Conferencia General
Miren a lo lejos
Conferencia General de octubre de 2021


Miren a lo lejos

Centrarse en las cosas más importantes —especialmente aquellas cosas que se encuentran “a lo lejos”, las cosas eternas— es una de las claves para transitar por esta vida.

Cuando cumplí quince años, recibí un permiso de principiante, con el que podía manejar un automóvil si mi padre o mi madre me acompañaban. Cuando mi padre me preguntó si quería salir a conducir, me entusiasmé.

Él manejó unos kilómetros hasta las afueras de la ciudad, hasta llegar a una carretera larga, recta y de dos carriles que pocas personas usaban; debo señalar, probablemente el único lugar donde se sentía seguro. Estacionó a un lado de la carretera y cambiamos de asiento. Me dio algunas instrucciones y luego me dijo: “Sal con cuidado y maneja hasta que te diga que te detengas”.

Seguí sus órdenes al pie de la letra, pero después de unos sesenta segundos, me indicó: “Hijo, detén el auto. Me estoy mareando, estás yendo en zigzag por la carretera”. Él preguntó: “¿Qué estás mirando?”.

Algo irritado, le respondí: “Estoy mirando la carretera”.

Entonces me dijo: “Te estoy observando y solo te estás fijando en lo que hay justo delante del capó del auto. Si solo miras lo que tienes justo delante, nunca manejarás en línea recta”. Y luego recalcó: “Mira a lo lejos. Eso te ayudará a manejar en línea recta”.

A los quince años, pensé que aquello fue una buena lección de manejo, pero desde entonces me he dado cuenta de que también fue una gran lección vital. Centrarse en las cosas más importantes —especialmente aquellas cosas que se encuentran “a lo lejos”, las cosas eternas— es una de las claves para transitar por esta vida.

En una ocasión en la vida del Salvador, Él quiso estar solo, así que “subió al monte a orar aparte”1, y pidió a sus discípulos que se marcharan y cruzaran el mar. En la oscuridad de la noche, la barca que transportaba a los discípulos se topó con una tormenta muy fuerte. Jesús fue a rescatarlos, pero de una manera poco convencional. El pasaje lo relata así: “Mas a la cuarta vigilia de la noche, Jesús fue a ellos andando sobre el mar”2. Cuando lo vieron, empezaron a temer, porque pensaban que la figura que se acercaba era algún tipo de fantasma o espectro. Jesús, al percibir su inquietud, quiso tranquilizar sus mentes y corazones y les dijo: “… ¡Tened ánimo! ¡Yo soy, no tengáis miedo!”3.

Pedro no solo se sintió aliviado, sino que también cobró valor. Siempre valiente, y a menudo impetuoso, Pedro clamó a Jesús: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas”4. Jesús respondió con Su conocida y eterna invitación: “Ven”5.

Pedro, ciertamente emocionado por lo que podía suceder, saltó de la barca y no se hundió en el agua, sino que se quedó sobre ella. Mientras estuviera concentrado en el Salvador, podía hacer lo imposible, incluso caminar sobre el agua. Al principio, Pedro no se inmutó ante la tormenta, pero el viento “fuerte”6 finalmente lo distrajo y se desconcentró, y el temor volvió. Por ello, su fe disminuyó y comenzó a hundirse, y “dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame!”7. El Salvador, que siempre está deseando salvar, extendió la mano y lo levantó para ponerlo a salvo.

Hay un sinnúmero de lecciones que podemos aprender de este relato milagroso, pero mencionaré tres.

Céntrense en Cristo

Primera lección: céntrense en Jesucristo. Pedro pudo caminar sobre el agua mientras mantuvo los ojos centrados en Jesús. La tempestad, las olas y el viento no podían entorpecer su progreso mientras centraba su atención en el Salvador.

Comprender nuestro propósito final nos ayuda a determinar en qué debemos centrarnos. No podemos ganar un partido sin saber cuál es la meta, ni podemos llevar una vida significativa sin conocer su propósito. Una de las mayores bendiciones del evangelio restaurado de Jesucristo es que responde, entre otras cosas, a esta pregunta: “¿Cuál es el propósito de la vida?”. “Nuestro objetivo en esta vida es tener gozo y prepararnos para volver a la presencia de Dios”8. Recordar que estamos aquí en la tierra para prepararnos con el fin de regresar a vivir con Dios nos ayuda a centrarnos en aquello que nos conduce a Cristo.

Centrarse en Cristo requiere disciplina, especialmente en los hábitos espirituales pequeños y sencillos que nos ayudan a llegar a ser mejores discípulos. No hay discipulado sin disciplina.

Nuestro enfoque en Cristo se vuelve más claro cuando miramos a lo lejos, al lugar donde queremos estar y a las personas que queremos llegar a ser, y luego dedicamos tiempo, todos los días, a hacer las cosas que nos ayudarán a llegar allí. Centrarse en Cristo puede simplificar nuestras decisiones y guiarnos a una manera mejor de utilizar nuestro tiempo y nuestros recursos.

Aunque hay muchas cosas que merecen nuestra atención, del ejemplo de Pedro aprendemos la importancia de mantener siempre a Cristo en el centro de nuestra atención. Solo por medio de Cristo podemos volver a vivir con Dios. Confiamos en la gracia de Cristo al esforzarnos por llegar a ser semejantes a Él y procurar Su perdón y Su poder fortalecedor cuando nos equivocamos.

Cuídense de las distracciones

Segunda lección: cuídense de las distracciones. Cuando Pedro dejó de centrarse en Jesús y se fijó en el viento y las olas que le azotaban los pies, comenzó a hundirse.

Hay muchas cosas “justo delante del capó” que pueden distraer nuestra atención de Cristo y de las cosas eternas que se encuentran “a lo lejos”. El diablo es quien más intenta distraernos. Del sueño de Lehi aprendemos que las voces del edificio grande y espacioso procuran atraernos a cosas que nos alejarán del camino que nos prepara para regresar a vivir con Dios9.

Pero hay otras distracciones, menos obvias, que pueden ser igualmente peligrosas. Hay un dicho que lo expresa bien: “Para que el mal triunfe, basta con que las personas buenas no hagan nada”. El adversario parece estar resuelto a conseguir que las personas buenas no hagan nada o, por lo menos, que pierdan el tiempo en cosas que las distraigan de sus elevados propósitos y metas. Por ejemplo, algunas cosas que son distracciones saludables con moderación pueden convertirse en distracciones poco saludables sin disciplina. El adversario comprende que las distracciones no tienen que ser malas ni inmorales para ser eficaces.

Podemos ser rescatados

Tercera lección: podemos ser rescatados. Cuando Pedro comenzó a hundirse, exclamó: “¡Señor, sálvame! Y al momento Jesús, extendiendo la mano, le sujetó”10. Nosotros también podemos ser rescatados por Él cuando nos hundimos, cuando enfrentamos aflicciones o cuando flaqueamos.

Ante la aflicción o las pruebas, ustedes pueden ser como yo y esperar que el rescate sea inmediato; pero recuerden que el Salvador acudió en ayuda de los Apóstoles en la cuarta vigilia de la noche, después de que hubieran pasado la mayor parte de la noche remando contra la tempestad11. Podemos orar para que, si la ayuda no llega de inmediato, por lo menos llegue en la segunda vigilia, o incluso en la tercera, de la oscura noche. Cuando debamos esperar, tengamos la seguridad de que el Salvador siempre está al tanto, asegurándose de que no tengamos que soportar más de lo que podamos resistir12. A los que esperan en la cuarta vigilia de la noche, quienes quizás todavía estén sufriendo: no pierdan la esperanza. El rescate siempre llega a los fieles, ya sea en la vida terrenal o en las eternidades.

A veces, nos hundimos debido a nuestros errores y transgresiones. Si se están hundiendo por esas razones, tomen la gozosa decisión de arrepentirse13. Creo que pocas cosas dan más gozo al Salvador que salvar a los que acuden, o regresan, a Él14. Las Escrituras están llenas de relatos de personas que cayeron y flaquearon, pero que se arrepintieron y llegaron a ser firmes en la fe de Cristo. Creo que esos relatos están en las Escrituras para recordarnos que el amor del Salvador por nosotros y Su poder para redimirnos son infinitos. El Salvador no solo siente gozo cuando nos arrepentimos, sino que nosotros también recibimos gran gozo.

Conclusión

Los invito a que, de forma deliberada, “miren a lo lejos”, así como a centrarse más en las cosas que realmente importan. Ruego que mantengamos a Cristo en el centro de nuestro enfoque. En medio de todas las distracciones, las cosas que están “justo delante del capó” y los torbellinos que nos rodean, testifico que Jesús es nuestro Salvador, nuestro Redentor y nuestro Rescatador. En el nombre de Jesucristo. Amén.