2006
La lucha por hallar la verdad
abril de 2006


La lucha por hallar la verdad

Artur Tomaszewski le había pedido a Dios que le mostrara la verdad, pero tuvo una lucha con la respuesta que recibió.

Artur Tomaszewski podía defenderse si hiciera falta. Después de todo, a los 17 años de edad era el campeón nacional de jujitsu de Polonia, su tierra natal, aunque él considera que el camino más sabio es buscar primero la paz. Y eso es lo que estaba haciendo, en cierto sentido, cuando ganó la pelea más difícil de todas: la lucha por encontrar la verdad.

De pequeño, Artur había estudiado la Biblia y se había planteado preguntas sobre su relación con Dios y sobre la Iglesia verdadera del Señor. Nadie le había dado respuestas satisfactorias, así que, finalmente, decidió orar a Dios para pedirle que le indicara qué iglesia era la verdadera.

¿Les resulta familiar esta historia?

Tanto la respuesta, como el modo en que Artur la recibió, fueron una sorpresa para él.

De pequeño, dice, “me gustaba estudiar sobre las diferentes religiones”. Su estudio le convenció de que la Iglesia de Jesucristo tenía que estar en la tierra, pero no podía encontrar una que pareciera reunir los requisitos bíblicos. En cierta ocasión se vio tentado a preguntarse si realmente existía Dios, pero la fe que llevaba en su interior le permitió superar esa duda. Sabía que si había alguien que pudiera responderle, ése era Dios. Cuando tenía 18 años, llegó el momento en que Artur oró específicamente para pedir ser guiado a la Iglesia verdadera.

No mucho después, mientras se hallaba de visita en casa de su tía, vio un libro polvoriento en un estante. Se titulaba: Libro de Mormón. Su tía lo había recibido de unas hermanas misioneras; después lo puso en el estante y se olvidó de él.

Artur lo tomó y lo volvió a dejar tres veces, indeciso por si debía leerlo. No, tal vez no debiera; él sólo creía en la Biblia. Sin embargo, ese libro decía que era otro testamento de Jesucristo. No, la historia de ese José Smith al comienzo del libro era demasiado fantástica. Pero, ¿y si fuera cierta? No, el relato de las primeras 20 páginas del libro era totalmente ajeno a lo que él conocía.

Aún así, lo que había leído permaneció en su mente durante toda la semana. Cuando regresó a la casa de su tía con la intención de retomar la lectura donde la había dejado, ¡el libro ya no estaba!

Tendría que pasar algún tiempo antes de que Artur tuviera su propio ejemplar del Libro de Mormón.

Se presentó a los misioneros en una calle de Katowice; y cuando no le llamaron inmediatamente, tal y como le habían prometido (error que el ahora élder Tomaszweski no comete), decidió buscarlos un domingo por la mañana en la dirección del centro de reuniones que le habían facilitado.

Sucedió que era domingo de ayuno, y mientras los miembros compartían sus testimonios, Artur tuvo el mismo sentimiento de paz y certeza que había permanecido con él desde la primera vez que leyó el Libro de Mormón. De hecho, el sentimiento era tan intenso que deseaba ponerse de pie y dar su propio testimonio de que el libro es verdadero, pero no sabía si le permitirían hacerlo.

Cuando finalmente los misioneros le entregaron su propio ejemplar del Libro de Mormón, le preguntaron muy en serio si les prometería leerlo y orar por una respuesta de su veracidad. Artur se rió, pues ya sabía que podía recibir una respuesta de Dios.

Leyó y oró. La respuesta fue tan fuerte que parecía ser no sólo un sentimiento, sino “como luz en mis ojos” que le aportó gran claridad a las verdades que ya conocía por la Biblia. De nuevo se rió de buena gana, preguntándose si la respuesta sobre la Iglesia de Jesucristo podría ser tan “clara y sencilla”. Como se había imaginado que sería algo complicado, volvió a orar para estar seguro y recibió la misma respuesta firme, que le aseguraba que las verdades de Dios eran sencillas y no complicadas.

“Al averiguar que era verdadera, regresé a casa lleno de gozo”, recuerda. Pero nadie quería participar de ese gozo. Su madre y sus dos hermanos menores no tenían interés alguno, mientras que su padre se oponía abiertamente. Después de su bautismo en 2002, Artur se quedó casi sin el respaldo de amigos y conocidos, excepto en su rama.

La tradición religiosa es muy fuerte en Polonia. Nadie podía entender por qué querría él dejar la religión predominante. Pero aún así, dice, el ejemplo y la enseñanza que recibió de sus padres fue muy valiosa en su preparación para encontrar la verdad. “Me siento agradecido de que hicieran lo que sabían hacer para enseñarme”.

Vivir su fe a solas no debilitó su fe. Cuando decidió servir en una misión, estuvo dispuesto hasta a abandonar la práctica del jujitsu y sus tan amadas competiciones —algo que había formado parte de su vida desde la infancia— a fin de trabajar y ahorrar dinero para la misión. El jujitsu, dice, era un arte para él. “Cuando entrenaba, me sentía como un pintor ante un cuadro”. Pero el trabajo no le permitía disponer de tiempo para entrenar.

Antes de irse de su ciudad natal de Mystowice para servir como misionero, el élder Tomaszweski dejó un reto para su hermano menor, Patryk, que también participaba activamente en la práctica del jujitsu. “Si quieres saber por qué hago esto, por qué dejo mi deporte, lee el Libro de Mormón y ora al respecto”.

El élder Tomaszweski dice que ciertas cualidades adquiridas mediante la disciplina del jujitsu le han resultado útiles en el campo misional: la paciencia, la humildad y la capacidad para trabajar arduamente.

¿Qué es lo que más le gusta de la obra misional?

“A veces, cuando estoy muy cansado, cuando siento que ya no me quedan fuerzas y que tal vez me falta una pizca de fe, llamamos a una puerta y encontramos a una persona”, dice. Encontrar a alguien que quiera escuchar a veces le anima tanto que no puede ni dormir.

¿Y cuál ha sido su mejor día como misionero?

El día que se enteró de que su hermano menor aceptó el reto de leer el Libro de Mormón y de orar sobre él. Patryk Tomaszweski también recibió un testimonio y se bautizó en agosto de 2004.

Ahora son dos los Tomaszweski que participan de la dicha del Evangelio.