2021
Servir en una misión en medio de la dificultad
Diciembre de 2021


Voces de los Santos

Servir en una misión en medio de la dificultad

En 2018, me llamaron a servir como misionera en la Misión Alpina de habla alemana: la misión de mis sueños. Sin embargo, por problemas con el visado, me enviaron a servir temporalmente a la Misión Chile Santiago Sur, el Área donde actualmente resido.

Realmente amé servir allí con todo mi corazón y sé que todo lo que sucedió fue por un propósito y que Dios deseaba que estuviera ahí.

Finalmente, después de cuatro meses maravillosos, recibí el visado para viajar a Alemania y servir en la Misión Alpina. Nunca olvidaré esas primeras semanas. Todo era tan diferente: la cultura, el idioma, la comida, la música…; me sentía totalmente fuera de lugar.

Caí en una depresión y todas aquellas cosas que me habían traído tanta alegría en el pasado dejaron de hacerlo. No dominaba el idioma, por lo que me era muy difícil comunicarme con las personas; no era capaz de hablar con la gente en la calle y tenía dificultades para conversar con mis compañeras, puesto que ninguna hablaba español.

No entendía por qué Dios me había llamado a servir en una misión donde me era imposible servir. Y durante muchos días sentí que no estaba haciendo nada, que mis esfuerzos eran insuficientes y que había decepcionado a Dios, porque no lograba ser la misionera que había sido en Chile.

Muchas veces pensé regresar a casa, pero no lo hice. Amaba ser misionera, había esperado años para servir y no quería darme por vencida. Con el tiempo, las cosas mejoraron. Aprendí el idioma, me acostumbré a la cultura y aprendí a amar esa misión.

Nunca tendré palabras suficientes para expresar cuán agradecida estoy a mi Padre Celestial y a mi Salvador Jesucristo por haber estado conmigo en todo momento en medio de mi aflicción. Aun cuando sentía que no era digna de Su amor, Dios siempre estuvo ahí. La oración se volvió fundamental en mi vida. Dios era Él único a mi alrededor que hablaba español y en quien podía confiar plenamente. Oraba muchas veces al día; a veces por cosas sin importancia.

Recuerdo que un día estaba comprando el almuerzo con mis compañeras, y pensé: “Padre, esto nunca va a ser como Chile, aquí ni siquiera escuchan música en español”. En ese preciso instante, uno de los locales de comida puso una canción en español; no pude evitar esbozar una pequeña sonrisa. Sabía que Dios me estaba escuchando, aunque me estuviera quejando por cosas pequeñas. Fueron esos pequeños pero poderosos milagros los que me demostraban que Él sí estaba pendiente de mi situación y que yo sí le importaba.

Si bien el dolor y las dificultades no desaparecieron de la noche a la mañana, sabía que estaba en Sus amorosas manos y que, de alguna forma, en algún momento, todo mejoraría.

Hoy en día vivimos en medio de una pandemia. He visto cómo muchas de mis amistades que sirven en una misión de tiempo completo han tenido que ser reasignadas a diferentes misiones, y cómo muchas otras han sido relevadas de su llamamiento.

He podido ser testigo de los milagros que han sucedido en sus vidas y sé que esas personas están precisamente en el lugar en el que necesitan estar. Sé con todo mi corazón que Dios ama a todos Sus hijos e hijas, que los conoce personalmente y que “mueve cielo y tierra” para ayudarnos a progresar.

Si hay algo que me enseñó mi experiencia en la misión es que, cuando procuramos mantenernos cerca de Dios y hacer Su voluntad, podemos estar seguros de que, de alguna manera, en algún momento, todo va a estar bien. Dios sabe lo que hace; todo tiene un propósito, y si están sirviendo o han servido en medio de esta pandemia es por algo.

En mi caso, mi tiempo de aflicción en la misión me ayudó a acercarme más a Él y a aprender cómo Él me ve: como Su hija amada. Mi situación me llevó a aprender a orar con más fervor, a confiar en Él con todo mi ser y a que el estudio de las Escrituras y las palabras de los profetas se convirtieran en algo esencial en mi día a día.

Todas esas cosas, junto con la revelación personal, permitieron que pudiera sentir Su amor y saber cómo Él me veía y lo que pensaba de mí, al igual que de mi trabajo y esfuerzos. Sé que cualquier persona que se esfuerza por guardar Sus mandamientos, acercarse a Él y hacer Su voluntad puede llegar a saber cómo Dios la ve.

Mi testimonio es sencillo: sé que Dios vive y que nos ama profundamente; sé que Jesús es el Cristo y que Su expiación hace posible que podamos cambiar y encontrar gozo y paz en esta vida y en la próxima; sé que esta es la Iglesia de Jesucristo, que está dirigida por profetas y apóstoles vivientes que han sido llamados por la debida autoridad de Dios; sé que Su evangelio ha sido restaurado. En el nombre de Jesucristo. Amén.