2008
La lección de la Sociedad de Socorro que cambió a nuestra familia
Enero de 2008


La lección de la Sociedad de Socorro que cambió a nuestra familia

¿Ha deseado alguna vez que hubiera una forma sencilla y milagrosa de proteger a su familia de las influencias malignas que nos atacan por todos lados?

Durante el primer año de secundaria de nuestro hijo Jacob (los nombres se han cambiado), noté en él un cambio gradual en su actitud. Era un muchachito bueno, pero a veces se comportaba de modo grosero y rebelde; parecía estar obsesionado por la televisión, los juegos de video y el Internet. Continuamente protestaba cuando le decíamos que hiciera sus tareas escolares, mantuviera limpio el cuarto o nos ayudara en los quehaceres de la casa. Lo mismo había sucedido con nuestros hijos mayores al entrar en la adolescencia, pero yo percibía que esto era algo más serio. Por dolorosa experiencia propia, sabía que algunos jóvenes se apartan de la Iglesia cuando crecen, y oraba fervientemente para saber cómo proteger a nuestro hijo menor y a toda la familia de las malas influencias del mundo.

Aquel domingo de noviembre, al sentarme en la parte de atrás para la clase de la Sociedad de Socorro, no estaba esperando ningún milagro. La hermana Randall, una de las consejeras de la presidencia de la Sociedad de Socorro, anunció que el tema de la lección era el estudio de las Escrituras, lo cual me provocó un fastidioso sentimiento de culpa al pensar en mi familia. “¡No quiero escuchar otra lección sobre el estudio de las Escrituras…!”, pensé. “Yo hago todo lo que puedo”.

Mi marido es un buen esposo y buen padre y siempre ha amado profundamente a su familia, pero le daba pereza estudiar las Escrituras en familia. Siempre orábamos con los hijos y tratábamos de llevar a cabo regularmente las noches de hogar, pero en cualquier momento en que yo mencionaba el tema de estudiar las Escrituras todos juntos, él se negaba a considerarlo. Como a mí me parecía muy importante, yo las leía con cada uno de mis hijos por la noche, antes de que se acostaran, pero no sabía qué más podía hacer.

Sin embargo, en los últimos tiempos, cuando iba para leerlas con Jacob, la mayoría de las veces me decía: “Ahora no. Estoy muy cansado [u ocupado o cualquier otra cosa; tenía cientos de excusas]. Yo las leo solo después”; pero las veces en que no las leíamos juntos y le preguntaba a la mañana siguiente, siempre me contestaba vacilante que se había “olvidado” de hacerlo. Yo pensaba hasta qué punto debía insistir en el estudio de las Escrituras mientras él oía que su padre estaba viendo la televisión en el otro cuarto.

Cuando la hermana Randall comenzó la lección, esperé oír otro relato de la forma en que una “familia perfecta” disfruta del estudio de las Escrituras; en cambio, ella empezó por contar una historia del Antiguo Testamento: “En el capítulo 21 de Números, se relata que los israelitas fueron atacados por serpientes ardientes mientras viajaban hacia la tierra prometida; las serpientes mordieron a muchas personas, que murieron. Al presenciar aquella terrible destrucción, los israelitas se arrepintieron y pidieron a Moisés que orara al Señor para que apartara de ellos las serpientes y los sanara”.

Mentalmente imaginé a nuestra familia recorrer la jornada de la vida y súbitamente ser atacada por serpientes ardientes en la forma de víboras venenosas que nos atacan en estos últimos días: el crimen, las drogas, la pornografía, la inmoralidad. Me sentí tan indefensa como los israelitas.

La hermana Randall explicó que el Señor mandó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce (símbolo de Cristo) y la colocara en un asta; después Moisés prometió al pueblo que cualquiera que hubiese sido mordido por una serpiente sólo tenía que mirar la serpiente de bronce y con eso salvaría la vida. No obstante la sencillez de esa promesa, según nos dice Alma, “hubo muchos que fueron tan obstinados que no quisieron mirar; por tanto, perecieron. Ahora bien, la razón por la que no quisieron mirar fue que no creyeron que los sanaría” (Alma 33:20).

La hermana Randall nos dijo que aunque en nuestros días las serpientes ardientes tienen una forma diferente de aquéllas, nosotros también podemos mirar hacia Cristo y ser salvos. En nuestros días, los profetas nos han dicho que debemos leer las Escrituras a diario, tanto individualmente como en familia; que debemos orar en privado y en familia; que debemos ir a las reuniones de la Iglesia, pagar el diezmo, arrepentirnos y ser dignos de asistir al templo; y llevar a cabo las noches de hogar. Ésa es nuestra forma de mirar hacia Cristo y ser sanados.

Al principio, la sencillez de aquel concepto parecía demasiado simple para protegernos de las tentaciones de la vida cotidiana. Pero mientras la hermana Randall hablaba, sentí que me tocaba el corazón y que el Señor estaba hablándome por intermedio de ella; me di cuenta de que era simplemente una cuestión de fe. ¿Creía yo en las palabras de los profetas y apóstoles de nuestros días, o iba a apartar la mirada como muchos de los israelitas apartaron la suya de la serpiente de bronce?

Ese día regresé de la Iglesia con la determinación de ayudar a fortalecer a mi familia mediante la oración y el estudio de las Escrituras. Durante varias semanas oré pidiendo que se le ablandara el corazón a mi marido; también ayuné. Preparé una noche de hogar especial e invité a ella a nuestro hijo casado, que era menos activo, y a su familia; aprendimos sobre Moisés y las serpientes ardientes. Al fin, una noche le pregunté a mi esposo si estaba dispuesto a empezar el nuevo año estudiando las Escrituras con la familia. El día de Año Nuevo él comenzó a dirigirnos en el estudio diario de las Escrituras.

Nuestra familia no se convirtió en perfecta de la noche a la mañana, pero me quedé asombrada de ver cuánto mejoraba el ambiente de nuestro hogar; había en él menos contención y un espíritu más dulce; yo misma no me enojaba ni me sentía desalentada tantas veces; sentí una proximidad con mi marido y con el Señor que me dejó maravillada. Pero el cambio más notable fue el de la actitud de Jacob. Él mismo empezó a recordarnos a todos que teníamos que estudiar las Escrituras y se mostraba bien dispuesto cuando le tocaba el turno de leer.

Una vez más reconocí la sabiduría de seguir a los profetas y de confiar en sus promesas. Tengo un testimonio de la veracidad de estas palabras del presidente James E. Faust, Segundo Consejero de la Primera Presidencia: “A veces se requiere un esfuerzo sobrehumano para que los padres de una familia muy ocupada logren sacar a todos de la cama para tener juntos la oración familiar y estudiar las Escrituras. Incluso, es posible que no sientan el deseo de orar cuando todos estén por fin juntos, pero si perseveran, los resultados serán maravillosos”1.

Notas

  1. “El enriquecer la vida familiar”, Liahona, julio de 1983, pág. 64.