Historia de la Iglesia
Mostrar el camino en Sudamérica


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servicio bautismal

Unos miembros de Argentina asisten a un servicio bautismal, alrededor de 1928.

Casi todos los primeros conversos a la Iglesia en Argentina eran europeos que habían emigrado allí en busca de prosperidad económica. Los conversos alemanes Wilhelm Friedrichs y Emil Hoppe fueron los primeros en predicar el Evangelio restaurado en Argentina y hacer proselitismo con gran fervor, aunque carecían de la autoridad para bautizar. Friedrichs y Hoppe escribían artículos para periódicos, presentaban disertaciones e iban de puerta en puerta para difundir su mensaje.

La obra era difícil y con frecuencia se los rechazaba. “No se debe entrar en las casas —indicó Friedrichs—, sino que hay que permanecer de pie en la calle y hacer un sonido con las manos; y luego, si alguien acude y acepta un folleto, está bien, aunque en muchos casos no los aceptan”.

En un principio, realizaban las reuniones de la Iglesia en la casa de Friedrichs, y el hijo de este acompañaba los himnos con una mandolina. En el plazo de un año, ya llevaban a cabo reuniones en tres áreas de la periferia de Buenos Aires, a fin de acortar los viajes de los investigadores. Algunos de ellos eran tan consagrados que empezaron a pagar el diezmo mientras aguardaban el bautismo. Friedrichs informó a las Oficinas Generales de la Iglesia en cuanto a aquellos avances y solicitó que se enviaran misioneros a Argentina.

El élder Melvin J. Ballard, del Cuórum de los Doce Apóstoles, junto con Rulon S. Wells y Rey L. Pratt, llegaron a Buenos Aires en diciembre de 1925; de inmediato se reunieron con las congregaciones de allí. El 12 de diciembre, seis de los investigadores —Jacob, Anna y Herta Kullick, Ernst y Maria Biebersdorf y Elisa Plassman— se convirtieron en las primeras personas en bautizarse en Sudamérica. Dos semanas después, en el Día de Navidad, Ballard dedicó Sudamérica para la obra misional.

Cuando Ballard y Pratt pidieron visitar a los inmigrantes italianos Donato y Emilia Gianfelice, al principio el matrimonio titubeó, ya que la casa estaba hecha con cajones de madera para mercancías que se habían colocado directamente sobre el suelo de tierra. La primera vez que se reunieron, los Gianfelice quisieron que se les enseñara sobre la oración. Aprendieron a arrodillarse y a ofrecer una oración sencilla, y pronto se bautizaron. De allí en adelante, consagraron todo lo que tenían al Evangelio.

Cierta fría tarde de domingo, Donato caminó en medio de la lluvia unas 65 cuadras por calles inundadas hasta el apartamento de los misioneros. Allí les suplicó que “oraran al Señor para que lo perdonara”. Al pagar los diezmos aquella tarde, había “calculado mal y había pagado veinte centavos de menos al Señor” (por entonces unos $0,05 centavos de dólar). No podía esperar hasta el martes, cuando los misioneros irían a su casa, ya que, dijo él, “No habría podido dormir sabiendo que había engañado al Señor en mis diezmos”.

El inmigrante español Mariano Borén asistió a varias iglesias durante años en busca de la verdad. La familia de su esposa se opuso a aquella búsqueda y, afirmando que estaba loco, hicieron que lo internaran en una institución para enfermos psiquiátricos. Los médicos pronto le dieron el alta; dijeron que era “un hombre normal y muy religioso”. Sin desalentarse, continuó la búsqueda hasta que, al no poder hallar la verdad, alquiló una sala donde él y otros amigos que compartían las mismas ideas se reunieron todos los domingos durante algunos años para estudiar la Biblia.

Finalmente, 27 años después de llegar a Argentina, Borén recibió un folleto de la Iglesia. Biblia en mano, él y un amigo bombardearon a los misioneros con preguntas sobre los pasajes que los desconcertaban. Tras reunirse en dos ocasiones, dijo: “He encontrado la iglesia que he estado buscando”. Se bautizó el Día de Navidad de 1934, y también lo hicieron casi todos los miembros del grupo de estudio bíblico.

Después de su bautismo, Borén indicó a su hijo Samuel que hiciera “un cartel que dijera: ‘Este comercio permanecerá cerrado los domingos’”. Samuel consideró que era un error cerrar el día más rentable para ellos. “Haz otro cartel —agregó su padre—. ‘Ya no vendemos café ni té’”. A pesar de aquella reducción de ganancias comerciales, Borén pudo proveer sustento y cubrir el costo del alquiler de muchos miembros empobrecidos.

Durante la segunda mitad del siglo XIX, más de seis millones de inmigrantes de todo el mundo se establecieron en Argentina. Para finales de la década de 1920, Argentina era un país diverso y cosmopolita. Por consiguiente, gran parte del éxito inicial de la Iglesia en Argentina ocurrió entre comunidades de inmigrantes. Durante una conferencia de misión en 1942, la Iglesia conmemoró dicha diversidad al pedir a conversos de trece países diferentes que cada uno de ellos recitara uno de los Artículos de Fe en su propio idioma natal.