Historia de la Iglesia
Las bendiciones y la sanación en el templo


Las bendiciones y la sanación en el templo

En 1978, la familia de Justo Rivera, de Guayaquil, y la de Rafael y Teresa Tabango, de Otavalo, viajaron a São Paulo, Brasil, para asistir a la dedicación del primer templo de Sudamérica. A pesar de los 6000 kilómetros de distancia que hacían que el templo quedara fuera del alcance de la mayoría de los santos ecuatorianos, las familias regresaron hablando del espíritu que habían sentido allí. Menos de cuatro años después, en marzo de 1982, los santos de Ecuador se regocijaron cuando Gordon B. Hinckley, de la Primera Presidencia, anunció los planes para edificar un templo en Guayaquil.

Los problemas que hubo para obtener los permisos retrasaron el proyecto y los santos de Ecuador veían cómo se terminaban de construir templos en otros países antes de que siquiera se diera la primera palada para comenzar en Guayaquil. A pesar de los retrasos, buscaron maneras de contribuir al proyecto del templo. Una maestra de Seminario de Guayaquil alentó a sus alumnos a que participaran; la clase hizo una colecta de ropa con la que reunió una cantidad mayor de la que generalmente se ganaba en un mes. Cuando un presidente de misión que visitaba Otavalo mencionó que la Iglesia aceptaba donaciones en especie, los santos del lugar donaron en un solo día suficientes bienes para satisfacer todas las ofrendas que se esperaba que hiciera el distrito de Otavalo para el fondo del templo.

Tras la dedicación del Templo de Lima, Perú, en 1986, los santos también aumentaron su preparación para su propio templo al hacer viajes de una semana en autobús a Lima con sus barrios o estacas. Los viajes podían resultar difíciles. Gonzalo y Clemencia Viña de Durán recordaron que los detuvieron en la frontera, ya que su ruta se vio afectada por el desbordamiento de un río importante, y que escaseaba la comida mientras esperaban que otro autobús fuera a buscarlos al otro lado del río desbordado. Sin embargo, una vez en Lima, disfrutaron de días de servicio en la Casa del Señor y se recordaron unos a otros que pronto habría un templo en su propia ciudad.

Diecisiete años después del anuncio original, se concluyó el templo. Más de cien mil personas asistieron al programa de puertas abiertas. Cuando la nueva presidencia del templo abrió las puertas del edificio por primera vez tras la dedicación, docenas de santos otavaleños estaban ahí, esperando, santos que habían viajado durante más de diez horas, vestidos con su ropa típica, que esperaban en fila para entrar al templo en la primera oportunidad.

Entre los primeros matrimonios que se sellaron en el templo se encontraban los Cavanna, Santos de los Últimos Días pioneros de Guayaquil. Nino Cavanna era ciego y había inspirado a sus amigos, años antes, con su dedicación para asistir al Templo de Lima, Perú. Sin embargo, su esposa sufría una parálisis física y estaba confinada en cama, lo que hacía prácticamente imposible que la pareja viajara a Lima. En Guayaquil, cuando los obreros del templo la llevaban cargando y lo dirigían a él a la sala de sellamientos, Nino comentó cómo el Espíritu Santo lo ayudó a percibir la grandeza de la ordenanza.

Los miembros se sentían atraídos por la paz y el poder espiritual del templo. Uno de los primeros miembros de la Iglesia en Esmeraldas, Anizeto Sosa Quiñónez, se enteró de que su hija, mientras se encontraba en la escuela, había sufrido una lesión que ponía en riesgo su vida y la había dejado paralizada. El personal del hospital trasladó a la joven de quince años a una clínica de Guayaquil, pero los tratamientos no hacían que mejorara. Mientras analizaban más procedimientos experimentales, la hija de Anizeto se opuso, diciendo: “El Señor acaba de llamarme. Me espera en el templo para sanarme”. El conductor de la ambulancia accedió a llevarla al templo y, una vez allí, ayudó a Anizeto a llevarla a los jardines. Cerca de las fuentes, Anizeto vio a su hija arrodillarse, besar el suelo y ponerse de pie. Ella testificó que había sentido el abrazo del Señor. Él había venido a ella y la había sanado.