2023
Una conversación sobre historias preciosas
Marzo de 2023


Una conversación sobre historias preciosas

Élder Soares: En muchas familias latinoamericanas, los recuerdos se forjan alrededor de la mesa, y así era con mi familia. Aprovechábamos cualquier oportunidad para reunirnos, cocinar y disfrutar de una comida increíble. Pasábamos tiempo juntos en familia en los cumpleaños, las vacaciones y hasta los domingos. Era una tradición que se transmitía de generación en generación, e incluso cuando tuvimos nuestra propia familia, con nuestros tres hijos, visitábamos a mi familia todos los domingos: cocinábamos, comíamos y pasábamos horas y horas juntos, brindándonos amor y apoyo mutuos.

Hermana Soares: Estas historias y tradiciones familiares forman parte de lo que somos. Algunas de las historias y tradiciones se transmiten y otras se van descubriendo. A medida que trabajemos en la historia familiar y descubramos más cosas sobre los que nos precedieron, podremos hallar poder en ese descubrimiento, un poder que nos conducirá a comprender mejor quiénes somos y dónde pertenecemos.

Élder Soares: ¿Qué historias familiares les dan fortaleza? ¿Qué tradiciones mantienen vivas? Si no se les ocurre nada, no se desanimen. Los animamos a que las descubran. Y recuerden: la historia familiar no trata solamente de un pasado lejano. Pueden recordar sus propias experiencias e historias recientes o la historia que se va desarrollando ahora mismo, en el presente. Además, pueden crear sus propias tradiciones. Es la combinación del pasado y del presente lo que los convierte en personas únicas.

Historias de la niñez

Élder Soares: Tenía un hermano dos años mayor que yo con un problema auditivo. Él tenía muchas dificultades para comunicarse, y recuerdo cómo me convertí básicamente en su compañero, ayudándolo a hacer cosas y a comunicarse con las personas. Tuve que aprender a comunicarme en la lengua de signos en la Iglesia. Por ejemplo, en una ocasión, mi hermano recibió la asignación de dar un discurso en la Iglesia; sin embargo, no era capaz de hablar, así que me senté con él y, hablándole con señas, lo ayudé a escribir el discurso. En la reunión sacramental, se puso a mi lado en el púlpito mientras yo leía el discurso que él había preparado.

Mis padres eran muy fieles y su conversión al Evangelio les cambió la vida para siempre. Esto me abrió nuevas perspectivas, porque trabajaron arduamente para que mi vida pudiera ser diferente en el futuro. Sintieron tanto gozo gracias al evangelio de Jesucristo que, en cuanto fueron bautizados, comenzaron a invitar a los vecinos a escuchar las lecciones de los misioneros en nuestra casa.

Hermana Soares: En mi casa, mi padre y el resto de la familia no éramos religiosos, pero mi padre siempre oraba todas las noches de rodillas, y yo lo observaba desde muy pequeña. No me enseñó con palabras, sino con acciones. Cuando yo era pequeña, recuerdo también que, en ocasiones, tomaba el nombre de Dios en vano. No sabía que estaba haciendo algo malo, pero mi madre me enseñó que no debía hablar de esa manera. Ella no era religiosa, pero distinguía entre el bien y el mal. Cuando yo tenía nueve años, una niña de mi barrio, de la misma edad, me invitó a ir a la Primaria por primera vez.

Élder Soares: Creciste en la Iglesia sin que tus padres estuvieran en ella y aun así edificaste tu fe en el Evangelio, y ahora has decidido dedicar tu vida a enseñar a nuestros hijos esa misma fe.

Historias sobre cómo formar una familia

Élder Soares: Conocí a la hermana Soares en un baile de la Iglesia, seis meses después de haber regresado de mi misión; ella también acababa de volver de la misión.

Hermana Soares: Me fijé en que me mirabas y algo comenzó a despertarse en mi interior también. En cuanto terminó la música, te acercaste y me pediste que bailáramos.

Élder Soares: Continuamos siendo amigos, pero fue esa noche cuando se nos abrieron los ojos. Cada uno de nosotros vio a una persona fiel Santo de los Últimos Días joven y el potencial de una relación. Dos semanas después, comenzamos a salir. Eso fue ya hace cuarenta y un años.

Recuerdo lo difícil que fue, durante los primeros cinco años de matrimonio, intentar tener hijos.

Hermana Soares: Esos años fueron muy difíciles, porque no podía quedarme embarazada.

Élder Soares: Tuvimos muchos problemas de salud después de tanto esfuerzo, pero fue entonces cuando recibimos una bendición del sacerdocio. Más tarde te operaron y, unos meses después…

Hermana Soares: Nuestro sueño se hizo realidad.

Élder Soares: Te quedaste embarazada.

Hermana Soares: Confiamos mucho en el Señor y reconocimos las bendiciones tangibles que recibimos. No fue fácil para nosotros dos, tan inexpertos, pero también resultó ser algo maravilloso.

Élder Soares: A medida que nos enfrentábamos a los desafíos de la vida, el Señor proveía nuestras necesidades espirituales, dándonos la paz que necesitábamos, consuelo y capacidad para trabajar, para seguir adelante y terminar nuestra educación. Aquella fue una época importante en nuestra vida que cambió por completo la dirección de todo lo que pensábamos hacer.

Hijos de Dios y el templo

Élder Soares: Es importante que recordemos nuestra cultura, legado y tradiciones. Además de las experiencias que conforman la historia de nuestra vida, todo eso contribuye a que podamos comprender quiénes somos, pero no se puede comprender plenamente la magnitud de quiénes somos sin entender de quién somos. ¿Comprenden que cada uno de ustedes es, literalmente, un hijo de Dios? ¿Han descubierto lo que significa para ustedes ese legado divino? Para mí, ese descubrimiento —el comienzo de mi testimonio— empezó a una tierna edad, pero ha seguido desarrollándose y fortaleciéndose a lo largo de mi vida.

Hermana Soares: Ir una y otra vez al templo puede ayudarnos a cada uno de nosotros a volver a conectar con nuestras raíces espirituales. Es allí donde podemos aprender una y otra vez el plan de Dios para nosotros. Es allí donde podemos escapar de las voces ruidosas que tan desesperadamente intentan distraernos de quiénes somos realmente. Es allí donde podemos colaborar en la causa más grande: el recogimiento de nuestros familiares que nunca tuvieron la oportunidad de recibir las ordenanzas sagradas durante su vida terrenal.

Élder Soares: En todos los templos de los Santos de los Últimos Días en el mundo se pueden encontrar estas palabras: Santidad al Señor, la Casa del Señor. Cuando franqueas las puertas del templo, entras en Su casa, y estás mucho más cerca de Él y del Padre. Todo lo que ocurre dentro de estos muros sagrados se centra en llevarnos a todos a casa, para que regresemos con Aquel a quien llamamos Padre.

Hermana Soares: Sé que hay muchas personas que esperan confiando en el Señor la oportunidad de unirse como matrimonio o ser sellados a sus padres o hijos por el tiempo y la eternidad.

Yo también estoy deseando tener la dulce oportunidad de unirme eternamente a mis amados padres en la Casa del Señor. No hay otro lugar en la tierra donde la relación con Dios y con Jesucristo se sienta y se comprenda con mayor claridad que dentro de los muros del templo.

Comprender quiénes somos, de dónde y de quién venimos, puede aportar a nuestra vida el sentimiento más sublime de paz, perspectiva y propósito.

Élder Soares: Es en el templo donde cada uno de ustedes puede descubrir no solo quién es y de quién es, sino también en quién está destinado a convertirse. Resulta interesante darse cuenta de que, aunque descubrir quiénes somos destaca nuestra individualidad única, descubrir de quién somos pone de manifiesto que somos iguales. Todos “so[mos] iguales ante Dios” (2 Nefi 26:33) y, al margen de nuestras diferencias, cada uno de nosotros tiene el mismo legado divino y la misma oportunidad de alcanzar un glorioso destino celestial.

Hermana Soares: Los descubrimientos de los que hablamos pueden ejercer una influencia poderosa y duradera, no solo en nuestra vida individual, sino también en la vida de las personas con las que compartimos un legado común. Cada uno de nosotros desempeña un papel importante para transmitir las historias familiares, el legado, la cultura y las tradiciones. Cada uno de nosotros es un eslabón que conecta el pasado y el presente con el futuro. Transmitir estos aspectos importantes sobre quiénes somos y de quién somos puede fortalecer a la nueva generación en el momento en que más lo necesita.

La historia más importante

Élder Soares: Tan importante, si no más, que transmitir nuestra cultura y legado es transmitir nuestro testimonio del evangelio de Jesucristo y nuestro testimonio de Él y de Su expiación. Ese legado de fe, transmitido de generación en generación, es el principal legado que podemos dejar a las generaciones futuras.

Como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, no debería sorprendernos este principio. El Libro de Mormón, después de todo, se escribió para el beneficio de nuestros hijos, para que “sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados. Por lo tanto, hablamos […] para que nuestros hijos […] miren ellos adelante hacia aquella vida que está en Cristo” (2 Nefi 25:26–27).

Padres, expliquen ese legado a sus hijos para que sepan quiénes son y de quién son. Puede ser algo tan simple como compartir un testimonio, una historia, una tradición o incluso una comida.

En la cima del cerro del Corcovado se encuentra el Cristo Redentor. Esta majestuosa estatua que representa al Salvador con los brazos extendidos se ha convertido en una de las imágenes más conocidas de Brasil.

Hay días en los que se puede ver claramente este monumento que se eleva sobre la ciudad, pero hay ocasiones en las que las nubes se ciernen sobre la estatua, impidiendo que se vea. En esos momentos, para ver hay que elevarse, y ver requiere una caminata cuesta arriba. Sucede exactamente lo mismo con nuestro Salvador, Jesucristo: para descubrirlo, para saber quién es Él, se requiere que cada uno de nosotros se eleve y emprenda una marcha cuesta arriba.

El camino para descubrir quién es Él ciertamente es individual y está lleno de altibajos. Sin embargo, ese descubrimiento conducirá sin duda, en última instancia, a la pureza y la paz, a la perspectiva y el propósito, y a tener poder y un lugar en la familia de Dios.

Leemos cosas acerca de Su vida, de Su ejemplo perfecto y Sus mandamientos. Descubrir estos aspectos de quién es Él establece la norma definitiva de cómo debemos vivir, el ejemplo que debemos dar y los mandamientos que debemos seguir. En esa búsqueda para llegar a ser como Él, descubrimos nuestra dependencia de Él y de Su expiación. Es por medio de la expiación de Jesucristo que podemos encontrar la pureza y la paz al esforzamos por someter nuestra voluntad a la del Padre, tal como hizo el Salvador.

Llegar a conocerlo a Él nos permite tener perspectiva y propósito, incluso en los momentos más oscuros. En uno de los períodos más dolorosos de mi vida, perdí de forma trágica a mi padre por un inesperado ataque cardíaco. Justo después, este dolor se intensificó con la pérdida de uno de mis hermanos y, al poco tiempo, con la de otro hermano. Durante aquellos momentos tan difíciles, mi querida esposa y yo sufrimos asimismo la pérdida de dos hijos, uno que nació prematuramente y que no sobrevivió, y otro que perdimos por un aborto espontáneo. En esos momentos oscuros —de pena y dolor, de pérdida y desesperación, de prueba y tribulación—, venir a Cristo es la forma segura de encender una luz, aunque solo sea un pequeño destello, que puede crecer dentro de nosotros poco a poco y, con el tiempo, conducir a la esperanza y la sanación.

Ustedes pueden descubrir, al llegar a conocerlo a Él, que en la familia de Dios hay poder y un lugar disponibles para ustedes. Él los aceptará tal y como son y, a medida que se acerquen a Él y aprendan de Él, podrán ser y serán cada vez más semejantes a Él.

Parte de ese proceso de llegar a ser incluye unirse a la causa del recogimiento a ambos lados del velo. Hablando específicamente de la obra del templo y de historia familiar, al ayudar al Señor a “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39), las Escrituras enseñan que literalmente nos convertimos en salvadores en el monte Sion (véase Abdías 1:21). Pero, ¿qué significa eso? Al igual que el Salvador sacrificó Su vida por toda la humanidad, nosotros, en pequeña medida, nos convertimos en salvadores de aquellos que no tienen forma de recibir las ordenanzas de salvación y exaltación sin la ayuda de los que estamos aquí en la tierra. En definitiva, efectuar esta obra nos ayuda en nuestro objetivo de llegar a ser más semejantes a Jesucristo.

Les prometo que, cuando se unan a Él para realizar la obra de nuestro Padre, ayudando a los que nunca tuvieron la oportunidad de recibirlo a Él a caminar paso a paso por la senda de los convenios, comenzarán a verlo tal como Él es. ¡Serán semejantes a Él y cada uno de ustedes descubrirá quién es y lo extraordinario que puede llegar a ser!