2006
Su libro es verdadero
abril de 2006


Su libro es verdadero

El día en que los misioneros llamaron a mi puerta será siempre uno de los momentos decisivos de mi vida. No era que estuviera buscando algo, pues yo había sido muy religiosa desde pequeña. Había pasado siete años en un convento y aunque había dejado ese estilo de vida porque no me acercaba más a Dios, participaba en la congregación de mi iglesia trabajando con el coro e impartiendo clases de religión.

De hecho, había tomado la firme decisión de no hablar de religión con misioneros que fueran de puerta en puerta porque el espíritu de contención solía surgir con frecuencia cuando se analizaban interpretaciones antagónicas de las Escrituras. Pero el Señor, en Su bondad, me había preparado para aquella visita. Unos meses antes había oído a alguien hacer un comentario sobre un “libro mormón” relacionado con la mitología sudamericana. Eso me motivó a investigar cualquier información sobre dicho libro que pudiera proporcionarme más conocimientos respecto a los temas que yo ya había estudiado. Había tomado nota mental de todo ello para futura referencia, sabiendo que tarde o temprano leería el libro mormón e investigaría su validez mitológica.

Aquel día, al abrir la puerta, no pensaba yo en libros ni en temas mitológicos. Era yo una joven madre muy ajetreada que dedicaba casi todas sus energías a cuidar de un bebé y a correr tras un activo niño de tres años. Pero al acercarme a la puerta, sobrevino a mi mente una especie de visión, una imagen mental de Abraham que acudía hacia la puerta de su tienda el día que recibió un importante mensaje. Me impresionó la premonición de que al abrir la puerta, recibiría un mensaje de mucha importancia.

Sin embargo, me quedé confusa al ver sólo a dos jóvenes con sus etiquetas que los distinguían como misioneros Santos de los Últimos Días. De no haber sido por la “visión”, los habría despedido cortésmente y habría cerrado la puerta. En vez de ello, decidí que necesitaba averiguar qué clase de mensaje tenían para mí.

Todo empezó mal. Uno de ellos me preguntó si creía en profetas. Por supuesto. Pero cuando aquellos muchachos me enseñaron con mucho entusiasmo una foto de 15 hombres vestidos de trajes de negocios y dijeron que eran los profetas y apóstoles que había actualmente en la tierra, mi capacidad para creerles se redujo al mínimo. Yo me había criado en una religión donde el clero se vestía con ropas especiales, ¡y los trajes de negocios no formaban parte de su vestuario! Así que decidí, generosamente, pasar por alto el comentario y busqué mentalmente alguna base racional para la “visión” que aún conservaba fresca en la mente.

No recuerdo cómo establecí la conexión de que los misioneros de los “Santos del Último Día” podrían saber algo de un libro “mormón”, pero con tan sólo pensar en ello, me apresuré a sacar el tema.

“¿Tienen ustedes algún tipo de libro?”, pregunté. Me dijeron que sí. Les dije que no había podido encontrarlo en la biblioteca y no sabía dónde obtenerlo. A lo mejor podían ayudarme. Volvieron a decirme que sí. Se ofrecieron a regresar la semana siguiente con un ejemplar del mismo, aunque yo tomé nota mental de no estar disponible para una “charla” religiosa a fin de que se limitaran a darme el libro y se fueran.

Cuando por fin recibí mi ejemplar del libro, les di las gracias y accedí, haciéndolo otra vez sin un verdadero compromiso, a que regresaran para responder a cualquier pregunta que tuviera. Esa noche, estando mi esposo en casa después de volver del trabajo y los niños ya acostados, tomé el libro y empecé a leer.

Nada me había preparado para lo que encontré en sus páginas. Con gran sorpresa, estremecimiento, deleite y algo de confusión, comuniqué poco después a mi esposo mi descubrimiento más asombroso: “¡Es un libro de Escrituras!”.

No tenía ninguna duda. Había realizado un estudio lo bastante serio de las Escrituras y había leído lo suficiente de la literatura sagrada del mundo como para darme cuenta de inmediato de que aquel libro no era un escrito mítico ni un texto de historia antigua, sino nada más que la verdadera palabra de Dios. Me hablaba con esa voz espiritual y al fijarme en las notas al pie y buscar los temas que me interesaban, contestó a muchas de las cuestiones doctrinales que me habían desconcertado durante años. Sin duda alguna, era el libro más interesante que había tenido jamás en las manos, y seguía sorprendiéndome y edificándome por cualquier página por donde lo abriera.

Cuando los jóvenes misioneros regresaron, tal y como habían prometido, yo estaba en casa y tenía un mensaje de suma importancia para ellos. Les dije algo que consideraba que debían saber: “¡Su libro es verdadero!”. ¡Exigí saber por qué era propiedad de su iglesia, pues consideraba que estaba en posesión de las manos equivocadas!

En ese momento, me hallaba preparada para escuchar lo que tuvieran que decirme. Después de muchos meses de investigación, supe que ese magnífico libro no sólo me proporcionó mucha más luz y conocimiento del que imaginaba, sino que también me había guiado a la plenitud del Evangelio, al poder del sacerdocio y al conocimiento de que aquellos 15 hombres vestidos de trajes de negocios eran la evidencia de que la Iglesia verdadera de Jesucristo está nuevamente sobre la tierra.

Ann Cue es miembro del Barrio Madison 4, Estaca Madison, Wisconsin.