2023
La manera en que la identidad divina influye en nuestro sentido de pertenencia y en quienes llegamos a ser
Marzo de 2023


“La manera en que la identidad divina influye en nuestro sentido de pertenencia y en quienes llegamos a ser”, Liahona, marzo de 2023.

La manera en que la identidad divina influye en nuestro sentido de pertenencia y en quienes llegamos a ser

Al priorizar nuestra relación con Dios y nuestro discipulado para con Jesucristo, hallaremos gozo en nuestra identidad divina, obtendremos un sentido de pertenencia perdurable y finalmente alcanzaremos nuestro potencial divino.

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un grupo de personas diferentes

La American Psychological Association [Asociación Estadounidense de Psicología] define el sentido de pertenencia como “el sentimiento de ser aceptado y aprobado por un grupo”1.

Lamentablemente, no todos gozamos del sentido de pertenencia y a veces tratamos de amoldarnos para ser aceptados. “Todos queremos encajar”, explica la psiquiatra británica Joanna Cannon. “A fin de lograrlo, a menudo presentamos versiones ligeramente diferentes de quiénes somos, dependiendo del entorno y de las personas en cuya compañía estemos. Quizás tengamos varias ‘versiones’ de nosotros mismos: en el trabajo, en casa o incluso en línea”2.

Es importante señalar que hay una diferencia entre encajar y pertenecer. Brené Brown, investigadora y autora estadounidense, observó: “Encajar y pertenecer no son lo mismo. De hecho, el encajar es una de las mayores barreras para pertenecer. Encajar tiene que ver con evaluar la situación y llegar a ser quien se tiene que ser a fin de ser aceptado. Pertenecer, por otro lado, no requiere que cambiemos quiénes somos; requiere que seamos quienes somos”3.

Conocer nuestra identidad divina es esencial para tener un sentido de pertenencia; de lo contrario, dedicaremos nuestro tiempo y esfuerzos a amoldarnos para hallar aceptación en lugares que no respetan nuestra naturaleza eterna ni están en armonía con ella. Además, el escoger dónde pertenecer puede conducir a cambios en nuestros valores y comportamientos a medida que nos ajustamos a las reglas y normas del grupo. Con el tiempo, el escoger dónde pertenecer influye en quiénes llegamos a ser.

En resumen, el aceptar nuestra identidad divina influye en dónde deseamos pertenecer, y el lugar de pertenencia que escojamos nos lleva a quienes llegamos a ser con el tiempo.

Identidad divina

Todos vivimos con Dios en la vida preterrenal (véanse Doctrina y Convenios 93:29; 138:55–56). Fuimos creados a Su imagen, varón y hembra (véase Génesis 1:27). Él preparó un plan para que lleguemos a ser como Él (véase Doctrina y Convenios 132:19–20, 23–24). Su plan de felicidad implicaba que viniéramos a la tierra para obtener un cuerpo físico, obtener conocimiento y finalmente regresar a nuestro hogar celestial para vivir con Él en gozo eterno (véanse 2 Nefi 2; 9; Abraham 3:26). Dios reveló: “Esta es mi obra y mi gloria: Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). ¡Aunque parezca increíble, nosotros somos Su obra y Su gloria! Aquello nos indica el inmenso valor e importancia que tenemos para Él.

Dados los miles de millones de habitantes de la tierra, a algunas personas les puede resultar difícil aceptar que Dios nos tenga presentes de manera individual. Testifico que Él nos conoce a cada uno de nosotros y que también está al tanto de lo que hacemos, dónde estamos e incluso de “los pensamientos e intenciones de […] [nuestro] corazón” (Alma 18:32). No solo estamos “contad[os] [para]” Dios (Moisés 1:35), sino que también nos ama de manera perfecta (véase 1 Nefi 11:17).

Debido a Su amor perfecto por nosotros, el Padre Celestial desea compartir todo lo que tiene con nosotros (véase Doctrina y Convenios 84:38). Después de todo, somos Sus hijas e hijos. Quiere que lleguemos a ser como Él, que hagamos aquello que Él hace y que experimentemos el gozo que Él tiene. Cuando abrimos el corazón y la mente a esa verdad, “el Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios” (Romanos 8:16–17).

Diferencias terrenales

En la vida preterrenal, caminamos con Dios, oímos Su voz y sentimos Su amor. Desde entonces, hemos pasado a la vida terrenal a través de un velo de olvido; ya no tenemos un recuerdo perfecto de nuestra vida anterior. Las condiciones de este entorno terrenal hacen que sea más difícil percibir nuestra naturaleza divina y el sentido de pertenencia que disfrutábamos en nuestro hogar celestial.

Por ejemplo, el centrarnos demasiado en las diferencias genéticas y ambientales puede ser un obstáculo para nuestra conexión con Dios. El adversario intenta aprovechar esas diferencias para apartarnos de nuestro linaje divino en común. Los demás nos encasillan o etiquetan y, a veces, incluso nosotros adoptamos esas etiquetas. No hay nada inherentemente malo en identificarse con los demás en función de las características terrenales; de hecho, muchos de nosotros hallamos gozo y recibimos apoyo de personas con características y experiencias similares. Sin embargo, cuando olvidamos nuestra identidad esencial como hijos de Dios, podemos comenzar a temer o a desconfiar de quienes son diferentes de nosotros, o a sentirnos superiores a ellos. Esas actitudes a menudo conducen a la división, a la discriminación e incluso a la destrucción (véase Moisés 7:32–33, 36).

Cuando recordamos nuestro legado divino, nuestra diversidad aporta belleza y riqueza a la vida. Nos vemos como hermanos y hermanas, a pesar de nuestras diferencias. Llegamos a respetarnos y a aprender unos de otros. Nos esforzamos por generar condiciones de apoyo para que los demás sientan que pertenecen, especialmente cuando sus características y experiencias difieren de las nuestras. Sentimos gratitud hacia Dios por la diversidad de Sus creaciones4.

Si bien la genética y el ambiente influyen en nuestra experiencia en la vida terrenal, no nos definen. Somos hijos de Dios con el potencial de llegar a ser semejantes a Él.

Pertenencia por medio de Jesucristo

Sabiendo que afrontaríamos desafíos significativos en la vida terrenal, Dios preparó y envió a Su Hijo, Jesucristo, para ayudarnos a superar esos obstáculos. Cristo ofrece ayudarnos a restablecer la estrecha relación que teníamos con Dios en la vida preterrenal. Como Él explicó: “Yo soy el camino, y la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí” (Juan 14:6; véase también Juan 3:16–17).

Cristo siempre está dispuesto a ayudarnos. Le pertenecemos a Él (véase 1 Corintios 6:20), y anhela que vengamos a Él. En Sus propias palabras, el Salvador promete: “Ven[id] a mí con íntegro propósito de corazón, y yo [os] recibiré” (3 Nefi 12:24).

Entonces, ¿cómo venimos a Cristo con íntegro propósito de corazón?

En primer lugar, lo aceptamos como nuestro Salvador y Redentor. Reconocemos la grandeza de Dios, nuestro estado perdido y caído, y nuestra dependencia absoluta de Jesucristo para ser salvos. Deseamos que se nos conozca por Su nombre (véase Mosíah 5:7–8) y queremos ser Sus discípulos “todo el resto de nuestros días” (Mosíah 5:5).

En segundo lugar, venimos a Cristo con íntegro propósito de corazón al hacer y guardar convenios sagrados con Dios (véase Isaías 55:3). Los convenios se hacen mediante las ordenanzas de salvación y exaltación del evangelio de Jesucristo que se efectúan por la autoridad del sacerdocio.

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un joven repartiendo la Santa Cena a los miembros

El hacer y guardar convenios no solo nos une a Dios y a Su Hijo, sino que también nos conecta unos con otros. Hace algunos años, estaba de visita en Costa Rica con mi familia y asistimos a la reunión sacramental en una unidad local de la Iglesia. Cuando entramos, varios de los miembros nos dieron una afectuosa bienvenida. Durante la reunión, cantamos el himno sacramental con la pequeña congregación, observamos a los presbíteros preparar la Santa Cena y luego escuchamos mientras recitaban las oraciones sacramentales. Cuando se nos repartieron el pan y el agua, me sentí conmovido por el amor de Dios por cada uno de esos hermanos que guardan sus convenios, al igual que nosotros. No los había conocido antes de esa reunión, pero sentía unidad y afinidad con ellos, pues todos habíamos hecho las mismas promesas a Dios y estábamos esforzándonos por cumplirlas.

Cuando hacemos convenios sagrados con Dios y nos esforzamos por guardarlos, comenzamos a experimentar un sentido de pertenencia mayor que el que se puede lograr mediante la afiliación a cualquier grupo terrenal o temporal5. “Ya no so[mos] extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos con los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19).

Reconozco que algunos de nosotros, debido a las circunstancias terrenales, no tendremos la oportunidad de recibir todas las ordenanzas y hacer todos los convenios en esta vida terrenal6. En tales casos, Dios nos pide que hagamos “cuanto podamos” (2 Nefi 25:23) para hacer y guardar los convenios que sí podamos hacer. Luego promete darnos la oportunidad de recibir todas las ordenanzas y convenios que falten en la vida venidera (véase Doctrina y Convenios 138:54, 58). Él hará posible que recibamos todas las bendiciones que tiene para Sus hijos (véase Mosíah 2:41).

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representación de Jesús con algunos niños

Llegar a ser como el Padre Celestial y Jesucristo

Dios se regocija cuando sentimos el amor, la unidad y la fortaleza que provienen de un profundo sentido de pertenencia con Él, con Su Hijo y con aquellos que los siguen. No obstante, ¡Él tiene planes mucho más grandes para nosotros! Aunque nos invita a venir tal como somos, Su verdadero deseo es que lleguemos a ser como Él es.

El hacer y guardar convenios no solo nos ayuda a pertenecer a Dios y a Cristo, sino que también nos confiere el poder para llegar a ser como Ellos (véase Doctrina y Convenios 84:19–22). Al guardar los convenios relacionados con las ordenanzas de salvación y exaltación del Evangelio, el poder de Dios puede fluir a nuestra vida. Podemos ver la senda de los convenios como una especie de programa divino de aprendizaje. Al hacer y guardar convenios con Dios, practicamos Su manera de pensar, comportarse y amar. Poco a poco, con Su ayuda y poder, se nos faculta para llegar a ser como Él.

Dios anhela que nos unamos a Él y a Su Hijo para “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Él nos ha dado a cada uno de nosotros un tiempo en esta tierra, dones espirituales y el albedrío para que los usemos al servicio a los demás. Somos Sus hijos e hijas y Él tiene una obra importante para nosotros (véase Moisés 1:4, 6).

A fin de ser eficaces en Su obra, tenemos que estar más pendientes de nuestro entorno y aprender a poner a Dios en primer lugar y, a menudo, a poner las necesidades de los demás por encima de las nuestras. El centrarse en los demás requiere sacrificio personal (véase Doctrina y Convenios 138:12–13), pero también añade más significado a nuestra vida y nos brinda gran gozo (véase Alma 36:24–26).

Al participar en la obra de Dios, no solo encajamos como miembros de un grupo; más bien, nos convertimos en verdaderos copartícipes con Dios y con Su Hijo Jesucristo. No hay sentimiento mayor que el de saber que Dios nos tiene la confianza suficiente para obrar por medio de nosotros a fin de brindar la vida eterna a los demás.

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un grupo de personas diversas interactuando

Tres invitaciones

Para concluir, extiendo tres invitaciones que pueden ayudarnos a obtener un gozoso y perdurable sentido de identidad y pertenencia, y permitirnos alcanzar nuestro potencial divino.

1. Los invito a que demos prioridad a nuestra identidad divina como hijas e hijos de Dios. Eso significa que basamos nuestra valía individual en nuestro linaje divino. Procuramos cultivar nuestra relación con Dios mediante la oración y el estudio de las Escrituras, la observancia del día de reposo y la adoración en el templo, y cualquier otra actividad que invite al Santo Espíritu a nuestra vida y fortalezca nuestra conexión con Él. Dejamos que Dios prevalezca en nuestra vida7.

2. Los invito a que aceptemos a Jesucristo como nuestro Salvador y a que pongamos nuestro discipulado para con Él por encima de otras consideraciones. Eso significa que tomamos Su nombre sobre nosotros y que deseamos que se nos conozca como Sus seguidores. Procuramos tener acceso a Su perdón y Su fortaleza a diario. Hacemos convenios y los guardamos; nos esforzamos por llegar a ser como Él.

3. Los invito a que participemos en la obra de Dios al ayudar a los demás a venir a Cristo y obtener la vida eterna. Eso significa que ayudamos a los demás a ver su identidad divina y a tener un sentido de pertenencia. Compartimos abiertamente el gozo que hallamos en Jesucristo y Su evangelio (véase Alma 36:23–25). Nos esforzamos por ayudar a los demás a hacer y guardar convenios sagrados con Dios. Buscamos la guía de Dios para saber a quién podemos bendecir y cómo hacerlo.

Les prometo que al priorizar nuestra relación con Dios y nuestro discipulado para con Jesucristo, hallaremos gozo en nuestra identidad divina, obtendremos un sentido de pertenencia perdurable y finalmente alcanzaremos nuestro potencial divino.

Tomado del discurso: “Divine Identity, Becoming, and Belonging”, pronunciado en un devocional de la Universidad Brigham Young–Hawái, 25 de mayo de 2022.

Notas

  1. APA Dictionary of Psychology, “belonging”, dictionary.apa.org.

  2. Joanna Cannon, “We All Want to Fit In”, blog Psychology Today, 13 de julio de 2016, psychologytoday.com.

  3. Brené Brown, Daring Greatly: How the Courage to Be Vulnerable Transforms the Way We Live, Love, Parent, and Lead, 2015, págs. 231–232.

  4. El Libro de Mormón habla de una época en la que las personas, aunque eran diferentes, estaban en unión con Dios (véase 4 Nefi 1:15–17). Ese grupo de personas recordaba su legado divino, ponía su lealtad a Él por sobre todo lo demás, y vivía en unidad y amor con los demás, a pesar de las diferencias genéticas y ambientales.

  5. La Santa Casa del Señor también crea un entorno de igualdad y pertenencia al convenio. Consideren lo siguiente acerca de nuestra experiencia en el templo: Se invita a todos a prepararse y a reunir los requisitos para recibir la recomendación para el templo. Todos usamos ropa blanca que representa la pureza e igualdad colectivas ante Dios. Nos llamamos hermano o hermana y no utilizamos títulos terrenales formales. A todos se les proporcionan las mismas oportunidades de aprendizaje. A todos se les ofrecen los mismos convenios y ordenanzas, y pueden recibir las mismas bendiciones eternas.

  6. De los 117 000 millones de personas que han vivido en esta tierra (véase Toshiko Kaneda y Carl Haub,“How Many People Have Ever Lived on Earth?”, Population Reference Bureau, 18 de mayo de 2021, prb.org/articles/how-many-people-have-ever-lived-on-earth), relativamente pocas de ellas han tenido acceso a todas las ordenanzas de salvación y exaltación del Evangelio. Por consiguiente, la gran mayoría de los hijos de Dios tendrán que recibir esas ordenanzas en el mundo de los espíritus.

  7. Véase Russell M. Nelson, “Que Dios prevalezca”, Liahona, noviembre de 2020, págs. 92–95.