1990–1999
La Caridad Nunca Deja De Ser”
Abril 1992


“La Caridad Nunca Deja De Ser”

“Estamos unidas en nuestra devoción a nuestro Padre Celestial y en nuestro deseo de ejercer una buena influencia en los demás. Servimos como compañeros de nuestros hermanos de la Iglesia en la edificación del Reino de Dios.”

Esta es una ocasión espléndida para celebrar con ustedes, mis queridas hermanas de la Sociedad de Socorro. (Cuanto las amamos y las apreciamos! Les damos una cordial bienvenida. Willkomen in der Frauenhilfsvereinigung. Bienvenu. Ni men hao. Bienvenidas.

Esta es ciertamente una extraordinaria reunión de hermanas. Nunca se han reunido en el mundo tantas mujeres como en esta ocasión para orar, cantar y hablarnos las unas a las otras de los sentimientos de nuestro corazón: para comunicarnos en las formas en que el Señor nos ha bendecido como mujeres y como miembros de su Iglesia.

“Alzad vuestros corazones y regocijaos” (véase D. y C. 25:13), nos dice el Señor, y nosotras nos regocijamos. La Sociedad de Socorro cumple 150 años, pero hoy nos sentimos como nuevas y llenas de vigor. Nos sentimos llenas de optimismo por nuestras hermanas de todo el mundo: desde las Filipinas hasta el Japón, desde Inglaterra hasta Nueva Zelanda y desde París hasta San Petersburgo. Nuestras vidas, nuestras circunstancias y nuestros problemas son tan diversos como los países y las culturas de las cuales somos originarias. Sin embargo, nuestro cometido es el mismo. Hoy, todas nos regocijamos por ser mujeres de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Estamos unidas en nuestra devoción a nuestro Padre Celestial y en nuestro deseo de ejercer una buena influencia en los demás. Servimos como compañeras de nuestros hermanos de la Iglesia en la edificación del Reino de Dios. Somos mujeres que nos hemos convertido en una fuerza poderosa para hacer el bien en un mundo que necesita nuestra comprensión y nuestra espiritualidad.

Hace ciento cincuenta años, las hermanas de Nauvoo, Illinois (Estados Unidos), la ciudad llamada “La Hermosa”, sintieron la necesidad de organizarse. Ellas deseaban, al igual que nosotras en el día de hoy, constituir una organización para hacer el bien. La finalidad de las hermanas en aquel entonces era prestar asistencia en la edificación del Templo de Nauvoo y extender una mano de ayuda: confeccionando camisas, preparando alimentos, escribiendo poesía, aliviando la fiebre de un pequeño. Nuestras raíces se encuentran en esa pequeña comunidad que aun hoy prospera como un hito de restauración histórica. Hay mucho mas que compartimos con nuestras hermanas de la antigua Nauvoo.

En las riberas del río Misisipi, tras desecar los pantanos, los santos edificaron una ciudad importante en la que deseaban quedarse. Aquí, entre bien cuidadas casas y fértiles terrenos, hubo un modelo de Sión, un lugar donde todos podían ser uno de corazón. Como los nefitas de antaño, deseaban “entrar en el redil de Dios y ser llamados su pueblo …” estando “dispuestos a llevar las cargas de unos y de otros para que [fueran] ligeras” (Mosíah 18:8).

Con ese espíritu nació la Sociedad de Socorro cuando unas pocas hermanas se reunieron en la tienda de ladrillos de José Smith para aunar sus fuerzas. La primera presidenta, Emma Smith, dijo a las hermanas: “Vamos a realizar una labor extraordinaria; cuando un barco repleto de gente se quede encallado en el río … será para nosotras un urgente llamado de socorro. Esperamos sucesos extraordinarias y llamadas urgentes” (actas de la Sociedad de Socorro de Damas de Nauvoo, 17 de marzo de 1842).

Y los recibieron, y atendieron a todo, desde partos difíciles hasta ayudar a los indigentes conversos que llegaban a Nauvoo. Las hermanas eran resueltas y brindaban su afecto y su trabajo cuando nada mas mitigaba el dolor. Reunían mercancías y fondos que repartían

entre los necesitados. Muchas labraban la tierra y construían sus propias casas. Atendían a los enfermos, pedían inspiración divina y recibían y ejercían poder de lo alto.

Si, esas hermanas respondieron a las necesidades de entonces. Sin duda, su fortaleza provenía de su buena voluntad al responder: “Heme aquí; envíame” (Abraham 3:27). Y salían a cumplir el mandato del Señor.

Una de las mas jóvenes que asistió a aquella primera reunión fue Bathsheba [Betsabé] Smith, que muchos años después fue la cuarta presidenta general de la Sociedad de Socorro; había tenido una buena preparación en aquellos años de Nauvoo, y, posteriormente, se caracterizo por terminar sus visitas sociales y caritativas diciendo: “Que la paz reine en esta casa” (Woman’s Exponent, septiembre de 1910, pág. 18).

Hay muchas Betsabés Smith en este mundo, muchas mujeres pioneras que hablan paz y dan vida al lema de la Sociedad de Socorro: “La caridad nunca deja de ser”. En tiempos pasados, muchas de las hermanas recogían las espigas de trigo a mano y lo guardaban en graneros, para usarlo cuando surgiera la necesidad. Y esta surgió. Otras hermanas se dedicaron a la atención médica y establecieron un hospital. Hoy, se une lo antiguo con lo nuevo al brindar las dedicadas hermanas su apoyo y su afecto fraternal, yendo a sus visitas a caballo y a pie, en autobús y en automóvil. Durante décadas y a través de continentes, las hermanas han aprendido a dar prioridad a su fe y a su religión, dejando a un lado su comodidad personal.

Nuestras hermanas son firmes, abundando siempre en buenas obras. (Véase 1 Corintios 15:58.) Ellas comprenden que el mandamiento es llegar a tener una buena actitud y poner manos a la obra. “[Sean] constantes” D. y C. 31:9): inamovibles en la rectitud, humildes, solicitas, ingeniosas, bondadosas, generosas, consideradas, mesuradas, tiernas, diligentes, francas. ¡La mujer posee todas esas cualidades y todas esas facultades!

¡Y poseen tanta fe! Pese a las aflicciones, a la confusión del mundo y a las voces mordaces, podemos confiar en el Señor y seguir adelante con alegría, sabiendo que, frente a cada escollo y dificultad, tendremos fortaleza para salir adelante. ¿Por que? Porque sabemos que el Señor cumple Sus promesas, que El nos conoce por nuestro nombre y que tiene un plan para cada una de nosotras. El nos hará saber que es, y el realizarlo nos dará felicidad.

Las experiencias de las hermanas de Nauvoo y las de la Sociedad de Socorro de toda la Iglesia han demostrado que cada mujer, individualmente, constituye una gran fuerza. Alma describe el valor de nuestra aportación al decir: “… por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas” (Alma 37:ó). Las cosas pequeñas y sencillas abundan en la vida de toda mujer: el saludo a las vecinas, el visitar las escuelas, el reír espontáneamente por algo cómico durante un quehacer de casa, el trabajo en sus diversas facetas, el jugar con los niños, el llevarles al médico, cuidar el huerto, cocinar, enseñar una lección en la Iglesia, ayudar al prójimo, prestar servicio en la comunidad, compartir con una hermana una lección aprendida. Cosas pequeñas y sencillas que definen las relaciones humanas y forman un testimonio; cosas pequeñas y sencillas que fortalecen a hombres y a mujeres.

Cuando se organizó nuestra hermandad en Nauvoo, el profeta José Smith dijo: “Este es el principio de mejores días …” (History of the Church, tomo 6, pág. 607). Ha habido muchos mejores días gracias a la labor de mujeres como ustedes. En hogares grandes y pequeños, rurales y urbanos, la mujer Santo de los Últimos Días cambia las cosas para bien. Y en toda clase de familia, la mujer da consuelo y renueva la dedicación. Brindamos sabiduría y conocimiento. Alentamos y enseñamos a nuestros familiares.

Las hermanas de Sión nos hemos fortalecido unas a otras. Vemos nuestra hermandad en acción en las reuniones de los domingos y en las reuniones de economía doméstica. ¿Cual de nosotras no ha recibido el consuelo que nos ha brindado una hermana en el momento preciso? ¿O las ocasiones en que hemos recibido una nota de una hermana o las veces en que una de ellas nos ha llamado por teléfono para saber como nos encontrábamos cuando nuestro mundo se venia abajo? Como hermanas, nos conocemos, nos comprendemos, nos tenemos mutua compasión.

Lucy Mack Smith, la madre del profeta José Smith, dijo a las hermanas de la Sociedad de Socorro, allá, en 1842: “Debemos estimarnos las unas a las otras, velar las unas por las otras, consolarnos mutuamente y adquirir conocimiento para que todas lleguemos a estar juntas en el cielo” (actas de la Sociedad de Socorro de Damas de Nauvoo, 24 de marzo de 1842). Reparemos en que habló de unirnos un día en la morada de nuestro Padre. Pero, por ahora, estamos aquí y tenemos una obra que efectuar.

Hace un año, al prepararnos para este gran acontecimiento, pedimos a las hermanas de todo el mundo que nos enviaran ilustraciones de mujeres viviendo el evangelio en el diario vivir. ¡La respuesta fue extraordinaria! Llegaron sobres de todo el mundo: ilustraciones envueltas en papel de seda; fotografías históricas de valor incalculable; hojas enteras de álbumes; fotografías, algunas profesionales y otras sacadas en casa. Muchas venían con notas escritas en su propio idioma. Fuera el país que fuese, los mensajes de todos ellos eran parecidos a este de Japón: “Gracias por brindarnos la oportunidad de ser parte de esta gran hermandad. Las queremos a todas”. O esta nota de Africa: “Ustedes han encendido la luz de la alegría en nuestra alma”.

Somos parte de un gran todo. Nos necesitamos unas a otras para hacer que nuestra hermandad sea completa. Al tomar de la mano a nuestras hermanas, llegamos a todo continente, puesto que somos de todas las naciones. Nos unimos al procurar comprender lo que el Señor tenga que decirnos, lo que El hará de nosotras. Aunque hablamos idiomas diferentes, somos una familia y podemos ser de un corazón. Trabajamos, nos recreamos, tenemos hijos, los criamos y soñamos; lloramos, oramos, reímos y a veces nos regocijamos y descubrimos que esta vida terrenal nos enseña cuanto necesitamos a nuestro Salvador Jesucristo.

El Señor nos ha dicho: “… alegraos, porque yo estoy en medio de vosotros” (D. y C. 29:5). El esta con todas nosotras y Su Espíritu nos une aun mas al estrechar nosotras los lazos de nuestra hermandad.

Las hermanas de Sión todavía recibimos llamadas urgentes, llamados para enseñar el evangelio, para edificar a nuestros familiares, para ser una bendición para nuestros semejantes, para ayudar a nuestros amigos, para dar el ejemplo, para dar a conocer lo que sabemos y traer almas a Cristo por la forma en que vivamos y nos amemos las unas a las otras.

Si, hermanas de Sión, vamos a realizar una labor extraordinaria.

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Este discurso se firmó en Nauvoo, Illinois, Estados Unidos, y se presentó como parte de la transmisión vía satélite del Sesquicentenario de la Sociedad de Socorro.