de la casa, a la compañía de electricidad, al vendedor de automóviles y al banco, y, no obstante, estimen en tan poco su propio trabajo que no se pagan nada a sí mismas.

Sed prudentes, sabios y moderados en vuestros planes de inversión. Si constante y regularmente añadís a vuestras inversiones, juntareis vuestros fondos de emergencia y de jubilación, los cuales os servirán para progresar y para ser autosuficientes.

El principio de la autosuficiencia es tanto espiritual como temporal. No es un plan para el fin del mundo; es un plan que debemos practicar todos los días de la vida. Que sigamos aferrándonos firmemente a las verdades eternas de la autosuficiencia, es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.