1990–1999
Añoranza del hogar
Octubre 1992


Añoranza del hogar

“Cuando sentimos añoranza y no nos damos cuenta de que es lo que añoramos, quizás sea que nuestra alma este añorando su hogar, que anhele no continuar separada del Señor.”

En algún momento de nuestra vida, tal vez todos habremos sentido las punzadas de la nostalgia. Quizás las hayamos percibido las primeras veces en que nos quedamos a pasar la noche en casa de un amigo, o durante unas vacaciones. A pesar de lo mucho que hayamos podido desear estar con esas personas, es posible que al mismo tiempo hayamos anhelado la proximidad de nuestros padres y el sentimiento de seguridad de estar en el hogar, donde nos sentíamos cómodos y a salvo.

Puede ser que la añoranza profunda se haya presentado mas tarde en la vida, tal vez al mudarse para ir a la universidad o para servir en una misión; o quizás al casarse, desarraigándose del hogar y alejándose para vivir en otra parte. Puede que haya ocurrido al divorciarse los padres y encontrarse los hijos luchando por adaptarse a un nuevo ambiente, tal vez a un padrastro o una madrastra y a una nueva familia. Durante esos períodos de adaptación y ausencia de seres queridos, es posible sentirse inquieto, solitario y con una profunda añoranza del hogar.

Hace poco, un presidente de misión me pidió que le hablara a uno de sus misioneros, que estaba pasando por un problema de extrema nostalgia. Su intensa añoranza disminuía la calidad de su labor, le hacia perder tiempo, no le permitía concentrarse y le hacia sentirse descontento con su asignación. Aproveche para decirle que esta bien sentir un poco de nostalgia, pero que es preciso mantener cierto dominio sobre esos sentimientos. Quisiera decir desde el principio que añoranza es la tristeza que causa la ausencia de una persona o cosa; es sentir nostalgia por algo que se anhela. El misionero parecía muy sincero en su deseo de mejorar. Puede resultar beneficioso añorar el hogar de la manera apropiada.

No sólo los niños y jóvenes, sino que todos nosotros tendemos a pensar en el hogar tanto en las circunstancias felices como en las penosas. Sentimos nostalgia por el amor, la aceptación, la seguridad, la comprensión y la guía que generalmente se nos enseñan y conceden allí. El hogar debe ser el lugar donde una persona pueda descargar su alma y hallar una renovada fortaleza para enfrentar el mundo, un lugar donde haya consuelo, gozo y comprensión, donde estén los mejores amigos y donde podamos aprender a dar lo mejor de nosotros mismos.

Hay un tipo de añoranza del hogar que nunca debemos dejar de sentir. El hogar debe ser un ancla, un puerto en medio de la tempestad, un refugio, un lugar feliz donde morar, donde nos sintamos amados y podamos amar; debe ser el sitio donde se enseñen y se aprendan las lecciones mas importantes de la vida. El hogar y la familia pueden ser el núcleo de nuestra fe terrenal, allí donde el amor y la responsabilidad mutua formen una combinación perfecta. Durante nuestros días en la tierra, los pensamientos del hogar y la familia, con sus recuerdos placenteros y felices, pueden hacernos mas fuertes.

El presidente Benson siempre ha sentido amor por el hogar de su infancia y por Whitney, su pueblo natal en el estado de Idaho. El conserva el cariño por su hogar paterno, el lugar donde nacieron los once hijos que componían la familia y fueron criados por padres nobles.

Durante toda su vida, mientras viajaba por el mundo, añoraba volver a menudo al hogar paterno, y así lo hacia; su corazón siempre ha estado en el valle Cache. Le gustaba ir a visitar a las familiares que quedaban allí y ver a los amigos de la infancia, a los que habían sido sus vecinos, sus maestros, sus obispos, todos los que tuvieron una buena y fuerte influencia en su vida; el afirma que son “la mejor gente del mundo” y que el pueblo de Whitney es “la comunidad agrícola ideal”.

El volver a donde están sus raíces, a la tierra que lo nutrió, le edificó el carácter y le proporcionó los comienzos puros de una vida dedicada a Dios, a su familia y a su patria, vivifica al presidente Benson. El ama de corazón el hogar de su infancia.

Me preocupa pensar que hay quienes no sienten añoranza y ni siquiera piensan en el hogar. Es lamentable que haya personas que jamas han sabido lo que es una vida hogareña tan agradable que hiciera surgir en ellas pensamientos de nostalgia que, aunque se puedan moderar, se sientan profundamente. Nosotros tenemos la responsabilidad de compartir con otros el calor de nuestro hogar, siendo buenos vecinos y amigos.

Es importante saber quienes somos, pero, si deseamos recibir todas las bendiciones que tiene nuestro Padre Celestial para los que lo aman y obedecen Sus mandamientos, es esencial saber en que punto nos encontramos en relación con nuestro hogar terrenal y con nuestro hogar celestial. El hogar eterno es nuestra destinación final. Un sentido adecuado de añoranza del hogar nos ayudara a evitar perdernos en senderos o desvíos que puedan hacernos extraviar.

Se cuenta que en una conferencia de Mujeres Jóvenes de Alberta, Canadá, que se realizó en el verano, había trescientas jovencitas acampando en tiendas en medio de un bosque de pinos muy altos. Durante ese campamento, llovió todos los días y el tiempo estuvo frío y húmedo, a pesar de lo cual no se oía ninguna queja. El ultimo día de la conferencia, bajo un cielo nublado, la hermana líder del grupo les habló. No obstante el frío intempestivo, había entre ellas un sentimiento cálido hacia aquel lugar que les había dado morada temporaria. Quizás fuera debido al frío que todas se acercaron unas a otras y sintieron la tibieza que proviene del interior de la persona.

La discursante comenzó sus palabras preguntándoles: “¿A donde irán cuando termine esta conferencia?” Las trescientas jovencitas dieron a coro una respuesta que resonó entre los pinos: “¡A casa!”, gritaron a una voz. “¿Dónde?”, les preguntó otra vez; y respondieron con mayor firmeza: “¡A casa!” Sabían muy bien a donde querían ir y ya estaban ansiosas de llegar.

El hogar mas agradable que podamos tener es el que compartamos con nuestra familia gozando de una relación apropiada con nuestro Padre Celestial y con Su Hijo Jesucristo.

Ni siquiera el hijo pródigo pudo resistir el atractivo del hogar. Después de rechazar a su padre, su familia y su patrimonio, y de derrochar su herencia en una vida disipada, cuando ya no le quedaba nada y se encontraba reducido a vivir de desperdicios que sólo los cerdos podían comer, sus pensamientos se volvieron al hogar paterno. Al buscar en los campos restos de alimentos para comer, ¿habrá tenido momentos de nostalgia por la seguridad y la tolerancia que había disfrutado antes? ¿Habrá experimentado una intensa añoranza? Finalmente volvió al hogar, arrepentido y con la esperanza de que su padre lo aceptara como siervo. Su padre se regocijó al verlo, recibiéndolo con los brazos abiertos y aceptándolo totalmente. No hay duda de que el sabia que el recibir de esa manera a su hijo extraviado era fundamental si deseaba volver a su hogar celestial (véase Lucas 15: 11-32) .

A través de los años, he aconsejado a muchas personas cuya añoranza amenazaba la integridad de su misión, su matrimonio o su familia.

Pero he llegado a la conclusión de que no esta mal sentir nostalgia. Es natural echar de menos a las personas mas allegadas; es normal el anhelo de encontrarse donde se sienta seguridad, donde los que nos aman deseen lo mejor para nosotros. Es comprensible querer regresar al lugar donde dimos los primeros pasos y donde aprendimos a hablar, donde nos sentimos queridos, aun en los momentos en que los amigos nos abandonaron, y donde se nos aceptaba fuera cual fuera la situación. No hay en la tierra un lugar que pueda substituir a un hogar donde se ha dado y se ha recibido amor.

Hace poco vimos la trágica devastación causada por el huracán Andrew a su paso por el sur de los estados de Florida y Luisiana; decenas de miles de personas perdieron sus casas. Las Fuerzas Armadas han levantado poblaciones hechas de tiendas de campana tratando de proveer algún refugio para las víctimas. No obstante, el lamentable hecho es que, al menos por un tiempo, muchos de ellos literalmente no podrán volver al hogar. No puedo siquiera imaginar la profunda añoranza que han de sentir por aquello que hasta hace tan poco tenían.

He conocido hombres y mujeres que, por una u otra razón, no podían volver al hogar o no tenían un hogar adonde regresar; he sentido su aflicción y he visto sus lágrimas. Lo menos que se puede decir es que se trata de una situación lamentable.

Por otra parte, también he visto hombres y mujeres que han puesto en peligro su privilegio de retornar a su hogar celestial. Algunos tenían problemas que les impedían entrar en el templo y hacer los convenios eternos que nos ligan a nuestro hogar eterno. He podido percibir su sufrimiento y el anhelo que sentían de tener oportunidades que, por el momento, estaban fuera de su alcance.

Las consecuencias pueden ser muy tristes. Tal vez en algunas ocasiones todos hayamos tenido estos apabulladores pensamientos: ¿Y si no soy digno? ¿Que pasara si no puedo volver nunca a mi hogar?

Si Satanás pudiera, nos haría olvidar nuestro patrimonio; nos haría ocuparnos de un millón y medio de cosas de esta vida- de las cuales probablemente ninguna tenga gran importancia al final -a fin de no dejarnos concentrar en lo que es realmente importante: la realidad de que somos hijos de Dios; el querría hacernos olvidar el hogar y lo que tiene valor para la familia; le gustaría mantenernos ocupados en las cosas relativamente insignificantes para que no tuviéramos tiempo de esforzarnos por entender de donde provenimos, de quien somos hijos y cuan glorioso puede ser el recibimiento que nos dispensen cuando retornemos a nuestro hogar.

Literalmente, somos hijos de nuestro Padre Celestial y mantuvimos nuestro primer estado; durante la existencia preterrenal, vivimos con nuestro Padre, que nos ama, y El nos cuido y nos enseñó. Entre otras cosas, se nos instruyó en lo que tiene que haber sido el ambiente espiritual y educativo perfecto. Y nos regocijamos cuando se nos habló del plan por el cual podríamos probarnos. De esa manera, llegó el día en que nos tocó el turno de experimentar un período de probación, un período durante el cual se correría un velo sobre nuestra memoria para que tuviéramos la libertad de andar por la fe y por el Espíritu o de abandonar nuestro patrimonio y primogenitura espirituales.

Ahora estamos aquí. Y estoy seguro de que todos estamos de acuerdo en que este segundo estado ha probado ser exactamente lo que se nos dijo que seria. Es un período de prueba, de experiencia. Los problemas, los deberes y las responsabilidades a veces parecen correr un velo sobre casi todo lo demás. Lamentablemente, es fácil dejarnos aplastar por la presión de la vida cotidiana hasta el punto de perder de vista lo que debe ser el foco de nuestra atención.

Una de las definiciones de la palabra foco es que se trata de un punto “en que esta como reconcentrada alguna cosa con toda su fuerza y eficacia, y desde el cual se propaga o ejerce influencia” (Diccionario de la Real Academia Española, pág. 626). Tal vez lo mas importante, en esta época de comunicaciones a todas partes del mundo, y de aparatos modernos que nos permiten atiborrar en un día lo que hasta hace unos años se habría considerado imposible, es que nuestro foco de atención este dirigido a lo que realmente importa; y, dicho sencillamente, lo que realmente importa es tener un testimonio de Jesucristo, comprender quienes somos y que estamos haciendo aquí, y poseer la firme determinación de regresar a nuestro hogar.

Imaginemos a una concertista que, después de años de practica intensa y difícil, consiguiera que una famosa sala de conciertos la contratara y, en camino a su anhelada presentación, pasara por un cine que estuviera presentando la película de éxito del momento. ¿Seria posible imaginarla tomando la decisión de detenerse a formar parte de la línea de espectadores y olvidando así a los miles de personas que estarían pendientes de su concierto?

¿O podríamos imaginar que un corredor de primera clase, que se hubiera entrenado durante mas de diez años y se encontrara en las finales de las Olimpiadas, decidiera interrumpir su carrera por la mitad para ir a observar las finales del salto en alto que se llevaran a cabo del otro lado de la pista?

Estos ejemplos quizás parezcan exagerados; pero cuanto mas trágico es que una persona que posee un testimonio de la verdad y tiene conocimiento del propósito de esta existencia se deje absorber mas por los intereses de la vida mundana que por los de la vida sempiterna; que sienta mas preocupación por su condición en la tierra que en la eternidad, y cuyo interés no este enfocado en Dios el Padre y en Su Hijo Jesucristo, con quienes es posible establecer lazos gloriosos.

Me temo que haya momentos en que corramos el riesgo de comportarnos como algunos atletas de gran experiencia que se ocupan mas en la calidad de la ropa que van a usar que en prepararse con determinación y perseverancia para la competencia. Un filósofo inglés, C. S. Lewis, hizo un interesante análisis de este comportamiento:

“Somos criaturas frívolas e insensatas, perdiendo el tiempo con la bebida, el sexo y la ambición mientras se nos ofrece un gozo infinito, somos como un niño ignorante que se empeña en jugar con lodo en el arrabal sólo porque no le es posible imaginar el día junto al mar que le han ofrecido … Dejamos que cualquier cosa nos conforme” (A Mind Awake, Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1968, pág. 168).

El profeta Moroni lo dijo de otra manera:

“¿Por que os avergonzáis de tomar sobre vosotros el nombre de Cristo? ¿Por que será que por motivo de la alabanza del mundo no consideráis que es mayor el valor de una felicidad sin fin que esa miseria que jamas termina?” (Mormón 8:38).

Cuando sentimos añoranza y no nos damos cuenta de que es lo que añoramos, quizás sea que nuestra alma este añorando su hogar, que anhele no continuar separada del Señor sino tratar de elevarse a un plano mucho mas alto, mejor y mas satisfactorio que cualquier cosa que esta tierra pudiera ofrecerle.

José, el hijo menor de Jacob, después de reunirse con sus hermanos, les pidió que regresaran a Canaán para buscar a su padre y llevarlo a Egipto. Mientras ellos se preparaban para partir, José les encomendó con sencillez que durante el camino no se apartaran de su propósito (véase Génesis 45:24).

¿Nos habrá dado nuestro Padre Celestial el mismo consejo cuando salimos de Su presencia para comenzar nuestra jornada terrenal?

Que la añoranza del hogar sea la motivación que necesitamos para vivir de tal manera que podamos regresar a nuestro hogar celestial, con Dios nuestro Padre, y quedarnos allí para siempre. Lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amen.