Retratos de fe
Fatu Gamanga
Provincia del Este, Sierra Leona
Por medio del programa de alfabetización del Evangelio, Fatu no solo aprendió a leer y a escribir, sino que también aprendió sobre el evangelio de Jesucristo. Antes de unirse a la Iglesia, Fatu tenía dificultades para mantener a su familia. Ahora ha desarrollado destrezas de autosuficiencia y dirige su propio negocio de elaboración y venta de hermosos tapetes hechos a mano. También sirve como presidenta de la Sociedad de Socorro de su rama.
Christina Smith, fotógrafa
Era niña cuando perdí a mi padre; fue difícil vivir sin él. Mi madre trató de mantener a su familia, pero no tenía suficiente dinero para darme una educación. Me desanimé porque tuve que dejar de instruirme y nunca aprendí a leer. Mi madre y yo intentamos hacer muchas cosas en nuestro pueblo para mantenernos, como trabajar en una granja. Durante años, luchamos juntas.
Con el tiempo, me casé y tuve hijos. Varios años más tarde, mi esposo murió y yo tuve dificultades como madre sola para cuidar de mis hijos.
Mis amigas me visitaron y me dijeron: “Has perdido a tu esposo y ahora estás sufriendo; queremos invitarte a nuestra iglesia para que veas lo que Jesús puede hacer por ti”. Seguí a mis amigas a su iglesia y también fui a otras iglesias.
Un día, una mujer que vivía a unas pocas casas de distancia se me acercó y me dijo: “Yo tengo una iglesia. ¿Quieres venir?”.
“No”, dije, “he probado una iglesia tras otra”.
“Por favor”, dijo la mujer, “quiero invitarte a mi iglesia”.
“¿Cómo se llama tu iglesia?”, pregunté.
“Mi iglesia es La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”.
Me convenció de que averiguara más. Invitó a los misioneros para que me visitaran. El primer día que vinieron, reuní a mi familia. Los misioneros se sentaron y comenzaron a enseñarnos.
La primera vez que fui a la Iglesia, me senté junto a una mujer que cantaba con un himnario. Traté de prestar atención, pero no sabía leer; ni siquiera podía entender lo que estaba cantando y me sentí desanimada. “No volveré a ir a esa iglesia”, me dije.
Les dije a los misioneros que no volvería a ir a la Iglesia. Un misionero dijo: “No voy a obligarla a ser miembro de esta Iglesia, pero voy a decirle la verdad. Si quiere creer que esta Iglesia es verdadera, lea este libro”, y me dio el Libro de Mormón.
“No puede darme este libro”, dije. “No he recibido educación; ni siquiera sé leer. No necesito su libro”.
Los misioneros me dijeron: “Sus hijos están aprendiendo a leer; ellos le leerán esto, y usted lo entenderá”.
“Lo intentaré”, dije.
Mi hija comenzó a leerme el Libro de Mormón y fui a la Iglesia otra vez. Una hermana de la Iglesia se acercó a mí y me habló de una clase para quienes no saben leer ni escribir. Dijo que era la clase de alfabetización del Evangelio.
“Necesitamos un alumno”, dijo.
“Realmente me gustaría saber leer y escribir”, dije. “¡Así que asistiré a esa clase!”.
Al asistir a la clase, aprendí a leer y a escribir y mucho más sobre el Evangelio. Mi hija me siguió leyendo el Libro de Mormón y un día le dije: “Esta es la palabra de Dios; no puedo negarlo”. Decidí bautizarme.
Poco después de mi bautismo, el presidente de la rama me llamó y me dijo: “Hermana Gamanga, el Espíritu me ha indicado que la llame para ser la presidenta de la Sociedad de Socorro”.
“No sé lo que quiere decir”, le dije. “No sé leer, no sé escribir, ¿y quiere llamarme a mí? ¿Qué significa eso?”.
Explicó que yo invitaría a las mujeres a la Iglesia, hablaría con ellas y las ayudaría. “Con Dios, puedo hacerlo”, dije.
Desde ese día, me han sucedido muchas cosas en la vida. Comencé a leer solo palabras de dos letras, luego palabras de tres; luego pasé de palabras de tres letras a palabras de cuatro, y luego de cinco a seis letras. Eso me ha ayudado a enseñar en la Sociedad de Socorro.
Si hay algo que no entiendo, pido ayuda. Mi problema es la ortografía. No sé pronunciar algunas palabras, pero recibo ayuda para que pueda entender. Cuando estoy enseñando, le pido a una de las hermanas de la Sociedad de Socorro que me ayude con las palabras que no conozco. Así enseño en clase. Cada vez que pido ayuda, aprendo más.
Antes de unirme a la Iglesia, intenté ganar dinero vendiendo tapetes hechos a mano, pero no tenía dinero para comprar material. Solía decirle a la gente: “Si quiere un tapete, vaya a comprar el material y tráigamelo; entonces se lo haré. Puede pagarme cuando termine”.
Ahora que estoy aquí, en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, he aprendido sobre la autosuficiencia. La Iglesia me ha dado más perseverancia para aprender a leer, escribir, hablar y tratar de hacer algo para ser autosuficiente. Ahora voy a la tienda del sastre y pido las piezas sobrantes que cortan de la ropa y dejan en el piso. Compro las piezas de material por poco dinero y las uso para hacer mis tapetes. Ahora vendo más que nunca.
Desde que me uní a la Iglesia, mi vida ha cambiado. ¡He pasado de nada a heroína! Estoy orgullosa de Jesucristo y estoy orgullosa de Su Iglesia. Estoy muy agradecida por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Las bendiciones de la alfabetización y la autosuficiencia le han dado a Fatu la oportunidad de tender una mano a los demás y compartir lo que ha aprendido.
Fatu ha sentido seguridad y confianza en Dios al abrazar nuevas oportunidades de servir. “Con Dios, puedo hacerlo”, afirma.