De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros
Todos podemos recibir paz inimaginable y asociarnos con nuestro Salvador al aprender a perdonar libremente a las personas que nos han ofendido.
“Y el primer día de la semana, muy de mañana, ellas fueron al sepulcro, llevando las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas.
“Y hallaron removida la piedra del sepulcro.
“Y, al entrar, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús.
“Y aconteció que, estando ellas perplejas por esto, he aquí se pusieron de pie junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes;
“y como ellas tuvieron temor e inclinaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?
“No está aquí, sino que ha resucitado”1.
Mañana, domingo de Pascua de Resurrección, recordaremos de una manera especial lo que Jesucristo ha hecho por nosotros: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, mas tenga vida eterna”2. Finalmente, seremos resucitados igual que Él, para vivir por siempre.
Por medio del milagro de la sagrada expiación de Jesucristo, también podemos recibir el don del perdón de nuestros pecados y faltas si aceptamos la oportunidad y responsabilidad del arrepentimiento. Y al recibir ordenanzas necesarias, guardar los convenios y obedecer los mandamientos, podemos obtener la vida eterna y la exaltación.
Hoy me gustaría concentrarme en el perdón, un don esencial y valioso que nos ofrece nuestro Salvador y Redentor, Jesucristo.
En una noche de diciembre en 1982, mi esposa, Terry, y yo nos despertamos por una llamada que recibimos en nuestro hogar en Pocatello, Idaho. Cuando contesté el teléfono, solo escuché un llanto. Por fin, la voz débil de mi hermana dijo: “Tommy está muerto”.
Un conductor ebrio de 20 años de edad, manejando a más de 135km (85 millas) por hora, negligentemente no se detuvo en una luz roja en un barrio residencial en Denver, Colorado. Se estrello de forma violenta contra el auto que manejaba mi hermano menor, Tommy, matándolo al instante a él y su esposa, Joan. Regresaban a casa a su pequeña hija después de una fiesta de Navidad.
De inmediato, mi esposa y yo viajamos a Denver y nos dirigimos a la funeraria. Nos reunimos con mis padres y hermanos y lamentamos la pérdida de nuestros queridos Tommy y Joan. Los habíamos perdido debido a un acto criminal sin sentido. Nuestros corazones estaban destrozados y comencé a sentir enojo contra el joven delincuente.
Tommy había servido como abogado en el Departamento de Justicia de los Estados Unidos y estaba en camino para ser un firme defensor de la protección de las tierras y recursos naturales de los indígenas norteamericanos en los siguientes años.
Después de un tiempo, se llevó a cabo en un tribunal una audiencia para dictar la condena del joven responsable de homicidio vehicular. Aún con tristeza y pesar, mis padres y mi hermana mayor, Katy, fueron a la audiencia. Los padres del conductor ebrio también estaban allí, y una vez que terminó la audiencia, se sentaron en una banca y lloraron. Sentados cerca estaban mis padres y mi hermana intentando lograr control sobre sus propias emociones. Después de un momento, mis padres y mi hermana se pusieron de pie y se dirigieron hacia los padres del conductor y les ofrecieron palabras de consuelo y perdón. Los hombres se saludaron; las mujeres se tomaron de las manos; hubo un profundo pesar, lágrimas derramadas por todos y el reconocimiento de que ambas familias habían sufrido inmensamente. Mamá, papá y Katy fueron un ejemplo con su tranquila fortaleza y le demostraron a nuestra familia lo que es el perdón.
Ese ofrecimiento de perdón en esos momentos causó que mi propio corazón se ablandara y abrió el paso a la sanación. Con el tiempo aprendí a tener un fuerte deseo de perdonar. Solo con la ayuda del Príncipe de paz pude aliviar mi dolorosa carga. Mi corazón siempre extrañará a Tommy y a Joan, pero el perdón me permite recordarlos con una alegría sin restricciones. Y sé que volveremos a estar juntos como familia.
No sugiero que toleremos la conducta ilegal. Entendemos completamente que a las personas se les tiene que hacer responsables por sus actos criminales y delitos civiles. Sin embargo, también sabemos que, como hijos e hijas de Dios, seguimos las enseñanzas de Jesucristo. Debemos perdonar aun cuando parezca que los demás no se merecen nuestro perdón.
El Salvador enseñó:
“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre Celestial.
“Pero si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas”3.
Todos podemos recibir paz inimaginable y asociarnos con nuestro Salvador al aprender a perdonar libremente a las personas que nos han ofendido. Esta asociación invita al poder del Salvador en nuestras vidas de una manera certera e inolvidable.
El apóstol Pablo aconsejó:
“Vestíos, pues, como escogidos de Dios… de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia;
“Soportándoos los unos a los otros, y perdonándoos los unos a los otros… : de la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros”4.
El Señor mismo declaró:
“Por tanto, os digo que debéis perdonaros los unos a los otros; pues el que no perdona las ofensas de su hermano, queda condenado ante el Señor, porque en él permanece el mayor pecado.
“Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres”5.
Las enseñanzas de nuestro Salvador y Redentor, Jesucristo, son claras, el pecador debe estar dispuesto a perdonar a otros, si es que él mismo espera obtener perdón6.
Hermanos y hermanas, ¿hay personas en nuestras vidas que nos han lastimado? ¿Guardamos sentimientos de resentimiento y enojo que parecen ser justificados? ¿Permitimos que el orgullo nos impida perdonar y seguir adelante? Insto a todos nosotros a perdonar completamente y permitir que la sanación ocurra desde el interior. Y aun si el perdón no llega hoy, tengan en cuenta que si lo deseamos y trabajamos por obtenerlo, vendrá— así como al final llegó para mí después de la muerte de mi hermano.
Y por favor recuerden que un elemento esencial del perdón es perdonarnos a nosotros mismos.
“… Quien se ha arrepentido de sus pecados” dijo el Señor, “es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más”7.
Ruego que todos nosotros en este día recordemos y sigamos el ejemplo de Jesucristo. En la cruz en el Gólgota, en Su angustia, Él pronunció estas palabras: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”8.
Cuando estamos dispuestos a perdonar y lo hacemos, como hicieron mis padres y mi hermana mayor, podemos recibir la promesa del Salvador: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”9.
Testifico que esta paz llegará a nuestras vidas a medida que obedezcamos las enseñanzas de Jesucristo y sigamos su ejemplo al perdonar a los demás. A medida que perdonemos, les prometo que el Salvador nos fortalecerá, y Su poder y alegría fluirá en nuestras vidas.
El sepulcro está vacío. ¡Cristo vive! Lo conozco. Lo amo. Estoy agradecido por Su gracia, la cual es el poder fortalecedor que es suficiente para sanar todas las cosas. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.