1990–1999
La Obra Misional: Nuestra Responsabilidad
Octubre 1993


La Obra Misional: Nuestra Responsabilidad

“El Señor necesita mensajeros que estén a la altura de Su mensaje.”

He orado pidiendo que las bendiciones del cielo dirijan mis palabras esta mañana__ara hacerles llegar los sentimientos de mi corazón.

Hace algunas semanas, al ir mi esposa y yo al aeropuerto para despedirnos de nuestro undécimo nieto, que se iba a la misión, se reflejaban tanto nuestro gozo como nuestra nostalgia en nuestras palabras. Durante la breve reunión que tuvimos en el aeropuerto con los familiares y amigos que estaban allí, entre abrazos y emocionados saludos, recordamos algunos acontecimientos históricos de como el mensaje de la restauración del evangelio había sido una influencia en nuestra familia; de cómo el tatarabuelo de nuestro nieto misionero, Joseph Toronto, escuchó y creyó el mensaje del evangelio que le dieron los misioneros en Boston, en 1843, hace 150 años.

Joseph Toronto ayudó en la edificación del Templo de Nauvoo. El presidente Brigham Young había hecho un importante llamado el domingo 6 de julio de 1845, para que los santos “recordaran y oraran por el templo” y para que “pagaran sus diezmos”. Los santos estaban ansiosos de que el templo se terminara pronto para así empezar la obra de las ordenanzas antes de salir en el éxodo hacia el Oeste. Se necesitaban con suma urgencia mas trabajadores y mas diezmos. Joseph Toronto visitó a Brigham Young después de la reunión y declaró que “deseaba darse a si mismo y todo lo que poseía para el reino de Dios”. Le entregó US$2.600 en monedas de oro (véase Church News, 20 de junio de 1981, pág. 16). Brigham Young bendijo al italiano recién convertido proclamando que “estaría a la cabeza de su posteridad y que ni a el ni a su familia jamas le faltaría el pan” (véase Joseph Toronto: Italian Pioneer and Patriarch, compilado por Toronto Family Organization, 1983, pág. 10). Mas tarde, en 1849, fue llamado para acompañar al nuevo Apóstol, Lorenzo Snow, a su tierra natal, Italia, pata abril el país a la enseñanza del evangelio (véase Church News, 20 de junio de 1981, pág. 16).

También conversamos sobre Hector C. Haight, otro antepasado, llamado desde su hogar en Farmington, Utah, para presidir la misión Escandinava en 1856, con poca o casi sin ninguna habilidad de hablar danés, sueco o noruego. Sin embargo, poniendo su confianza en el Señor y con la ayuda de los santos escandinavos, llevó a cabo su asignación. En 1858 informó que “se habían bautizado 2.610 almas … y que 990 miembros habían emigrado hacia Sión” (véase Andrew Jenson, History of the Scandinavian Mission, Salt Lake City: Deseret News Press, 1927, pág. 128).

Estos antepasados, junto con muchos otros, inspiraron el establecimiento de un precedente de amor por el evangelio y su verdad divina, así como la obra misional, que nuestros hijos y nietos heredaron, pero que deben experimentar y adquirir por si mismos.

Nuestros corazones rebozaron esa mañana al ser testigos nuevamente del milagro que ya había empezado y que sabíamos que continuaría, no sólo por los siguientes dos años, sino por el resto de su vida: la transformación de un joven excelente en un poderoso portavoz del Evangelio de Jesucristo. Se profundizo y fortaleció nuestra gratitud y confianza en el programa misional de la Iglesia, en todas sus dimensiones espirituales.

Al observar en el aeropuerto las expresiones de amor y gozo, además de las lágrimas, pensé en los cientos de jóvenes, jovencitas y matrimonios misioneros que salen semana tras semana de los centros de capacitación misional de todo el mundo, para embarcarse en la experiencia mas grandiosa de sus vidas: salir a servir a nuestro Padre Celestial con todo su corazón, alma, mente y fuerza. Este es, en verdad, uno de los sublimes milagros de nuestro tiempo.

Recientemente el periódico Church News comentó sobre Aarón Thatcher, un joven que ama el béisbol. Muchos entrenadores han observado el gran talento de este joven, pero varias veces el les reiteró que no firmaría un contrato profesional hasta que hubiese cumplido sus obligaciones con el Señor de ir a una misión por dos años.

La gente se pregunta: ¿Cómo puede un jovencito rechazar tal oferta? ¡Pero lo hizo! Su deseo de servir al Señor fue mas importante que sus deseos de una fama instantánea. Aarón explica: “Voy a ir a una misión no porque … mi papa fue; voy porque tengo un testimonio del evangelio y los profetas nos han dicho que todos los hombres dignos y saludables deben cumplir con una misión. Deseo hacerlo con todo mi corazón” (Church News, 4 de septiembre de 1993, pág. 5).

Hermanos y hermanas, el Señor esta abriendo el camino y expandiendo Su obra a través del mundo, y ¡que bendecidos somos al participar en esta obra, cada uno a su propia manera! Durante los últimos años el numero de misioneros que prestan servicio por todo el mundo ha aumentado de 36.000 a 49.700. El número de misiones ha aumentado de 220 a 294. Casi un millón y medio de nuevos conversos se ha unido a la Iglesia y nuestros misioneros actualmente predican el evangelio en mas de cuarenta países donde hace cinco años no podían entrar.

¿Quien, sino los profetas de Dios, podrían preveer el milagro de la expansión tan rápida de la obra del Señor? En verdad, como lo predijo el Señor en la sección 88 de D. y C., El apresurara Su obra en Su tiempo (véase D. y C. 88:73).

Me emociona comprender cada vez mas la profundidad e importancia de la visión e inspiración del profeta José Smith, recibidas de mensajeros celestiales, a medida que cuidadosamente colocaba los cimientos de la Iglesia restaurada. Después de la experiencia que tuvo y el conocimiento que logró, el profeta José Smith pudo, sin vacilación, escribir en marzo de 1842:

“Nuestros misioneros irán a diferentes naciones … se ha elevado el Estandarte de la Verdad … la verdad de Dios seguirá adelante audaz, noble e independientemente, hasta que haya penetrado todo continente, visitado todo clima, inundado todo país y sonado en todo oído, hasta que los propósitos de Dios Señor se cumplan y el Gran Jehová diga que la obra esta completa” (History of the Church, 4:540).

Nuestra gente esta empezando a sentir el espíritu y el deseo de vivir en armonía con la verdad, lo que algún día les llevara a responder a la oportunidad de prestar servicio. Este es el mismo espíritu y la misma influencia divina que llevó a John Taylor, a Wilford Woodruff y a Willard Richards a tener que alejarse de los santos en la ciudad de Far West, al amanecer del 26 de abril de 1839, antes de partir a sus misiones a Gran Bretaña (véase D. y C. 118:4–5.) En esa oportunidad se turnaron para orar en el predio del templo y dieron su testimonio. Luego, después de cantar un himno, se pusieron en marcha, dirigidos por revelación, colmados de las bendiciones del cielo y con la confirmación del Espíritu Santo. Estos primeros Apóstoles partieron a sus misiones habiendo sido nutridos espiritualmente y bendecidos de una manera que los sostendría a ellos y a sus familias a través de muchos problemas y los inspiraría con un testimonio poderoso de la veracidad del mensaje de la restauración de la Iglesia de Jesucristo sobre la tierra.

¡Que privilegio y bendición es el ser parte de esta gran obra! Sin embargo, con esta herencia viene una gran responsabilidad. El Señor necesita mensajeros que estén a la altura de Su mensaje, necesita a aquellos que sean capaces de ejercer la influencia poderosa y eterna que El ha puesto en sus manos. En la sección 88, donde el Señor habla de apresurar Su obra, da a los obreros de Su reino el mandamiento de que “os preparéis y santifiquéis; si, purificad vuestro corazón y limpiad vuestras manos y vuestros pies ante mi para que yo os haga limpios” (D. y C. 88:74).

El llamamiento de servir al Señor nos da una responsabilidad enorme, pero noble. En 1839, el Quórum de los Doce envió una epístola de inspiración y dirección a aquellos que habían sido llamados a predicar el evangelio. Además de sus bendiciones, testimonios y oraciones, declararon:

“Dios les ha extendido un … llamamiento sagrado, el de ser … mensajeros a las naciones de la tierra; y de su diligencia … y la exactitud de las doctrinas que enseñen … depende el destino de la familia humana. Ustedes son las personas que Dios ha llamado para extender Su reino; El les ha encomendado el cuidado de las almas … y el Gran Dios requiere que ustedes sean fieles” (History of the Church, 3:395).

El presidente Spencer W. Kimball anuncio una nueva era para la obra misional cuando dijo:

“Cuando pido mas misioneros, no estoy pidiendo mas misioneros sin testimonios o indignos. Estoy pidiendo que … capacitemos mejor a nuestros misioneros en cada rama y barrio … que [nuestros] jóvenes entiendan que es un gran privilegio ir a una misión y que se deben encontrar saludables, mental y espiritualmente, y que el Señor no puede mirar el pecado con el mas mínimo grado de tolerancia’. Pedimos misioneros que hayan sido cuidadosamente … capacitados en las familias y en las organizaciones de la Iglesia, y que vengan … con un gran deseo” (Ensign, octubre de 1974).

“Debemos preparar mejor a nuestros [jóvenes] misioneros, no sólo con palabras, sino también con Escrituras y, por sobre todo, con un testimonio y un fuego ardiente que fortalezca sus palabras” (seminario para Representantes Regionales, abril de 1976).

La Primera Presidencia ha puesto hincapié recientemente en este importante cometido. El servir al Señor como misionero regular es un privilegio; el objetivo principal del servicio misional regular es la edificación del reino de Dios, y el Señor necesita lo mejor. Los jóvenes y las jovencitas que respondan al llamamiento se deben preparar para el desafío mas riguroso de sus vidas: prepararse espiritual, intelectual, emocional y físicamente.

Aun cuando los misioneros se fortalecen, elevan, y magnifican por su servicio, este no es su objetivo principal y ni ellos, ni sus familiares, ni sus lideres deben pensar en una misión como una solución a un problema no resuelto. El Señor necesita lo mejor. Necesita a los que puedan correr, no sólo caminar, sino correr física como espiritualmente, a aquellos que puedan llevar Su influencia eterna con pureza y fortaleza y convicción.

¿Significa esto que aquellos que aun no están preparados deben ser rechazados? ¿Claro que no! Significa que nuestra gente joven, sus familiares y sus lideres deberían aceptar en forma personal la responsabilidad de preparar voluntarios dignos, capaces y dedicados para integrar las huestes reales del Señor.

Al unirnos en esta gran responsabilidad, el Señor magnificara nuestros esfuerzos y magnificara a nuestros misioneros; y estos llegaran a ser los instrumentos mediante los cuales el Señor llevara a cabo Sus milagros.

Recibí recientemente una carta de un joven amigo de California que sirvió una misión en Chile. Me escribió sobre el inolvidable bautismo de un hombre, su esposa y dos niños, en el cual el había participado. Mencionó la increíble fe de ese padre que había trabajado como un humilde ayudante en un establo de caballos de carrera, con una educación muy limitada pero con gran fe en los principios del evangelio. Este hombre aceptó el evangelio y lo vivió, y enseñó a su familia por medio del ejemplo.

“Como misioneros”, escribió, “consideramos quizás a esa familia como nuestra mejor conversión. El padre tenía una actitud muy positiva en cuanto al trabajo, el trabajo arduo, a fin de mantener a su familia y poder servir al Señor.”

Mi amigo recientemente se enteró de que ese hermano acaba de ser llamado a servir como primer consejero en la presidencia de una de las estacas de Chile.

Hace mas de quince años el presidente Kimball pidió que “todas las familias, todas las noches y todas las mañanas … orarán al Señor para que abriera las puertas de otras naciones para que esa gente también pudiera tener el Evangelio de Jesucristo” (The Teachings of Spencer W Kimball, Salt Lake City: Bookcraft, 1982, pág. 586). En los últimos años hemos visto los frutos de esa profética visión: se han abierto puertas y han caído muros. Debemos estar preparados para marchar, legal y apropiadamente, a medida que el Señor abre esas puertas.

Estamos agradecidos por los miles que han respondido al llamado de servir, y estamos agradecidos por los valientes misioneros que salen cada semana a llevar a cabo la gran cosecha que el Señor esta apurando. Reconocemos y agradecemos el sacrificio y el servicio de sus hijos e hijas y la maravillosa obra que cumplen. Agradecemos a los matrimonios maduros que han dejado las comodidades de sus hogares y a sus amados hijos y nietos. Sus esfuerzos y sacrificios se transformaran en bendiciones.

Termino con estas inspiradas palabras, tomadas de la epístola de aliento del Consejo de los Doce, dirigida a los santos, con fecha 3 de julio de 1839, que concluye de la siguiente manera:

“Entre el … fragor de la guerra, el furor de las pestilencias, la conmoción de las naciones … y la disolución de los imperios, la verdad progresará con gran poder, guiada por el brazo de la Omnipotencia y retendrá a los de corazón sincero de entre las naciones; Sión florecerá como la rosa y los pueblos acudirán a su pendón, y los reinos del mundo pronto llegaran a ser los reinos de Dios y de Su Hijo Jesucristo, y El reinara por siempre jamas” (History of the Church, 3: 397).

Cuando llegue ese día glorioso, ruego que todos seamos parte de el, lo ruego humildemente, en el nombre de Jesucristo. Amén.