Historia de la Iglesia
Una cadena de conversiones


Una cadena de conversiones

Incluso antes que la obra misional comenzara oficialmente en Argentina, la inmigrante italiana Mariana Bini soñó que la Iglesia verdadera de Cristo pronto volvería a estar sobre la tierra. La reconocería porque tendría el don de sanación, así como la misma organización que la iglesia del Nuevo Testamento. Procuró diligentemente hallar esa iglesia, y para ello pidió la ayuda de sus amigos así como de las personas cuyas afecciones trataba mediante oración y hierbas. En 1927, mientras iba de camino a investigar un rumor sobre la iglesia verdadera en Buenos Aires, falleció en un accidente.

Diez años después, su hija y su nieta, Mary Bender Olmo, buscaron a algunos de los buenos amigos de Bini. Aquellos amigos les dijeron que habían encontrado la iglesia a la que Bini tanto había anhelado unirse, y les entregaron un ejemplar del Libro de Mormón. Olmo temía que José Smith fuera un profeta falso, pero después de orar esa noche, supo que se trataba de la iglesia prometida. Ella y su madre leyeron todos los materiales a su disposición y afirmaron que estaban listas para el bautismo. Cuando se les dijo que primero aprendieran más, respondieron que habían leído lo suficiente y que ya no podían esperar. Se sintieron conmovidas cuando fueron bautizadas en un río, “al igual que Jesús”; aunque luego, la dueña de la vivienda donde vivían las desalojó por haberse unido ellas a la nueva religión.

En 1942, a Olmo se la llamó misionera local. Una vez concluido su llamamiento inicial de seis meses, pidió hasta dos extensiones a fin de terminar de enseñar a algunos investigadores. Durante la segunda extensión, se bautizaron Zulema Abrea y su hijo Ángel. Zulema también llegó a ser una misionera muy eficaz. Su nuera comentó sobre ella: “Entabla conversación sobre el clima en la esquina con alguna señora y al siguiente domingo, la señora está en la Iglesia”.

Un día, mientras entregaba leche a una clienta, Ángel Abrea, de diez años de edad, cantaba su nuevo himno preferido: “Cristo me manda que brille”. La clienta lo oyó y le preguntó acerca de la canción. Ángel le dijo que era una de las que cantaban en la Iglesia.

“¿Por qué no me cuentas un poco sobre tu Iglesia?”, le pidió.

La respuesta la condujo a ella y a su familia a asistir a las reuniones. Abrea, que a menudo era el único miembro de la Iglesia en su grupo de amigos, llegó a ser consejero en la presidencia del distrito a los 17 años de edad. El 20 de marzo de 1981, el élder Ángel Abrea se convirtió en la primera persona nacida en Argentina que se sostuvo como Setenta Autoridad General.