2007
Un ayuno suficiente
Septiembre de 2007


Un ayuno suficiente

Quizá no ayune como los demás, pero mi sacrificio no deja de aportarme bendiciones.

Cuando era niña, el domingo de ayuno era poco menos que una carga para mí. Mi pequeño estómago hacía ruido el día entero, y no veía la hora de que llegara la cena para terminar el ayuno. Para el verano antes de comenzar sexto grado, había comenzado a comprender mejor el principio del ayuno, y justo entonces sucedió: me enfermé.

Además, no era el típico resfriado o gripe; mi cuerpo se comportaba de una manera muy extraña y nadie parecía saber por qué. Después de cuatro meses y de visitas a innumerables especialistas, finalmente obtuve una respuesta. Se me diagnosticó una enfermedad rara que me produce una sed constante y me hace muy propensa a la deshidratación. Dado que se trata de una enfermedad tan rara, los doctores no podían decirme mucho sobre cómo sería mi vida cotidiana, así que sólo me dieron medicina con la esperanza de que me ayudara.

Cuando llegó el siguiente domingo de ayuno, intenté ayunar privándome de comida y de agua, como siempre lo había hecho. Eso fue un gran error. Debido a mi enfermedad, el no tomar agua, aún durante unas pocas horas, me hace sentir muy enferma, como descubrí muy pronto.

Eso me molestó mucho. “Si bebo mientras ayuno”, me dije a mí misma, “¡no será un ayuno completo!, ¡no será suficiente!” Esa idea me perturbó durante varios meses. Estudié las Escrituras en cuanto al ayuno y oré mucho con respecto al problema. También hablé con mis padres y las hermanas líderes de las Mujeres Jóvenes, pero seguía sintiéndome inquieta.

La respuesta llegó un domingo de ayuno por la mañana al leer el relato de la ofrenda de la viuda en el Nuevo Testamento (véase Marcos 12:41–44). La ofrenda de la viuda era pequeña a los ojos del mundo, pero el Salvador la aceptó con amor porque sabía que era todo lo que ella tenía. Entonces supe que mi ayuno era suficiente porque era lo mejor que yo podía hacer. El Señor no medía mi sacrificio a la luz de lo que daban otras personas, sino a la luz de lo que yo era capaz de dar.

Desde ese día, he obtenido un firme testimonio del ayuno. He aprendido que cuando ayuno, también debo estudiar y orar para que el Espíritu me acompañe. Pero por encima de todo, he aprendido a dar siempre lo mejor de mí misma, y eso es suficiente. El Señor no nos pide que demos más de lo que nos permitan nuestras fuerzas (véase Mosíah 4:27).

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