1990–1999
Las Asambleas Solemnes
Octubre 1994


Las Asambleas Solemnes

“Cuando sostenemos al Presidente de la Iglesia con la mano levantada, … hacemos convenio con Dios de que obedeceremos la dirección y los consejos que recibamos por medio de Su Profeta.”

Desde lo mas profundo de mi alma, he rogado tener la guía y la influencia del Espíritu Santo en este acontecimiento dirigido desde los cielos. Los discursos de esta conferencia han sido muy edificantes y han marcado otro capitulo en la historia de la Iglesia.

Hace unos pocos meses, lloramos la perdida de un gran líder, el presidente Ezra Taft Benson, que paso toda una vida prestando servicio fiel y que dedico su tiempo y su inspirada dirección a edificar, aquí sobre la tierra, el Reino de Dios y a servir a sus coterráneos con gran lealtad y con un profundo interés en el bienestar de la nación. El se ha ido al mas allá, a unirse a SU compañera eterna, Flora, y a los otros seres queridos de ellos, para continuar su llamamiento preordenado.

Hoy somos testigos y participantes de un suceso sumamente sagrado: una asamblea solemne para tratar asuntos celestiales. Como ocurría en la antigüedad, los santos en todas partes del mundo han hecho mucho ayuno y oración para recibir en abundancia el Espíritu del Señor, que se ha sentido muy fuertemente aquí en esta ocasión.

Una asamblea solemne, tal como el nombre lo indica, es una ocasión reverente, sagrada y seria en que los santos se reúnen bajo la dirección de la Primera Presidencia. Estas asambleas se realizan por tres motivos: para dedicar un templo, para dar instrucciones especiales a los líderes del sacerdocio y para sostener a un nuevo Presidente de la Iglesia. Esta que se lleva a cabo hoy, en esta sesión, tiene por objeto sostener al recién llamado Presidente de la Iglesia y a otros oficiales de ella.

En las asambleas solemnes se sigue un modelo que las distingue de otras reuniones generales de la Iglesia en las que se hace el sostenimiento de oficiales. Ese modelo, que fue establecido por el profeta José Smith, consiste en que los quórumes del sacerdocio, empezando por el de la Primera Presidencia, se ponen de pie y, levantando la mano derecha, manifiestan su disposición a sostener al Presidente de la Iglesia como Profeta, Vidente y Revelador, no sólo con ese acto sino también con su confianza, su fe y sus oraciones. Los quórumes del sacerdocio de la Iglesia dan su voto de esa manera. Después, todos los miembros se ponen de pie y hacen la misma manifestación. Los otros lideres de la Iglesia se sostienen de igual manera en sus llamamientos respectivos.

Cuando sostenemos al Presidente de la Iglesia con la mano levantada, no solo reconocemos ante Dios que el es el poseedor legal de todas las llaves del sacerdocio, sino que también hacemos convenio con Dios de que obedeceremos la dirección y los consejos que recibamos por medio de Su Profeta. Este es un convenio solemne.

El día en que la Iglesia fue organizada, el Señor dio este mandamiento:

“porque recibiréis su palabra [la del Presidente de la Iglesia] con toda fe y paciencia como si viniera de mi propia boca.

“Porque si hacéis estas cosas, las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros; si, y Dios el Señor dispersara los poderes de las tinieblas de ante vosotros, y hará sacudir los cielos para vuestro bien y para la gloria de su nombre.

“Porque, así dice Dios el Señor: Yo lo he inspirado para impulsar la causa de Sión con gran poder para hacer lo bueno …” (D. y C. 21:5–7).

La primera asamblea solemne tuvo lugar en el Templo de Kirtland, el 27 de marzo de 1836. El profeta José Smith registro que, después de seguir el procedimiento de votación que he descrito, “les profetice a todos que si sostenían a esos hombres en sus llamamientos … el Señor los bendecirá… [y] en el nombre de Cristo, recibirían las bendiciones del cielo” (History of the Church, 2:418).

Hoy, ejerciendo el principio del común acuerdo, hemos expresado nuestra voluntad. )Cuan sagrados son ese privilegio y responsabilidad? Son tan sagrados que en la gran revelación sobre el sacerdocio, el Señor dijo que estos asuntos “se podrá[n] presentar ante una asamblea general de los varios quórumes, los cuales constituyen las autoridades espirituales de la iglesia” (D. y C. 107:32; cursiva agregada).

El profeta José Smith dijo:

“… donde [no hay Presidente], no habrá Primera Presidencia” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág 123). Después de la muerte del Presidente de la Iglesia, el grupo que le sigue en autoridad, el Quórum de los Doce Apóstoles, pasa a presidir. El presidente del quórum pasa a ser el Presidente en funciones de la Iglesia hasta que se ordene y se aparte oficialmente al nuevo Presidente en esa posición.

Nuestro Artículo de Fe numero 5 dice:

“Creemos que el hombre debe ser llamado por Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad, a fin de que pueda predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas.”

El proceso revelado por el cual Howard W. Hunter llegó a ser Presidente de la Iglesia comenzó cuando el fue llamado, ordenado y apartado como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, un llamamiento inspirado por el Señor. Ese llamamiento y ordenación colocaron al nuevo Apóstol en un quórum del sacerdocio con otros once hombres que han recibido el apostolado.

Todo Apóstol se ordena bajo la dirección del Presidente de la Iglesia, que tiene las llaves de todo el Reino de Dios. El otorga a todo nuevo Apóstol la autoridad del sacerdocio necesaria para tener cualquier posición en la Iglesia.

Afirmamos que hoy día. la autoridad para ministrar en el nombre de Dios esta vigente en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Mas aun, testificamos que este poder o comisión se confirió a los primeros oficiales de la Iglesia, por ordenación, bajo las manos de los que poseían el mismo poder en dispensaciones anteriores. José Smith recibió las llaves del apostolado de Pedro, Santiago y Juan, los mismos que tenían la autoridad del apostolado en los tiempos del Nuevo Testamento. Esa autoridad ha ido pasando de un profeta a otro, desde el profeta José Smith hasta el presidente Howard W. Hunter.

En los días de José Smith, había quienes pretendían tener la autoridad apostólica; uno de ellos era un elder a quien el Profeta había enviado a predicar el evangelio. No pasó mucho tiempo antes de que proclamara que era sumo sacerdote y dijera que había sido ordenado por un ángel de los cielos; engañó así a algunos miembros de la Iglesia El profeta José Smith lo llamó para que volviera a Ohio y lo interrogó con respecto a lo que andaba diciendo; el confesó que había mentido y pidió perdón. Orson Hyde, uno de los Doce Apóstoles, escribió lo siguiente sobre el principio que el Profeta después enseñó a todos los que estaban reunidos en la Escuela de los Profetas:

“Ningún ángel de Dios vendrá nunca a ordenar a hombre alguno, porque ya han establecido el sacerdocio ordenándome a mi en este … una vez que el sacerdocio se ha establecido en la tierra, con el poder de ordenar a otros, ningún mensajero celestial vendrá a intervenir en ese poder ordenando a mas personas …

“Podéis saber, por lo tanto, que, de ahora en adelante, si viniere un hombre profesando que ha sido ordenado por un ángel, o es mentiroso o, por haber cometido una transgresión, ha sido dominado por el diablo, pues este sacerdocio jamas se retirara de esta Iglesia” (Millenial Star, 8:139).

Años después, otro Apóstol, el eldcr George Q. Cannon, reafirmó ese principio de la Iglesia, diciendo:

“Después de haber conferido las llaves del Santo Sacerdocio al hombre aquí en la tierra para sostener a Su Iglesia, Dios nunca las quitara al hombre u hombres que las posean para guiar a la Iglesia y para autorizar a otros a cnnferirlas” (Journal of Discourses, 13:47; cursiva agregada).

Las instrucciones del profeta José Smith y del elder George Q. Cannon deben ser una advertencia y un testimonio para cualquier impostor que afirme tener autoridad apostólica diciendo que los ángeles lo han visitado; también debe serlo para los que se dejen engañar para seguir a esos falsos pastores.

Hemos sostenido como el Profeta de Dios en la tierra a un bondadoso y sensible siervo de Dios, Howard William Hunter, quien es un alma humilde, fiel, erudita y benévola, alguien que ha sufrido profundos pesares, serias enfermedades e incluso una amenaza a su vida; pero con su ancestral tenacidad escocesa, nunca se ha dado por vencido ni ha cedido ante tentaciones.

Cuidó tiernamente a su esposa Claire durante su enfermedad, permaneciendo a su lado noche tras noche, atendiendo a todas sus necesidades. Vimos su profundo dolor y soledad al ir perdiendo a su compañera eterna.

El presidente Hunter conoce la compasión, el agradecimiento, la amabilidad, la caridad y la gratitud hacia otras personas y hacia toda la humanidad, y tiene la santa paciencia de un Profeta de Dios. El es, en mi opinión, un verdadero cristiano. Hace mas de cuarenta años, fue ordenado por primera vez obispo en el sur de California. Como parte de la bendición que recibió en aquel entonces, recibió esta promesa: “Serás conocido entre los miembros de tu barrio como un obispo honrado, justo y honorable, y en el futuro esos miembros vendrán a verte con lágrimas en los ojos y te agradecerán tus bendiciones y tu mano orientadora como así también la administración de la obra a la que en esta ocasión has sido llamado”. Esa bendición se ha cumplido (Eleanor Knowles, Howard W. Hunter, Salt Lake City: Deseret Book Co. 1994, pág. 101).

En febrero de 1950, el obispo Howard W. Hunter fue llamado por los elderes Stephen L Richards y Harold B. Lee como presidente de la Estaca Pasadena California. No sólo se distinguió en el servicio que prestó a los miembros de la estaca, sino que, como líder del sacerdocio, ayudó a la Iglesia en muchos aspectos, algunos de los cuales tenían que ver con el programa de bienestar, la educación y la obra misional, cumpliendo también una importante función en la construcción del Templo de Los Ángeles. La guía y los firmes valores morales del presidente Hunter fueron una poderosa influencia para la organización de la Iglesia, que el ama, y también para la comunidad cívica de Los Ángeles.

En octubre de 1959, el presidente David 0. McKay extendió al hermano Hunter el llamamiento al apostolado. En esa oportunidad le dijo: “El Señor ha hablado. Se le llama para ser uno de Sus testigos especiales y mañana será sostenido como miembro del Consejo de los Doce” (Knowles, Howard \E Hunter, pág. 144).

Un profeta es un hombre que sabe, por revelación personal del Espíritu Santo, que Jesucristo es el Hijo de Dios, porque “el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía”, tal como nos lo enseñó el profeta José Smith (Apocalipsis 19:10; véase también Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 240). Por eso, todo profeta testifica de Jesucristo.

Los discursos, escritos y enseñanzas de quien hoy hemos sostenido atestiguan que el es en verdad un Profeta, un testigo especial de nuestro Señor y Salvador. Deseo citar uno de los muchos testimonios de nuestro Señor y Salvador que el presidente Hunter ha expresado a la Iglesia y al mundo. El presidente Hunter declaró:

“Por haber sido llamado y ordenado para dar testimonio de Jesucristo a todo el mundo, testifico … que El vive, que tiene un cuerpo glorificado e inmortal de carne y huesos. El es el Hijo Unigénito del Padre en la carne; es el Salvador, la luz y la vida del mundo. Después de Su crucifixión y muerte, apareció como un ser resucitado a María, a Pedro, a Pablo y a muchos otros. Se apareció a los Nefitas, se apareció a José Smith, el joven Profeta, y a muchos otros de nuestra dispensación. Esta es Su Iglesia y El la guía en la actualidad …” ( véase “Ha resucitado”, Liahona, julio de 1988, pág. 18).

Así testificó en aquella ocasión el presidente Hunter, y yo hoy día rengo el honor y privilegio de testificar del presidente Hunter. Con todo mi corazón y con cada fibra de mi ser apoyo, sostengo y le expreso mi amor al presidente Howard W. Hunter como Profeta, Vidente y Revelador y como Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y a los nobles hombres que están a su lado en la Primera Presidencia, el presidente Gordon B. Hinckley y el presidente Thomas S Monson Todos son grandes hombres de Dios, fieles e intrépidos, que, como siervos inspirados de Dios, guiaran a la Iglesia hacia logros aun mas grandes a través de todo el mundo.

Doy este testimonio ante ustedes en el nombre de Jesucristo. Amén.