2008
El Libro de Mormón: La gran fuente de la paz del Salvador
Enero de 2008


El Libro de Mormón: La gran fuente de la paz del Salvador

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Elder Neil L. Andersen

Antes de la rededicación del Templo de São Paulo, Brasil, en 2004, se abrieron sus puertas a muchos notables líderes gubernamentales, empresariales y del mundo académico. Mientras acompañaba a un líder electo, me di cuenta de que él estaba poniendo muchísima atención. No fue sino hasta que llegamos a una sala de sellamiento que comprendí totalmente la razón.

Con un tono solemne me dijo: “Sr. Andersen, quiero decirle algo acerca de mi familia. Mi hijo mayor falleció de cáncer hace cinco años, a la edad de treinta y cinco. En los últimos meses de su vida estuvo verdaderamente inquieto. Se mostraba nervioso, angustiado y preocupado por su familia, su vida y lo que tenía por delante. Un amigo mío que conocía la situación de mi hijo y que es miembro de la Iglesia me dio un ejemplar del Libro de Mormón y me invitó a dárselo a mi hijo.

“Fue un milagro para mí observar el efecto que tuvo el libro en mi hijo. Lo devoró. Tomó notas y escribió pensamientos en los márgenes. Sus inquietudes y angustias desaparecieron. Al leer el Libro de Mormón encontró una enorme paz. Cuando murió, tenía el libro a su lado. Estoy muy agradecido por la paz que le brindó”.

Vivimos en esa época profetizada en la antigüedad cuando la paz abandonaría la tierra: “Y en ese día se oirá de guerras y rumores de guerras, y toda la tierra estará en conmoción, y desmayará el corazón de los hombres” (D. y C. 45:26). No sólo nos referimos a los conflictos entre las naciones, sino al ritmo frenético de las ciudades modernas, las distracciones de los medios de comunicación y la tecnología, la obsesión por las posesiones materiales, la incertidumbre sobre la estabilidad económica y la turbulencia de los valores cambiantes. Anhelamos la paz.

Las palabras del Salvador nos extienden una encarecida invitación: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).

¿Desean más paz en su vida y para su familia? ¿Estarían dispuestos a cambiar algo en su vida para obtener la paz del Salvador en mayor medida?

El Libro de Mormón es un manantial de paz para el alma sedienta. Es la gran fuente de la paz del Salvador. La introducción al Libro de Mormón nos dice lo que debemos hacer “para lograr la paz en esta vida y la salvación eterna en la vida venidera” (cursiva agregada).

Contar las maneras en que el Libro de Mormón brinda paz al alma es como contar los granos de arena de una playa. Permítanme analizar algunas de estas maneras, y ustedes podrán desarrollar esta lista a la luz de su propia experiencia.

La paz que brinda la fe en Jesucristo

Desde el principio hasta el fin del Libro de Mormón, “hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo… para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados” (2 Nefi 25:26). Más de la mitad de los versículos del Libro de Mormón se refieren o mencionan al Salvador1.

Todos los años, a menudo durante la Pascua de Resurrección y en Navidad, las revistas de actualidades se plantean las preguntas: ¿Quién fue Jesucristo? ¿Verdaderamente existió? ¿Son auténticos los escritos de la Biblia?2 No obstante, sabemos que la Biblia es correcta. Mormón declaró: “Se escriben éstos [los anales del Libro de Mormón] con el fin de que creáis en aquéllos [los de la Biblia]” (Mormón 7:9).

Cuando fui misionero en Europa a principios de la década de los 70, a menudo comenzábamos a enseñar sobre la apostasía, ya que la divinidad de Cristo era una creencia ampliamente aceptada. Cuando regresé como presidente de misión veinte años más tarde, cambiamos el enfoque de nuestra enseñanza, ya que la creencia en Jesús como el Hijo de Dios, que dio Su vida por nuestros pecados y se levantó al tercer día, se había desvanecido considerablemente. Nuestro testimonio de Jesucristo como el Hijo de Dios será cada vez más importante no sólo en Europa, sino en el mundo entero.

Una de las bendiciones de nuestros días y de los días venideros es que podemos llevar nuestro mensaje a muchísimas personas que conocen muy poco acerca de Jesucristo y Su misión. El Libro de Mormón está lleno de confirmaciones del Cristo, las cuales llevan consigo una paz abundante a todos los que les prestan oído.

En los capítulos que profetizan acerca del Mesías, aprendemos sobre Sus propósitos, Sus promesas y Su poder sanador. Aprendemos de las profecías concernientes a Su vida y los milagros que se produjeron en las Américas con ocasión de Su nacimiento.

En Su estado resucitado, declaró: “Yo soy Jesucristo, de quien los profetas testificaron que vendría al mundo” (3 Nefi 11:10). Sentimos Su amor por nosotros: “Tengo compasión de vosotros; mis entrañas rebosan de misericordia” (3 Nefi 17:7). “Benditos sois a causa de vuestra fe. Y ahora he aquí, es completo mi gozo” (3 Nefi 17:20). Lo vemos en toda Su majestuosidad como nuestro Redentor, el Rey de reyes.

De este testimonio del Libro de Mormón, confirmado por el Espíritu, fluye una paz espiritual indescriptible, que nos confirma que Él es verdaderamente “la resurrección y la vida” (Juan 11:25) y que obtendremos la paz eterna a Su lado.

La paz que brinda el testimonio de la Restauración

El Libro de Mormón es una manifestación física de la misión divina del profeta José Smith. Tenemos el libro en las manos, podemos tocarlo y leerlo.

¿Cómo podría alguien creer que José Smith fue capaz de escribir semejante libro? Su esposa, Emma, escribió: “José… no era capaz de escribir ni dictar una carta coherente y bien formulada, ni mucho menos un libro como el Libro de Mormón. Y aunque participé activamente en estos acontecimientos tan notorios, me parece una maravilla, ‘una maravilla y un prodigio’, tanto como a cualquier otra persona”3.

Ninguna explicación acerca del origen del Libro de Mormón, aparte de la de José Smith (véase José Smith—Historia 1:29–60), tiene credibilidad alguna. Hombres honrados testificaron voluntariamente que tomaron las planchas con las manos o que un ángel de Dios se las mostró, y nunca negaron tal testimonio. Y lo que es más importante, el Libro de Mormón contiene la promesa de que si preguntamos a Dios sinceramente, con fe en Cristo, Él nos manifestará la verdad de estas cosas por el poder del Espíritu Santo (véase Moroni 10:3–5).

El testimonio del Libro de Mormón confirma “que Jesucristo es el Salvador del mundo, que José Smith ha sido su revelador y profeta en estos últimos días, y que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el reino del Señor que de nuevo se ha establecido sobre la tierra, en preparación para la segunda venida del Mesías” (Introducción al Libro de Mormón).

He observado el poder del Libro de Mormón para otorgar un testimonio de la Restauración a miles de personas del mundo entero. He escuchado experiencias en muchos idiomas, contemplado la devoción de miembros de culturas divergentes, y me maravilla ver que el Libro de Mormón brinda paz a todos por igual. Es ciertamente “una obra maravillosa y un prodigio” (2 Nefi 25:17).

La primera vez que experimenté el poder del Libro de Mormón en la vida de un converso fue cuando era misionero en Francia. Mi compañero, procedente de Gran Bretaña, y yo, pasábamos gran parte del tiempo tocando puertas con escaso éxito. Una tarde, una distinguida mujer de mediana edad abrió la puerta. Aquel día no tenía mucho tiempo para dedicarnos, pero le dejamos el Libro de Mormón y fijamos una cita para volver dos días después. Cuando regresamos y se abrió la puerta, sentí muy intensamente el Espíritu. Ella estaba ansiosa por vernos; había estado leyendo el libro y había experimentado los poderosos sentimientos del Espíritu Santo. Nos expresó su gozo y su paz; estaba dispuesta a seguir cualquier camino que nosotros, como los siervos del Señor, le pidiéramos seguir.

Fue un frío mes de febrero. No teníamos capilla en la ciudad, así que instalamos una pila bautismal portátil en un viejo establo de madera. El vapor del agua caliente llenaba el ambiente. Los humildes miembros de la rama rodearon la pila portátil mientras esta hermana subió por las escaleras y bajó al agua para bautizarse y convertirse en miembro de la Iglesia.

La paz que expresó esta maravillosa hermana fue similar a la que experimentó Parley P. Pratt (1807–1857) en su primer contacto con el Libro de Mormón: “Al leer, el espíritu del Señor descendió sobre mí, y supe y comprendí que el libro era verdadero, en forma tan clara y evidente como un hombre comprende y sabe que él mismo existe”4.

Con la certeza de este testimonio, entramos en la Iglesia y nos armamos de valor por las promesas y responsabilidades de nuestros convenios. Nuestro testimonio de los diversos principios del Evangelio crece a lo largo de nuestra experiencia en la tierra, pero a menudo el Libro de Mormón es el primer elemento que nos brinda esa paz certera de saber que el Evangelio y el sacerdocio han sido restaurados. Es un cimiento sobre el cual edificamos.

La paz que brinda la doctrina pura de Cristo

El profeta Alma, al ver los problemas en aumento de su pueblo, tomó la determinación de “[poner] a prueba la virtud de la palabra de Dios”, la cual producía un “efecto más potente en la mente del pueblo que la espada o cualquier otra cosa” (Alma 31:5).

La verdadera doctrina de Cristo, recibida con fe, nos cambia el alma y nos brinda paz. El Señor mismo dijo que el Libro de Mormón contiene “la plenitud de mi evangelio eterno” (D. y C. 27:5; véase también D. y C. 42:12). El Libro de Mormón da a conocer el Plan de Salvación y da respuesta “a las grandes preguntas del alma”5.

Las lecciones de verdad del Libro de Mormón se enseñan en las difíciles circunstancias de la guerra y la opresión, en los sermones de los profetas, en las conversaciones de padres e hijos y en las propias palabras del Salvador. Existe un tema central: “Dios mismo descenderá entre los hijos de los hombres, y redimirá a su pueblo” (Mosíah 15:1). Hay quienes están buscando: “Y os diré de la lucha que tuve ante Dios” (Enós 1:2). Existe un llamado constante a dejar atrás nuestros pecados y pasar a un nivel superior: “Y ocurrió que durante tres días y tres noches me vi en el más amargo dolor y angustia de alma; y no fue sino hasta que imploré misericordia al Señor Jesucristo que recibí la remisión de mis pecados. Pero he aquí, clamé a él y hallé paz para mi alma” (Alma 38:8; cursiva agregada). Y también están las palabras alentadoras y tranquilizadoras del Salvador: “¿No os volveréis a mí ahora… para que yo os sane?… Si venís a mí, tendréis vida eterna. He aquí, mi brazo de misericordia se extiende hacia vosotros; y a cualquiera que venga, yo lo recibiré” (3 Nefi 9:13–14).

El Libro de Mormón despliega con ternura sus relatos y testimonios ante nosotros. A medida que meditamos y oramos acerca de ellos, el Señor revela a las silenciosas profundidades de nuestro corazón la necesidad que tenemos de arrepentirnos y cambiar. Conforme hacemos convenio con el Señor y hacemos cambios en nuestra vida, sentimos el poder de Su expiación y Su paz confirmadora. A medida que avanzamos en nuestro camino espiritual, nos sentimos fortalecidos por Su gracia al afrontar las dificultades y las decepciones de la vida. Un apóstol dijo: “Si deseamos hablar con Dios, oramos; y si deseamos que Él nos hable, escudriñamos las Escrituras”6.

Ésta es la paz de la verdadera doctrina de Cristo que se halla en el Libro de Mormón.

La paz que brinda nuestra familia

En medio de la conmoción, ocupación e incertidumbre de la vida, las familias ansían la paz. Necesitamos que nuestros hogares sean lugares de refugio, tranquilidad y verdad.

El presidente Gordon B. Hinckley nos ha dado una hermosa promesa a medida que leamos el Libro de Mormón: “Sin reservas les prometo que… recibirán personalmente y en su hogar una porción mayor del Espíritu del Señor, se fortalecerá su resolución de obedecer los mandamientos de Dios y tendrán un testimonio más fuerte de la realidad viviente del Hijo de Dios”7. No cabe duda de que nuestras familias necesitan estas promesas de gran paz.

El Libro de Mormón es una historia espiritual extraordinaria. Las palabras de los profetas se transmitieron de padres a hijos a lo largo de los siglos, se protegieron y preservaron a través de las dificultades y las guerras, se compilaron y resumieron y permanecieron guardadas durante siglos, para por fin salir a la luz en esta dispensación del cumplimiento de los tiempos. ¿A quién puede sorprenderle entonces que el Espíritu del Señor, que trasciende todos los idiomas y las culturas, se halle tan abundantemente en este libro sagrado?

La promesa de consuelo y paz reside en cada capítulo y ver- sículo del Libro de Mormón. Basta con emprender el estudio de este libro con fe y oración para que la paz del Salvador esté presente en nuestra búsqueda.

Notas

  1. Véase Ezra Taft Benson, “Venid a Cristo”, Liahona, enero de 1988, pág. 82.

  2. Véase, por ejemplo, Laurie Goodstein, “Crypt Held Bodies of Jesus and Family, Film Says”, New York Times, 27 de febrero de 2007, sección A, pág. 10; Jay Tolson, “The Gospel Truth”, U.S. News & World Report, 18 de diciembre de 2006, págs. 70–79.

  3. “Last Testimony of Sister Emma”, Saints’ Herald, 1º de octubre de 1879, pág. 290; ortografía adaptada; véase también Russell M. Nelson, “A Treasured Testament”, Ensign, julio de 1993, págs. 62–63.

  4. Autobiography of Parley P. Pratt, editado por Parley P. Pratt Jr., 1938, pág. 37; véase también Gordon B. Hinckley, “El milagro de la fe”, Liahona, julio de 2001, pág. 83.

  5. Ezra Taft Benson, “Tenemos que inundar la tierra con el Libro de Mormón”, Liahona, noviembre de 1988, pág. 5.

  6. Robert D. Hales, “Las Santas Escrituras: El poder de Dios para nuestra salvación”, Liahona, noviembre de 2006, pág. 27.

  7. “Un testimonio vibrante y verdadero”, Liahona, agosto de 2005, pág. 6.