2006
Encontré lo que había perdido
abril de 2006


Encontré lo que había perdido

Me regocijaba por ayudar a encontrar a mis antepasados, pero me lamentaba por ser incapaz de ayudar a mi hija descarriada.

Miraba detenidamente el microfilme de registros eclesiásticos y leía uno tras otro los nombres de mis antepasados del norte de España, escritos hacía generaciones en una elegante caligrafía española. Aquellas familias vivieron en paz durante siglos en su pequeña aldea de pescadores. Amaban al Señor y se amaban los unos a los otros. La aldea se hallaba en una pequeña ensenada rodeada de cerros cubiertos de eucaliptos, en un entorno que brindaba a sus familias un santuario sereno y apacible. Muy pocos de ellos se alejaron alguna vez de su sencilla belleza y de ese entorno tan acogedor. La mayoría de ellos estaban emparentados unos con otros directamente o por matrimonio.

Aquellos registros tenían un significado especial para mí, pues mi abuelo, Andrés Sánchez, había evitado su destrucción durante la guerra civil española de la década de 1930. Yo crecí conociendo la historia del abuelo, pero mi relación con esa historia se hizo más palpable sólo a medida que iniciaba la búsqueda de los registros. Aun cuando nunca conocí a mi abuelo, sentía su espíritu mientras leía los nombres y las fechas. Ambos nos habíamos convertido en un equipo que había hecho posible efectuar las ordenanzas del templo por más de 10.000 de nuestros antepasados.

Pero aquel día, como la mayoría de los días de los últimos años, también estaba repleto de dolor y pesar por mi hija y el curso que estaba tomando su vida. Suplicaba desesperada a mi Padre Celestial Su ayuda a favor de mi hija, aun cuando todo parecía imposible. Mi corazón rebosaba de emoción, pues si bien trabajaba fielmente para brindar las ordenanzas de salvación del templo a mis antepasados, poco podía hacer para salvar a mi propia hija. Entonces sentí la fuerza de generaciones pasadas que se unían a mí en un esfuerzo por salvar a mi hija, y hallé algo de paz en la máquina lectora de microfilmes mientras me dedicaba por entero a extraer los preciados nombres y las fechas de los registros eclesiásticos.

Una decisión respaldada por la convicción

Andrés había sido un buen hombre y un líder de la aldea. Tenía cinco hijos y aunque no era un hombre rico, tenía un buen negocio de transportes y se le consideraba un hombre con recursos.

Pero aquélla fue una época turbulenta en la historia de España. La guerra civil trajo consigo el hambre y la destrucción de gran parte del país. La política era el tema habitual de conversación entre la gente. En todas las demás épocas de la historia de Europa, esa tranquila aldea se había librado de la destrucción de la guerra, incluso durante la Primera Guerra Mundial; pero ahora el enemigo se acercaba. Andrés llamó Libertia a su nueva hija, como una franca manifestación de sus convicciones.

Por todas partes los integrantes del bando contrario quemaban iglesias y mataban a los sacerdotes en un intento por reprimir cualquier oposición. Desafiantes, Andrés y un puñado de buenos vecinos escondieron los objetos sagrados y los registros de la pequeña iglesia de la aldea. Lo hizo aun a sabiendas de que las consecuencias podrían ser terribles para él así como para su familia. Había tomado una decisión y la defendió con convicción.

Finalmente, el enemigo llegó a la aldea. Se supo de Andrés Sánchez y contra su voluntad fue detenido. Como resultado de lo que había hecho en la pequeña iglesia de la aldea, mi abuelo fue torturado y pasó privaciones. Su negocio y sus propiedades fueron confiscados, y su familia quedó consignada a mendigar en la miseria. La salud de Andrés se debilitó debido a las deplorables condiciones de la cárcel y no tardó mucho en enfermar de tuberculosis. Dos semanas antes de morir, fue entregado a su familia.

Un sacrificio voluntario

El Señor no olvidó los esfuerzos de aquel hombre y del puñado de valientes amigos que lo amaban y que sacrificaron sus vidas por esos registros. Años más tarde, esos registros fueron microfilmados por La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Ahora allí estaba yo, sentada en una gran sala poco iluminada de la Biblioteca de Historia Familiar de Salt Lake City, Utah, leyendo una copia de ese microfilme. Mientras abordaba la tediosa tarea de buscar entre nombres poco usuales para mí, comencé a sentir interés por esas personas; en mi mente y en mi corazón comenzó a crecer un sentimiento de unidad familiar.

Mi esposo y yo cobramos inspiración, valor y esperanza gracias al ejemplo de mi abuelo, quien se había sacrificado voluntariamente por las generaciones futuras. A cambio, percibíamos la fuerza de las generaciones pasadas que se unían a nosotros en nuestro esfuerzo por ayudar a nuestra hija.

En marzo de 1999, en la misma semana que el presidente Gordon B. Hinckley dedicó el Templo de Madrid, España, envié los primeros 6.000 nombres de mis familiares al archivo del Templo de Bountiful, Utah, tan completos como me fue posible y estructurados en sus propias familias. Ahora tengo preparados los siguientes 4.000. Los nombres de toda una comunidad de personas estaban en el templo listos para recibir las ordenanzas; había comenzado la obra de salvación de una fiel y pequeña aldea española.

Doble celebración

Mientras se efectuaban las ordenanzas del templo por mis antepasados, a mi esposo y a mí nos parecía que los cielos lloraban y suplicaban con nosotros por nuestra hija. Con el tiempo, ella se dio cuenta de que necesitaba cambiar su forma de vivir y recuperar la paz que le había hecho falta por tanto tiempo. Comenzó el arduo proceso del arrepentimiento y con el tiempo vimos que la luz volvía de nuevo a su rostro. Finalmente, nuestras fervientes súplicas tenían respuesta. Ella disfrutó de la reconfortante intervención de nuestro amoroso Padre Celestial, que tiene presentes a todos Sus hijos.

Una tarde hermosa, me encontraba sentada en el Templo de Bountiful, con los ojos bañados en lágrimas de gozo. A mi lado estaba mi hija, pues iba a recibir su propia investidura y sellarse a un joven digno.

Pero la historia no termina aquí. Mientras familiares y amigos se congregaban para participar de ese glorioso acontecimiento, la hermana del mostrador entregó a los presentes las tarjetas de los nombres de las personas por quienes se realizarían las ordenanzas. Por casualidad, los nombres que nos dio eran algunos de los que yo misma había enviado al archivo del templo. De hecho, aquélla fue una doble celebración: Nos regocijamos por servir de representantes de nuestros antepasados españoles y al mismo tiempo, ellos deben de haberse regocijado con nosotros por el sellamiento de nuestra hija a su esposo por esta vida y toda la eternidad en la casa del Señor. En ese momento pudimos sentir el círculo de la familia eterna que enlazaba el pasado con el presente. Éramos uno.

Marie Sánchez es miembro del Barrio Bountiful 11, Estaca Bountiful Este, Utah.