Nos unimos a muchas personas en todo el país y en todo el mundo que sienten una profunda tristeza ante la evidencia reciente de racismo y la obvia indiferencia por la vida de los seres humanos. Detestamos la realidad de que algunas personas niegan a los demás el respeto y las libertades más básicas debido al color de su piel.

También nos entristece cuando esos ataques a la dignidad humana conducen a la intensificación de la violencia y conmoción.

El Creador de todos nosotros hace un llamado a cada uno de nosotros a abandonar las actitudes de prejuicio contra cualquier grupo de los hijos de Dios. ¡Cualquiera de nosotros que tenga prejuicios hacia otra raza debe arrepentirse!

Durante la misión terrenal del Salvador, Él ministró constantemente a aquellos que fueron excluidos, marginados, juzgados, pasados por alto, maltratados y rechazados. Como Sus seguidores, ¿podemos hacer menos que eso? ¡La respuesta es no! ¡Creemos en la libertad, la bondad y la equidad para todos los hijos de Dios!

Seamos claros. Somos hermanos y hermanas; cada uno de nosotros es hijo de un amoroso Padre Celestial. Su hijo, el Señor Jesucristo, nos invita a todos a venir a Él: “… negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres” (2 Nefi 26:33). Corresponde a cada uno de nosotros hacer todo lo que podamos en nuestra esfera de influencia para preservar la dignidad y el respeto que cada hijo e hija de Dios merece.

Debemos cultivar el respeto fundamental por la dignidad humana de cada alma humana, sin importar su color, credo o causa.

También debemos trabajar incansablemente para construir puentes de comprensión en lugar de crear muros de segregación.

Ruego que trabajemos juntos para alcanzar paz, respeto mutuo y un torrente de amor por todos los hijos de Dios.

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