2014
Sabía que Dios proveería
Agosto de 2014


Sabía que Dios proveería

Abethemia Trujillo, Albay, Filipinas

Imagen
Woman stepping down into the water to be baptized.

Ilustraciones por Bradley Clark.

Antes de unirme a la Iglesia, mi esposo cayó gravemente enfermo. Oré con fervor, pidiéndole a Dios que lo dejara vivir por el bien de nuestros cinco hijos y del bebé que estábamos esperando, pero mis oraciones fueron en vano.

Cuando mi esposo falleció, murió también mi amor por Dios, así como mi fe y confianza en Él. Me sentía abrumada por las responsabilidades que ahora descansaban sobre mis hombros. Afortunadamente, mis padres me ayudaron.

Cierto día, años más tarde, oí que llamaban a la puerta. Había dos extraños allí parados, con unas sonrisas amigables y un libro en las manos; se presentaron como misioneros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, de la cual nunca había oído hablar. Se fueron cuando les dije que estaba ocupada, pero seguí pensando en ellos.

Al día siguiente los vi mostrándole el libro a un vecino. Con curiosidad, me acerqué, y los misioneros, percatándose de mi presencia, volvieron a preguntarme si podían visitarme. Me sorprendió mi propia respuesta: “¡Sí, cuando gusten!”.

Al escuchar las lecciones de los misioneros y estudiar el Libro de Mormón, me di cuenta de los errores que había cometido en mi vida, me arrepentí de mis pecados y me acerqué más a Dios. Sin embargo, mis padres se enojaron al enterarse de que los élderes me estaban enseñando y amenazaron con repudiarme a mí y a mis hijos. Los misioneros me invitaron a bautizarme, pero yo me negué porque no podía vivir sin la ayuda de mis padres.

Antes de irse, los élderes me pidieron que leyera 3 Nefi 13:31–34. Cuando leí “mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (versículo 33), supe que mi Padre Celestial proveería si lo ponía a Él primero y obedecía Sus mandamientos. Cuando los misioneros volvieron, hicimos planes para mi bautismo.

El día de mi bautismo me retumbaba en la mente la voz enojada de mi madre. Estaba nerviosa, pero entré en el agua y me bauticé. Después me sentí muy feliz, y cuando fui confirmada miembro de la Iglesia y recibí el don del Espíritu Santo, sentí que mis cargas habían desaparecido.

Cuando mis padres se enteraron de que me había unido a la Iglesia, me repudiaron, pero nos reconciliamos al año siguiente, tras lo cual mis dos hermanas se bautizaron con el consentimiento de ellos.

Con el tiempo, tres de mis hijos sirvieron en misiones de tiempo completo y en breve celebraré 40 años como miembro de la Iglesia. Qué gran bendición tengo gracias a los dos misioneros que llamaron a mi puerta, me dieron a conocer el Libro de Mormón y me ayudaron a restaurar mi amor por Dios y mi fe y confianza en Él.