Conferencia General
Verdad eterna
Conferencia General de octubre de 2023


10:40

Verdad eterna

¡Nuestra necesidad de reconocer la verdad jamás ha sido más importante!

Hermanos y hermanas, gracias por su devoción a Dios el Padre y Su Hijo, Jesucristo, y gracias por su amor y por prestarse servicio unos a los otros. ¡Ustedes son realmente extraordinarios!

Introducción

Después de que mi esposa, Anne, y yo recibiéramos un llamamiento para servir como líderes de una misión de tiempo completo, nuestra familia decidió aprender el nombre de todos los misioneros antes de llegar al campo misional. Conseguimos fotografías, creamos tarjetas de memorización y empezamos a estudiar los rostros y a memorizar los nombres.

Cuando llegamos al campo, tuvimos conferencias de presentación con los misioneros. Mientras conversábamos con ellos, oí a nuestro hijo de nueve años decir esto:

“¡Encantado de conocerte, Sam!”.

“Rachel, ¿de dónde eres?”.

“Guau, David, ¡qué alto eres!”.

Alarmado, me acerqué a nuestro hijo y le susurré: “Oye, recuerda dirigirte a los misioneros como élder o hermana”.

Él me miró extrañado y dijo: “Papá, creía que teníamos que memorizar sus nombres”. Nuestro hijo hizo lo que consideró correcto tal como él lo entendía.

¿Qué es lo que entendemos acerca de la verdad en el mundo actual? Se nos bombardea constantemente con opiniones firmes, información sesgada y datos incompletos. Al mismo tiempo, el volumen y las fuentes de esa información se están multiplicando. ¡Nuestra necesidad de reconocer la verdad jamás ha sido más importante!

La verdad es crucial para que establezcamos y fortalezcamos nuestra relación con Dios, hallemos paz y gozo y alcancemos nuestro potencial divino. Pensemos hoy en las siguientes preguntas:

  • ¿Qué es la verdad y por qué es importante?

  • ¿Cómo hallamos la verdad?

  • Cuando la encontramos, ¿cómo podemos compartirla?

La verdad es eterna

El Señor nos ha enseñado en las Escrituras que “la verdad es el conocimiento de las cosas como son, como eran y como han de ser” (Doctrina y Convenios 93:24). “No fue creada ni hecha” (Doctrina y Convenios 93:29) y “no tiene fin” (Doctrina y Convenios 88:66)1. La verdad es absoluta, fija e inmutable. En otras palabras, la verdad es eterna2.

La verdad nos ayuda a evitar el engaño3, discernir el bien del mal4, recibir protección5 y hallar consuelo y sanación6. La verdad también puede guiar nuestras acciones7, hacernos libres8, santificarnos9 y conducirnos a la vida eterna10.

Dios revela la verdad eterna

Dios nos revela la verdad eterna mediante una red de relaciones de revelación que incluyen a Él, a Jesucristo, al Espíritu Santo, a los profetas y a nosotros. Analicemos las funciones distintas, pero interconectadas, que cada participante desempeña en ese proceso.

Primero, Dios es la fuente de la verdad eterna11. Él y Su Hijo, Jesucristo12, tienen un entendimiento perfecto de la verdad y siempre actúan en armonía con las leyes y los principios verdaderos13. Este poder les permite crear y gobernar mundos14 así como amarnos, guiarnos y nutrirnos perfectamente a cada uno de nosotros15. Ellos quieren que nosotros entendamos la verdad y la pongamos en práctica para que podamos disfrutar de las bendiciones que Ellos disfrutan16. Pueden impartir la verdad en persona o, más comúnmente, mediante mensajeros tales como el Espíritu Santo, ángeles o profetas vivientes.

Segundo, el Espíritu Santo testifica de toda verdad17. Él nos revela la verdad directamente y da testimonio de la verdad enseñada por otras personas. Por lo general, las impresiones del Espíritu nos llegan como pensamientos a la mente y sentimientos al corazón18.

Tercero, los profetas reciben la verdad de Dios y comparten dicha verdad con nosotros19. Aprendemos la verdad de los profetas del pasado en las Escrituras20 y de los profetas vivientes en la conferencia general y mediante otros canales oficiales.

Finalmente, ustedes y yo desempeñamos una función crucial en ese proceso. Dios espera que busquemos, reconozcamos y actuemos de acuerdo con la verdad. Nuestra capacidad de recibir la verdad y ponerla en práctica depende de la solidez de nuestra relación con el Padre y el Hijo, de nuestra sensibilidad a la influencia del Espíritu Santo y de nuestra alineación con los profetas de los últimos días.

Debemos recordar que Satanás trabaja para alejarnos de la verdad. Él sabe que, sin la verdad, no podemos obtener la vida eterna y entreteje hilos de verdad con filosofías mundanas a fin de confundirnos y distraernos de lo que Dios comunica21.

Buscar, reconocer y poner en práctica la verdad eterna

Conforme busquemos la verdad eterna22, las siguientes dos preguntas podrán ayudarnos a reconocer si un concepto proviene de Dios o de otra fuente:

  • ¿Se enseña el concepto constantemente en las Escrituras o en las palabras de los profetas vivientes?

  • ¿Se confirma el concepto por medio del testimonio del Espíritu Santo?

Dios revela verdades doctrinales por medio de los profetas, y el Espíritu Santo nos confirma esas verdades y nos ayuda a ponerlas en práctica23. Debemos buscar recibir estas impresiones espirituales y estar preparados para cuando estas lleguen24. Somos más receptivos al testimonio del Espíritu cuando somos humildes25, oramos con sinceridad, estudiamos la palabra de Dios26 y guardamos Sus mandamientos27.

Una vez que el Espíritu Santo nos confirma una verdad específica, nuestra comprensión se profundiza a medida que ponemos ese principio en práctica. Con el tiempo, si vivimos el principio de modo constante, obtenemos un conocimiento seguro de esa verdad28.

Por ejemplo, he cometido errores y he sentido remordimiento por malas decisiones, pero por medio de la oración, el estudio y la fe en Jesucristo, he recibido un testimonio del principio del arrepentimiento29. Y al continuar arrepintiéndome, se ha fortalecido mi comprensión del arrepentimiento. Me he sentido más cerca de Dios y de Su Hijo. Ahora que el pecado puede ser perdonado por medio de Jesucristo, pues experimento las bendiciones del arrepentimiento cada día30.

Confiar en Dios cuando la verdad aún no se haya revelado

Entonces, ¿qué debemos hacer cuando busquemos sinceramente verdades que aún no se hayan revelado? Siento empatía por aquellos de nosotros que anhelamos respuestas que no parecen llegar.

El Señor aconsejó a José Smith: “Guard[a] silencio hasta que yo considere propio dar a conocer […] todas las cosas concernientes al asunto” (Doctrina y Convenios 10:37).

Y a Emma Smith le explicó: “No murmures a causa de las cosas que no has visto, porque se han retenido de ti y del mundo para mi sabio propósito en un tiempo futuro” (Doctrina y Convenios 25:4).

Yo también he buscado respuestas a preguntas sinceras. Muchas respuestas han llegado, otras no31. A medida que esperamos —confiando en la sabiduría y el amor de Dios, guardando Sus mandamientos y confiando en lo que sabemos—, Él nos ayuda a hallar paz hasta que revele la verdad de todas las cosas32.

Comprender la doctrina y las normas

Cuando buscamos la verdad, resulta de ayuda entender la diferencia entre la doctrina y las normas. La doctrina se refiere a las verdades eternas, tales como la naturaleza de la Trinidad, el Plan de Salvación y el sacrificio expiatorio de Jesucristo. Las normas son la puesta en práctica de la doctrina según las circunstancias actuales. Las normas nos ayudan a administrar la Iglesia de manera ordenada.

Mientras que la doctrina jamás cambia, las normas se ajustan de cuando en cuando. El Señor obra por medio de Sus profetas para ceñirse a Su doctrina y modificar las normas de la Iglesia de acuerdo con las necesidades de Sus hijos.

Desafortunadamente, a veces confundimos las normas con la doctrina. Si no entendemos la diferencia, corremos el riesgo de desilusionarnos cuando las normas cambian e incluso podemos comenzar a cuestionar la sabiduría de Dios o la función reveladora de los profetas33.

Enseñar la verdad eterna

Cuando obtenemos la verdad de Dios, Él nos alienta a compartir ese conocimiento con otras personas34. Lo hacemos al enseñar una clase, al guiar a un niño o al hablar de las verdades del Evangelio con un amigo.

Nuestro objetivo es enseñar la verdad de un modo que invite al poder de conversión del Espíritu Santo35. Permítanme compartir algunas invitaciones sencillas del Señor y de Sus profetas que pueden ayudarnos36.

  1. Centrarnos en el Padre Celestial, en Jesucristo y en Su doctrina fundamental37.

  2. Mantenernos firmes en las Escrituras y en las enseñanzas de los profetas de los últimos días38.

  3. Confiar en la doctrina establecida por medio de múltiples testigos que tienen autoridad39.

  4. Evitar la especulación, las opiniones personales o las ideas del mundo40.

  5. Enseñar los puntos de doctrina dentro del contexto de las verdades del Evangelio relacionadas41.

  6. Usar métodos de enseñanza que inviten a la influencia del Espíritu42.

  7. Comunicarse con claridad para evitar malentendidos43.

Hablar la verdad con amor

El modo en que enseñamos la verdad importa mucho. Pablo nos alentó a hablar “la verdad en amor” (véase Efesios 4:14–15). La verdad tiene la mayor probabilidad de bendecir a otra persona cuando se comunica con amor cristiano44.

La verdad que se enseña sin amor puede ocasionar que nos sintamos juzgados, desalentados y solos; esto con frecuencia conduce a resentimientos y división, e incluso a conflictos. Por otra parte, el amor sin la verdad es vacío y carece de la promesa de progreso.

Tanto la verdad como el amor son esenciales para nuestro desarrollo espiritual45. La verdad proporciona la doctrina, los principios y las leyes necesarios para obtener la vida eterna, mientras que el amor genera la motivación necesaria para aceptar lo que es verdadero y actuar en consecuencia.

Estaré agradecido para siempre por las personas que pacientemente me enseñaron la verdad eterna con amor.

Conclusión

Para concluir, permítanme compartir las verdades eternas que se han convertido en un ancla para mi alma. He llegado a conocer estas verdades al seguir los principios analizados hoy.

Sé que Dios es nuestro Padre Celestial46. Él es omnisciente47 y todopoderoso48 y ama con un amor perfecto49. Él creó un plan para que obtengamos la vida eterna y lleguemos a ser semejantes a Él50.

Como parte de ese plan, envió a Su Hijo, Jesucristo, a ayudarnos51. Jesús nos enseñó a hacer la voluntad del Padre52 y a amarnos los unos a los otros53. Expió nuestros pecados54 y dio Su vida en la cruz55. Se levantó de entre los muertos después de tres días56. Por medio de Cristo y Su gracia, resucitaremos57, podemos ser perdonados58 y podemos encontrar fortaleza en la aflicción59.

Durante Su ministerio terrenal, Jesús estableció Su Iglesia60. Con el tiempo, dicha Iglesia cambió y se perdieron verdades61. Jesucristo restauró Su Iglesia y las verdades del Evangelio mediante el profeta José Smith62. Hoy en día, Cristo sigue dirigiendo Su Iglesia por medio de profetas y apóstoles vivientes63.

Sé que conforme vengamos a Cristo, con el tiempo, podemos “perfecciona[rn]os en él” (Moroni 10:32), obtener “una plenitud de gozo” (Doctrina y Convenios 93:33) y recibir “todo lo que [el] Padre tiene” (Doctrina y Convenios 84:38). De estas verdades eternas, doy testimonio en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Véanse también Salmo 117:2; Doctrina y Convenios 1:39.

  2. “Al contrario de las dudas de algunos, sí existen el bien y el mal. Realmente existe la verdad absoluta: la verdad eterna. Una de las plagas de nuestra época es que muy pocas personas saben adónde acudir en busca de la verdad” (Russell M. Nelson, “Verdad pura, doctrina pura y revelación pura”, Liahona, noviembre de 2021, pág. 6).

  3. Véase José Smith—Mateo 1:37.

  4. Véase Moroni 7:19.

  5. Véanse 2 Nefi 1:9; Doctrina y Convenios 17:8.

  6. Véase Jacob 2:8.

  7. Véanse Salmo 119:105; 2 Nefi 32:3.

  8. Véanse Juan 8:32; Doctrina y Convenios 98:8.

  9. Véase Juan 17:17.

  10. Véase 2 Nefi 31:20.

  11. Véanse Doctrina y Convenios 88:11–13; 93:36.

  12. Véanse Juan 5:19–20; 7:16; 8:26; 18:37; Moisés 1:6.

  13. Véanse Alma 42:12–26; Doctrina y Convenios 88:41.

  14. Véase Moisés 1:30–39.

  15. Véase 2 Nefi 26:24.

  16. Véase Doctrina y Convenios 82:8–9.

  17. Véanse Juan 16:13; Jacob 4:13; Moroni 10:5; Doctrina y Convenios 50:14; 75:10; 76:12; 91:4; 124:97.

  18. Véanse Doctrina y Convenios 6:22–23; 8:2–3.

  19. Véanse Jeremías 1:5, 7; Amós 3:7; Mateo 28:16–20; Moroni 7:31; Doctrina y Convenios 1:38; 21:1–6; 43:1–7. Un profeta es “una persona llamada por Dios para que hable en Su nombre. En calidad de mensajero de Dios, el profeta recibe mandamientos, profecías y revelaciones de Él. La responsabilidad del profeta consiste en hacer conocer a la humanidad la voluntad y la verdadera naturaleza de Dios, y demostrar el significado que tienen Sus tratos con ellos. El profeta denuncia el pecado y predice sus consecuencias; es predicador de rectitud. En algunas ocasiones, puede recibir inspiración para predecir el futuro en beneficio del ser humano; no obstante, su responsabilidad primordial es la de dar testimonio de Cristo. El Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es el profeta de Dios sobre la tierra en la actualidad. A los miembros de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles se les sostiene como profetas, videntes y reveladores” (Guía para el Estudio de las Escrituras, “Profeta”, Biblioteca del Evangelio). Se pueden encontrar ejemplos de estos principios en la vida de Adán (véase Moisés 6:51–62), Enoc (véase Moisés 6:26–36), Noé (véase Moisés 8:19, 23–24), Abraham (véanse Génesis 12:1–3; Abraham 2:8–9), Moisés (véanse Éxodo 3:1–15; Moisés 1:1–6, 25–26), Pedro (véase Mateo 16:13–19) y José Smith (véanse Doctrina y Convenios 5:6–10; 20:2; 21:4–6).

  20. Véase 2 Timoteo 3:16.

  21. Véanse Juan 8:44; 2 Nefi 2:18; Doctrina y Convenios 93:39; Moisés 4:4.

  22. Véase 1 Nefi 10:19. El presidente Dallin H. Oaks enseñó: “Debemos ser prudentes al buscar la verdad [de Dios] y elegir fuentes para realizar esa búsqueda. No debemos considerar el prestigio o la autoridad secular como fuentes de verdad fidedignas. […] Cuando buscamos la verdad sobre la religión, debemos utilizar métodos espirituales apropiados para esa búsqueda: la oración, el testimonio del Espíritu Santo y el estudio de las Escrituras y de las palabras de los profetas actuales” (Dallin H. Oaks, “La verdad y el plan”, Liahona, noviembre de 2018, pág. 25).

  23. Él élder D. Todd Christofferson enseñó: “Apóstoles y profetas […] declaran la palabra de Dios, pero, además, creemos que los hombres y las mujeres en general, e incluso los niños, pueden aprender por la inspiración divina y ser guiados por ella en respuesta a la oración y al estudio de las Escrituras […]. A los miembros de la Iglesia de Jesucristo se les confiere el don del Espíritu Santo, el cual facilita la comunicación constante con su Padre Celestial […]. Esto no quiere decir que todo miembro habla en nombre de la Iglesia y que puede definir sus doctrinas, sino que cada uno puede recibir guía divina al hacer frente a los desafíos y a las oportunidades de su vida personal” (“La doctrina de Cristo”, Liahona, mayo de 2012, págs. 89–90, nota 2).

  24. Véase 2 Nefi 33:1–2.

  25. Véase Doctrina y Convenios 1:28.

  26. Véanse Moroni 10:3–5; Doctrina y Convenios 9:7–9; 84:85.

  27. Véanse Doctrina y Convenios 5:35; 63:23; 93:27–28. A pesar de nuestros esfuerzos más sinceros, es posible que a algunos de nosotros nos siga costando sentir el Espíritu debido a desafíos relacionados con la salud mental. La depresión, la ansiedad y otras enfermedades neurológicas pueden complicar el reconocer al Espíritu Santo. En esos casos, el Señor nos invita a seguir viviendo el Evangelio y Él nos bendecirá (véase Mosíah 2:41). Podemos buscar otras actividades —por ejemplo, escuchar música sagrada, prestar servicio o pasar tiempo en la naturaleza— que nos ayuden a sentir los frutos del Espíritu (véase Gálatas 5:22–23) y fortalezcan nuestra conexión con Dios.

    El élder Jeffrey R. Holland lo expresó así: “Entonces, ¿cuál es la mejor manera de actuar cuando ustedes o sus seres amados afronten dificultades mentales o emocionales? Ante todo, nunca pierdan la fe en el Padre Celestial, quien los ama más de lo que pueden comprender […]. Fielmente sigan las buenas prácticas de devoción que invitan al Espíritu del Señor a sus vidas. Busquen el consejo de los que poseen las llaves de su bienestar espiritual. Pidan y atesoren las bendiciones del sacerdocio. Participen de la Santa Cena cada semana y aférrense a las promesas de perfección en la Expiación de Jesucristo. Crean en los milagros. He visto suceder muchos de ellos cuando todo otro indicio decía que ya no había esperanza. La esperanza nunca se pierde” (véase “Como una vasija quebrada”, Liahona, noviembre de 2013, pág. 41).

  28. Véanse Juan 7:17; Alma 32:26–34. En definitiva, Dios desea que obtengamos la verdad “línea por línea, precepto por precepto”, hasta que comprendamos todas las cosas (véanse Proverbios 28:5; 2 Nefi 28:30; Doctrina y Convenios 88:67; 93:28).

  29. Véanse 1 Juan 1:9–10; 2:1–2.

  30. El presidente Russell M. Nelson explicó: “Nada es más liberador, más ennoblecedor ni más crucial para nuestro progreso individual que centrarse con regularidad y a diario en el arrepentimiento. El arrepentimiento no es un suceso; es un proceso; es la clave de la felicidad y la paz interior. Cuando lo acompaña la fe, el arrepentimiento despeja el acceso al poder de la Expiación de Jesucristo” (véase “Podemos actuar mejor y ser mejores”, Liahona, mayo de 2019, pág. 67).

  31. No conozco todas las razones por las que Dios no nos revela algunas verdades eternas, pero el élder Orson F. Whitney hizo una reflexión interesante: “Bienaventurado es creer sin ver, puesto que el desarrollo espiritual procede del ejercicio de la fe, uno de los grandes objetivos de la existencia terrenal del hombre. Por otro lado, el conocimiento, al consumir la fe, impide su ejercicio y, por consiguiente, atrofia ese desarrollo. ‘El conocimiento es poder’ y todas las cosas se sabrán en su debido momento, pero el conocimiento prematuro —conocer en el momento equivocado— es letal, tanto para el progreso como para la felicidad” (“The Divinity of Jesus Christ”, Improvement Era, enero de 1926, pág. 222; véase también “La divinidad de Jesucristo”, Liahona, diciembre de 2003, págs. 14–15).

  32. Véase Doctrina y Convenios 76:5–10. Asimismo, el Señor le dijo a Hyrum Smith: “No intentes declarar mi palabra, sino primero procura obtenerla […]; guarda silencio [y] estudia mi palabra” (Doctrina y Convenios 11:21–22). El profeta Alma da un ejemplo sobre cómo tratar las preguntas sin contestar: “Todavía no me han sido revelados plenamente estos misterios; por tanto, me refrenaré” (Alma 37:11). También explicó a su hijo Coriantón que “hay muchos misterios que permanecen ocultos, que nadie los conoce sino Dios mismo” (Alma 40:3). Asimismo he hallado fortaleza en la respuesta de Nefi cuando se le hizo una pregunta que no sabía contestar: “Sé que [Dios] ama a sus hijos; sin embargo, no sé el significado de todas las cosas” (1 Nefi 11:17).

  33. Del mismo modo, las tradiciones culturales no son ni doctrina ni normas. Pueden ser útiles si nos ayudan a obedecer la doctrina y las normas, pero también pueden obstaculizar nuestro crecimiento espiritual si no se basan en principios verdaderos. Debemos evitar las tradiciones que no edifiquen nuestra fe en Jesucristo ni nos ayuden a progresar hacia la vida eterna.

  34. Véase Doctrina y Convenios 15:5; 88:77–78.

  35. Véase Doctrina y Convenios 50:21–23.

  36. Adaptado del documento “Principios para asegurar la pureza doctrinal”, aprobado por la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles en febrero de 2023.

  37. Véase 1 Nefi 15:14. El Señor mandó a Sus siervos que evitaran centrarse en dogmas, o conceptos, que no sean fundamentales en Su Evangelio: “Y de dogmas no hablarás, sino que declararás el arrepentimiento y la fe en el Salvador, y la remisión de pecados por el bautismo y por fuego, sí, por el Espíritu Santo” (Doctrina y Convenios 19:31).

    El élder Neil L. Andersen explicó: “Concentrémonos en el Salvador Jesucristo y en la dádiva de Su sacrificio expiatorio. Eso no significa que no podamos contar experiencias de nuestra propia vida o compartir citas de otras personas. Si bien el tema podría ser la familia, el servicio, el templo o una misión reciente […], todo debe apuntar al Señor Jesucristo” (“Hablamos de Cristo”, Liahona, noviembre de 2020, pág. 90).

  38. Véase Doctrina y Convenios 28:2–3, 8. El profeta Alma exhortó a quienes habían sido llamados a predicar el Evangelio a “que no enseñaran nada, sino las cosas que él había enseñado, y que habían sido declaradas por boca de los santos profetas” (Mosíah 18:19).

    El presidente Henry B. Eyring declaró: “Debemos enseñar las doctrinas fundamentales de la Iglesia que se hallan en los libros canónicos y las enseñanzas de los profetas, cuya responsabilidad es declarar la doctrina” (véase “El Señor multiplicará la cosecha”, Una velada con una Autoridad General, 6 de febrero de 1998, en La enseñanza en Seminario: Lecturas de preparación para el maestro, 2006, pág. 102).

    El élder D. Todd Christofferson testificó que “en la Iglesia hoy día, tal como en la antigüedad, el establecer la doctrina de Cristo o el corregir las desviaciones en cuanto a la doctrina es un asunto de revelación divina a aquellos que el Señor inviste con autoridad apostólica” (“La doctrina de Cristo”, pág. 86).

  39. Véanse 2 Corintios 13:1; 2 Nefi 11:3; Éter 5:4; Doctrina y Convenios 6:28. El élder Neil L. Andersen observó: “Algunas personas ponen en duda su fe cuando encuentran una declaración que un líder de la Iglesia ha hecho hace décadas y que parece estar en desacuerdo con nuestra doctrina. Hay un importante principio que gobierna la doctrina de la Iglesia. Todos los quince miembros de la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce enseñan la doctrina; no está escondida en un oscuro párrafo de un discurso. Muchos enseñan con frecuencia principios verdaderos; nuestra doctrina no es difícil de encontrar” (véase “La prueba de vuestra fe”, Liahona, noviembre de 2012, pág. 41).

    De modo semejante, el élder D. Todd Christofferson enseñó: “Se debe recordar que no toda declaración que haya hecho un líder de la Iglesia, pasada o presente, necesariamente constituye doctrina. Comúnmente se da por entendido en la Iglesia que una declaración hecha por un líder en una ocasión a menudo representa una opinión personal que, aunque bien pensada, no quiere decir que sea oficial o se vincule a toda la Iglesia” (“La doctrina de Cristo”, pág. 88).

  40. Véase 3 Nefi 11:32, 40. El presidente Gordon B. Hinckley dijo: “He hablado antes en cuanto a la importancia de conservar pura la doctrina de la Iglesia […]. Eso me preocupa. Aun las más mínimas aberraciones en la enseñanza de la doctrina pueden conducir a enormes y malignas falsedades” (Teachings of Gordon B. Hinckley, 1997, pág. 620).

    El presidente Dallin H. Oaks advirtió que hay algunas personas “que seleccionan unas pocas frases de las enseñanzas de algún profeta y las utilizan para respaldar sus objetivos políticos u otros propósitos personales […]. Tergiversar las palabras de un profeta para respaldar objetivos personales, bien sean políticos, económicos o de otra clase, es tratar de manipular al profeta, no es seguirlo” (“Our Strengths Can Become Our Downfall”, devocional en la Universidad Brigham Young, 7 de junio de 1992, pág. 7, speeches.byu.edu).

    El presidente Henry B. Eyring advirtió: “La doctrina cobra poder cuando el Espíritu Santo confirma que es verdadera […]. Por motivo de que necesitamos al Espíritu Santo, debemos ser cautelosos y tener cuidado de no enseñar lo que no sea la doctrina verdadera. El Espíritu Santo es el Espíritu de verdad y Él confirmará lo que enseñemos si evitamos especular o hacer interpretaciones personales. Eso puede resultar difícil de hacer […]. Es tentador poner a prueba algo nuevo o sensacional. Pero invitamos al Espíritu Santo a que nos acompañe cuando tenemos cuidado de enseñar únicamente la doctrina verdadera. Una de las formas más seguras de evitar aun acercarse a la falsa doctrina es resolver enseñar con sencillez. Con la simplicidad se pisa terreno seguro y no se pierde nada importante” (véase “El poder del enseñar la doctrina”, Liahona, julio de 1999, págs. 86–87).

    El élder Dale G. Renlund enseñó: “El procurar más entendimiento es una parte importante de nuestro desarrollo espiritual, pero, por favor, sean prudentes. La razón no puede reemplazar la revelación. La especulación no conducirá a más conocimiento espiritual; sin embargo, puede conducirnos al engaño o desviar nuestra atención de lo que se ha revelado” (“Su naturaleza divina y destino eterno”, Liahona, mayo de 2022, pág. 70).

  41. Véase Mateo 23:23. El presidente Joseph F. Smith exhortó: “Es muy imprudente tomar un fragmento de la verdad y tratarlo como si constituyera el todo […]. Todos los principios revelados del Evangelio de Jesucristo son necesarios y esenciales en el Plan de Salvación”. Además, explicó: “No es ni buena práctica ni sana doctrina tomar cualquiera de estos, entresacarlo del plan completo de la verdad del Evangelio, convertirlo en predilección especial y basar en él nuestra salvación y progreso […]. Todos ellos son necesarios” (Gospel Doctrine, 5.ª edición, 1939, pág. 122).

    El élder Neal A. Maxwell explicó: “Los principios del Evangelio requieren sincronización. Cuando se separan o se aíslan, la interpretación y la implementación que hagan los hombres de estas doctrinas puede ser descabellada. El amor, si no es contenido por el séptimo mandamiento, se podría volver carnal. El loable quinto mandamiento de honrar a los padres, si no es contenido por el primer mandamiento, puede llevar a la lealtad incondicional a padres descarriados en lugar de a la lealtad a Dios […]. Aun la paciencia debe equilibrarse ‘reprendiendo en el momento oportuno con severidad, cuando lo induzca el Espíritu Santo’ [Doctrina y Convenios 121:43]” (véase “He aquí, el enemigo se ha combinado”, Liahona, julio de 1993, págs. 78–79).

    El presidente Marion G. Romney enseñó: “Escudriñar [las Escrituras] con el propósito de descubrir lo que enseñan, como mandó Jesús, es algo muy diferente a rebuscar en ellas con el propósito de encontrar pasajes que puedan utilizarse para respaldar alguna conclusión predeterminada” (“Records of Great Worth”, Ensign, septiembre de 1980, pág. 3).

  42. Véanse 1 Corintios 2:4; Moroni 6:9. El élder Jeffrey R. Holland recalcó la necesidad de comunicar el Evangelio de Jesucristo de una manera que conduzca a la edificación espiritual mediante el poder del Espíritu Santo: “El Señor jamás ha dado a la Iglesia un consejo más enfático que el de que debemos enseñar el Evangelio ‘por el Espíritu, sí, el Consolador que fue enviado para enseñar la verdad’. ¿Enseñamos el Evangelio ‘por el Espíritu de verdad’, ha preguntado Él, o lo enseñamos ‘de alguna otra manera? Y si es de alguna otra manera’, advierte Él, ‘no es de Dios’ [Doctrina y Convenios 50:14, 17–18] […]. No se puede llevar a cabo ningún aprendizaje eterno sin la vivificación del Espíritu de los cielos […]. Eso es lo que nuestros miembros en realidad desean […]; desean que su fe sea fortalecida y que su esperanza sea renovada; en una palabra, desean ser nutridos ‘por la buena palabra de Dios’, para ser fortalecidos por los poderes del cielo” (véase “Venido de Dios como maestro”, Liahona, julio de 1998, pág. 27).

  43. Véase Alma 13:23. Al hablar de nuestro Padre Celestial, el presidente Russell M. Nelson testificó: “Él se comunica con sencillez, en voz baja y con tan asombrosa claridad que no podemos malentenderlo” (“Escúchalo”, Liahona, mayo de 2020, pág. 89).

  44. Véanse Salmo 26:3; Romanos 13:10; 1 Corintios 13:1–8; 1 Juan 3:18.

  45. Véase Salmo 40:11.

  46. Véase Romanos 8:16.

  47. Véanse 1 Samuel 2:3; Mateo 6:8; 2 Nefi 2:24; 9:20.

  48. Véanse Génesis 17:1; Jeremías 32:17; 1 Nefi 7:12; Alma 26:35.

  49. Véanse Jeremías 31:3; 1 Juan 4:7–10; Alma 26:37.

  50. Véanse 2 Nefi 9; Doctrina y Convenios 20:17–31; Moisés 6:52–62.

  51. Véanse Juan 3:16; 1 Juan 4:9–10.

  52. Véanse Juan 8:29; 3 Nefi 27:13.

  53. Véanse Juan 15:12; 1 Juan 3:11.

  54. Véase Lucas 22:39–46.

  55. Véase Juan 19:16–30.

  56. Véase Juan 20:1–18.

  57. Véanse 1 Corintios 15:20–22; Mosíah 15:20–24; 16:7–9; Doctrina y Convenios 76:16–17.

  58. Véanse Hechos 11:17–18; 1 Timoteo 1:14–16; Alma 34:8–10; Moroni 6:2–3, 8; Doctrina y Convenios 19:13–19.

  59. Véanse Mateo 11:28–30; 2 Corintios 12:7–10; Filipenses 4:13; Alma 26:11–13.

  60. Véanse Mateo 16:18–19; Efesios 2:20.

  61. Véanse Mateo 24:24; Hechos 20:28–30.

  62. Véanse Doctrina y Convenios 20:1–4; 21:1–7; 27:12; 110; 135:3; José Smith—Historia 1:1–20.

  63. Véanse Doctrina y Convenios 1:14, 38; 43:1–7; 107:91–92.