El amor puro: La verdadera señal de todo verdadero discípulo de Jesucristo.
El evangelio de Jesucristo se centra en el amor del Padre y del Salvador por nosotros, en nuestro amor por Ellos y en el de los unos por los otros.
Amamos y extrañamos al presidente Thomas S. Monson, y amamos y sostenemos al presidente Russell M. Nelson. El presidente Nelson ocupa un lugar especial en mi corazón.
Cuando era un padre joven, nuestro hijo pequeño, que tenía cinco años, llegó un día de la escuela y preguntó a su mamá: “¿Qué clase de trabajo hace papá?”. Luego explicó que sus nuevos compañeros de clase comenzaron a hablar sobre los trabajos de sus padres. Uno dijo que su padre era el jefe de la policía municipal, mientras que otro declaró con orgullo que su padre era jefe de una gran empresa.
Cuando le preguntaron sobre su padre, mi hijo simplemente dijo: “Mi papá trabaja en una oficina con una computadora”. Entonces, al ver que su respuesta no impresionó a sus nuevos amiguitos, añadió: “Y, por cierto, mi padre es el jefe del universo”.
Supongo que ahí terminó la conversación.
Le dije a mi esposa: “Es hora de que le enseñemos algunos detalles más del Plan de Salvación y de quién está realmente al mando”.
Al enseñar a nuestros hijos el Plan de Salvación, su amor por el Padre Celestial y por el Salvador aumentaba al darse cuenta de que es un plan de amor. El evangelio de Jesucristo se centra en el amor del Padre y del Salvador por nosotros, y en nuestro amor por Ellos y en el de los unos por los otros.
El élder Jeffrey R. Holland dijo: “… el primer gran mandamiento de toda la eternidad es amar a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza. Ese es el primer gran mandamiento; pero la primera gran verdad de toda la eternidad es que Dios nos ama con todo Su corazón, alma, mente y fuerza; ese amor es la piedra fundamental de la eternidad y debe ser la piedra fundamental de nuestra vida diaria”1.
Al ser la piedra fundamental de nuestra vida diaria, el amor puro es un requisito para todo verdadero discípulo de Jesucristo.
El profeta Mormón enseñó: “Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo”2.
Ciertamente, el amor es la verdadera señal de todo verdadero discípulo de Jesucristo.
Los verdaderos discípulos aman prestar servicio. Ellos saben que el servicio es una expresión del amor verdadero y un convenio que hicieron al ser bautizados3. Independientemente de sus llamamientos en la Iglesia o su papel en la comunidad, ellos sienten un creciente deseo de amar y de servir al Señor y al prójimo.
Los verdaderos discípulos aman perdonar. Ellos saben que la expiación del Salvador cubre todos los pecados y los errores de cada uno de nosotros. Saben que el precio que Él pagó es un “precio con todo incluido”. Los impuestos, tarifas, comisiones y cargos espirituales ligados a los pecados, errores y ofensas están todos cubiertos. Los verdaderos discípulos están prestos a perdonar y prestos para pedir perdón.
Mis queridos hermanos y hermanas, si les cuesta encontrar la fuerza para perdonar, no piensen en lo que otras personas les han hecho, sino en lo que el Salvador ha hecho por ustedes, y hallarán paz en las bendiciones redentoras de Su expiación.
Los verdaderos discípulos aman someterse al Señor con paz en el corazón. Son humildes y sumisos porque lo aman; tienen fe para aceptar plenamente Su voluntad, no solo en lo que Él hace, sino en cómo y cuándo lo hace. Los verdaderos discípulos saben que las bendiciones reales no siempre son lo que ellos quieren, sino más bien lo que el Señor quiere para ellos.
Los verdaderos discípulos aman al Señor más que al mundo y son firmes e inamovibles en su fe. Permanecen fuertes y firmes en un mundo cambiante y confuso. Los verdaderos discípulos aman escuchar la voz del Espíritu y de los profetas, y no son confundidos por las voces del mundo. Los verdaderos discípulos aman “[estar] en lugares santos”4 y aman hacer santos los lugares en los que están. Dondequiera que vayan, llevan el amor del Señor y paz al corazón de los demás. Los verdaderos discípulos aman obedecer los mandamientos del Señor y obedecen porque aman al Señor. Al amar y guardar sus convenios, su corazón se renueva y su naturaleza misma cambia.
El amor puro es la verdadera señal de todo verdadero discípulo de Jesucristo.
Aprendí acerca del amor puro de mi madre. Ella no era miembro de la Iglesia.
Un día, hace muchos años, fui a visitar a mi madre, que luchaba contra el cáncer. Yo sabía que iba a morir, pero me preocupaba que estuviera sufriendo. No dije nada, pero ella, que me conocía bien, dijo: “Veo que estás preocupado”.
Luego, para mi sorpresa, me preguntó con voz débil: “¿Puedes enseñarme a orar? Deseo orar por ti. Sé que se comienza diciendo: ‘Querido Padre Celestial’; pero ¿qué debo decir después?”.
Cuando me arrodillé junto a su cama y ella oró por mí, sentí un amor que nunca había sentido antes. Era un amor sencillo, real y puro. Aunque no sabía acerca del Plan de Salvación, ella tenía en el corazón su plan personal de amor, el plan de amor de una madre por su hijo. Sentía mucho dolor y le costó sacar fuerzas para orar. Apenas podía oír su voz, pero ciertamente sentí su amor.
Recuerdo que pensé: “¿Cómo puede alguien con un dolor tan grande orar por otra persona? Ella es la que necesita ayuda”.
La respuesta llegó a mi mente con claridad: amor puro. Ella me amaba tanto que se olvidó de sí misma; en su hora más crítica, ella me amó más que a sí misma.
Pues bien, queridos hermanos y hermanas, ¿no es eso lo que hizo el Salvador? Por supuesto, en una perspectiva eterna y mucho más amplia. En medio de Su dolor más extremo, aquella noche en el huerto, Él era el que necesitaba ayuda mientras sufría de una forma que ni siquiera podemos imaginar ni comprender. Pero, al final, Él se olvidó de Sí mismo y oró por nosotros hasta que pagó el precio completo. ¿Cómo pudo hacerlo? Gracias a Su amor puro por el Padre, que lo envió, y por nosotros. Él amaba al Padre y nos amaba a nosotros más que a Sí mismo.
Pagó por algo que Él no había hecho; pagó por pecados que Él no había cometido. ¿Por qué? Por amor puro. Habiendo pagado el precio completo, Él podía ofrecernos las bendiciones de aquello por lo que pagó, si nos arrepentíamos. ¿Por qué lo ofreció? Una vez más, y siempre, amor puro.
El amor puro es la verdadera señal de todo verdadero discípulo de Jesucristo.
El presidente Thomas S. Monson dijo: “Ruego que empecemos hoy, este mismo día, a expresar amor a todos los hijos de Dios, ya sean nuestros familiares, nuestros amigos, personas que sean solo conocidas o totalmente extrañas. Al levantarnos cada mañana, estemos resueltos a responder con amor y bondad a cualquier cosa que nos pueda salir al paso”5.
Hermanos y hermanas, el evangelio de Jesucristo es un evangelio de amor. El mayor mandamiento trata del amor. Para mí, todo es cuestión de amor. El amor del Padre, que sacrificó a Su hijo por nosotros. El amor del Salvador, que sacrificó todo por nosotros. El amor de una madre o de un padre que darían cualquier cosa por sus hijos. El amor de aquellos que prestan servicio en silencio y que la mayoría de nosotros no conocemos, pero a quienes el Señor conoce bien. El amor de quienes lo perdonan todo y siempre. El amor de los que dan más de lo que reciben.
Amo a mi Padre Celestial; amo a mi Salvador; amo el Evangelio; amo esta Iglesia; amo a mi familia; amo esta vida maravillosa. Para mí, todo es cuestión de amor.
Que este día en que recordamos la resurrección del Salvador sea un día de renovación espiritual para cada uno de nosotros. Que este día sea el comienzo de una vida llena de amor, “la piedra fundamental de nuestra vida diaria”.
Que nuestro corazón se llene del amor puro de Cristo, la verdadera señal de todo verdadero discípulo de Jesucristo. Es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.