Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
El vivir la ley de castidad


Capítulo 20

El vivir la ley de castidad

¿Qué podemos hacer para salvaguardar tanto nuestra propia castidad como la de nuestra familia?

Introducción

Si desean que las bendiciones del Espíritu del Señor estén con ustedes, deben conservar su cuerpo, que es templo de Dios, limpio y puro”, dijo el presidente Harold B. Lee1.

Para ilustrar la importancia de ese consejo, citó la apesadumbrada carta de un hombre que había transgredido la ley de castidad: “Cuando yo disfrutaba del Espíritu del Señor y vivía el Evangelio, las páginas de las Escrituras se abrían ante mí con un nuevo entendimiento, y el significado de lo que contienen entraba directamente a mi alma. Ahora, desde que se pronunció la decisión de mi excomunión, ya no leo con entendimiento; leo con dudas los pasajes que anteriormente entendía con toda claridad. Antes, yo disfrutaba al efectuar las ordenanzas del Evangelio para mis hijos: bendecir a mis hijos recién nacidos, posteriormente, bautizarlos, confirmarlos, bendecirlos cuando estaban enfermos. Ahora debo quedarme a un lado y ver que algún otro hombre efectúe esas ordenanzas. Me gustaba tanto ir al templo, pero, ahora, las puertas del templo están cerradas para mí. Solía quejarme un poco por los donativos que pide la Iglesia, el pago del diezmo, el pago de las ofrendas de ayuno, el donar para esto y para aquello, y, ahora, en calidad de excomulgado, no se me permite pagar diezmos; ahora, los cielos están cerrados para mí, porque no puedo pagar el diezmo. Nunca más en la vida volveré a quejarme por las solicitudes de la Iglesia de hacer el sacrificio de dar de mis medios. Mis hijos son muy bondadosos conmigo, pero sé que en lo más profundo de sus almas se sienten avergonzados del padre cuyo apellido llevan”2.

El presidente Lee dijo: “El hombre o la mujer que siempre tienen la vista fija en la meta eterna de la vida eterna son verdaderamente ricos, por motivo de que toda su alma está impregnada del fuego que reciben los que se han conservado dignos”3.

Enseñanzas de Harold B. Lee

¿Por qué es fundamental obedecer la ley de castidad?

A fin de que el hombre y la mujer pudiesen unirse en el sagrado vínculo del matrimonio, mediante el cual se preparan cuerpos terrenales como tabernáculos de cuerpos espirituales, el Señor ha puesto dentro de cada hombre joven y de cada mujer joven el deseo de relacionarse el uno con el otro. Esos son impulsos sagrados y santos, y a la vez son enormemente potentes. A fin de que la vida no se tuviese en poco, y de que los procesos de la vida no se utilizaran mal para la simple satisfacción de las pasiones humanas, Dios ha puesto en primer lugar en la categoría de delitos graves de los que se advierte en los Diez Mandamientos, primero, el asesinato, y, segundo, la impureza sexual: “¡No matarás!” “¡No cometerás adulterio!” (Véase Éxodo 20:13–14)… La Iglesia les aconseja ser modestos en su modo de vestir y de conducirse, y desechar los pensamientos malos que les llevan a pronunciar palabras obscenas o inmorales y a comportarse en forma baja e indecorosa. Para alcanzar la felicidad conyugal absoluta, las fuentes de la vida deben conservarse puras4.

Sean virtuosos. Ése es uno de los más grandes mandamientos.

“Deja también que tus entrañas se llenen de caridad para con todos los hombres, y para con los de la familia de la fe, y deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios; y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo.

“El Espíritu Santo será tu compañero constante, y tu cetro, un cetro inmutable de justicia y de verdad; y tu dominio será un dominio eterno, y sin ser compelido fluirá hacia ti para siempre jamás” (D. y C. 121:45–46).

Pero nunca jamás tendremos ese dominio, ni ese poder ni la compañía constante del Espíritu Santo si no aprendemos a ser virtuosos en nuestros pensamientos, en nuestros hábitos y en nuestras acciones5.

Cíñanse con la armadura de la rectitud. No cedan a la tentación en un momento de debilidad. Salvaguarden el baluarte de la pureza. Su cuerpo es el templo del Espíritu Santo si lo conservan limpio y puro6.

Alberguen pensamientos puros para vivir la ley de castidad con mayor perfección de lo que lo han hecho hasta ahora. Recuerden lo que ha dicho el Maestro: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mateo 5:27–28). Por tanto, nuestros pensamientos deben ser puros. Venzan cualquier hábito que puedan tener y que tenga propensión a actos inmorales, y digan no a la inmoralidad que les malograría la vida7.

¿Qué consecuencias acarrea la transgresión de la ley de castidad?

Nunca antes ha habido un desafío semejante a la doctrina de la rectitud, la pureza y la castidad. Las normas morales están siendo menoscabadas por los poderes del mal. Nada hay más importante que el que enseñemos con todo el poder de que seamos capaces, guiados por el Espíritu del Señor, a fin de persuadir a nuestra gente en el mundo a vivir cerca del Señor en estos tiempos de gran tentación8.

La amenaza más grande de Satanás en la actualidad es la de destruir a la familia y ridiculizar la ley de castidad y la santidad del convenio del matrimonio9.

Hace un tiempo, una de nuestras conferencias de estaca terminó con un interesante mensaje… Cuando el presidente de estaca se puso de pie para terminar la conferencia, miró hacia la galería que estaba llena de jóvenes y dijo: “Hay algo que deseo decir a ustedes, los jóvenes que están en la galería. Quizás mientras yo sea su presidente de estaca, todos ustedes irán a verme para que les entreviste —ya sea para ser avanzados en el sacerdocio, para algún cargo al que sean llamados o para recibir la recomendación para el templo—, y entre otras cosas, les voy a hacer esta pregunta de profundo examen de conciencia: ‘¿Es usted moralmente limpio?’. Si pueden contestar con sinceridad: ‘Sí, presidente, soy moralmente limpio’, serán felices. Si tienen que contestar: ‘No, no lo soy’, se sentirán tristes; y si me mienten, la amargura les llenará el alma mientras vivan”…

Un día vamos a tener que comparecer ante nuestro Hacedor y, como dijo Moroni —y ésas son palabras muy enérgicas—: “¿Suponéis que podríais ser felices en la presencia del Santo de Israel, siendo conscientes de vuestra culpa y de vuestra impureza?”. Él dijo: “Seríais más felices si vivierais con las almas condenadas en el infierno que en la presencia del Santo de Israel con la conciencia de vuestra impureza e inmundicia” [véase Mormón 9:3–4]10.

Cuando quebrantamos los mandamientos, nos hacemos daño nosotros mismos y también hacemos daño a los demás. Las consecuencias de la falta suelen ser la tristeza, la depresión, la hostilidad o el retraimiento si no nos arrepentimos. De hecho, disminuimos nuestra propia estimación; degradamos nuestra función como hijos e hijas de Dios; ¡podríamos incluso intentar escapar de la realidad suprema de quiénes somos en verdad!

Cuando pecamos, nos volvemos miembros menos eficaces de la familia humana… Podríamos perjudicar a otras personas; podríamos aun, por razones distorsionadas, desquitarnos de la familia humana por nuestras propias fallas, y de ese modo multiplicar el sufrimiento humano. La falta de castidad de los padres emite una reacción en cadena que podría hacer sentir sus efectos a lo largo de generaciones, aun cuando el resentimiento y la rebelión de los desilusionados hijos se manifiesten en una forma diferente. La ausencia de amor en el hogar produce reacciones que repercuten en todos nosotros; el género humano paga un precio espantoso por esas faltas. ¿Qué podría tener una importancia más directa para las necesidades de la familia humana que el que seamos castos, que cultivemos el amor en casa, de hecho, que cumplamos todos los mandamientos?11.

Nunca el hombre o la mujer que ocupen un cargo elevado en esta Iglesia y que caigan por debajo de las normas que se espera que él o ella vivan caerán sin arrastrar a su mismo nivel a muchas personas que hayan tenido fe en él o ella. Habrán producido una herida en la conciencia de ellas; habrán debilitado aun más a los débiles en la fe, y muchas serán las personas que marquen el día en que se habrán apartado de esta Iglesia cuando alguien en quien ellas tenían fe cayó por debajo de las normas que se esperaba que mantuviese12.

He hecho notar la atrocidad del pecado; que la paga del pecado es muerte y que, mediante la expiación del Señor Jesucristo, ustedes, los que hayan pecado, podrán, por medio del verdadero arrepentimiento, hallar el perdón y el camino a la dicha en esta vida y a la plenitud en la vida venidera13.

¿Qué responsabilidad tienen los poseedores del sacerdocio en relación con la ley de castidad?

Hermanos, debemos resolver de nuevo que vamos a guardar la ley de castidad: y si hemos cometido errores, comencemos ahora a rectificarlos. Caminemos hacia la luz; y, les ruego, hermanos, que no utilicen mal el don prodigioso que tienen como hombres, los que se unen con el Creador en la procreación de almas humanas, al participar en algún tipo de relación ilícita que sólo les llevará a la deshonra y a destrozar el corazón de su esposa y de sus hijos. Hermanos, les suplicamos que se conserven moralmente limpios, que anden por el camino de la verdad y de la rectitud, para que de ese modo obtengan la aprobación del Padre Celestial cuyos hijos ustedes son14.

Quisiera prevenir a esta gran congregación de poseedores del sacerdocio contra el gran pecado de Sodoma y Gomorra, el cual ha sido catalogado en segundo lugar como pecado de gravedad después del asesinato. Me refiero al pecado del adulterio, el que, como saben, fue el nombre que empleó el Maestro al referirse a los pecados sexuales ilícitos tanto de la fornicación como del adulterio; y además de eso, al igualmente grave pecado de la homosexualidad, que parece ir adquiriendo ímpetu con la aceptación social en la Babilonia del mundo, de la cual los miembros de la Iglesia no deben ser parte.

Aunque estamos en el mundo, no debemos ser del mundo. Cualquier intento que hagan los planteles educacionales o los lugares de diversión por exhibir ostentosamente perversiones sexuales, las cuales no hacen más que incitar a la experimentación, debe encontrar entre [los poseedores] del sacerdocio de esta Iglesia una [oposición] vigorosa e implacable por conducto de todos los medios lícitos que puedan emplearse15.

Un hijo de Dios, y en particular el que posee el sacerdocio y ha sido activo en la Iglesia, que considere el don que ha recibido de Dios de los poderes creadores de la vida como un simple juguete o que su relación con su novia es más que nada para satisfacer sus apetitos lujuriosos, estará jugando el juego de Satanás, que sabe que ese comportamiento constituye la forma infalible de destruir en el alma de la persona el refinamiento indispensable para recibir la compañía del Espíritu del Señor16.

¿Cómo pueden los padres enseñar a sus hijos a comprender y a vivir la ley de castidad?

La enseñanza más eficaz de la Iglesia se imparte en el seno de la familia donde la responsabilidad del padre y de la madre es enseñar a sus hijos, mientras éstos todavía son pequeños, los principios básicos de la fe, el arrepentimiento, la creencia en el Salvador, los principios de la castidad, la virtud, el honor, etc., que se enseñan a una edad temprana. La mejor fortaleza con que los hijos puedan contar para mantenerse alejados de las cosas del mundo será el temor a perder su lugar en el círculo familiar eterno. Si se les ha enseñado en la infancia y en la adolescencia a amar la familia y a reverenciar el hogar, pensarán dos veces antes de hacer algo que los excluiría del pertenecer a ese hogar familiar eterno. Para nosotros, el tener hijos, la castidad y la virtud son algunas de las verdades más valiosas que tenemos: las cosas más fundamentalmente importantes17.

¿Nos hemos asegurado de que al ir progresando esa pequeña alma que ha sido confiada a nuestro cuidado nunca la hayamos dejado sin el beneficio de la madurez que nos han dado los años para enseñarle cómo debe actuar, basándonos en nuestra experiencia? ¿Le establecimos, durante los años en que crecía, el fundamento y el entramado para una vida sólida, satisfactoria y feliz, o dejamos eso a la incertidumbre del ensayo y el error, confiando en que tal vez la Providencia protegería a nuestra querida hija al paso que fuese ganando experiencia?

Quizás un hecho de la vida real sirva para poner de relieve el concepto que intento presentar… Un joven piloto volaba solo a gran altura sobre el aeropuerto en un vuelo de entrenamiento de rutina… de repente, con un grito, comunicó por el sistema de radio al operador de la torre de control: “¡No veo nada! ¡Me he quedado ciego!”. Si el que le guiaba desde la torre de control también se hubiese llenado de pánico, ello hubiera significado indefectiblemente una catástrofe tanto para el joven piloto como para la valiosa aeronave; pero, felizmente, era un hombre avezado que, por experiencia, sabía que en ciertas circunstancias de gran tensión nerviosa a un joven principiante se le podía producir ceguera temporaria. Con toda calma, habló al joven piloto y le dirigió en el proceso de descenso, de modo que diese círculos, perdiendo altura lentamente, mientras que al mismo tiempo dio órdenes de que llevasen de inmediato el equipo para los casos de emergencia por si ocurría un accidente. Al cabo de unos minutos de extremada angustia, que parecieron interminables a todos los que presenciaban aquello, el enceguecido piloto hizo tocar las ruedas del aparato sobre la pista de aterrizaje hasta que finalmente lo detuvo. Los asistentes de la ambulancia se apresuraron en llevar al muchacho al hospital de la base militar.

¿Qué habría ocurrido si el operador de la torre de control se hubiera puesto nervioso, o hubiese eludido su responsabilidad o no hubiera sabido cómo habérselas con esa clase de situación desesperada? La respuesta es que habría ocurrido lo mismo que le podría ocurrir a la joven que no contara con la juiciosa consejera de la experiencia y que se enfrentase con una crisis espantosa e inusitada. Tanto en el primero como en el segundo caso, una vida se habría estropeado, o quizá se habría destruido, y se habría perdido la oportunidad de alcanzar los más elevados logros…

Ojalá todas las madres hubiesen podido oír el sincero lamento y las preguntas de la encantadora joven que, cuando parecía tener prácticamente a su alcance la realización de su sueño de niña de casarse en el templo, había quebrantado la ley de castidad, razón por la cual… vivía constantemente torturada por su conciencia. Las preguntas que hacía eran: “¿Cómo iba yo a saber que me encontraba en peligro? ¿Por qué no tuve fortaleza para oponer resistencia?”. Al igual que el piloto enceguecido, había estado piloteando a ciegas, pero, lamentablemente para ella, no hubo un guía en la torre de control que le diese orientación para llegar a aterrizar sana y salva en los momentos de crisis. ¡Ah, si hubiese podido hablar de su problema con una madre juiciosa!

¿Había estado la madre demasiado ocupada con el trabajo en la Iglesia, o con sus quehaceres domésticos, o en reuniones sociales o clubes sociales para haber cultivado con su hija la camaradería necesaria para que la joven se hubiera acercado a ella con confianza a hablarle de sus confidencias más íntimas sobre tales asuntos sagrados? Quizá la madre era una persona que se contentó con que a su hija le enseñasen en los cursos académicos los delicados asuntos que, con demasiada frecuencia, sólo sirven para animar a los alumnos a la experimentación. Quizá la madre nunca se dio cuenta de que en la propia sala de su casa, todos los días, tanto por la radio como por las revistas y la televisión llegaban los distorsionados y a la vez ingeniosamente disfrazados conceptos del amor, de la vida y del matrimonio que los jóvenes suelen confundir con el camino que lleva a la felicidad18.

Madres de familia, manténganse cerca de sus hijas. Cuando éstas sean pequeñitas, no permitan que alguna otra persona les hable de cómo se reproducen los seres humanos. En cuanto sus hijitas comiencen a hacerles preguntas infantiles acerca de las cosas íntimas, siéntense al lado de ellas y háblenles al nivel de la comprensión de ellas. Entonces, ellas les dirán: “Sí, mamá, está bien”. Y, posteriormente, cuando lleguen a la adolescencia, acudirán nuevamente a ustedes a hacerles preguntas, pero esta vez sus interrogantes serán más complejas. Después comenzarán a salir con jóvenes del sexo opuesto y ¿a quién acudirán en busca de consejo? Si ustedes han hecho lo que debían haber hecho, acudirán a ustedes a pedirles consejo sobre esto y aquello, y en la víspera de su casamiento, buscarán el consejo de su madre y no el de las mujeres de la calle.

Y ustedes, los padres de familia, sean amigables y compañeros de sus hijos varones. No hagan a un lado a su muchachito cuando él desee recibir el consejo de ustedes acerca de las cosas de las que quiere que el padre le hable. En ello yace la seguridad en el hogar. Allí está la seguridad de sus jóvenes. Ustedes, padres, y ustedes, madres, no les nieguen esa seguridad19.

Una de las cosas que debemos hacer al enseñar a nuestros jóvenes es prepararlos de tal manera que sepan de antemano cómo hacer frente a la tentación que se les presente en un momento de descuido…

El que tiene la responsabilidad principal es el padre del joven. Eso no quiere decir que el padre despierte una mañana y llame a su hijo para contarle en quince minutos cómo se reproducen los seres humanos. Eso no es lo que el muchacho necesita; necesita un padre que responda cuando él quiera hacer preguntas de naturaleza delicada. Tiene hambre de saber; tiene curiosidad por las cosas.

Si el padre es franco y sincero, y le habla al nivel de su comprensión a medida que vaya creciendo, él será la persona a la que el hijo acuda para recibir consejos en los que años que sigan. Ese padre será un ancla para el alma del hijo, al sacar del libro de su experiencia las lecciones que dé a su vástago para prepararlo ante la posibilidad de caer en una trampa fatal en un momento de descuido20.

Cuánto deseo hoy día poder inculcar en ustedes, los que deben pasar todos los días por el puente colgante que se cimbra encima del espíritu mundano y del pecado que fluyen como un río turbulento allá, debajo de ustedes, cuánto anhelo poder lograr que cuando les sobrevinieran punzadas de duda y de miedo que les hiciesen perder el ritmo de la oración, de la fe y del amor, oyesen mi voz que les llamara desde allá, de más adelante en el puente de la vida, diciéndoles: “Tengan fe —éste es el camino—, pues yo puedo ver más allá que ustedes”. Ruego a Dios que sientan el amor que emana de mi alma hacia la de ustedes, que sepan de la profunda compasión que siento hacia cada uno de ustedes al hacer frente a sus problemas del día. Ha llegado el momento en que cada uno de ustedes debe valerse por sus propios medios. Ha llegado el momento en que ningún hombre ni ninguna mujer podrá permanecer con luz prestada. Cada uno tendrá que ser guiado por la luz que lleve dentro de su alma. Si no la tienen, no podrán resistir [las pruebas]21.

Sugerencias para el estudio y el análisis

  • ¿Por qué debemos albergar pensamientos puros para vivir la ley de castidad?

  • ¿Qué bendiciones reciben los que son castos y virtuosos?

  • ¿Por qué es la falta de castidad el camino que conduce a la destrucción tanto física como espiritual? ¿Por qué el quebrantar la ley de castidad representa el “escapar de la realidad suprema de quiénes somos en verdad”?

  • ¿Qué responsabilidad tienen los poseedores del sacerdocio con respecto al hecho de salvaguardarse tanto ellos mismos como a sus seres queridos de los peligros de la falta de castidad?

  • ¿Qué deben enseñar a sus hijos tanto el padre como la madre acerca de la pureza sexual? ¿Qué pueden hacer los padres para garantizar que sus hijos sientan la confianza suficiente para compartir asuntos íntimos con ellos?

  • ¿Qué influencias que reinan en el mundo en la actualidad pueden disminuir nuestra capacidad para resistir la tentación de ser inmoral? ¿Por qué la exhortación de que “ningún hombre ni ninguna mujer podrá permanecer con luz prestada” se aplica particularmente al guardar la ley de castidad en el mundo de hoy?

Notas

  1. En “Conference Report”, “Mexico and Central America Area Conference”, 1972, pág. 103.

  2. The Teachings of Harold B. Lee, editado por Clyde J. Williams, 1996, pág. 105.

  3. By Their Fruits Shall Ye Know Them, “Brigham Young University Speeches of the Year”, 12 de octubre de 1954, pág. 8.

  4. The Teachings of Harold B. Lee, págs. 213–214.

  5. Stand Ye in Holy Places, 1974, pág. 215.

  6. The Teachings of Harold B. Lee, pág. 215.

  7. The Teachings of Harold B. Lee, pág. 608.

  8. The Teachings of Harold B. Lee, pág. 85.

  9. The Teachings of Harold B. Lee, pág. 227.

  10. Discurso pronunciado al alumnado y a los líderes estudiantiles del “Ricks College”, 3 de marzo de 1962, Archivo General del Departamento Histórico, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, págs. 19–20.

  11. The Teachings of Harold B. Lee, págs. 226–227.

  12. The Teachings of Harold B. Lee, pág. 504.

  13. Decisions for Successful Living, 1973, pág. 219.

  14. The Teachings of Harold B. Lee, pág. 218.

  15. The Teachings of Harold B. Lee, pág. 232.

  16. The Teachings of Harold B. Lee, pág. 224.

  17. Entrevista con Tom Pettit para “NBC”, 4 de mayo de 1973, Archivo General del Departamento Histórico, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, págs. 22–23.

  18. “My Daughter Prepares for Marriage”, Relief Society Magazine, junio de 1955, págs. 348–349.

  19. The Teachings of Harold B. Lee, págs. 227–228.

  20. The Teachings of Harold B. Lee, pág. 228.

  21. “Fortifying Oneself against the Vices of the World”, discurso pronunciado en el acto de licenciatura del “Ricks College”, 6 de mayo de 1970, Archivo General del Departamento Histórico, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, págs. 18–19.