2015
No estaba solo
Diciembre de 2015


Voces de los Santos de los Últimos Días

No estaba solo

Robert Hoffman, Washington, EE. UU.

Imagen
illustration of a soldier at night

Ilustración por Allen Garns.

Sentado en un puesto de defensa que había sido cavado apresuradamente, miré por encima de la arena hacia el norte, hacia Irak. Era el 24 de diciembre durante la operación Escudo del Desierto y tenía la asignación de estar de guardia a partir de la medianoche.

Yo era el único Santo de los Últimos Días de mi batallón, por lo que el día festivo era incluso más solitario. Habíamos estado en el desierto de Arabia Saudita desde agosto y ahora ya era Navidad: una noche fría alumbrada por las estrellas. Todos en el campamento estaban dormidos y yo tenía unas cuantas horas a solas acompañado de las dunas de tono azul grisáceo y de mis pensamientos.

Pensé en mi esposa y mi hijo, que estaban en Georgia, EE. UU., y en que me perdería las festividades que estarían teniendo en casa: el árbol, los regalos, una verdadera cena de Navidad; pero entonces empecé a meditar en cuanto a la historia de la Navidad.

Pensé en la noche en que Cristo había nacido; me pregunté qué tan oscuro habría estado y si la luna habría iluminado el panorama, o si solo las estrellas alumbraban. Puesto que no había luz eléctrica cuando Él nació, la noche debió haber sido parecida a la que yo estaba viviendo. No habría habido festividades; solo la noche oscura y quieta.

Entonces acudió a mi mente un maravilloso pensamiento. La Biblia dice que más tarde los reyes magos vinieron del oriente, guiados por una estrella que apareció en el cielo nocturno. Al dirigir la vista al cielo oscuro, me di cuenta de que yo estaba al oriente de Belén y que uno de los centros de conocimiento de esa época era Bagdad. ¿Habrían venido los reyes magos de un lugar cercano a donde yo me encontraba? ¿Cuál fue la estrella que brilló? ¿Se encontraba todavía en el cielo? ¿Podía verla yo?

Miré hacia el cielo maravillado ante las creaciones de Dios y sentí una calidez que provenía de mi interior. No importaba si yo estaba en el mismo lugar o si la misma estrella estaba en el cielo; lo que importaba era que yo compartía el mismo conocimiento que los reyes magos tenían de un niño que había nacido en Belén y que era el Rey de reyes.

Esa Navidad no me encontraba solo; más bien, estaba conectado con todos los que lo buscan a Él, ya sean reyes magos, profetas o solamente soldados solitarios en un hoyo en el desierto. Esa noche mi testimonio del nacimiento del Salvador se fortaleció, y a la mañana siguiente el Santo Espíritu seguía conmigo.

En vez de ser una Navidad triste ese año, se convirtió en una de mis Navidades más preciadas.