1990–1999
El “Fulgor Perfecto De Esperanza”
Octubre 1994


El “Fulgor Perfecto De Esperanza”

“En la geometría de la teología restaurada, la esperanza tiene una circunferencia mayor que la fe. Si la fe aumenta, el perímetro de la esperanza se ensancha en forma proporcional.”

Esta mañana levante la mano derecha; esta tarde con gozo levanto mi voz para sostener al presidente Hunter; el es un hombre humilde y especial. Y. al haber escuchado el testimonio de dos nuevos Apóstoles a quienes sostuvimos esta mañana, esta tarde yo los sostengo vocalmente. Siento regocijo por el llamamiento de dos excelentes Setenta, y de estas hermanas y lideres especiales.

Durante algunos años, hermanos y hermanas, ha habido un creciente y profundo sentido de desesperanza existencialista en el mundo. Ese desaliento del hombre terrenal es característico de gran parte de la humanidad y afecta a muchas almas. Ya sean tribales o nacionales, las guerras “son una experiencia común para el hombre del siglo veinte” (Paul Fussell, The Great War and Modern Memory, London: Oxford University Press, 1975, pág. 74). Un cinismo irascible impregna la política en muchas partes del planeta. Los holocaustos, el hambre, la pestilencia y las multitudes de refugiados han hecho un daño terrible a la esperanza humana, daño que en gran parte proviene de desastres provocados por el hombre y que hubieran podido evitarse. Las causas se pueden imputar a algún tipo de iniquidad. No es de extrañarse que, tal como lo dicen las Escrituras, (la desesperanza provenga de la iniquidad! (véase Moroni 10:22).

Por supuesto, hay muchos que no están de acuerdo en cuanto a lo que es pecado, aunque no estén dispuestos a aceptar que esa desesperanza sea cada vez mas profunda. Algunos de ideas modernas tampoco lamentan la perdida de la fe tradicional, pero sin duda lamentan la mayor perdida de esperanza y caridad, que, de cualquier forma, siempre han escaseado.

¿Es la esperanza algo realmente importante o es sólo una virtud pasada de moda?

Sin la esperanza, )que futuro tiene el balsámico perdón entre la familia humana? Sin la esperanza, ¿para que privarnos ahora con el fin de preservar recursos valiosos para las generaciones futuras? Sin la esperanza, ¿que podrá salvar el resto del idealismo que queda de convertirse también en amargo cinismo, y, de ese modo, destruir gobiernos y familias que ya están en serio peligro?

Se ve surgir un bloque de consecuencias relacionadas con esto. Como se profetizó, el amor de muchos se enfría (véase Mateo 24:12); aun los que se sienten seguros en sus afectos pueden percibir ese frío en el ambiente; la falta de esperanza hace aumentar el egoísmo y muchos se dedican, cada vez con mas intensidad, a complacer sus propios deseos. El sentido del pecado que ha disminuido tan bien disminuye la vergüenza, esa espuela aguzada y ardiente tan necesaria para el arrepentimiento, la cual muchas veces es reemplazada por la arrogancia de los que se encuentran a la deriva moralmente, incluso conocidas celebridades cuyo desparpajo exterior disfraza su vacío interno. Henry David Thoreau observó correctamente que “aun en lo que se consideran juegos y diversiones de la humanidad hay disimulada una desesperanza inconsciente” (Walden, 1966, Nueva York: Harper and Row, 1965, pág. 7). No es de extrañar que de la solitaria multitud emane tanta risa vacía.

Al ir la sociedad restando importancia a los valores tradicionales, presenciamos una corriente de inmenso sufrimiento. Nos aflige, por ejemplo, lo que pasa a los niños que todavía no han nacido y que no tienen voto y a los que están en peligro. Nos duele ver a niños que tienen niños y a niños que matan a otros niños. Muchas veces, las soluciones seculares que se dan a estos problemas no están basadas en principios espirituales. Estos remedios se comparan a veces con un pasajero que, alarmado al darse cuenta de que se ha equivocado de tren, corre por el pasillo en dirección opuesta a la del vehículo tratando de compensar su error.

Solamente el aceptar las revelaciones de Dios puede brindar tanto dirección como corrección al error, y, a su vez, “un fulgor … de esperanza” (2 Nefi 31:20). La verdadera esperanza no brota eternamente en forma automática a menos que este relacionada con lo eterno.

“¿Y que es lo que habéis de esperar?”, escribió Moroni. “He aquí, os digo que debéis tener esperanza, por medio de la expiación de Cristo …” (Moroni 7:41; véase también Alma 27:28). (Hay tantas esperanzas mas pequeñas que se basan en ese acto triunfal que dio como resultado la resurrección para toda la humanidad!

Los profetas siempre han tenido la esperanza puesta en Cristo y siempre la han enseñado. Jacob escribió:

“… sabíamos de Cristo y teníamos la esperanza de su gloria muchos siglos antes de su venida; y … también todos los santos profetas que vivieron antes que nosotros” (Jacob 4:4)

El Consolador, que nos enseña la verdad “de las cosas como realmente son, y … como realmente serán” (Jacob 4:13; véase también Moroni 8:26), nos puede confirmar, a mi y a ustedes, repetidamente esa grandiosa esperanza, la cual constituye “un ancla a las almas” (Eter 12:4). Esa esperanza se retiene mediante la fe en Cristo (véase Alma 25:16; Eter 12:9). En contraste, una visión de la vida sin resurrección produce esperanza sólo en lo inmediato (véase 1 Corintios 15: 19) .

El tener una esperanza eterna no significa que se nos librara de los problemas inmediatos, sino que se nos rescatara de la muerte sempiterna. Hasta entonces, esa esperanza nos lleva a decir las tres mismas palabras que pronunciaron tres jóvenes valientes hace muchos siglos; ellos sabían que Dios los libraría del horno ardiente, si esa era Su voluntad; “Y si no”, igual estaban dispuestos a servirlo (véase Daniel 3:17-18).

No es de extrañar, pues, que la fe, la esperanza y la caridad, las cuales nos llevan a Cristo, tengan una estrecha relación entre si: la fe es en el Señor Jesucristo; la esperanza es en Su expiación; y la caridad es el amor puro de Cristo (véase Eter 12:28; Moroni 7:47). Cada uno de esos atributos nos califica para el reino celestial (véase Moroni 10:20-21; Eter 12:34); y, ante todo, cada uno nos exige ser mansos y humildes (véase Moroni 7:39, 43).

La fe y la esperanza están en interacción constante, y quizás a veces no se distingan la una de la otra ni estén siempre en la misma secuencia.

Aunque la esperanza no es conocimiento perfecto, las expectativas que provoca son, con certeza, verdaderas (véase Eter 12:4; Romanos 8:24; Hebreos 11:1; Alma 32:21). En la geometría de la teología restaurada, la esperanza tiene una circunferencia mayor que la fe. Si la fe aumenta, el perímetro de la esperanza se ensancha en forma proporcional.

Al igual que la duda, la desesperación y la insensibilización van de la mano, también van juntas la fe, la esperanza y la caridad. Sin embargo, esta ultima debe ser nutrida devota y constantemente, mientras que la desesperación, como la hierba mala, necesita muy poco para brotar y esparcirse. (La desesperación surge tan naturalmente en el hombre natural!

No hay ninguna otra música que haga elevar y animar el alma como la trompeta de la fe. Aun cuando se vea a los camaradas echarse atrás o desertar, la entusiasta esperanza es como un explorador enviado delante de los ejércitos de Dios para reconocer el terreno e indicar que todo esta bien. La esperanza nos sonríe. Fue la esperanza lo que llevó a los discípulos apresuradamente y llenos de expectativa hasta un sepulcro que hallaron vacío (véase Marcos 16:18; Lucas 24:812). Fue la esperanza lo que hizo a un profeta ver la lluvia en una nubecilla distante que no parecía mas grande que la mano de un hombre (véase 1 Reyes 18:41–46).

Es significativo ver que los que tienen la esperanza de un mundo mejor en el mas allá son los que están “anhelosamente consagrados” a mejorar este mundo, pues siempre abundan en buenas obras (véase D. y C. 58:27; Alma 7:24). Por eso, la esperanza es mucho mas que una meditación ilusionada. Fortalece en lugar de debilitar la espiritualidad; es sosegada, no confusa; es anhelosa sin ser ingenua, y firme sin ser presumida. La esperanza es una expectativa basada en la realidad y que se convierte en determinación, la determinación de no sólo sobrevivir, sino de sobrellevar bien lo que sea hasta el fin (véase D. y C. 121:8).

Mientras que una esperanza débil nos deja a la merced de nuestros estados de animo y de hechos externos, el “fulgor … de esperanza” engendra seres iluminados. Su luz se deja ver y también ilumina otras cosas. Esa esperanza nos permite avanzar aunque nos opriman negros nubarrones (véase 2 Nefi 31:16, 20; Hebreos 6:19; Eter 12:4; Colosenses 1:23). A veces, en las tinieblas mas profundas no hay luz exterior, sólo la luz interior que nos guía y reconforta.

Aun cuando estemos anclados en la esperanza grandiosa de lo eterno, quizás no se cumplan algunas de nuestras esperanzas menores. Tal vez esperemos conseguir un aumento de sueldo, conocer a una persona especial, lograr una victoria electoral o vivir en una casa mas grande, cosas que pueden o no suceder; pero la fe en el plan del Padre nos ayuda a sobrellevar la aniquilacíon de esas esperanzas inmediatas. Además, la esperanza nos mantiene “anhelosamente consagrados” (D. y C. 58:27) a causas buenas aunque, por el momento, no vislumbremos el éxito.

La esperanza nos hace caminar por la fe, no por la vista; esto, en realidad, es mas seguro. Cuando vemos sólo con la vista natural, eso nos hace muchas veces acobardarnos ante las circunstancias (véase 2 Corintios 5:7); nos dejamos paralizar por improbabilidades. Magullado por sus estados de animo e intimidado por sus temores, el hombre natural reacciona exageradamente ante las decepciones cotidianas, mientras que la esperanza las anula.

La esperanza es particularmente indispensable en la lucha cuerpo a cuerpo que se requiere para vencer al hombre natural (véase Mosiah 3:19). El renunciar a Dios y a si mismo es rendirse al hombre natural.

La esperanza diaria es vital, puesto que los campos de batalla de nuestra vida no están precisamente junto a la tierra prometida. Nos espera una jornada ardua, pero la esperanza anima a los discípulos a seguir adelante.

Muchos de los que tienen una verdadera esperanza a menudo ven su vida sacudida una y otra vez, como un caleidoscopio; sin embargo, con el ojo de la fe, todavía ven en ella la mano y el propósito divinos (véase Alma 5:15).

Si seguimos avanzando, podemos detenernos en lo que ayer era nuestro horizonte, y de ahí sacar esperanza de nuestras propias experiencias. Por eso, Pablo afirmó “que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza” (Romanos 5:3–4). Por lo tanto, cantamos “Probamos ya bien su bondad” (Himnos, No 10).

La esperanza se deleita en las palabras de Cristo, que “para nuestra enseñanza se escribieron”, para que con todos esos testimonios, “por … la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Romanos 15:4; véase también Jacob 4:6; 2 Nefi 31:20). También cantamos que con “mas santidad” tendremos “mas rica esperanza” (Himnos, N° 71).

La esperanza sincera es indispensable para que seamos mas afectuosos, aunque el amor de muchos se enfríe; mas misericordiosos, aun cuando nos interpreten mal o digan lo que no es; mas santos, aun cuando el mundo madura en la iniquidad; mas corteses y pacientes en el mundo que es áspero y frío; y mas llenos de esperanza en el corazón, aun cuando el corazón les falle a muchos otros. Sea cual sea nuestro surco, debemos “arar … con esperanza”, sin mirar atrás ni permitir que el ayer destruya el mañana (véase 1 Corintios 9:10).

La esperanza puede ser contagiosa, por eso debemos estar “siempre preparados para presentar defensa … ante todo el que [nos] demande razón de la esperanza que hay en nosotros” (1 Pedro 3:15). Si, como dijo el hermano Brigham Young, no “impartimos conocimiento a los demás” y “hacemos el bien, nuestros sentimientos y puntos de vista se harán estrechos” (Journal of Discourses, 2:267). La desesperación es la estrechez llevada al extremo.

La esperanza sincera da agallas espirituales, incluso a los padres empapados en transpiración por hallarse “anhelosamente consagrados”. Así como la torre inclinada de Pisa es una constante refutación al pesimismo de los arquitectos, la esperanza de los padresCde negarse a caer sólo porque la situación familiar presente este un tanto torcidaCes un repudio a la desesperación. Los padres abnegados jamas renuncian a la esperanza.

Aunque generalmente es vivaz, la esperanza nos acompaña silenciosamente en los funerales. Nuestras lágrimas son igualmente ardientes, pero no es por desesperación, sino que son lágrimas de afecto provocadas por una dolorosa separación. No tardara el momento en que se conviertan en lágrimas de gloriosa expectativa. Aunque el vacío, tan real y lleno de inquietud, inicia un inventario retroactivo de lo que hemos perdido de momento, sin embargo, nos pronostica una esplendorosa y plena reunión futura.

La esperanza humilde nos ayuda a mejorar hasta el punto de librarnos del ego y poder preguntar: “)soy yo, Señor?” (Mateo 26:22). La esperanza sumisa también nos prepara para”[abandonar] todos [nuestros] pecados” por haber llegado a conocer a Jesús, que los toma todos sobre Si (véase Alma 22:18).

La esperanza del evangelio nos impide ser demasiado optimistas o irnos al extremo del pesimismo. Las voces de advertencia deben escucharse, no sólo hacerse oír.

Al ser nosotros, los discípulos, bendecidos con la esperanza, tratemos de llegar a todo el que, sea por lo que fuere, se haya apartado “de la esperanza del evangelio” (Colosenses 1:23); tratemos de levantar las manos que hayan caído desesperanzadas .

La esperanza nos llama a todos a volver al Hogar donde esta el brillo de la Luz del Mundo, “cuyo fulgor y gloria no admiten descripción” (José SmithCHistoria 1:17). Jesús nos espera allí con los brazos abiertos para recibir a todo el que haya vencido por la fe y la esperanza (véase Mormón 6:17). Su bienvenida no consistirá en una breve y amorosa palmadita en la espalda, sino en ser “recibido en los brazos de Jesús” (Mormón 5:11) .

Estos niños de la Primaria cantaran sobre el deseo de que los brazos de Jesús los rodeen. Ellos y nosotros podemos estar seguros de esas verdades sagradas (véase Alma 28:12). De esto testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.