2002
El crear o continuar eslabones del sacerdocio
Enero de 2002


El crear o continuar eslabones del sacerdocio

“Cuando servimos rectamente… fortalecemos nuestro eslabón del sacerdocio y lo afianzamos a aquellos que nos han precedido así como a los que vendrán después”.

En esta vasta congregación de poseedores del sacerdocio, reunidos aquí y por todo el mundo, se encuentran varias generaciones: decenas de millares de hijos, padres, abuelos e incluso bisabuelos, todos los cuales tienen fe en Cristo, se esfuerzan por guardar Sus mandamientos y desean servirle.

Algunos forman parte de una larga tradición de poseedores del sacerdocio, remontándose a una época pasada. Otros son los primeros en sus respectivas familias en poseer el sacerdocio de Dios. Pero todos tienen la oportunidad, y la responsabilidad, ya sea de crear o de continuar una cadena de hombres dignos que honren el sacerdocio y presten servicio en el Reino, y de ese modo unir familias de generación en generación. Sobre ese vínculo personal en esa cadena del sacerdocio quisiera hablar esta noche.

En cada dispensación, se ha dado el sacerdocio a hombres fieles con el fin de llevar a cabo los propósitos del Señor. En las Escrituras se cuenta cómo la autoridad del sacerdocio fue pasando de profeta a profeta, comenzando con Adán.

En sentido figurado, nosotros somos parte de esa cadena del sacerdocio que se remonta hasta el comienzo de esta tierra. Sin embargo, cada uno de nosotros está literalmente ocupado en la importante tarea de crear nuestro propio eslabón fuerte del sacerdocio para poder unirnos a nuestros antepasados y a nuestra propia posteridad.

Si alguien no obtiene el Sacerdocio de Melquisedec ni lo honra, su eslabón se perderá y no será posible obtener la vida eterna (véase D. y C. 76:79; 84:41–42). Por esa razón, nuestra Iglesia hace un gran esfuerzo para enseñar el mensaje de la Restauración a todos los que estén dispuestos a escuchar y para preparar a todos los que tengan el deseo de obtener las bendiciones del sacerdocio y del templo.

El privilegio que tenemos de poseer el sacerdocio de Dios esta noche tuvo sus comienzos en nuestra existencia preterrenal. El profeta Alma explicó que los hombres que han sido ordenados al Sacerdocio de Melquisedec en la tierra han sido “llamados y preparados desde la fundación del mundo de acuerdo con la presciencia de Dios, por causa de su fe excepcional y buenas obras, habiéndoseles concedido primeramente escoger el bien o el mal; por lo que, habiendo escogido el bien y ejercido una fe sumamente grande, son llamados con un santo llamamiento…” (Alma 13:3).

Por mucho tiempo, el Señor ha deseado que ustedes creen o continúen en su familia la cadena de fieles poseedores del sacerdocio. La fe de ustedes y el uso prudente del albedrío, tanto en la existencia preterrenal como aquí en la tierra, fue lo que les permitió recibir el “santo llamamiento” del sacerdocio.

En 1844, el profeta José Smith declaró: “Todo hombre que recibe el llamamiento de ejercer su ministerio a favor de los habitantes del mundo, fue ordenado precisamente para ese propósito en el gran concilio celestial antes que este mundo fuese” (Enseñanzas del Profeta José Smith, págs. 453–454).

Por tanto, ya sea la primera o la quinta generación de su familia que posea el sacerdocio, cada uno de nosotros ha venido a la tierra con un patrimonio personal de fidelidad y con el conocimiento de que fuimos llamados antes de nacer. Eso nos brinda una firme determinación de siempre honrar el sacerdocio y, de ese modo, crear o continuar una familia unida por generaciones en la Iglesia y en el reino celestial.

A menudo definimos “sacerdocio” como el poder y la autoridad de actuar en el nombre de Dios sobre la tierra. Pero el servicio a nuestro Salvador, a nuestra familia y a nuestro prójimo también es parte de nuestro sacerdocio. El Salvador desea que ejerzamos el sacerdocio principalmente en beneficio de los demás. Nosotros no podemos darnos bendiciones a nosotros mismos ni bautizarnos a nosotros mismos, ni proporcionar las ordenanzas del templo para nosotros mismos. En vez de ello, todo poseedor del sacerdocio debe confiar en otros para que con amor ejerzan la autoridad y el poder de su sacerdocio para ayudar a cada uno de nosotros a progresar espiritualmente.

Pude aprender la importancia del servicio en el sacerdocio no sólo al observar a mi abuelo, padre y hermano magnificar sus llamamientos, sino también a los hermanos de mi barrio que eran modelos del sacerdocio para mí.

Como maestro recién ordenado en el Sacerdocio Aarónico, mi primer compañero de orientación familiar fue Henry Wilkening, un miembro del sumo consejo que era más de 60 años mayor que yo; era un inmigrante alemán, zapatero de profesión, corto de estatura, pero un pastor fiel y lleno de energía para las familias que nos habían sido asignadas. Yo iba a la carrera detrás de él (porque parecía caminar y subir escaleras mucho más rápido que yo) durante nuestras visitas mensuales a familias que vivían en circunstancias que nunca me imaginé que existieran. Él esperaba que yo diera una parte de la lección y concertara todas las citas, pero lo que más hacía era escuchar y observar mientras ayudaba a hermanos y hermanas que tenían diversas necesidades espirituales, sociales, económicas y emocionales, las que a los 14 años de edad ni me imaginaba que existieran.

Empecé a darme cuenta de cuántas cosas buenas podía llevar a cabo un fiel poseedor del sacerdocio. Observé al hermano Wilkening crear un fuerte eslabón del sacerdocio para sí mismo a través del tierno servicio que prestaba a esas familias necesitadas, y a mí, en mi juventud.

Los muchos poseedores del sacerdocio a los que observaba cuando era joven me enseñaron que el prestar servicio a los demás no depende del tener un título, un llamamiento específico o un puesto formal en la Iglesia. En vez de ello, la oportunidad surge como parte inherente del hecho de que la persona ha recibido el sacerdocio de Dios.

El presidente J. Reuben Clark, Jr., acertadamente enseñó en la conferencia general de abril de 1951: “Cuando servimos al Señor, no interesa dónde sino cómo lo hacemos. En La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, uno debe aceptar el lugar que se le haya llamado a ocupar y no debe ni procurarlo ni rechazarlo” (“Llamados a servir”, Liahona, enero de 1998, pág. 7).

Cuando servimos rectamente con todo nuestro corazón, cualquiera sea la responsabilidad que hayamos recibido, fortalecemos nuestro eslabón del sacerdocio y lo afianzamos a aquellos que nos han precedido así como a los que vendrán después.

Doy testimonio solemne de la divinidad y del sacrificio expiatorio del Salvador, y de la restauración de Su sacerdocio, el cual tenemos el privilegio de portar, y ruego que todo hijo y padre que participe de esta reunión tome la determinación esta noche de servir fielmente al Señor al honrar el sacerdocio y afianzar firmemente su eslabón personal a la cadena del sacerdocio que lo unirá a él, a sus antepasados y a su posteridad a través de la eternidad. En el nombre de Jesucristo. Amén.