2007
Hombres comunes, llamamientos extraordinarios
Septiembre de 2007


Clásicos del Evangelio

Hombres comunes, llamamientos extraordinarios

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“¿Son humanas las Autoridades Generales?” Supongo que ésta es una pregunta que muchas mentes se plantean, y así ha sido desde el principio. Surge por la misma naturaleza de las cosas, a causa de la alta estima en que consideramos los puestos que estos hermanos han sido llamados a desempeñar.

Recuerdo un incidente sobre la historia de los inicios de la Iglesia, en los días de persecución y dificultades. Heber C. Kimball, en aquel entonces miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, se encontró en circunstancias en las que tuvo que solicitar la hospitalidad de una viuda, miembro de la Iglesia. Ésta le ofreció lo que tenía —pan y leche— y también le proporcionó una habitación con una cama. Al irse él a acostar, ella pensó: “Ésta es mi oportunidad; me gustaría averiguar [y se trata, en efecto, de la misma pregunta de siempre: ¿Son humanas las Autoridades Generales?]. Quisiera averiguar lo que dice un apóstol cuando ora al Señor”. De manera que, después de que se cerró la puerta, se acercó silenciosamente para escuchar; oyó al hermano Kimball sentarse en la cama y luego oyó el golpe de cada uno de sus zapatos al caer al suelo. Oyó el roce producido al recostarse sobre la cama, y a continuación estas palabras: “Oh Señor, bendice a Heber, está muy cansado”.

…Éste es un tema sobre el cual muchas personas frecuentemente tienen ideas incorrectas. Muchos tenían esta misma pregunta en la mente durante la época de José Smith. Él dijo: “Esta mañana me presentaron a un señor que venía del este. Después de oír mi nombre, manifestó que yo no era sino un hombre, dando a entender por sus palabras que él había supuesto que la persona a quien el Señor estimaría conveniente revelar Su voluntad, debería ser algo más que un hombre. Parecía haberse olvidado de las palabras que pronunció Santiago, de que [Elías el profeta] era un hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, pero que tenía tal poder de Dios, que Él, en respuesta a su oración, cerró los cielos para que no dieran lluvia por espacio de tres años y seis meses; y nuevamente, en respuesta a su oración, el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto [véase Santiago 5:17–18]. En efecto, tal es la obscuridad y la ignorancia de esta generación, que les parece increíble que un hombre [hable] con su Hacedor”1.

Ésta es la perspectiva del mundo en general: “Si es que existe un profeta, éste ha de ser tan ennoblecido y exaltado que sea diferente de los hombres comunes”. Quizás piensen en Juan el Bautista, que comía langostas y miel silvestre en el desierto, o en alguien como Enoc, de quien el pueblo decía: “Ha venido un demente entre nosotros” [véase Moisés 6:38].

Algo de esto existe también en la Iglesia hoy. Pensamos en la dignidad, la gloria y la grandeza del oficio, y luego una porción de ese sentimiento se extiende y se aplica a la persona que posee dicho oficio.

Quizás haya una manera de poner este tema en una mejor perspectiva. En vez de preguntar: “¿Son humanas las Autoridades Generales?”, permítanme preguntarles: “¿Es humano su obispo?”. ¿Cuál sería la respuesta? O si les dijera: “¿Son humanos los misioneros?”. ¿La respuesta sería sí o no? Depende completamente a qué nos estamos refiriendo. Ciertamente son humanos en el sentido de que toda flaqueza, debilidad y dificultad que son comunes a la raza humana, están presentes en todos ellos y en todos nosotros; por otra parte, las Autoridades Generales, los obispos y los misioneros (y esto se aplica también a todos los miembros de la Iglesia) no deben ser humanos en el sentido de lo mundano o de andar en pos de lo carnal. Ninguno de nosotros debe ser “humano” si nos referimos a vivir como viven los hombres carnales.

Cuando entramos en la Iglesia, decimos que abandonamos el mundo. Se espera de nosotros que venzamos al mundo. Las palabras que se utilizan en el Libro de Mormón son que debemos despojarnos del hombre natural y hacernos santos por la expiación de Cristo el Señor (véase Mosíah 3:19). Entonces, si todos nosotros viviésemos de acuerdo con nuestro potencial y nos eleváramos a la altura que deberíamos tener, ninguno de nosotros sería humano en el sentido mundano o carnal. Sin embargo, a pesar de todo, lo seríamos en el sentido de que somos mortales y, en consecuencia, expuestos a todo lo que eso conlleva.

Bajo el encabezamiento “Autoridades Generales” de mi libro Mormon Doctrine, escribí lo siguiente: “Algunas Autoridades Generales tienen el poder para hacer una cosa y otros otra. Todos están sujetos a la estricta disciplina que el Señor siempre impone a Sus santos y a aquellos que les presiden. Los puestos que ocupan son elevados y exaltados, pero las personas que poseen esos puestos son hombres humildes tales como sus hermanos en la Iglesia. Los miembros de la Iglesia están tan bien capacitados y formados que hay muchos que podrían, si fuesen llamados, sostenidos y apartados, servir eficazmente en casi cualquier puesto importante de la Iglesia”2.

Más adelante en el libro, bajo el encabezamiento “Profetas”, aparece la siguiente declaración: “Aun con toda su inspiración y grandeza, los profetas son hombres mortales con imperfecciones comunes a la humanidad en general. Tienen sus opiniones y prejuicios y en muchos casos tienen que resolver sus problemas sin inspiración. José Smith escribió: ‘Tuve de visita a un hermano y a una hermana de Michigan, que pensaban que “un profeta es siempre profeta”, pero yo les dije que un profeta era profeta solamente cuando obraba como tal’”3.

De manera que las opiniones y los puntos de vista, aun de un profeta, pueden contener error, a menos que estén inspirados por el Espíritu. Las Escrituras o declaraciones inspiradas deben aceptarse como tales. Sin embargo, tenemos este problema. Pablo fue uno de los grandes profetas teólogos de todos los tiempos, pero tenía ciertas opiniones que no estaban en completa armonía con los sentimientos del Señor, y escribió algunas de ellas en sus epístolas. Pero siendo sabio y discreto, las señaló como tales. Dijo: “Esto es lo que pienso”. Al terminar de decir esas palabras, dijo: “Y lo que piensa el Señor es esto”. Los puntos de vista de Pablo, sus opiniones personales, no eran tan perfectas como podrían haberlo sido.

Los profetas son hombres, y cuando actúan por el Espíritu de inspiración, lo que dicen es la voz de Dios; pero siguen siendo mortales y tienen derecho a tener, y tienen, opiniones personales. Debido a la gran sabiduría y discernimiento de estos hombres, quizá sus opiniones sean de las más acertadas que se puedan encontrar, pero a menos que sean inspiradas, a menos que estén en armonía con las revelaciones, están sujetas al error bajo las mismas condiciones que las opiniones de cualquier otra persona de la Iglesia.

No es necesario que nos preguntemos en vano si las Autoridades Generales están hablando mediante el Espíritu de inspiración o no; podemos saberlo con certeza. Quisiera recordarles que una de las declaraciones más conocidas de José Smith explica: “El Señor no revelará nada a José que no revelará a los Doce, y aun al menor y más nuevo de los santos tan pronto como pueda soportarlas”4.

Eso es perfecto. Es la misma doctrina que enseñó Pablo cuando dijo: “Podéis profetizar todos” y “Procurad profetizar” (1 Corintios 14:31, 39). Todos los miembros de la Iglesia, el cuerpo entero de la Iglesia, debe recibir revelación. No está reservada para unos cuantos, los misioneros o los obispos. Debemos recibir revelación. Todos debemos ser como los apóstoles y los profetas.

Tomado de un artículo revisado de la revista Liahona de julio de 1973; la puntuación y el uso de las mayúsculas se han actualizado.

Notas

  1. History of the Church, tomo II, pág. 302.

  2. Mormon Doctrine, 2ª edición, pág. 309.

  3. Mormon Doctrine, pág. 608.

  4. Véase History of the Church, tomo III, pág. 380.