1990–1999
Sanidad Espiritual
Abril 1992


Sanidad Espiritual

“Encontramos solaz en Cristo por medio del Consolador, y El nos extiende esta invitación: ‘Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.’“

Humildemente me acerco a este púlpito hoy día. para hablar acerca de un remedio seguro contra la congoja, la desilusión, el tormento, la angustia y la desesperación. El salmista declaró: “El sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Salmos 147:3). La sanidad es un milagro divino; las heridas son la suerte común de toda la humanidad. Shakespeare ha dicho: “Se burla de las llagas el que nunca recibió una herida” (Romeo y Julieta Acto segundo, Escena II). Parece que nadie se escapa de los problemas, los desafíos y las desilusiones de este mundo.

En la compleja sociedad actual, algunos de los factores curativos de que gozaron nuestros padres parecen estar ausentes de nuestras vidas. Cada vez son menos las personas que pueden aliviar el estrés trabajando con las manos o labrando la tierra. El numero cada día mayor de exigencias, la diversidad de voces, la insistente propaganda comercial, los ruidos ensordecedores, las dificultades que surgen en nuestras relaciones personales, todo esto le roba a nuestra alma la paz que necesita para funcionar y sobrevivir. Nuestra prisa para hacer frente a las implacables demandas del tiempo nos despoja de nuestra paz interior, y la presión que sentimos de competir y sobrevivir es tremenda. Nuestro apetito por posesiones personales parece insaciable. Las fuerzas crecientes que destruyen al individuo y a la familia acarrean consigo tristeza y dolor.

Una de las causas de la enfermedad espiritual de nuestra sociedad es que muchas personas no saben o no dan importancia a lo que es moralmente bueno o malo. Demasiadas cosas se justifican sólo por interés personal o el deseo de adquirir dinero y bienes materiales. Últimamente, a esas personas e instituciones que han tenido el valor de oponerse abiertamente al adulterio, el fraude, la violencia, los juegos al azar y otras formas de iniquidad, frecuentemente se les hace burla. Hay muchas cosas que simple y sencillamente son incorrectas, ya sean ilícitas o no. Los que persisten en buscar lo malo del mundo no pueden conocer “la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4: 7).

De algún modo, de alguna manera, debemos encontrar la influencia sanadora que trae solaz al alma. ¿En dónde esta ese bálsamo? ¿En dónde esta ese alivio que tan desesperadamente necesitamos para superar las presiones de este mundo? En gran parte, ese alivio compensador se obtiene mediante una mayor comunión con el Espíritu de Dios. Es eso lo que puede brindar la sanidad espiritual.

Esta sanidad espiritual se ilustra en la anécdota de Warren M. Johnson, dueño de una balsa de transbordo en el embarcadero Lee, en Arizona, E.U.A. En su juventud, en el verano de 1866, Warren Johnson había ido hacia el Oeste en busca de su fortuna de oro. Enfermó gravemente y sus compañeros lo abandonaron debajo de un árbol en el patio de la casa de una familia en Bountiful, Utah. Una de las hijas lo encontró y en seguida fue a notificar que había un hombre muerto en el patio. Aunque era un extraño, esta amable familia cuido de el hasta que sanó. Le enseñaron el evangelio y mas tarde se bautizó. Finalmente llegó a ser balsero en el embarcadero Lee.

En 1891, la familia de Warren Johnson sufrió una gran tragedia. En corto tiempo perdieron a cuatro hijos a consecuencia de la difteria. Sepultaron a los cuatro en hilera, uno al lado del otro. En una carta dirigida al presidente Wilford Woodruff, con fecha 29 de julio de 1891, Warren relató lo siguiente:

“Estimado hermano:

“En mayo de 1891, una familia que residía en Tuba City llegó aquí proveniente de Richfield, Utah, donde habían pasado el invierno con algunas amistades. En Panguitch sepultaron a uno de sus hijos y, sin desinfectar la carreta ni a si mismos, y sin siquiera detenerse para lavar la ropa de la criatura muerta, llegaron a nuestra casa donde pasaron la noche y estuvieron en contacto con mis niños pequeños …

“No sabíamos nada en cuanto a la naturaleza de la enfermedad, pero teníamos fe en Dios, ya que nos encontrábamos aquí en una misión muy difícil y habíamos tratado lo mas diligentemente de obedecer la

Palabra de Sabiduría y de cumplir con los otros deberes de nuestra religión tales como pagar el diezmo, hacer las oraciones familiares, etc. etc., para que a nuestros hijos no les pasara nada. Pero por mala suerte, en cuatro días y medio el niño mayor murió asfixiado en mis brazos; a otros dos les atacó la enfermedad y ayunamos y oramos, hasta donde lo creímos prudente, ya que teníamos muchas cosas que hacer aquí. Ayunamos veinticuatro horas y en una ocasión yo ayuné cuarenta horas, pero de nada sirvió, pues mis dos hijitas también murieron. Aproximadamente una semana después de su muerte, mi hija Melinda, de quince años de edad, contrajo la enfermedad e hicimos todo lo que pudimos por ella, pero al poco tiempo ella también siguió a los otros … Tres de mis queridas hijas y un hijo se nos han ido, y no parece que sea el fin. Mi hija mayor de diecinueve años esta postrada en la cama a causa de la enfermedad y hoy estamos ayunando y orando por ella … No obstante, quisiera suplicarle que, con fe, ore por nosotros. ¿Qué hemos hecho para

que el Señor nos haya abandonado? ¿Y que podemos hacer para volver a obtener su gracia?

“Su hermano en el evangelio,

“Warren M. Johnson” (P. T. Riely, “Warren Marshall Johnson, Forgotten Saint”, Utah Historical Quarterly, Invierno de 1971, pág. 19).

En una carta subsiguiente de fecha 16 de agosto de 1891, dirigida a su amigo Warren Foote, el hermano Johnson testificó que había encontrado paz espiritual:

“Sin embargo, te puedo asegurar que esta es una de las pruebas mas difíciles de mi vida, pero deseo lograr la salvación y estoy resuelto a que con la ayuda de nuestro Padre Celestial me mantendré firmemente asido a la barra de hierro, no obstante las aflicciones que me acosen. No he descuidado el desempeño de mis deberes, y espero y confío en que tendré la fe y las oraciones de mis hermanos, a fin de vivir de tal manera que pueda recibir las bendiciones que se han pronunciado sobre mi cabeza” (Ibíd).

El séptimo Articulo de Fe declara que, entre otros dones espirituales, creemos en el don de sanidades. Para mi, este don incluye la sanidad tanto del cuerpo como del espíritu. El Espíritu le infunde paz al alma. Este solaz espiritual se logra invocando los dones espirituales, los cuales se obtienen y se manifiestan de muchas maneras. En la Iglesia hoy día estos abundan plena y ricamente; nacen del uso apropiado y humilde del testimonio; se manifiestan también al bendecir a los enfermos después de la unción con aceite consagrado. Cristo es el gran Médico que se levantó de entre los muertos “con salvación en sus alas” (2 Nefi 25:13), mientras que es por medio del Consolador que sanamos.

El Señor ha provisto muchas vías por las cuales podemos recibir esta influencia sanadora. Agradezco que el Señor haya restaurado la obra del templo a la tierra, ya que es una parte importante de la obra de salvación tanto por los vivos como por los muertos. Los templos proveen un santuario al que podemos acudir para dejar a un lado muchas de las preocupaciones del mundo. Nuestros templos son lugares de paz y tranquilidad. En estos recintos sagrados Dios “sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Salmos 147:3).

La lectura y el estudio de las Escrituras pueden brindar un gran consuelo. El presidente Marion G. Romney declaró:

“Tengo la certeza de que si en nuestros hogares los padres leen el Libro de Mormón regular y devotamente, tanto individualmente como con sus hijos, el espíritu de ese gran libro reinara en nuestros hogares así como en los que moren allí. El espíritu de reverencia aumentara, el respeto y la consideración mutuos crecerán; el espíritu de contención se alejara; los padres aconsejaran a sus hijos con mas amor y sabiduría y éstos escucharan y serán mas receptivos a ese consejo. Aumentara la rectitud. La fe, la esperanza y la caridad —el amor puro de Cristo— moraran en nuestros hogares y en nuestra vida, trayendo consigo paz, gozo y felicidad” (en Conference Report, abril de 1960, págs. 112–113).

Cuando yo era joven, los beneficios de salud que se reciben por obedecer la Palabra de Sabiduría, incluso el abstenerse del tabaco, las bebidas alcohólicas, el te y el café, no estaban tan bien definidos como en la actualidad. No obstante, los beneficios espirituales siempre se han podido confirmar. La Palabra de Sabiduría promete que los que se acuerden de guardar este consejo y rindan obediencia a los mandamientos “recibirán salud en su ombligo y médula en sus huesos” (D. y C. 89:18).

Por mucho tiempo, la médula ha sido símbolo de un vivir vibrante y saludable. Pero en una época en que se llevan a cabo trasplantes salvadores de médula, la frase “médula en sus huesos” adquiere un significado adicional como convenio espiritual. Las promesas para los que guardan la Palabra de Sabiduría siguen en vigencia. Los que observen esta ley “hallaran sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, si, tesoros escondidos;

“y correrán sin fatigarse, y andarán sin desmayar.

“Y yo, el Señor, les prometo que el ángel destructor pasara de ellos, como de los hijos de Israel, y no los matara” (D. y C. 89:19–21).

Si queremos estar a salvo, ciertamente necesitamos fortificarnos contra los muchos factores destructivos que abundan en el mundo actual.

Sin embargo, para muchos de nosotros la sanidad espiritual no se lleva a cabo en las grandes mesas de conferencia del mundo, sino en las reuniones sacramentales. Es reconfortante adorar, participar de la Santa Cena y, en un espíritu de humildad, recibir enseñanza de vecinos y amigos íntimos que aman al Señor y tratan de guardar sus mandamientos. Nuestro buen obispo les asigna a los participantes cierto tema o principio del evangelio e invariablemente se expresan por el poder del Espíritu Santo, permitiendo a la congregación

vislumbrar la bondad de su corazón. En los mensajes que se presentan, se advierte el humilde testimonio del orador y su dulce consejo. Los que estamos presentes comprendemos lo que se esta enseñando mediante el espíritu de verdad y ratificamos los testimonios que se han expresado.

Nuestras reuniones sacramentales deben ser para adorar y curar, restaurándoles a los presentes su salud espiritual. Parte de este proceso curativo ocurre cuando adoramos por medio de la música y el canto. Al cantar nuestros bellos himnos de adoración, recibimos alimento para nuestras almas. Cuando cantamos alabanzas al Señor, somos uno en corazón y en propósito. Además de otras influencias, la adoración por medio del canto surte el efecto de unificar espiritualmente a los participantes en una actitud de reverencia.

La sanidad espiritual también se obtiene al expresar y escuchar testimonios humildes. El testimonio que se expresa en un espíritu de arrepentimiento, de agradecimiento por la providencia divina y de acuerdo con la guía divina es un poderoso remedio para aliviar la angustia y las preocupaciones de nuestro corazón.

Dudo que los miembros sinceros de esta Iglesia puedan lograr una plena sanidad espiritual si no están en armonía con el fundamento de la Iglesia, lo cual el apóstol Pablo declaró que son “los apóstoles y profetas” (Efesios 2:20). Esto tal vez no sea demasiado popular, considerando la larga historia que tiene el mundo de rechazar a los profetas y sus mensajes. No obstante, son los oráculos de Dios en la tierra, llamados para dirigir la obra en este tiempo y época. Es también esencial que sostengamos a nuestros obispos, nuestros presidentes de estaca y los demás lideres.

Unos estudios recientes parecen confirmar el hecho de que la máxima sanidad espiritual se logra cuando uno se olvida de si mismo. Estos estudios indican que aquellos que pudieron soportar mejor el encarcelamiento y los campos de concentración fueron aquellos que se preocupaban por sus compañeros prisioneros y estaban dispuestos a ceder su propia comida y sustento para el sostenimiento de otros. El Dr. Viktor Frankl declaró: “Aquellos de nosotros que vivimos en campos de concentración aun recordamos a los hombres que iban de celda en celda, dando consuelo a otros y obsequiándoles su ultimo pedazo de pan. Quizás sean pocos, pero son prueba suficiente de que al hombre se le puede despojar de todo menos de una cosa, la ultima de las libertades humanas: la libertad de elegir cual será nuestra actitud bajo cualquier circunstancia, y cómo viviremos nuestra vida” (Man’s Search for Meaning, New York: Simon and Schuster, 1963, pág. 104). El Salvador del mundo lo expresó en términos sencillos: “… todo el que la pierda [su vida], la salvara” (Lucas 17:33).

De todas las cosas que podríamos hacer para encontrar solaz, la oración quizás sea la mas reconfortante. Se nos ha mandado orar al Padre, en el nombre de Su Hijo, el Señor Jesucristo, y por el poder del Espíritu Santo. El simple acto de orar a Dios satisface el alma, incluso cuando Dios, en Su sabiduría, tal vez no nos conceda lo que le pedirnos. El presidente Harold B. Lee nos enseñó que todas nuestras oraciones reciben respuesta, pero que algunas veces el Señor dice “no”. El profeta José enseñó que la “mejor manera de obtener verdad y sabiduría” es “ir a Dios en oración” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 230). La oración es de mucha ayuda en el proceso curativo.

Las heridas que otras personas nos infligen se curan mediante el “arte de sanar”. El presidente Joseph F. Smith declaró: “Mas la curación de una herida es un arte que no se adquiere con la practica únicamente, sino con la ternura amorosa que viene de la buena voluntad universal y de un interés compasivo en el bienestar y felicidad de otros” (Joseph F. Smith, Doctrina del Evangelio, pág. 258).

Todos tenemos la esperanza de ser sanados mediante el arrepentimiento y la obediencia. El profeta Isaías dijo que aunque nuestros pecados “fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:18).El profeta José Smith declaro: “El espíritu nunca es demasiado viejo para allegarse a Dios. Todos pueden alcanzar la misericordia y el perdón” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 230).

Después de un arrepentimiento completo, la fórmula es maravillosamente sencilla. De hecho, el Señor nos la ha dado en estas palabras: “… no os volveréis a mi ahora, y os arrepentiréis de vuestros pecados, y os convertiréis para que yo os sane” (3 Nefi 9:13). Al hacerlo, tenemos la promesa de que “ El sana a los quebrantados de corazón, y venda sus heridas” (Salmos 147:3).

Encontramos solaz en Cristo por medio del Consolador, y El nos extiende esta invitación: “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). El apóstol Pablo habla de echar “toda vuestra ansiedad sobre el, porque el tiene cuidado de vosotros” (1 Pedro 5:7). Si así lo hacemos, la curación se lleva a cabo, tal como el Señor lo prometió mediante el profeta Jeremías cuando dijo: “… y cambiarle su lloro en gozo, y los consolaré, y los alegraré de su dolor … Porque satisfaré al alma cansada, y saciaré a toda alma entristecida” (Jeremías 31:13, 25). En la gloria celestial, se nos dice que: “Enjugara Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá mas llanto, ni clamor, ni dolor” (Apocalipsis 21:4). Entonces la fe y la esperanza reemplazaran al dolor, la desilusión, el tormento, la angustia y la desesperación, y el Señor nos dará fortaleza, para que, como dice Alma, “no padeciesen ningún genero de aflicciones que no fuesen sorbidas en el gozo de Cristo” (Alma 31:38). De esto tengo un testimonio, y lo declaro, en el nombre de Jesucristo. Amén.