1990–1999
“El amor es sufrido”
Octubre 1991


“El amor es sufrido”

“Este es el desafío para nosotros: permitir que las enseñanzas de Cristo, magnificadas por el Espíritu Santo, nos guíen hacia Su senda para ver y ser como El es.”

Una de las grandes bendiciones de mi infancia es que mi madre haya pasado bastante tiempo leyéndonos a mi y a mi hermano Howard. Ella sabia la importancia de los buenos libros y los usaba para enseñarnos y para entretenernos. Esto sirvió para expandir nuestra limitada vida de niños a asuntos que sobrepasaban nuestras experiencias diarias. La lectura empezó cuando yo era una pequeñuela y Howard, que nació con severas incapacidades físicas y no podía correr, necesitaba atención especial. Mi bendición fue que yo también recibía atención especial.

Los libros eran diversos y fueron haciéndose cada vez mas complicados a medida que crecíamos. Recuerdo rimas infantiles, poesías, cuentos folklóricos rusos, la aventura en la cueva del trueno y las Escrituras. Juntos leímos parábolas, casos como el de la mujer en el pozo, y hasta pasajes abstractos.

Un día nos leyó: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece …

“Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

“El amor nunca deja de ser” (l Corintios 13:4, 7-8; véase también Moroni 7:45-46).

Howard interrumpió la lectura, como a menudo solía hacerlo, con una pregunta como “Que es el amor?” El deseaba saber el significado de lo que acabábamos le escuchar, mientras que yo todavía estaba pensando en el sonido de las palabras. Sólo quería que continuara la lectura, pero me daba cuenta de que mama estaba satisfecha con la curiosidad de mi hermano. Ella nos enseñó en ese entonces, y lo recalco más adelante, que las buenas preguntas pueden ser importantes si verdaderamente estamos tratando de entender, y que a veces, el encontrar una respuesta buena puede llevarnos toda una vida. Después, dejó el Nuevo Testamento y nos leyó en el Libro de Mormón:

“… pero la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día. le ira bien” (Moroni 7:47). He allí, en un solo versículo, la esencia concentrada de un concepto trascendental, la definición de una profunda pero comprensible verdad. Lo que escuche ese día sobrepasaba mi entendimiento infantil, pero el espíritu del amor estaba presente y era tan real como cualquier otro aspecto de mi corta existencia.

Las Escrituras nos dan ejemplos de otras personas que, debido a su curiosidad, se les enseñaron nuevas maneras de pensar acerca del amor. En el capitulo 22 de Mateo, un fariseo que deseaba confundir a Cristo le preguntó cual era el mandamiento mas importante. Cristo le contestó: “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente …

“y el segundo es semejante: Amaras a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:31, 39).

En Lucas, el interprete de la ley que había hecho la pregunta deseaba saber mas. Tal vez tuviera miedo de malgastar su amor, y preguntó: “¿Y quien es mi prójimo?” (Lucas 10:29-37). Y como respuesta, Cristo narró la parábola del buen samaritano. El samaritano vio lo que otros no pudieron ver. Hizo lo que pudo y lo que otros no se dignaron a hacer. Lo que hizo lo ennobleció y le ganó nuestra permanente admiración, pues no esperábamos que el samaritano fuera nuestro prójimo (véase Lucas 10:30-37). Nosotros no tentaríamos a Cristo preguntándole a quien deberíamos amar o servir, sin embargo, pienso que a veces no estamos seguros de si realmente lo sabemos.

Para mi es interesante que Jesús haya seleccionado a un samaritano como el ejemplo de “amor sincero” ante los fariseos. Era tan notable su observancia de la letra de la ley que esta enseñanza debe de haber resultado en que por lo menos algunos de ellos vieran desde un nuevo punto de vista y con un nuevo espíritu la libertad para amar que Cristo les ofrecía. Este es el desafío para nosotros: permitir que las enseñanzas de Cristo, magnificadas por el Espíritu Santo, nos guíen hacia Su senda para ver y ser como El es.

Ahora bien, comprender lo que es el amor y la caridad y el ser caritativo no es fácil? y las Escrituras no indican que así seria. Aun la frase “el amor es sufrido” requiere una cuidadosa interpretación. El “sufrimiento” que puede resultar por causa del amor es el resultado de lo mucho que amamos; nos llega porque otra persona es importantísima para nosotros.

Para evitar esa clase de sufrimiento, tendríamos que renunciar aquello que nos brinda vida, esperanza y gozo: nuestra capacidad de amar profundamente. Para contrarrestar ese sufrimiento que por seguro vendrá al fallecer un ser querido, al verlos luchar contra adversidades o alejarse de sendas correctas, al ver que no nos comprenden o nos traicionan, encontraremos consuelo ejerciendo caridad y amor hacia los demás. Al aceptar a Cristo en nuestro bautismo, aceptamos llevar las cargas los unos de los otros y llorar con los que lloran (véase Mosíah 18:8-9). Su Espíritu y poder nos consolaran a medida que nos dediquemos a ayudar y amar a los que nos necesiten.

Aunque no es siempre fácil comprender lo que es la caridad, en ocasiones es factible no llegar a comprenderla bien. El aguantar cualquier tipo de maltrato o injusticia que otros nos causen no es caridad ni bondad. Dios nos manda que de la misma manera que lo amamos a El, debemos amarnos y respetarnos a nosotros mismos. No es amor el permitir que otros repetidamente nieguen nuestra naturaleza divina y libre albedrío. No es amor soportar tales circunstancias, a entregarse a la desesperación y el desamparo. Esa manera de sufrir debe terminarse y es muy difícil hacerlo solos. Hay lideres del sacerdocio y otros siervos comprensivos del Señor dispuestos a ayudar y fortalecer si saben que se les necesita; debemos permitir que otros nos ayuden.

Una característica sobresaliente del efecto que causa la comprensión profunda del amor de Cristo es la forma en que ese entendimiento edifica a la persona y la motiva a la acción. Julia Mavimbela, miembro de la Iglesia en Soweto, Sud Africa, cuenta cómo su conversión la sacó de la amargura a la fe y le dio fuerza para ayudar a otros a su alrededor.

Enseñó horticultura para aliviar el hambre y organizó a las mujeres para calmar las contiendas de su país.

En Tailandia, a fines de 1970, la hermana Srilaxana trabajaba como traductora de las Escrituras cinco días a la semana y los fines de semana viajaba, pagando sus propios gastos, para visitar pequeñas Sociedades de Socorro. Estas seguidoras de Cristo hicieron lo que sintieron en su alma que debían hacer para servir a los hijos de Dios. Hicieron lo que estaba a su alcance y sus ejemplos nos invitan a hacer lo mismo.

El servicio compasivo y caritativo es la misión principal de nuestra Sociedad de Socorro. Ya casi somos tres millones de mujeres de todo el mundo que pertenecemos a la organización, y nos regocijamos en nuestra hermandad, grande y variada. Sabemos que nuestra sociedad, que celebrara su sesquicentenario el próximo año, ha hecho mucho bien. Hemos aprendido que juntas podemos efectuar muchas cosas que sería imposible hacer solas. Pero el objetivo principal de esta sociedad es hacer llegar bendiciones a toda hermana a medida que progresa en su conocimiento del Evangelio de Cristo y refleje ese conocimiento en las decisiones que tome de servir a otros con rectitud.

Durante la Conferencia de octubre del año pasado, el obispo Glenn L. Pace nos aconsejó que miráramos a nuestro alrededor para hacer lo que fuera posible por aliviar el dolor, la soledad y la injusticia en nuestros lugares de residencia. El prometió que si lo hacíamos, nuestro corazón se llenaría de compasión y que por medio del Espíritu Santo se efectuaría una santificación dentro de nuestra alma, y llegaríamos a ser mas como nuestro Salvador.

Con humildad ruego que nuestra fe en Dios nos motive a hacer tal obra y que de esa manera, por medio del Espíritu Santo, podamos conocer el verdadero significado de la caridad y ejercitarla en nuestra vida. En el nombre de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. Amén.