2008
Cualquier barrio puede ser su ‘hogar’
Enero de 2008


Cualquier barrio puede ser su “hogar”

Empezar de cero en una unidad nueva puede resultar intimidante, pero aquí tienen cinco consejos para que los desconocidos lleguen a ser amigos.

Hace años, cuando comencé a asistir a la iglesia con regularidad después de haber estado inactiva durante cierto tiempo, estaba convencida de que todos los miembros del barrio sabían que yo era una pecadora con cargo de conciencia que procuraba arrepentirse. Me daba la impresión de que su bondad era evidente en sus brillantes sonrisas y en sus dulces testimonios, pero que, por el contrario, mis pecados hacían de mí una persona apagada y digna de lástima. Al pensar ahora en ello, me doy cuenta de que hay numerosas circunstancias en las que las personas nuevas pueden sentir que llaman demasiado la atención o a sentirse sumamente sensibles. Llegar a un nuevo centro de reuniones, sentarse al lado de personas a las que no se conoce y cantar los himnos sola pueden ser tareas abrumadoras cuando la persona se siente tan cohibida.

Por el hecho de ser una mujer soltera y sin hijos, he descubierto que empezar de cero en un barrio nuevo puede resultar sobrecogedor. Sin embargo, el tener que trasladarme con frecuencia por cuestiones de trabajo me ha obligado repetidas veces a dar esos pasos tensos hacia el interior de una capilla llena de desconocidos. Con los años he aprendido a adoptar una actitud diferente hacia mi nuevo barrio y a trabajar para que esos desconocidos terminen por convertirse en amigos y en gratos conocidos. Las siguientes técnicas pueden ayudar a cualquiera a sentirse como en casa en cualquier barrio o rama, sin importar en qué parte del mundo se encuentre.

Recuerde por qué vamos a la iglesia. La capilla es un lugar sagrado y seguro donde los hijos de nuestro Padre Celestial se reúnen para adorarlo y unirse en oración, en canto y en propósito. Evite juzgar a los demás o creer que está siendo juzgado. A mí me ayuda el recordar que todo aquel que se esfuerza por asistir a las reuniones está tratando, al igual que yo, de participar de la expiación del Salvador y de observar Sus mandamientos.

Preséntese. He aprendido que lo primero que se debe hacer es buscar a los integrantes del obispado y presentarse para que sepan que soy nueva en el barrio. Después me aseguro de conocer al líder del grupo de los sumos sacerdotes, ya que él es quien va a asignar a dos sumos sacerdotes para que sean mis maestros orientadores. Además, por el hecho de ser mujer, me aseguro de saber quiénes son las hermanas de la presidencia de la Sociedad de Socorro. El secretario del barrio también necesita mi dirección y mi número de teléfono para así solicitar mi cédula de miembro a mi unidad anterior. Todas estas personas me han presentado a otros miembros, me han informado sobre las actividades del barrio y de la estaca, y me han dado su apoyo cuando he recibido un llamamiento.

Solía sentarme en el último banco, cerca de la puerta, para que en cuanto terminara la última oración pudiera salir disparada sin que nadie me hablara ni me preguntara quién era. Pero el ir a las reuniones y salir de ellas con la mirada puesta en el suelo (o clavada en la salida) no contribuye a que uno se acostumbre al nuevo barrio.

Ármese de valor y converse con la persona que esté delante de usted. Estréchele la mano a los que hayan impartido las lecciones o a los discursantes de la reunión sacramental (puede saludarles en el vestíbulo después de la reunión). Si dedica unos instantes a estudiar el aula antes de tomar asiento, conocerá a personas y a familias diferentes cada vez que asista a una reunión. Ármese de valor para pedirle a alguien que la lleve a una actividad del barrio o de la rama; con frecuencia resulta más fácil llegar con alguien que hacerlo solo. Pida un directorio de la unidad; así recordará los nombres más fácilmente. No pasará mucho tiempo antes de que logre asociar los nombres con sus rostros, y la gente dejará de serle desconocida, al igual que usted ya no lo será para ellos.

Sirva. Averigüe cómo ayudar a sus vecinos y a los miembros del barrio o de la rama, aunque se trate de algo tan sencillo como abrirles la puerta y saludarles al entrar. (Esto hará que las personas se acuerden de usted.) Inscríbase en las listas de voluntarios. Entérese de quiénes están enfermos u hospitalizados y visítelos. Acepte llamamientos. Según sea pertinente, informe a su obispo o presidente de rama de aquellas aptitudes que posea, ajenas a su llamamiento, y dígale que puede contar con usted cuando sea necesario.

Dispóngase a participar. La Escuela Dominical y las reuniones del sacerdocio y de la Sociedad de Socorro siguen un calendario de lecciones. Consiga los manuales, estudie las lecciones con antelación y dispóngase a participar, para lo cual podría leer pasajes de las Escrituras o ilustrar con experiencias personales los principios que se imparten. Si bien el hablar en público puede resultarle abrumador, deseche sus temores y dispóngase a compartir su testimonio de la veracidad del Evangelio.

Busque rostros nuevos. Tienda una mano de amistad a las personas, del mismo modo que le gustaría que ellas le tendieran a usted una mano de amistad. Después de un tiempo, descubrirá que “ya no [son] extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios” (Efesios 2:19). Se sentirá como en casa con su nueva familia, formada por los miembros de su unidad de la Iglesia.

Las familias que son los barrios y las ramas deben incluir a todos: nadie debería quedar excluido. Tal vez no siempre sea posible entablar amistad con cada miembro, pero si compartimos nuestro amor por el Evangelio, si nuestros testimonios son puros, si estamos dispuestos a compartir las cargas los unos con los otros y si ejercemos nuestro deseo de servir al Señor a través del servicio a nuestro prójimo, entonces somos una familia. Me siento agradecida porque no importa a dónde vaya en este mundo, cada barrio y rama está compuesto por otros hijos de nuestro Padre Celestial. Con toda certeza puedo testificar que el barrio al que asisto en la actualidad es el lugar más feliz en el que podría estar.