1990–1999
Miremos A Lo Alto Y Sigamos Adelante
Abril 1992


Miremos A Lo Alto Y Sigamos Adelante

“El ser mujer del convenio es un sagrado y santo llamamiento. Los convenios que hemos hecho deben ennoblecernos y servirnos de inspiración e incentivo.”

Cuando mis cuatro hijos estaban todos en casa, mi esposo y yo pasamos muchos días estivales saliendo de excursión con ellos. Nuestro paseo favorito era escalar montañas. A todos nos gustaba el desafío que representaba el llegar a la cima, así como el vivificante momento de pararnos en lo que parecía la cumbre del mundo. Recuerdo que desde allí escudriñábamos el horizonte y nos regocijábamos contemplando las otras cumbres y los valles.

Una de las mas grandes hazañas de mi vida fue el día en que escalamos por los pasos estrechos de tres montañas contiguas. Empezamos el ascenso temprano por la mañana, el cual fue largo y difícil; pero lo que se veía desde cada nueva altura era diferente en su propia belleza y esplendor. La satisfacción que experimente ante la hermosura de aquel paisaje pagó con creces toda mi fatiga. Nunca he olvidado la admiración y la sensación de éxito y de realización que sentí cuando llegue a la cumbre de una de las montañas y contemple desde allí la magnificencia y preciosidad de este magnifico mundo.

Hoy, mis queridas hermanas de la Sociedad de Socorro, unimos nuestras manos alrededor del mundo hallándonos sobre otra clase de cumbre. Desde este pináculo de 150 años de la Sociedad de Socorro, contemplamos los ricos frutos de la caridad manifestada al prójimo por la fe de las hermanas de 135 países y territorios. ¡Que gran satisfacción brinda el ver que se edifican testimonios, se bendice a las personas, se practica y se incrementa la caridad y se fortalece a las familias, y que disfrutan de esta hermandad mas de tres millones de miembros de la Sociedad de Socorro!

El sitio desde el cual contemplan ustedes el mundo tal vez sea la cima de una montaña, la loma de una verde llanura o quizá un montículo de arena en el desierto; acaso sea el trecho predilecto de una playa o la helada cumbre de una colina cubierta de nieve; o tal vez sea el peldaño mas alto del propio portal de su casa. No importa cuál sea su punto de observación, hoy les pido que nos tomemos de la mano y miremos hacia lo alto. Escalemos juntas hasta llegar a nuevas alturas espirituales y hagamos eco a las palabras de Isaías: “Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas” (Isaías 2:3).

Hoy, les pido que emprendamos una jornada espiritual digna de nuestros mejores esfuerzos. Les pido que sigamos adelante con firmeza hasta alcanzar niveles de espiritualidad personal nunca antes logrados. Busquemos mayor comprensión y una mas firme resolución. Hagamos de “la caridad nunca deja de ser” nuestro lema personal para que todo el mundo sea bendecido por nosotras, las hijas de Dios que somos las hermanas de la Sociedad de Socorro.

Con esta transmisión, nos unimos como nunca lo habíamos hecho. Nunca en la historia de la Iglesia las mujeres de Sión han estado tan estrechamente unidas como ahora. Esto es simbólico y nos recuerda que estamos unidas en una de las mas grandiosas de todas las causas: el Evangelio de Jesucristo. Cuando yo era niña y vivía al pie de las Montañas Rocosas canadienses, a menudo me imaginaba escalando las grandes cumbres que veía. Hoy, al hallamos literalmente enlazadas a través de los continentes del mundo, hemos hecho algo mucho mas notable que el escalar las montañas que yo veía de niña.

Hermanas, somos el pueblo del convenio; tenemos la bendición de vivir en esta tierra en una época en la cual podemos preparamos con determinación para la segunda venida de nuestro Salvador. Ruego en mis oraciones que todos los días nos regocijemos porque vivimos ahora, en la época en que podemos hacer convenios por medio del bautismo y en la Casa del Señor. Siento lo que sentía Nefi al decir: “Y mi alma … se deleita en los convenios que el Señor ha hecho … si, mi alma se deleita en su gracia, y en su justicia, y poder, y misericordia en el gran y eterno plan de redención de la muerte” (2 Nefi 12:5). El ser mujer del convenio es un sagrado y santo llamamiento. Los convenios que hemos hecho deben ennoblecernos y servirnos de inspiración e incentivo. El entendimiento mas profundo de nuestros convenios nos hace ver las mayores bendiciones espirituales que podemos alcanzar. Si somos “discípu[las] verdade[ras] de … Jesucristo” llegaremos a ser las hijas de Dios para que “cuando el aparezca, seamos semejantes a el, porque lo veremos tal como es” (Moroni 7:48).

Al buscar lo mejor en nuestra alma, nos parecemos a Saríah, que, junto con Lehi y su familia, abandonaron Jerusalén cuando el Señor lo mandó. Estamos con nuestra “familia, y provisiones” (1 Nefi 2:4) y viajamos por lugares desolados. Damos “gracias al Señor nuestro Dios” (1 Nefi 2:7). A veces sufrimos por la dureza de corazón de aquellos a quienes amamos. En otros momentos, nos llenamos de “gozo … y [nos] regoci[jamos] en extremo” (1 Nefi 5:1). En otras ocasiones, exhortamos “con todo el sentimiento de un tierno padre” (1 Nefi 8:37) seamos madres o no. Nos afanamos, nos enfrentamos a conflictos, nos esforzamos por la fe, “… [padecemos] todo” (1 Nefi 17:20). Pero aun así, al igual que Saríah, seguimos avanzando por la senda que conduce a la exaltación, que es la máxima bendición que podemos recibir.

Recordaran que durante el viaje de Lehi, Saríah y su familia, Nefi rompió su arco, tras lo cual se le indicó que fuera “hasta la cima de la montaña” (1 Nefi 16:30) para conseguir alimento para la familia. Me pregunto si al llegar a la cima se habrá detenido, como yo lo he hecho tantas veces al llegar a una cumbre, para contemplar desde allí el panorama y apreciar la distancia que el y su familia ya habían recorrido y todo el trayecto que todavía tenían que recorrer.

Amadas hermanas, desde mi punto de observación veo la virtud y el potencial de ustedes. Yo se que en la vida tienen sus problemas, pero también veo lo mucho que ya han subido y las impresionantes alturas que han alcanzado. Siento el amor de nuestro Salvador por cada una de ustedes y el amor de ustedes por nuestro Salvador. El Señor mismo ha prometido: “… iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros” (D. y C. 84:88). Con esa promesa, podemos seguir adelante, con la certeza de que nos elevaremos a alturas espirituales nunca antes imaginadas.

Hace poco la presidenta de la Sociedad de Socorro de un barrio me contó de la reacción de una funcionaria de la comunidad a la cual ella solicitó información referente a las necesidades de la localidad a las que las hermanas podrían atender. La presidenta con toda calma le explicó que cada unidad de la Sociedad de Socorro de la Iglesia trabajaría en un proyecto de servicio. La funcionaría le dijo: “¿Me quiere usted decir que 18.000 grupos de mujeres de la Sociedad de Socorro van a hacer algo en sus respectivas comunidades? Si es así, ¡van ustedes a cambiar al mundo!”

Cambiaremos el mundo para bien. Porque este trayecto a grandes alturas no es una jornada común y corriente, como tampoco lo fue la de Saríah. Nuestra finalidad es la de cambiar has ta convertirnos en mejores discípulas de nuestro Señor y Salvador. Elevaremos la mirada hacia las montañas y continuaremos avanzando sin cesar hacia la exaltación.

¡Cómo escalaremos la montaña? Un paso a la vez. Tengo una buena amiga a la que, a lo largo de muchos años, he hablado de mis mas profundas preocupaciones.

Especialmente al iniciar una nueva tarea acerca de la cual no me he sentido muy segura, siempre me ha dicho con entusiasmo: “¡Magnifico, Elaine, tú lo puedes hacer!” Estoy agradecida por su confianza. Hermanas, hoy les digo que podemos hacerlo. Edificaremos el Reino de Dios: una persona, un hogar a la vez. Casadas, solteras, ancianas, jóvenes, madres o sin hijos, vamos a demostrar que Eliza R. Snow, una inspirada hermana líder de la Sociedad de Socorro de los primeros años de la restauración de la Iglesia, tenía razón cuando dijo: “No hay hermana que este tan aislada y que tenga una esfera de acción tan estrecha que no pueda dar su aportación para establecer el Reino de Dios sobre la tierra” (Woman’s Exponent, 15 de septiembre de 1873, pág. 62). Edificaremos el Reino de Dios iluminando nuestros hogares con fe, ya sea que vivamos solas o con una familia grande.

Para muchas de nosotras, la montaña mas escabrosa a la cual nos enfrentaremos esta dentro de las paredes de nuestro propio hogar. Puesto que nos esforzamos por ser unidades familiares eternas, debemos valorar nuestras familias. Queridas hermanas, alléguense a su marido, a sus hijos, a sus padres, a sus hermanos y hermanas, y a todos aquellos a los que ustedes consideren como parte de su familia. Considérenles sus compañeros de viaje.

Una mujer de gran fe se unió a la Iglesia y, debido a apuros económicos, dejó a su familia y su tierra natal. Su viaje la llevó a lugares distantes, pero su fe la llevó mas lejos. Cuando estaba en edad de jubilarse, fue llamada como presidenta de la Sociedad de Socorro de su barrio. El llamamiento puso de manifiesto con esplendor el conocimiento y las habilidades que había adquirido durante toda su vida. Era una mujer tan bondadosa y de tanta fe que las hermanas de la Sociedad de Socorro se unieron al rodearlas ella con sus brazos material y espiritualmente. Cuando una joven madre le preguntó cómo había llegado a tener una fe tan grande, ella le contestó: “Dando la espalda a los problemas y buscando la luz”.

Hermanas, al escalar las mas empinadas montañas de nuestros problemas, sobre todo los de nuestras propias familias, busquemos al Señor, que es la luz. Muestren esa luz a sus familiares y a los que son como de su familia, porque los problemas del mundo indudablemente nos harán flaquear y nos harán daño. Pero la luz, cálida y constante, nos guiara. Sigámosla, teniendo presente que si bien las dificultades son reales, el Señor también lo es. Enciendan una antorcha de fe en su hogar y manténganla ardiendo aunque la noche sea larga y la jornada difícil.

Llegaremos a nuestras cimas espirituales con valentía. La valentía es un instrumento poderoso con el cual podemos horadar la roca mas dura y mantenernos firmes aun en medio de las dificultades. Veo una gran valentía en ustedes: algunas caminan kilómetros para llegar a la Iglesia; otras reconstruyen sus viviendas tras haber sido estas reducidas a escombros por las inundaciones; otras asisten a la escuela, llevando a veces el pupitre a cuestas; muchas de ustedes hacen milagros con el poco dinero que tienen para alimentar a su familia; se enfrentan a la muerte, sobreviven a las sequías y perdonan después de un divorcio. Ustedes se arrepienten cuando es preciso hacerlo; abandonan malos hábitos y abrazan el evangelio; pagan honradamente su diezmo cuando sus hijos necesitan zapatos; pasan el invierno sin ropa adecuada; algunas de ustedes crían solas a sus hijos; aceptan un llamamiento en la Iglesia aun cuando no tienen idea de cómo llevarlo a cabo. Ustedes trabajan para sentir la satisfacción del deber cumplido aunque piensen que son imperfectas; extienden una mano de ayuda a alguien que quizá no les extienda la mano a ustedes; resuelven un problema familiar que ha existido desde hace largo tiempo; atienden a las necesidades de su familia aun cuando hay otras cosas que les gustaría hacer. Cultivan la valentía, porque les será útil para vivir bien y con confianza.

Cuando estaban listos para entrar en un territorio que les era desconocido, el profeta Moisés dijo a los hijos de Israel: “Esforzaos y cobrad animo; no temáis, ni tengáis miedo … porque Jehová tu Dios es el que va contigo; no te dejara, ni te desamparara” (Deuteronomio 31:ó). Hermanas, el Señor no nos dejara, ni nos desamparara.

Escalaremos nuestras montañas espirituales llenas de regocijo. En nuestro corazón harán eco las palabras de Isaías: “Porque con alegría saldréis, y con paz seréis vueltos; los montes y los collados levantaran canción delante de vosotros, y todos los árboles del campo darán palmadas de aplauso” (Isaías 55:12). Todo nuevo discernimiento, todo nuevo panorama espiritual debe llenarnos de un espíritu de acción de gracias que influya en los que nos rodeen. Nosotras, las hermanas de Sión, tenemos las razones mas poderosas para dar gracias al Señor.

Den gracias al Señor por su testimonio; denle gracias por vivir en estos tiempos. Cuando los problemas las acosen, agradezcan al Señor el conocimiento que tienen de que El vive y sientan paz sabiendo que El las ama. Al trabajar arduamente, digan: “… el Señor me concede un gozo extremadamente grande en el fruto de mis obras” (Alma 3ó:25). Y cuando se les presenten dificultades, exclamen: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). Tras cada lección aprendida y tras cada oración contestada, digan: “… me regocijo en extremo de que [mi] Señor Jesucristo ha estado pendiente de [mi] “ (Moroni 8:2).

Hoy, hombro a hombro, y tomadas de la mano, estamos unidas, con los pies puestos ya sea en la arena, en las rocas o en los peldaños de la entrada de la casa y dirigimos juntas la mirada en dirección a nuestro hogar celestial. Ruego que, como miembros de la Sociedad de Socorro y como hermanas, hagamos un esfuerzo por llegar a las mas elevadas alturas espirituales; que esa espiritualidad nos llene el alma de gozo y nos inspire a dirigir la mirada a lo alto y a seguir adelante; y que, al escalar y subir juntas esas cumbres, demos testimonio en cada hogar y en cada nación de (que ‘‘[el Señor] vive!” (D. y C. 76:22).

En el nombre de Jesucristo. Amén.