1990–1999
La Verdadera Felicidad
Octubre 1993


La Verdadera Felicidad

“Uno de los problemas mas grandes que tiene el hombre actual es reconocer la diferencia entre la felicidad y el placer.

Desde los comienzos del mundo, todos los seres humanos buscamos la felicidad. Yo creo que la mayoría de nosotros nos dejamos influir a diario por lo que pensamos que nos va a hacer felices o nos va a dar gozo, ya sea a nosotros o a los demás.

Yo pienso que esa es una buena meta. El Señor ha dicho que “existen los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2:25).

Los autores de nuestra Constitución consideraban que la felicidad era tan importante que la pusieron al mismo nivel que la vida y la libertad. La Declaración de la Independencia dice:

“Afirmamos que estas verdades son evidentes, que todos los hombres fueron creados iguales, que su Creador les ha dado ciertos derechos irrevocables, entre los cuales están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”.

¿Que es la felicidad? ¿Donde la encontramos? ¿Como la obtenemos? Recuerdo haber leído hace un tiempo una encuesta que se realizo en todo el país tratando de determinar, según las respuestas de la gente, que nos trae la felicidad.

Aunque no recuerdo todos los detalles de la encuesta, me acuerdo de que la mayoría pensaba que el dinero era gran parte de la felicidad; sin embargo, las investigaciones del autor indicaban que el dinero en si muy pocas veces daba como resultado una felicidad verdadera.

Dos ideas me han venido a la memoria: Un discurso que dio el presidente David O McKay en el que menciono lo que había dicho John D. Rockefeller, en ese entonces uno de los hombres mas ricos del mundo, y que aparentemente sufría de problemas estomacales: “Preferiría gozar de una buena comida que tener un millón de dó1ares”. Y con una guiñada, el presidente McKay dijo: “Por supuesto, el dijo eso porque tenía un millón de dólares”.

Admito que es importante tener suficiente dinero para nuestras necesidades, pero fuera de eso, las riquezas tienen muy poco que ver con la felicidad verdadera. A menudo, lo que produce la mayor satisfacción son el trabajo y el sacrificio que se hacen para ganar dinero con un fin justificado.

Mi padre cuenta en su historia personal de las experiencias de mi abuela que creció en Brigham City, Utah, a fines del siglo pasado. La familia era muy pobre, habiendo emigrado de Dinamarca prácticamente solo con lo que llevaba puesto. La abuela era jovencita y deseaba mucho comprarse un par de zapatos para usar en ocasiones especiales; para lograr ese justo deseo, durante todo un verano juntó fruta silvestre y cuidó niños con el fin de ganar el dinero de los zapatos. Pero la satisfacción que sintió cuando compró los zapatos fue indescriptible, porque no sólo podía usarlos ella sino también su mama; habían arreglado para que ella los usara para ir a la Escuela Dominical por la mañana y la mama se los pusiera para ir a la reunión sacramental por la tarde.

Las palabras de William George Jordan nos enseñan sobre eso:

“La felicidad no siempre requiere éxito, prosperidad o logros especiales; muchas veces proviene del gozo del esfuerzo esperanzado, de la dedicación de nuestras energías a un fin justo. La raíz de la verdadera felicidad esta plantada en la abnegación y su flor es el amor” (The Crown of Individuality, 2a. ed., Nueva York: Fleming H. Revell Co., 1909, págs. 78–79).

Uno de los problemas mas grandes que tiene el hombre en la actualidad es reconocer la diferencia entre la felicidad y el simple placer. Satanás y sus fuerzas se han vuelto muy eficaces en el empeño que hacen por convencer a la gente de que el objetivo mas importante en la vida es el placer; el promete con engaños que el placer, sea donde sea que lo hallen, los hará felices.

La televisión y las películas están llenas de incitaciones muy evidentes que alientan y persuaden a jóvenes y adultos por igual a entregarse a sus pasiones prometiéndoles que encontraran la felicidad. El resultado de este arriesgado camino se evidencia en el daño social y psicológica que va cada vez mas en aumento. Esa influencia ha hecho aumentar los casos de adolescentes embarazadas, de abortos, violaciones, abuso sexual de niños, provocación sexual en los adultos, asaltos, drogadicción, alcoholismo, hogares destruidos, etc. Las alarmantes estadísticas siguen probando que así es, pero nada se soluciona.

Hace algunos años el elder James E. Talmage describió con tanta certeza lo que sucede en la actualidad que es como si lo hubiera escrito ahora. Dijo esto:

“La época actual es una búsqueda de placeres, y el hombre esta perdiendo el juicio en su loco afán por sentir sensaciones que no hacen mas que excitar y desilusionar. En estos tiempos de falsificaciones, adulteraciones y viles imitaciones, el diablo esta mas ocupado que en cualquier otra época de la historia humana en la producción de placeres, viejos así como nuevos; y los ofrece a la venta de la manera mas atractiva, con la falsa etiqueta de Felicidad. En esta asechanza destructora de almas nadie lo supera; ha tenido siglos de experiencia practica, y por medio de su astucia ha monopolizado el mercado. Conoce todas las tretas y sabe la mejor manera de llamar la atención y despertar el deseo de sus clientes. Envuelve sus artificios en paquetes de brillantes colores, atados con cintas y monos; y las multitudes se apiñan para adquirir sus gangas, empujándose y aplastándose unos a otros en su frenesí por comprar.

“Sigamos a uno de los compradores que se aleja ufano con su llamativo paquete y observémoslo mientras lo abre. ¿Que halla adentro de la envoltura brillante? Había esperado encontrar una fragante felicidad, pero sólo halla una clase inferior de placer cuyo mal olor le produce nauseas” (véase Jesús el Cristo, págs. 261–262).

Que interesante es que el elder Talmage, que escribió hace tantos años, pudiera captar con tanta exactitud las condiciones en que se encuentra el mundo actual y describirlo de una manera que resulta mas evidente ahora de lo que era entonces. Algunos dirán que debemos conformarnos al ver los males sociales de aquella época y suponer que las cosas andaban tan mal antes como ahora. Yo no soy de esa opinión. Pienso que las palabras del elder Talmage debían de habernos servido de aviso y tendríamos que haber aprendido de ellas, toda la nación, mucho mas de lo que lo hemos hecho.

El gozo y la felicidad verdaderos provienen de vivir de tal manera que nuestro Padre Celestial este complacido con nosotros. En la sección 52 de Doctrina y Convenios el Señor nos dice que nos dará “una norma en todas las cosas, para que no seáis engañados; porque Satanás anda por la tierra engañando a las naciones” (D. y C. 52:14).

Esa norma es la plenitud del Evangelio de Jesucristo, el cual debemos sentirnos bendecidos de tener.

Para ser felices, indefectiblemente debemos aprender ciertas lecciones en esta vida; podemos aprenderlas con gozo o con pesar. Recuerdo las palabras de Jacob, el hermano de Nefi, que escribió hace muchos siglos:

“Y en esto nos regocijamos; y obramos diligentemente para grabar estas palabras sobre planchas, esperando que nuestros amados hermanos y nuestros hijos las reciban con corazones agradecidos, y las consideren para que sepan con gozo, no con pesar …” (Jacob 4:3, cursiva agregada).

No es cierto esto? Hay ciertas verdades y principios básicos que debemos aprender si vamos a adaptarnos a esta vida y a ser felices. Y los aprendemos, ya sea con gozo haciendo lo bueno, o con pesar o por medio de experiencias que nos hacen sufrir. No se puede desobedecer los mandamientos de Dios y ser felices. Recordemos el pasaje de las Escrituras que se ha citado ya en esta conferencia y que dice: “… la maldad nunca fue felicidad” (Alma 4 1:10).

Recuerdo que cuando era niño, mi padre me decía antes de administrarme un bien merecido castigo: “Si te niegas a oír, tendrás que sentir”.

Si prestáramos mas atención, no seria necesario que sintiéramos tan a menudo las consecuencias.

Ahora quisiera hablarles un momento a los jóvenes. Queremos que ustedes sean felices. Como padres, abuelos, lideres del sacerdocio y asesores, nos preocupa mucho ver la decadencia moral que esta tan generalizada y aceptada en este país y en muchos otros.

Por lo tanto, esta preocupación nos lleva a tener mas conversaciones con ustedes, a pedirles cuentas de adónde van, que van a hacer y con quienes se juntan; y, en algunos casos, a ponerles restricciones en cuanto a ciertos lugares, ciertos planes y ciertas amistades.

Debe de parecerles que somos demasiado estrictos cuando los aconsejamos que refrenen sus pasiones, que eviten toda clase de pornografía, que cumplan la Palabra de Sabiduría, que eviten situaciones y lugares peligrosos, que se fijen un código moral y lo mantengan, que sientan la responsabilidad de sus acciones, que miren por encima de lo popular y estén dispuestos a defender solos sus normas si los principios del evangelio así lo exigen.

Si, parecemos preocuparnos demasiado, pero permítanme preguntarles: Supongan que ven que uno de sus hermanitos esta por cambiar un triciclo por un helado en un día de mucho calor; o imaginen que ven a un niñito que camina hacia un transitado bulevar o hacia un río torrentoso sin darse cuenta del peligro que para ustedes es tan evidente por su edad y experiencia. Por supuesto, inmediatamente irían a rescatarlo; si no lo hicieran, serían irresponsables.

De la misma manera, sus padres y lideres sienten una gran responsabilidad de aconsejarlos y avisarles de los peligros que quizás ustedes no perciban y que podrían causarles consecuencias desastrosas tanto físicas como mental y espiritualmente.

¿Que es la felicidad entonces? ¿En que se diferencia del mero placer? Cito otra vez las palabras del elder Talmage:

“La felicidad es el alimento verdadero, sano, nutritivo y dulce; fortifica el cuerpo y produce la energía para obrar, física, mental y espiritualmente. El placer no es sino un estimulante engañoso que, como la bebida espiritosa, hace a uno creer que es fuerte, cuando en realidad esta desfallecido; le hace suponer que esta bien, cuando padece de una enfermedad incurable.

“La felicidad no deja un sabor amargo en la boca, no viene acompañada de una reacción deprimente; no exige el arrepentimiento, no causa pesar, no produce remordimiento. El placer con suma frecuencia hace necesario el arrepentimiento, la contrición y el sufrimiento; y, cuando se le da rienda suelta, conduce a la degradación y la destrucción.

“La memoria puede evocar una y otra vez la felicidad verdadera, siempre renovando el bien original. Un momento de placer impío puede causar una herida punzante, la cual, semejante a un aguijón en la carne, es causa de constante angustia.

“La felicidad no tiene relación con la frivolidad, ni esta emparentada con el regocijo superficial. Se origina en las fuentes mas profundas del alma, y con frecuencia viene acompañada de lágrimas. ¿Os habéis sentido alguna vez tan felices que tuvisteis que llorar? Yo si” (véase Jesús el Cristo, pág. 262).

Ojalá pudiéramos ser como la gente que se menciona en el Libro de Mormón:

“Y ocurrió que no había contenciones en la tierra, a causa del amor de Dios que moraba en el corazón del pueblo.

“Y no había envidias, ni contiendas, ni tumultos, ni fornicaciones, ni mentiras, ni asesinatos, ni lascivias de ninguna especie; y ciertamente no podía haber un pueblo mas dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios” (4 Nefi 1: 15–16)

En el nombre de Jesucristo. Amén.