1990–1999
Venir a Cristo mediante el estudio de las Escrituras
Octubre 1992


Venir a Cristo mediante el estudio de las Escrituras

“Tener de vez en cuando un contacto ocasional con las Escrituras generalmente no abrirá las puertas a la inspiración del Espíritu.”

En numerosas oportunidades, el Señor ha mandado a Sus discípulos que escudriñen las Escrituras para aprender las doctrinas de la salvación y vivir de acuerdo con ellas. Durante Su ministerio terrenal, el Salvador dijo: “Escudriñad las Escrituras … ellas son las que dan testimonio de mi” (Juan 5:39). Cuando apareció en el hemisferio occidental, luego de Su resurrección, Cristo citó las Escrituras y luego dijo a los nefitas: “… debéis escudriñar estas cosas. Si, un mandamiento os doy de que escudriñéis estas cosas diligentemente … “ (3 Nefi 23:1). En nuestra época el Señor manda a Sus seguidores que escudriñen “estos mandamientos porque son verdaderos y … las profecías … que contienen se cumplirán todas” (D. y C. 1;37).

El Salvador reveló al profeta José Smith que es posible escuchar Su voz y conocer Sus palabras por medio de las Escrituras. El dijo:

“Estas palabras no son de hombres ni de hombre, sino mías …

“Porque es mi voz que os las declara; porque os son dadas por mi Espíritu, y por mi poder las podéis leer los unos a los otros …

“Por tanto, podéis testificar que habéis oído mi voz y que conocéis mis palabras” (D. y C. 18:34-36).

Con el objeto de venir a Cristo y perfeccionarse en El, toda persona necesita recibir un testimonio de las palabras del Señor. Hay algunos cuya fe se debilita porque ni siquiera abren los libros; hay otros que las leen como al descuido, sin prestarles atención. Como es de suponer, hay una gran diferencia entre estudiar diligentemente, o “escudriñar las Escrituras”, y hacer una lectura descuidada. Una anécdota de la historia de la Iglesia ilustra esta diferencia:

Durante una tempestad, un muchachito de seis años se alejó de la compañía de carros de mano con la que viajaba y se perdió. Cuando pasó la tormenta, Robert y Ann Parker se dieron cuenta de que su niño estaba perdido y empezaron a buscarlo. Después de dos días en los que la búsqueda organizada no dio frutos, se tomó la decisión de que la compañía siguiera camino porque se acercaba el invierno.

El diario personal de una pionera dice lo siguiente:

“Ann Parker puso un chal de lana, de color rojo vivo, alrededor de los delgados hombros de su esposo y lo envió de regreso por la trocha, solo, a buscar a su hijo. Si lo encontraba muerto, al regresar debía llevarlo envuelto en el chal; de lo contrario, el chal les serviría como estandarte para que, al verlos acercarse, ella supiera que estaba vivo. Ann y sus hijos tomaron su carga y siguieron con la compañía, mientras Robert volvía recorriendo kilómetros … sobre la huella, llamando y buscando a su hijito, mientras oraba para encontrarlo bien”.

Tenemos que suponer que no habrá buscado descuidadamente detrás de unos pocos arbustos ni se habrá limitado a caminar lentamente por el sendero, sino que habrá escrutado detenidamente todo matorral, toda arboleda, todo barranco y charco.

“Finalmente, llegó a … un puesto mercantil donde supo que un leñador y su esposa lo habían encontrado y atendido. El niño había estado enfermo debido al frío y al terror que había pasado, pero Dios había escuchado las oraciones de su gente.

“Todas las noches, desde el camino, Ann y sus hijos escudriñaban ansiosamente el horizonte, y, cuando al atardecer del tercer día los rayos del sol poniente brillaron sobre el chal rojo que flameaba sobre los hombros de su marido, la valiente madre cayó sin fuerzas sobre la arena … y esa noche durmió por primera vez en seis días” (comp. por Camilla W. Judd y Kate B. Carter en Treasures of Pioneer History, 6 tomos, Salt Lake City: Daughters of Utah Pioneers, 1952-1957, 5:240-241).

Esa narración ilustra la diferencia que existe entre limitarse a mirar y “escudriñar diligentemente”. Tener de vez en cuando un contacto ocasional con las Escrituras, generalmente no abrirá las puertas a la inspiración del Espíritu ni dará la debida percepción para comprender la vida y la personalidad del Salvador. Si queremos oír Su voz y conocer Sus palabras, debemos leer las Escrituras con la misma dedicación con que Robert Parker buscó a su hijo y con la misma constancia con que la madre escudriñaba el horizonte todos los días. El presidente Howard W. Hunter, del Consejo de los Doce, dijo lo siguiente en una conferencia general:

“Los que profundizan en la lectura … se dan cuenta de que para comprender las Escrituras se requiere algo mas que una lectura ligera; debe hacerse un estudio cuidadoso … Es obvio que el que las estudia diariamente logra mas que el que dedica muchas horas en un día. dejando pasar días enteros antes de reiniciar el estudio” (“El estudio de las Escrituras”, Liahona, enero de 1980, pág. 96).

En el Libro de Mormón se enseña la importancia de poseer las palabras del Señor y escudriñarlas. El profeta Lehi y su familia habían viajado desde Jerusalén hasta el borde del Mar Rojo, y desde allí durante otros tres días hacia el desierto, cuando el Señor recordó a Lehi que estaba espiritualmente desarmado. En su prisa por salir de Jerusalén, la familia no había llevado consigo las Escrituras, y, por lo tanto, no tenían las palabras del Señor a los antiguos profetas.

En un sueno se le mandó a Lehi que enviara a sus hijos de regreso a Jerusalén a buscar las planchas de bronce que contenían los escritos de los profetas y la genealogía de sus antepasados. Después de considerables dificultades y tiempo, los hijos volvieron a la tienda de su padre con las planchas. Luego de dar gracias al Señor por el regreso a salvo de sus hijos, según ellos mismos dicen en el Libro de Mormón:

“… habíamos obtenido los anales … y los examinamos y descubrimos que eran deseables; si, de gran valor para nosotros, de tal manera que podríamos preservar los mandamientos del Señor para nuestros hijos” (1 Nefi 5:21).

Las planchas de bronce, junto con sus propios registros, permitieron a la familia pasar las palabras del Señor de una generación a otra, y las Escrituras y la oración llegaron a ser el medio principal por el cual todas las generaciones subsiguientes desarrollaron su fe en Cristo.

Cuando se escudriña las Escrituras, se reciben ciertas bendiciones. A medida que una persona estudia las palabras del Señor y las obedece, se acerca mas al Salvador y aumentan sus deseos de vivir con rectitud; se expande el poder de resistir la tentación y se vencen las debilidades espirituales; además, se sanan las heridas del espíritu.

Lehi tuvo su extraordinario sueno visionario inmediatamente después de haber escudriñado las planchas de bronce (véase 1 Nefi 8). En el sueno, Lehi vio un árbol que producía un fruto de blancura inmaculada, muy dulce al paladar y mas deseable que todos los demás frutos; vio también un sendero que llevaba al árbol y una barra de hierro a lo largo del sendero; vio que había en el sendero un vapor de tinieblas que hacia que algunos se perdieran y alejaran de el; otros llegaban hasta el árbol aferrándose a la barra de hierro, pero luego se avergonzaron, se soltaron de la barra, se alejaron y se extraviaron. De acuerdo con la visión, la única forma de llegar al árbol y ser participantes permanentes de su fruto era permanecer “asidos constantemente a la barra de hierro” (1 Nefi 8 30).

¿Que era la barra de hierro? Nefi la define como “la palabra de Dios”, o sea, las palabras de los profetas vivientes y de las Escrituras que indican a la gente el camino que conduce a Cristo. Mas tarde, Nefi dijo que aquellos que escucharan la palabra de Dios y se aferraran a ella jamas perecerían (véase 1 Nefi 15:24).

El árbol del sueno es el árbol de la vida, que representa el amor de Dios por nosotros y que expresa la condescendencia del Padre y del Hijo (véase 1 Nefi 11). El aferrarse a la barra de hierro fortalece la fe en Cristo y en Su obra.

La visión de Lehi del árbol de la vida impresionó profundamente al profeta Alma, que vivió quinientos años después de Lehi. Pero este, por su parte, ofreció una imagen diferente del mismo concepto, comparando la palabra de Dios con una semilla que se plante en el corazón y luego se nutra. Alma enseñó que con tal de que las personas tengan el deseo de creer en Cristo, la semilla germinara y brotara, y sentirán henchírseles el alma a medida que la semilla crezca. El deseo de creer, junto con la obediencia, se convierte finalmente en la fe en Jesucristo.

Alma declara que si se nutre continuamente la semilla, esto hará que ella crezca hasta transformarse en el árbol de la vida, que producirá un fruto extremadamente blanco, dulce y puro, “un árbol que brotara para vida eterna” (véase -42). En el ejemplo que da este profeta, el árbol de la vida crece dentro de toda persona y provoca en ella un cambio de corazón y de alma. El equivalente a esto en el sueño de Lehi es aferrarse a la barra de hierro.

La explicación del árbol que crece dentro de la persona y le ocasiona un cambio en el corazón da respuesta a una serie de preguntas que Alma había hecho a los miembros de la Iglesia. Las preguntas eran:

“..¿Habéis nacido espiritualmente de Dios? ¿Habéis recibido su imagen en vuestros rostros? ¿Habéis experimentado este gran cambio en vuestros corazones?” (Alma 5:14).

Los cambios en el corazón y en el alma ocurren como resultado de haber plantado y nutrido la semilla. El estudio de las Escrituras, la oración, la obediencia y el servicio al Señor son elementos claves para fortalecer la fe en Cristo.

El presidente Benson expreso estos sentimientos en la Conferencia General de abril de 1986:

“Sin embargo, por muy diligentes que seamos en otros aspectos, ciertas bendiciones las encontraremos solamente en las Escrituras, solamente acercándonos a la palabra del Señor y aferrándonos a ella, mientras avanzamos en medio de los vapores de obscuridad hacia el árbol de la vida” (“El poder de la palabra”, Liahona, julio de 1986, pág. 74).

Hermanos y hermanas, testifico que el presidente Benson es el Profeta del Señor y que Jesús es el Cristo, y ruego que podamos oír Su voz escudriñando las Escrituras. En el nombre de Jesucristo. Amén.