Recursos para la familia
Sesión Tres: Cómo Promover la Igualdad y la Unidad


Sesión Tres

Cómo Promover la Igualdad y la Unidad

“No debe existir la inferioridad ni la superioridad entre esposo y esposa dentro del plan del señor”.

Presidente Gordon B. Hinckley

Objetivos de la sesión

Durante esta sesión, ayude a los participantes a:

  • Entender que los cónyuges deben amarse y cuidarse el uno al otro como compañeros iguales en el matrimonio.

  • Deshacerse del comportamiento y de las actitudes que promuevan la falta de igualdad y el injusto dominio.

  • Entender que la felicidad más grande se puede alcanzar cuando el empeño de uno complementa el esfuerzo del otro y cuando afrontan y superan juntos las dificultades.

Alcancemos nuestro pleno potencial

La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce Apóstoles, en su proclamación sobre la familia, enseñaron que el esposo y la esposa tienen que “amarse y cuidarse el uno al otro” y “como iguales, están obligados a ayudarse mutuamente”1.

El presidente Gordon B. Hinckley recalcó cuán necesario es que exista la unidad y la igualdad entre los cónyuges: “En el compañerismo del matrimonio no hay inferioridad ni superioridad; la esposa no camina delante del esposo, ni el esposo camina delante de la esposa; ambos caminan lado a lado, como un hijo y una hija de Dios en una jornada eterna”.

También enseñó que tanto el esposo como la esposa tendrá que responder ante el Señor por la forma en que se hayan tratado el uno al otro: “Tengo la plena confianza de que cuando estemos ante el tribunal de Dios, no se dirá mucho sobre cuánta riqueza hayamos acumulado en la vida, ni de los honores que hayamos logrado, pero se harán preguntas específicas en cuanto a nuestras relaciones en el hogar. Y estoy seguro de que únicamente aquellos que a lo largo de la vida hayan tenido amor, respeto y aprecio por su compañera [o compañero] e hijos recibirán de nuestro Juez Eterno las palabras: ‘Bien, buen siervo y fiel… entra en el gozo de tu señor’ (Mateo 25:21)”2.

Jesucristo dio un ejemplo de unidad en la oración intercesora que ofreció antes de Su crucifixión. Oró para que aquellos que en Él crean “sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Juan 17:21).

El élder Henry B. Eyring, del Quórum de los Doce Apóstoles, enseñó que este ideal de unidad es un mandamiento y una necesidad: “Jesucristo, el Salvador del mundo, dijo a aquellos que habrían de ser parte de Su Iglesia: ‘Sed uno; y si no sois uno, no sois míos’ (D. y C. 38:27). Cuando el hombre y la mujer fueron creados, ¡la unión matrimonial no les fue dada como esperanza, sino como mandamiento! ‘Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne’ (Génesis 2:24). Nuestro Padre Celestial quiere que nuestros corazones estén entretejidos en uno solo. Tal unión en el amor no es simplemente un ideal, sino una necesidad”3.

Mientras prestaba servicio en la Presidencia General de la Sociedad de Socorro, la hermana Sheri L. Dew enseñó que la unidad es esencial en el modelo del Señor para las parejas casadas: “Nuestro Padre sabía exactamente lo que hacía cuando nos creó. Él nos hizo lo suficientemente semejantes para que nos amáramos los unos a los otros, pero lo suficientemente diferentes para que tuviésemos que unir nuestras fuerzas y mayordomías para crear un ‘todo’. Ni el hombre ni la mujer son perfectos o completos sin el otro. Por consiguiente, es posible que ningún matrimonio… alcance la plenitud de su potencial hasta que esposos y esposas…trabajen juntos en unidad de propósito, y se respeten y confíen en la fortaleza mutua”4.

El problema de la desigualdad

En un estudio que se hizo a más de 20.000 matrimonios, David Olson y Amy Olson descubrieron que la dificultad en compartir equitativamente el liderazgo era el mayor obstáculo para la satisfacción matrimonial. Por otro lado, descubrieron que tres de los diez primeros puntos fuertes de las parejas felices estaban relacionados con la capacidad de compartir el liderazgo.

En este mismo estudio, el 93 por ciento de 21.501 parejas casadas coincidió en la siguiente afirmación: “Nos resulta problemático compartir equitativamente el liderazgo”. Tres de las otras diez primeras trabas para la felicidad en el matrimonio también se relacionaban con la desigualdad y la falta de unidad: “Mi cónyuge es demasiado negativo(a) o crítico(a)” (83 por ciento), “Siempre termino sintiéndome responsable del problema” (81 por ciento) y: “Parece que nunca terminamos de resolver nuestras diferencias” (78 por ciento).

Un estudio en el que se aplicó una escala de satisfacción matrimonial, clasificó a los matrimonios como felices (5.153 parejas casadas) o infelices (5.127 parejas casadas). El mencionado estudio demostró que, al menos tres de los diez primeros puntos fuertes de los matrimonios felices, estaban relacionados con compartir el liderazgo: “Somos creativos al hacer frente a nuestras diferencias” (78 por ciento), “Mi cónyuge casi nunca es mandón(a)” (78 por ciento) y: “Estamos de acuerdo en cómo usar el dinero” (89 por ciento)5.

Desgraciadamente, algunas personas hacen mal uso de la autoridad e intentan ejercer control sobre el cónyuge y los hijos. Mientras se encontraba en la cárcel de Liberty, el profeta José Smith escribió: “Hemos aprendido, por tristes experiencias, que la naturaleza y disposición de casi todos los hombres, en cuanto reciben un poco de autoridad, como ellos suponen, es comenzar inmediatamente a ejercer injusto dominio” (D. y C. 121:39).

Entre los miembros de la Iglesia, las formas más comunes de injusto dominio incluyen a esposos y esposas que pretenden controlar la toma de decisiones, la manera de solucionar problemas, la administración del dinero y la enseñanza y disciplina de los hijos sin permitir al cónyuge participar de igual manera. La peor forma de injusto dominio implica el abuso del cónyuge y de los hijos.

El presidente Hinckley condenó los malos tratos al cónyuge y otros comportamientos degradantes u ofensivos, particularmente de aquellos que poseen el sacerdocio:

“Qué fenómeno tan trágico y absolutamente repugnante es el abuso de la esposa. Cualquier hombre de esta Iglesia que abuse a su esposa, la degrade, la insulte, que ejerza injusto dominio sobre ella, es indigno de poseer el sacerdocio. A pesar de que haya sido ordenado, los cielos se retirarán, el Espíritu del Señor será ofendido y se acabará la autoridad del sacerdocio de ese hombre…

“Mis hermanos, si entre los que me están escuchando hay aquellos que sean culpables de ese tipo de conducta, les pido que se arrepientan. Pónganse de rodillas y pidan al Señor que les perdone; suplíquenle que les dé poder para controlar su lengua y su mano pesada; pidan el perdón de su esposa y de sus hijos”6.

Cómo promover la igualdad

A fin de lograr la igualdad en su matrimonio, ambos cónyuges tal vez tengan que cambiar las maneras de pensar y las conductas arraigadas, recordando que las alegrías de la unidad superan en mucho al dolor de abandonar hábitos establecidos. Ellos pueden disfrutar de una relación feliz y afectuosa a medida que vivan de acuerdo con los principios del Evangelio de Jesucristo. El apóstol Pablo enseñó que todo hombre debe “[amar] a su mujer como a sí mismo” y que toda esposa debe “[respetar] a su marido” (Efesios 5:33). Jesús declaró a Sus discípulos: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34). También mandó: “Sed uno; y si no sois uno, no sois míos” (D. y C. 38:27). Los principios que se estudian a continuación les ayudarán a fomentar la igualdad y la unidad en su matrimonio.

Amarse y respetarse mutuamente como compañeros iguales

El presidente Gordon B. Hinckley enseñó que el esposo y la esposa deben “[andar] uno al lado del otro, con respeto, aprecio y amor el uno por el otro. No debe existir la inferioridad ni la superioridad entre esposo y esposa dentro del plan del Señor”7. El presidente Howard W. Hunter explicó esto: “El hombre que posee el sacerdocio debe aceptar a su esposa como compañera en la dirección del hogar y de la familia, por lo que ella debe participar de forma total, y con un conocimiento pleno en todas las decisiones relacionadas con éstos… El Señor dispuso que la esposa fuese ayuda idónea para el hombre, o sea, una compañera apropiada y necesaria para él e igual en todo sentido”8.

El presidente Hinckley enseñó que el comprender la relación que Dios tiene con Sus hijos ayuda a las personas a actuar correctamente: “Si se reconoce la igualdad entre esposo y esposa, si se reconoce que cada niño o niña que nace en el mundo es hijo o hija de Dios, entonces se tendrá un mayor sentido de la responsabilidad de cuidar con cariño, de ayudar y de querer con un amor imperecedero a aquellos de los cuales se es responsable”9.

El presidente Spencer W. Kimball puso énfasis en la importancia del altruismo: “El altruismo total es otro factor que contribuirá a lograr un matrimonio feliz; si se buscan constantemente los intereses, la comodidad y la felicidad del cónyuge, el amor que se descubre durante el cortejo y se afirma en el matrimonio crecerá en dimensiones inconmensurables… Los nutrientes más importantes para el amor son: la consideración, la amabilidad, la cortesía, la preocupación, las expresiones de afecto, los abrazos que denotan aprecio, la admiración, la satisfacción, el compañerismo, la confianza, la fe, el esfuerzo mutuo, la igualdad y la interdependencia”10.

Se debe presidir con rectitud

En la declaración citada en la página 29, el presidente Hinckley censuró fuertemente el abuso o maltrato en el matrimonio. Declaró que cualquiera que “abuse de [su esposa] es indigno de poseer el sacerdocio”11. El Señor enseñó que las relaciones conyugales deben guiarse por la rectitud, la persuasión, la longanimidad, la mansedumbre, el amor y la bondad (véase D. y C. 121:41–42).

La Primera Presidencia y el Quórum de los Doce definieron el papel del padre en el hogar: “Por designio divino, el padre debe presidir sobre la familia con amor y rectitud y tiene la responsabilidad de protegerla y de proveerle las cosas necesarias de la vida”12. El élder L. Tom Perry, del Quórum de los Doce, explicó que el liderazgo en rectitud implica la unidad y la igualdad entre esposo y esposa: “Recuerden, hermanos, que en su función de líder de la familia, tienen a sus esposas por compañeras… Desde el principio, Dios ha indicado a la humanidad que el matrimonio debe de juntar a esposo y esposa en unión (véase Génesis 2:24), por lo cual en la familia no hay presidente ni vicepresidenta. Ambos cónyuges trabajan juntos eternamente por el bien de la familia. Al encaminar, guiar y dirigir a su familia, se unen en palabra, obra y acción. Se encuentran en igualdad de condiciones, y así, juntos y unánimes, avanzan en la planificación y organización de los asuntos familiares”13.

Reconocer y cambiar la tendencia a dominar

Quizás sea más rápido y eficiente dar órdenes, pero muchas veces provoca resentimiento y resistencia, especialmente entre los miembros de la familia. Si los esposos y las esposas tienen la más mínima tendencia a dominar a los demás, pueden cambiarla y aprender a dominarse a sí mismos, a medida que aprendan a dominar sus pensamientos, sus acciones y sus palabras. El practicar las formas de conducta que se enseñan en Doctrina y Convenios 121:41–42 les ayudará a cambiar estas tendencias.

El hacerse cargo de las cosas es útil en algunos lugares, como en el lugar de trabajo. Los maestros de escuela, los ejecutivos de una empresa, los encargados de una guardería, la autoridad suprema en una empresa y los policías, entre otros, deben tomar el mando para establecer el orden o alcanzar metas relacionadas con el trabajo; pero hacerse cargo no es lo mismo que dominar a los demás. Los intentos por dominar a otras personas causan problemas cuya resolución exige mucho más esfuerzo que el de establecer buenas relaciones en primer lugar. Los miembros de la Iglesia, que han hecho el convenio de seguir a Jesucristo, tienen la obligación de hacer lo que Él hizo; el Salvador enseñó a otros; persuadió a otros y tuvo longanimidad, pero no fue manipulador ni dominante.

Reconocer y corregir lo que se piensa y se cree sobre el dominio

Los pensamientos son realmente la base de todos nuestros sentimientos y de nuestra conducta. Un marido dominante podría pensar: “Mi esposa no debería hacer nada sin mi permiso, incluso en el momento de utilizar el dinero. Ella no es muy buena para administrarlo”. Y una mujer dominante quizás piense: “Si quiero que las cosas se hagan bien, tengo que encargarme de todo. No puedo confiar en nadie más para hacer las cosas bien”.

Si se cuestiona y se corrige esta manera de pensar, habrá más probabilidades de actuar correctamente. Para reconocer esos pensamientos que aparecen automáticamente, deben preguntarse “¿Por qué?”. Por ejemplo, una esposa podría preguntarse “¿Por qué no quiero que mi marido me ayude a mantener al día el talonario de cheques?”. Automáticamente, puede surgir este pensamiento: “Si ve los cheques que escribo, me va a criticar por la forma en que uso el dinero”; o quizás piense: “Él siempre comete errores y en este momento no nos podemos permitir cometer errores en nuestras finanzas”. En algunos casos, tales pensamientos pueden tener razón de ser, pero en muchos no es así. Si la esposa habla con su esposo acerca de sus temores, quizás descubra que éstos eran exagerados y que su marido puede ser una gran ayuda para administrar el dinero.

Tomen las decisiones de común acuerdo

En un matrimonio sólido, los cónyuges toman algunas decisiones independientemente y otras de común acuerdo. Cuando el resultado vaya a afectar a ambos o a otros miembros de la familia, deben tomar la decisión juntos. Algunas parejas casadas toman decisiones basándose en la idea de ganar o perder. Con un pequeño esfuerzo y la disposición para hablar, pueden tomar decisiones que sean aceptables para ambos; así, ninguno saldrá perdiendo.

A menudo, el esposo y la esposa necesitan cambiar y dejar de tener en cuenta sólo sus necesidades y deseos personales, para tener en cuenta las necesidades de su cónyuge y de sus hijos. Las decisiones que toma cada cónyuge casi siempre afectan a toda la familia. El presidente Kimball explicó esto:

“Antes del matrimonio, cada uno de los cónyuges tiene la libertad de hacer lo que le plazca, de organizar y planear su vida de la manera que crea conveniente, de tomar toda decisión siendo la persona misma la única consideración. Antes de hacer los votos matrimoniales, los novios deben darse cuenta de que es necesario que cada uno acepte, literal y plenamente, que el bienestar de la nueva familia debe anteponerse siempre al bienestar propio. En toda decisión se debe considerar el hecho de que habrá dos o más personas que se verán afectadas por la misma. Ahora, al tener que tomar decisiones importantes, la esposa tendrá en cuenta la manera que éstas afectarán a los padres, los hijos, el hogar y su vida espiritual. La ocupación del marido, su vida social, sus amistades, sus intereses personales, deben considerarse ahora bajo el prisma de que él es sólo parte de una familia, o sea, que para todas las cosas se debe tener en cuenta al grupo familiar”14.

Las parejas casadas aprenden a llegar a ser uno cuando siguen al Señor. El élder Eyring explicó que el Espíritu unifica: “Entre aquellos que poseen ese Espíritu [el Espíritu Santo] podemos esperar que exista la armonía. El Espíritu imparte a nuestro corazón el testimonio de la verdad, el cual unifica a quienes lo comparten. El Espíritu de Dios nunca causa contención (véase 3 Nefi 11:29)”15. Si los cónyuges se relacionan con paciencia, dulzura, mansedumbre, amor, bondad y conocimiento, tendrán la compañía del Espíritu Santo, la cual los unirá y los unificará en propósito y acción. Esta influencia los ayudará a tomar decisiones sabias y correctas.

También, cuando el esposo y la esposa toman decisiones juntos, obtienen más confianza en que, si llega el momento en que tengan que tomar una decisión solos, la decisión seguramente representará también el punto de vista de su compañero o compañera.

Sean persistentes

Las maneras de pensar o de actuar ya establecidas, son muchas veces difíciles de cambiar; es difícil dejar viejos hábitos, pero se puede llevar a cabo el cambio si se persiste en el esfuerzo.

Es más probable que haya cambios cuando tanto esposo como esposa se comprometen a poner todas sus fuerzas en lograr una mejor relación. Las buenas intenciones duran poco, a menos que los matrimonios estén determinados a continuar con la nueva forma de relacionarse. Otros factores que ayudan a producir cambios incluyen:

  • Reconocer que se necesita cambiar.

  • Expresar verbalmente al cónyuge o a otros el deseo de cambiar.

  • Comprometerse con el cónyuge y con otros a realizar cambios.

  • Formular un plan específico, con pasos y metas intermedios, para poner en práctica cambios positivos en la vida diaria.

  • Tener un equipo de apoyo (otras personas que le den ánimo a la persona mientras se esfuerza por cambiar).

  • Rendir cuentas a alguien, como por ejemplo: al cónyuge, al obispo o a amigos, acerca del progreso hacia el cambio.

El dedicar tiempo y energías para fomentar la unidad y la igualdad, brindará nueva vitalidad a su matrimonio y ayudarán a su cónyuge a mejorar como persona; a su vez, sentirán mayor amor y respeto el uno por el otro.

Actuar y regocijarse como si fueran uno

Cuando esposo y esposa trabajan juntos con amor y unidad como compañeros iguales, los resultados son sinérgicos, es decir, el esfuerzo combinado de ambos es superior a la suma de sus contribuciones individuales. El élder Richard G. Scott ha enseñado que la fortaleza se recibe cuando las capacidades complementarias de esposo y esposa se unen tal como el Señor lo dispuso: “Para lograr la mayor felicidad y productividad en la vida, se necesitan tanto el esposo como la esposa; sus esfuerzos se entretejen y se complementan… Si se emplean como el Señor quiere, esas aptitudes hacen que los dos piensen, actúen y se regocijen como si fueran uno; que afronten los problemas juntos y los resuelvan como si fueran uno; que su amor y comprensión aumenten y que, por las ordenanzas del templo, queden ligados eternamente. Ése es el plan”17.

El presidente Ezra Taft Benson enseñó acerca de la importancia del servicio para la felicidad en el matrimonio y el progreso personal: “El secreto de un matrimonio feliz es servir a Dios y servirse mutuamente. La meta de un matrimonio es lograr la unidad y la integridad, así como el desarrollo individual. Aunque parezca lo contrario, cuanto más se sirvan el uno al otro, mayor será el progreso espiritual y emocional de cada uno de los cónyuges”18.

Notas

  1. “La Familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, noviembre de 1995, pág. 102.

  2. “La dignidad personal para ejercer el sacerdocio”, Liahona, julio de 2002, pág. 60.

  3. “Para que seamos uno”, Liahona, julio de 1998, pág. 72.

  4. “No es bueno que el hombre ni la mujer estén solos”, Liahona, enero de 2002, pág. 13.

  5. David H. Olson y Amy K. Olson, Empowering Couples: Building on Your Strengths, Minneapolis: Life Innovations, Inc., 2000, págs. 6–9. Más información en www.prepare-enrich.com. Este sitio Web no está afiliado a la Iglesia y su mención aquí no implica el respaldo de ésta.

  6. “La dignidad personal para ejercer el sacerdocio”, Liahona, julio de 2002, pág. 60.

  7. Teachings of Gordon B. Hinckley, Salt Lake City: Deseret Book, 1997, pág. 322.

  8. Véase “El ser marido y padre en rectitud”, Liahona, enero de 1995, pág. 58.

  9. Véase “¿Qué pregunta la gente acerca de nosotros?”, Liahona, enero de 1999, págs. 84–85.

  10. “Unidad en el matrimonio”, Liahona, octubre de 2002, pág. 40.

  11. “La dignidad personal para ejercer el sacerdocio”, Liahona, julio de 2002, pág. 60.

  12. “La Familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, noviembre de 1995, pág. 102.

  13. Véase “El ser padre, un llamamiento eterno”, Liahona, mayo de 2004, pág. 71.

  14. “Unidad en el matrimonio”, Liahona, octubre de 2002, pág. 39.

  15. “Para que seamos uno”, Liahona, julio de 1998, pág. 73.

  16. Adaptado de Brent Barlow, Twelve Traps in Today’s Marriage and How to Avoid Them, Salt Lake City: Deseret Book, 1986, págs. 99–100, y de Richard B. Stuart, Helping Couples Change: A Social Learning Approach to Marital Therapy, New York: Guilford Press, 1980, págs. 266–267.

  17. Véase “El gozo de vivir el gran plan de felicidad”, Liahona, enero de 1997, pág. 83.

  18. “Principios fundamentales en las relaciones familiares perdurables”, Liahona, enero de 1983, pág. 114.

La Igualdad en la Relación Matrimonial

Elija los puntos que usted se daría y los que cree que su cónyuge le daría a usted en cada uno de los siguientes aspectos. Use la siguiente escala: 1—Nunca 2—Casi nunca 3—A veces 4—Bastante seguido 5—Siempre

Los puntos para mí

Aspectos de la relación

Punteo que creo me daría mi cónyuge en estos aspectos

Nunca

Siempre

Nunca

Siempre

1

2

3

4

5

Guío a mi familia de acuerdo con las pautas de las Escrituras.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Soy cariñoso con mi cónyuge e hijos y ellos sienten mi amor hacia ellos.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Respeto a los integrantes de mi familia y no soy iracundo ni violento.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Mi prioridad principal en el matrimonio es tratar a mi cónyuge con amor y bondad.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Vivo de tal forma que mi cónyuge desea estar conmigo eternamente.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Trato a mi cónyuge como un compañero igual.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Vivo de modo tal que invito la influencia del Espíritu a nuestro hogar.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Intento solucionar los problemas por medio del consejo mutuo.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Me esfuerzo por entender y respetar los sentimientos y la manera de pensar de mi cónyuge.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Respeto la necesidad de espacio y privacidad que tiene mi cónyuge.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Decidimos, como compañeros iguales, cómo usar el dinero.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Cuando estamos en casa, compartimos las responsabilidades domésticas.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Me esfuerzo por ayudar a mi cónyuge a encontrar el tiempo y los recursos para desarrollar talentos y buscar intereses.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Tenemos las mismas metas espirituales y el mismo compromiso de vivir el Evangelio.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Ambos impartimos disciplina a nuestros hijos.

1

2

3

4

5

1

2

3

4

5

Ambos nos sentimos bien con respecto a la responsabilidad de presidir del esposo.

1

2

3

4

5