1990–1999
El llamamiento a la misión: eterno milagro
Octubre 1991


El llamamiento a la misión: eterno milagro

“Una vez que, como líderes y padres, demos la debida importancia al milagro eterno de este llamamiento, con toda su fuerza y magnitud, muchos mas miles de jóvenes servirán en misiones regulares.”

El otro día, mientras miraba el video “Llamado a servir”, se me humedecieron los ojos de emoción en las escenas de los misioneros que abren los sobres y leen con su familia el llamamiento oficial para servir en una misión regular, firmado por la Presidencia de la Iglesia. Me vino a la memoria mi propio llamamiento para servir en Argentina. Después de compartir la alegría con mis padres, fui a ver a uno de mis profesores a quien respetaba mucho; quien no era miembro de la Iglesia. Había sido senador de los Estados Unidos. Quería darle la noticia, pero el no se mostró para nada impresionado y me hizo saber en forma muy clara que si decidía servir en una misión, a mi regreso no encontraría ningún buen empleo y nunca llegaría a ser gran cosa en la vida. Me sentí desilusionado, pero comprendí que el veía mi futuro como el mundo lo percibe.

Con el paso del tiempo, me di cuenta de que la misión había hecho que en mi vida tuviera prioridad la familia, el servicio y los principios del evangelio; pero además, como bendición añadida, había logrado mucho mas éxito en las cosas del mundo que mis ex compañeros de estudios.

Ya en ese entonces entendí que un llamamiento misional para servir en la Iglesia es un milagro eterno que no cambia. Mas adelante comprendí que es algo singular, y que es la fuerza motivadora que lleva adelante a la Iglesia del Señor, vitalizándola y fortaleciéndola día tras día. minuto a minuto.

El llamamiento para salir en una misión regular rara vez llega cuando es conveniente o resulta fácil. Nunca me canso de escuchar el testimonio del presidente Ezra Taft Benson, del momento en que, sin vacilar, aceptó su llamamiento que recibió por carta del Profeta de aquella época. La dirección del remitente era sencillamente “Casilla de Correo B. Salt Lake City”.

Hasta mediados de este siglo se llamaba a hombres casados a servir en misiones regulares. En la pared de la habitación de mis padres, dentro de un marco hay un viejo y desteñido recorte de periódico con la fotografía de mi padre vestido a la usanza de la época. La leyenda dice: “Hace dos años que están casados y no se han hablado ni una palabra en todo ese tiempo”.

El partió para la Misión de Australia poco después de su casamiento, y no tuvo comunicación verbal con mi madre hasta que regresó.

Entre los primeros conversos que fueron misioneros en sus años maduros, dejando a sus familias para hacerlo, se encontraba mi bisabuelo Snow, quien recibió el llamamiento de ir a Inglaterra, en donde sirvió dignamente.

Si, el llamamiento es un milagro eterno que no cambia.

Al igual que a Moisés, Abraham, Jacob y otros profetas de la antigüedad, el Señor también llamo a José Smith por su nombre de pila. El profeta relató: “Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Este es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!” (José Smith-Historia 1: 17) .

Poco después de haber sido el llamado para restaurar la Iglesia original, un pequeño grupo de poseedores del sacerdocio, muchos de ellos casados y con hijos, recibieron el llamamiento para ir al campo misional dentro y fuera de los Estados Unidos, para traer a miles de personas a Cristo. De ese esfuerzo surgió una base sólida, compuesta de diversos elementos, para la Iglesia restaurada.

El profeta no le preguntó a ninguno de ellos si deseaban o si les resultaba conveniente ser misioneros, sino que cada uno recibió el llamamiento oficial tal cual lo había indicado nuestro Padre Celestial. Todos sabían que el llamamiento provenía del Señor y que: “… sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo” (D. y C. 1:38) .

Los llamamientos misionales rara vez llegan en el momento mas conveniente. Cuando recibí el mío para servir como presidente de misión regular en Uruguay y Paraguay, tenia muchos compromisos de naturaleza cívica y comercial. Acepte el llamamiento y todo se arregló milagrosamente. Ahora, después de mas de cinco años de ser miembro de los Setenta, sigo sintiéndome tan maravillado y humilde en cuanto a mi llamamiento hoy como el día en que fui llamado. Quisiera rendir tributo a mi esposa, pues ella comparte este sentimiento y siempre ha demostrado su gran amor por Jesucristo.

Como Iglesia, hemos sido bastante obedientes en aceptar llamamientos de nuestro Padre Celestial, reconociendo que el “llamamiento” de El toma precedencia sobre cualquier otra responsabilidad, lo que queda demostrado en ese ejercito de cuarenta y cinco mil misioneros regulares que trabajan en varios cientos de misiones en el mundo.

Muchos jóvenes de ambos sexos deciden a temprana edad ir a una misión si se les llama. Algunos siguen la tradición familiar, otros son recientes conversos que aceptan el llamamiento de cumplir una misión regular, estableciendo de ese modo un modelo y tradición para las generaciones futuras.

En muchos barrios y estacas el llamamiento misional se considera tan sagrado que todo joven y muchas hermanas lo aceptan sin vacilación alguna. En otras unidades, la gran mayoría de los varones aceptan llamamientos misionales. Estos son verdaderamente “barrios y estacas misioneros”. La única pregunta que hacen sus futuros misioneros es: “Cuando recibiré el llamamiento para cumplir una misión regular?”, sin poner en duda si deben servir o no.

Varias veces, en la sesión del sábado por la noche de conferencias de estaca realizadas en los Estados Unidos, México y América Central, he pedido a los presentes que levantaran la mano todos los que estarían dispuestos a hacer cualquier cosa que les pidiera nuestro Padre Celestial, fuera lo que fuera, si supieran que es el Señor mismo que se lo pide. Siempre se ve una multitud de manos levantadas.

Si es verdad, y por cierto que lo es, que todos los miembros fieles de la Iglesia harán lo que nuestro Padre Celestial les pida que hagan, tal vez los llamamientos deberían de ser mas abiertos y directos. He notado que, a veces, los obispos en todas partes del mundo les hacen esta pregunta a los candidatos a. misionero: “Juan, ¿has pensado en ir a una misión?” Y tal vez Juan se pregunte si es acaso posible para un joven de esta Iglesia no pensar en una misión.

Ya sea que se trate de un joven, de una señorita o de un matrimonio mayor, la otra pregunta mas frecuente que hace un obispo es: “¿Querría cumplir una misión?” Es posible que sea apropiado preguntarlo, pero debemos recordar que a los primeros misioneros de la Iglesia nunca se les preguntó si deseaban servir ni si les resultaba conveniente.

Me sentí complacido recientemente al observar a un buen obispo concertar una entrevista con un joven fiel, candidato a misionero, y después, durante la entrevista, llegar a conocerlo mejor y a sentir juntos el Espíritu. En esa reunión le preguntó al joven si estaba dispuesto a hacer cuanto el Señor le pidiera y le dijo lo siguiente: “Mis consejeros y yo hemos orado a nuestro Padre Celestial y El nos ha hecho saber que desea que cumplas una misión regular. ¿Que le respondes a tu Padre Celestial?” La respuesta fue afirmativa. A continuación, el obispo hablo con el candidato a misionero sobre lo que debía hacer con sus posesiones, su novia y sus estudios, todos asuntos que debía resolver antes de ser llamado.

Hoy día. menos de la mitad de nuestros fieles jóvenes de los Estados Unidos y Canadá sirven en una misión; en el resto del mundo, se llama a uno o a dos de cada diez. Una vez que, como lideres y padres, demos la debida importancia al milagro eterno de este llamamiento, con toda su fuerza y magnitud, muchos mas miles de jóvenes servirán en misiones regulares.

Tal vez nuestro Padre Celestial no nos llame por nuestro nombre de pila, pero sus siervos llamados y ordenados si nos llamaran por nuestro nombre para servir por un tiempo determinado, y lo harán en nombre del Señor, y por medio de Su inspiración y revelación. Ruego que todos tengamos una visión mas profunda de la naturaleza y el significado divinos de este llamamiento, este gran milagro eterno. Esta es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amen.