2022
Lo que una simple semilla de calabaza me enseñó acerca del amor de Dios
Julio de 2022


Solo para versión digital: Jóvenes adultos

Lo que una simple semilla de calabaza me enseñó acerca del amor de Dios

Aprendí que, a medida que cultivemos el amor de Dios por medio de la bondad, la cortesía, la compasión y la inclusión, este crecerá de forma exponencial.

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Calabaza creciendo en la planta

La casa de mi infancia estaba rodeada de campos de alfalfa. Cuando tenía nueve años, despejé una pequeña parcela en el límite de los sembradíos para plantar un huerto. A principios de la primavera, planté una simple semilla de calabaza y la cuidé todos los días, ansioso de que brotara. A los pocos días, para mi deleite, pequeñas hojas verdes asomaron en la tierra. En los días y semanas que siguieron, me maravillé ante el rápido ritmo de crecimiento de mi pequeña y simple semilla de calabaza. Con los elementos divinos de la semilla, la tierra, la luz solar y el agua, mi pequeña semilla se transformó milagrosamente en varias enredaderas que se extendían en todas las direcciones.

Poco tiempo después, aparecieron brotes verdes donde antes habían abierto flores anaranjadas y amarillas. En el curso del verano, los brotes se transformaron en grandes calabazas de color naranja. Cuando llegó el tiempo de la cosecha, corté mis calabazas. ¡Quedé atónito! Cada calabaza había producido cientos y cientos de semillas.

Deben estar pensando: “Eso es genial, pero ¿qué tiene que ver esa semilla de calabaza conmigo como joven adulto?”. Bueno, al observar la cantidad aparentemente infinita de semillas de mi cosecha, de repente comprendí cómo, con la ayuda de Dios, lo finito (una semilla) podía transformarse en infinito y eterno. Vi que “ninguna cosa es imposible para Dios” (Lucas 1:37). Experimenté la verdad de estas palabras de las Escrituras: “por medio de cosas pequeñas y sencillas se realizan grandes cosas”’ (Alma 37:6).

Dios creó mi pequeña semilla de calabaza para producir generaciones de semillas ilimitadas, incluso infinitas, en un ciclo interminable de crecimiento y desarrollo. Lo mismo sucede con muchas otras cosas de nuestra vida, entre ellas la capacidad de sentir y compartir Su amor divino.

Cultivar el amor de Dios

Con el tiempo, he llegado a comprender que nuestro amoroso Padre Celestial ha plantado en cada uno de nosotros la semilla de Su amor eterno. Dios nos ama lo suficiente como para plantar Su amor en nuestra alma con la intención de que lo cultivemos y lo hagamos crecer mediante el servicio, la fe, el arrepentimiento y la obediencia a los convenios.

Entonces, ¿qué pasa con aquellos momentos de la vida en los que nos sentimos lejos del amor de Dios? A veces nos sentimos distanciados de Él porque hemos cometido errores o hemos pecado y no hemos encontrado la fuerza ni el valor para dar los primeros pasos hacia el arrepentimiento. A veces estamos tan ocupados y distraídos a causa de todas las otras cosas que suceden en la vida que olvidamos o postergamos las pequeñas cosas cotidianas que nos ayudan a sentirnos más cerca de nuestro Padre Celestial y de Su amor. Tal vez sintamos que ha habido demasiadas oraciones sin contestar o demasiadas personas que nos han lastimado u ocasiones en las que Dios no nos ayudó.

Tal vez nos sintamos tan desconectados del amor de Dios en nuestra propia vida que ni siquiera podemos concebir cómo podríamos compartir ese amor con los demás.

Pero sin importar la situación o la condición de nuestra vida, sin importar el sufrimiento o la injusticia que hayamos soportado, el amor de nuestro Padre Celestial puede crecer mediante nuestras dificultades. Puede superar todo dolor, ira y frustración. Si cultivamos el amor de Dios por medio de la bondad, la cortesía, la compasión y la inclusión, este crecerá de forma exponencial. Nuestra capacidad de amar y de servir a los demás llegará a ser infinita, eterna y más hermosa de lo que jamás hubiéramos soñado.

Al cultivar la semilla del amor de Dios en nosotros, podemos cosechar el amor puro de Cristo: la caridad (véase Moroni 7:47). Quienes cultivan la semilla del amor de Dios también obtienen una abundante cosecha de amigos, hermandad y mayor fe, ¡tres cosas que a todos los jóvenes adultos les podrían servir! Al cultivar cuidadosamente la semilla del amor de Dios, podemos experimentar una cosecha ilimitada de amor eterno en nuestras relaciones familiares, en nuestro servicio en la Iglesia y en nuestra vida personal.

Compartir el amor de Dios

Las Escrituras enseñan que “Dios es amor” (1 Juan 4:8). El presidente M. Russell Ballard, Presidente en Funciones del Cuórum de los Doce Apóstoles, observó que “el atributo más importante de nuestro Padre Celestial y de Su Hijo Amado que debemos desear y procurar poseer es el don de la caridad, ‘el amor puro de Cristo’ (Moroni 7:47)”1.

Ese amor puro de Cristo nos permite amar y servir a los demás como lo hizo el Salvador. Al seguir el ejemplo de servicio de Cristo, descubrimos el amor de Dios en nosotros y aprendemos a compartir ese amor.

Quienes me conocen bien saben que aún llevo con frecuencia una semilla de calabaza en el bolsillo para recordarme la importante lección de vida que aprendí: el Padre Celestial puede tomar algo tan pequeño como una semilla de amor en nuestra vida y transformarla en un poderoso, interminable y eterno amor y servicio a Dios, al prójimo y a uno mismo.