2007
La ofrenda de ayuno del hermano John
Septiembre de 2007


La ofrenda de ayuno del hermano John

No podía creer lo que veía. Allí estaba, de pie frente al púlpito. Nunca había visto al hermano John en la Iglesia antes, ni mucho menos compartir su testimonio. Un mes más tarde, vino a la Iglesia y compartió otra vez su testimonio.

Todo comenzó un domingo por la mañana en una reunión del Comité Ejecutivo del Sacerdocio. En ese entonces, yo servía como presidente de los Hombres Jóvenes. Acabábamos de leer una parte del Manual de Instrucciones de la Iglesia, y el obispo permaneció sentado, meditando en silencio. Después levantó la vista y dijo: “Quiero que nuestros hermanos del Sacerdocio Aarónico comiencen a recoger las ofrendas de ayuno de los miembros menos activos”. Así que nos pidió que hiciéramos participar a los maestros y a los presbíteros.

Eso me sorprendió. En Ciudad del Cabo, Sudáfrica, la mayoría de los miembros viven lejos unos de otros. Se tarda unos 35 minutos en recorrer los límites del barrio de un extremo al otro en automóvil. Los jóvenes nunca habían recogido las ofrendas de ayuno anteriormente porque no podían ir caminando a la casa de los miembros ya que la distancia era demasiado grande y nos preocupaba su seguridad.

Juntos, como comité, trazamos un plan para superar estos obstáculos. El quórum de élderes aceptó asignar a hermanos que llevaran a los jóvenes a varios hogares el sábado antes de cada domingo de ayuno. Dividimos el barrio en varias zonas y asignamos a cada par de compañeros algunas familias activas y otras menos activas. Nos dimos cuenta de que este plan sería una buena oportunidad para que los hermanos conocieran a los jóvenes y que éstos recibieran consejos de los élderes.

Cuando presentamos el plan a los jovencitos, se mostraron ansiosos por llevarlo a la práctica. Les recordamos que debían vestirse con ropa de domingo, y que eso formaba parte de su sagrada responsabilidad de cuidar del barrio.

Yo tenía la asignación de llevar a mi hermano menor, Andrew. El sábado siguiente, visitamos a todas las personas que se encontraban en nuestra lista, pero la mayoría de ellas no estaban en casa. El último miembro que visitamos fue el hermano John, a quien no conocíamos bien.

Andrew salió del vehículo, llamó a la puerta y esperó. Estaba a punto de regresar cuando la puerta se abrió. Andrew estrechó la mano del hermano John y dijo: “Hola, me llamo Andrew, soy de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Mañana es el domingo de ayuno, y el obispo nos ha pedido que visitemos a los miembros para recoger las ofrendas de ayuno que deseen donar”.

Le dio un sobre al hermano John y éste se quedó sorprendido, pero se dirigió al interior con el sobre. Tras unos minutos, salió de la casa con una sonrisa. Le dio las gracias a Andrew con amabilidad y le entregó el sobre. Yo salí del vehículo y los tres hablamos por un momento. Al marcharnos, el hermano John se despidió de nosotros con la mano y nos dijo: “No se olviden de venir el mes que viene”. Andrew se mostró entusiasmado durante todo el camino de regreso a la capilla, donde entregamos nuestros sobres a un miembro del obispado.

Al mes siguiente, no faltamos a la cita con el hermano John. De nuevo, nos recibió con amabilidad. Después de unos meses, comenzó a asistir a la Iglesia los domingos de ayuno. Nuestras visitas aquellos sábados le recordaban las reuniones dominicales, así que venía al día siguiente.

Nos alegramos mucho cuando el hermano John se convirtió en miembro activo de la Iglesia. Sentíamos que nos unía un lazo especial a él. No hay palabras para expresar el gozo que sentimos porque un alma había regresado al redil. En el espacio de unos meses, comenzó a asistir con frecuencia, y muy pronto se le llamó a servir en la presidencia del quórum de élderes.

Para nosotros, el momento culminante de esa experiencia llegó cuando se pidió al hermano John que hablara en la reunión sacramental acerca de los diezmos y las ofrendas. Al final de su discurso, habló de la primera visita de Andrew.

Con lágrimas en los ojos, dijo: “Andrew, nunca podrás saber lo mucho que aportaste a mi vida aquel sábado por la mañana cuando llegaste a mi puerta con aquel sobre azul. Quizá pensaste que fue una pérdida de tiempo, pero mi vida se llenó de bendiciones porque me diste la oportunidad de pagar mis ofrendas de ayuno. El servicio que me prestaste es una de las razones por las que estoy aquí hoy”.