2018
¡He aquí el hombre!
Mayo de 2018


¡He aquí el hombre!

Quienes hallan la manera de ver verdaderamente al Hombre, hallan el camino que conduce a los gozos más importantes y al bálsamo para los desalientos más exigentes de esta vida.

Mis amados hermanos y hermanas, queridos amigos, agradezco estar con ustedes este maravilloso fin de semana de conferencia general. Harriet y yo nos regocijamos con ustedes al sostener a los élderes Gong y Soares, y a los muchos hermanos y hermanas que han recibido varios nuevos llamamientos durante esta conferencia general.

Aunque echo de menos a mi querido amigo el presidente Thomas S. Monson, amo, sostengo y apoyo a nuestro profeta y presidente, Russell M. Nelson, y a sus nobles consejeros.

También me siento agradecido y honrado por volver a trabajar más de cerca con mis amados hermanos del Cuórum de los Doce.

Más que nada, me siento profundamente humilde y muy feliz por ser miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, donde millones de hombres, mujeres y niños están dispuestos a impulsar desde donde están —en cualquier llamamiento o asignación— y se esfuerzan de todo corazón por servir a Dios y a Sus hijos, edificando el Reino de Dios.

Hoy es un día sagrado; es domingo de Pascua de Resurrección y conmemoramos aquella gloriosa mañana cuando nuestro Salvador rompió las ligaduras de la muerte1 y salió triunfante de la tumba.

El día más importante de la historia

Hace poco pregunté en internet: “¿Qué día alteró más el curso de la historia?”.

Las respuestas oscilaron desde lo sorprendente y lo extraño a lo esclarecedor y provocador. Entre ellas estaban el día en que un asteroide prehistórico cayó sobre la península de Yucatán; cuando Johannes Gutenberg terminó su imprenta en 1440; y, por supuesto, aquel día de 1903 cuando los hermanos Wright demostraron al mundo que el hombre sí podía volar.

Si se les hiciera a ustedes la misma pregunta, ¿qué contestarían?

Para mí, la respuesta es clara.

Para encontrar el día más importante de la historia debemos remontarnos a la tarde de hace casi 2000 años, en el huerto de Getsemaní, cuando Jesucristo se arrodilló en intensa oración y se ofreció como rescate por nuestros pecados. Fue durante ese sacrificio enorme e infinito de sufrimiento físico y espiritual sin parangón que Jesucristo, Dios mismo, sangró por cada poro. Motivado por un amor perfecto, Él lo dio todo para que nosotros pudiéramos recibir todo. Su sacrificio sublime, difícil de comprender, solo perceptible al aplicar todo el corazón y la mente, nos recuerda la deuda universal de gratitud que le debemos a Cristo por Su don divino.

Esa misma noche, Jesús fue llevado ante las autoridades políticas y religiosas, que se burlaron de Él, lo golpearon y lo condenaron a una muerte vergonzosa. Colgó en agonía sobre la cruz hasta que, finalmente, quedó consumado2. Su cuerpo inerte fue depositado en un sepulcro prestado y, entonces, la mañana del tercer día, Jesucristo, el Hijo de Dios Todopoderoso, salió del sepulcro como un ser de esplendor, luz y majestad, glorioso y resucitado.

Sí, a lo largo de la historia hay muchos eventos que han afectado de manera profunda el destino de naciones y pueblos; pero, aun combinándolos todos, no se comparan en importancia con lo que sucedió aquella mañana de la primera Pascua de Resurrección.

¿Qué hace que el sacrificio infinito y la resurrección de Jesucristo sean el evento más importante de la historia, más influyente que las guerras mundiales, los cataclismos o los descubrimientos científicos que cambian nuestra vida?

Gracias a Jesucristo, podemos vivir de nuevo

La respuesta reside en dos grandes obstáculos insalvables que todos enfrentamos.

Primero, todos morimos. No importa lo jóvenes, bellos, sanos o cautos que sean, un día su cuerpo quedará sin vida. Sus familiares y amigos llorarán su pérdida, pero no podrán traerlos de vuelta.

Sin embargo, gracias a Jesucristo, la muerte solo será temporal. Un día, su espíritu se reunirá con su cuerpo. Ese cuerpo resucitado no estará sujeto a la muerte3 y ustedes vivirán en las eternidades sin dolor ni padecimientos físicos4.

Eso sucederá gracias a Jesús el Cristo, que dio Su vida para volver a tomarla.

Lo hizo por todo el que crea en Él.

Lo hizo por todo el que no crea en Él.

Lo hizo incluso por quienes se burlan de Su nombre, lo menosprecian y lo maldicen5.

Gracias a Jesucristo, podemos vivir con Dios

Segundo, todos hemos pecado; nuestros pecados nos impedirían vivir con Dios porque “nada impuro puede entrar en su reino”6.

Como resultado de ello, todo hombre, mujer y niño quedó excluido de Su presencia; es decir, hasta que Jesucristo, el Cordero sin mácula, ofreció Su vida como rescate por nuestros pecados. Dado que Él no tenía ninguna deuda con la justicia, podía saldar nuestra deuda y cumplir con las demandas de la justicia por toda alma; y eso nos incluye a ustedes y a mí.

Jesucristo pagó el precio por nuestros pecados.

Por todos ellos.

En el día más importante de la historia, Jesús el Cristo abrió las puertas de la muerte y derribó las barreras que nos impedían entrar al sacrosanto vestíbulo de la vida sempiterna. Gracias a nuestro Señor y Salvador, a ustedes y a mí se nos concede un don sumamente preciado y de valor incalculable: independientemente de nuestro pasado, podemos arrepentirnos y seguir la senda que conduce a la luz y gloria celestiales, rodeados de los hijos fieles del Padre Celestial.

Por qué nos regocijamos

Esto es lo que celebramos el domingo de Pascua de Resurrección: ¡celebramos la vida!

Gracias a Jesucristo, nos sobrepondremos al desaliento de la muerte y abrazaremos a las personas que amamos, derramando lágrimas de un gozo incontenible y gratitud desbordante. Gracias a Jesucristo, existiremos como seres eternos, por los siglos de los siglos.

Gracias a Jesús el Cristo, nuestros pecados no solo pueden eliminarse, sino también olvidarse.

Podemos llegar a ser puros y exaltados.

Santos.

Gracias a nuestro amado Salvador, podemos beber para siempre de la fuente de agua que brota para vida eterna7. Podemos morar para siempre en las mansiones de nuestro Rey eterno en una gloria inimaginable, en una felicidad perfecta.

¿Vemos al Hombre?

A pesar de todo ello, hay muchos en el mundo que, o no son conscientes del don preciado que nos ha dado Jesucristo, o no creen en él. Puede que hayan oído de Jesucristo y lo conozcan como una figura histórica, pero no lo ven como quien es en realidad.

Cuando pienso en ello, recuerdo al Salvador ante el prefecto romano de Judea, Poncio Pilato, apenas unas horas antes de morir.

Pilato veía a Jesús desde una perspectiva estrictamente del mundo. Él tenía un trabajo que hacer, e implicaba dos tareas principales: recaudar impuestos para Roma y mantener la paz. Ahora el sanedrín judío había llevado a un hombre ante él que decían que era un obstáculo para ambas8.

Tras interrogar al prisionero, Pilato anunció: “Yo no hallo en él ningún delito”9. Aun así, sentía que debía apaciguar a los que acusaban a Jesús, por lo que invocó una costumbre local que le autorizaba a dejar en libertad a un prisionero durante la Pascua judía. Seguramente le pedirían que liberase a Jesús en vez de a Barrabás, un conocido ladrón y asesino10.

Pero la multitud alborotada exigió a Pilato que liberase a Barrabás y que crucificase a Jesús.

“Pues”, preguntó Pilato, “¿qué mal ha hecho?”.

Pero la multitud no hizo sino gritar más fuerte: “¡Crucifícale!”11.

En un último intento por complacer al populacho, Pilato ordenó a sus hombres que azotasen a Jesús12, lo cual hicieron, dejándolo todo ensangrentado y amoratado. Se burlaron de Él, le pusieron una corona de espinas y lo vistieron con un manto de púrpura13.

Tal vez Pilato pensó que eso satisfaría la sed de sangre de la multitud; tal vez se apiadarían de ese hombre. “He aquí, os lo traigo fuera”, dijo Pilato, “para que entendáis que ningún delito hallo en él… ¡He aquí el hombre!”14.

El Hijo de Dios estuvo, en la carne, ante el pueblo de Jerusalén.

Podían ver a Jesús, pero no veían quién era en realidad.

No tenían ojos para ver15.

En un sentido figurado, también a nosotros se nos invita a ver al Hombre. Las opiniones sobre Él varían en el mundo. Los profetas actuales y los de la antigüedad testifican que Él es el Hijo de Dios. Yo también. Es significativo e importante que cada uno de nosotros llegue a saber por sí mismo. De modo que, cuando meditan en la vida y el ministerio de Jesucristo, ¿qué ven?

Quienes hallan la manera de ver verdaderamente al Hombre, hallan el camino que conduce a los mayores gozos de la vida y al bálsamo para las desesperaciones más angustiantes de la vida.

Cuando los abrumen las penas y el dolor, alcen la vista hacia el Hombre.

Cuando se sientan perdidos y olvidados, alcen la vista hacia el Hombre.

Cuando se desesperen, cuando se sientan abandonados, cuando duden, cuando se sientan heridos o derrotados, alcen la vista hacia el Hombre.

Él los consolará.

Él los sanará y dará sentido a su camino; derramará Su Espíritu y llenará sus corazones con gran gozo16.

“Él da fuerzas al cansado y multiplica las fuerzas del que no tiene vigor”17.

Cuando verdaderamente vemos al Hombre, aprendemos de Él y procuramos alinear nuestra vida con Él; nos arrepentimos y nos esforzamos por refinar nuestra naturaleza y cada día acercarnos más a Él, confiamos en Él, le demostramos nuestro amor al guardar Sus mandamientos y cumplir con nuestros convenios sagrados.

En otras palabras, llegamos a ser Sus discípulos.

Su luz refinada colma nuestra alma; Su gracia nos edifica. Nuestras cargas se aligeran; nuestra paz aumenta. Cuando verdaderamente vemos al Hombre, tenemos la promesa de un futuro bendito que nos inspira y sostiene durante los altibajos de la vida. Al volver la vista atrás, reconoceremos que hay un modelo divino, que los puntos realmente se unen18.

Al aceptar Su sacrificio, llegar a ser Sus discípulos y, finalmente, llegar al final de este trayecto terrenal, ¿qué será de los pesares de esta vida?

Habrán desaparecido.

¿Y las decepciones, las traiciones, las persecuciones que han padecido?

Desaparecerán.

¿Y el padecimiento, el quebranto, la culpa, la vergüenza y la angustia que han vivido?

Desaparecerán.

Quedarán olvidados.

¿Es de extrañar que “[hablemos] de Cristo, nos [regocijemos] en Cristo, [prediquemos] de Cristo, [profeticemos] de Cristo… para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados”?19.

¿Es de extrañar que nos esforcemos de todo corazón por ver al Hombre?

Mis amados hermanos y hermanas, testifico que el día más importante de la historia de la humanidad fue aquel en el que Jesucristo, el Hijo viviente de Dios, logró la victoria sobre la muerte y el pecado para todos los hijos de Dios. El día más importante de sus vidas y de la mía es cuando aprendemos a ver al Hombre, cuando lo vemos como realmente es, cuando participamos con todo nuestro corazón y nuestra mente de Su poder expiatorio, cuando nos comprometemos a seguirlo con un entusiasmo y una entereza renovados. Ruego que ese sea un día que se repita una y otra vez en nuestra vida.

Les dejo mi testimonio y bendición de que, cuando veamos al Hombre, hallaremos sentido, gozo y paz en esta vida terrenal y vida eterna en el mundo venidero. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Véase Mosíah 15:23.

  2. Véase Juan 19:30.

  3. Véase Alma 11:45.

  4. Véase Apocalipsis 21:4.

  5. Véase 1 Corintios 15:21–23.

  6. 3 Nefi 27:19.

  7. Véase Juan 4:14.

  8. Véase Lucas 23:2.

  9. Juan 18:38. Para evitar juzgar a Jesús, Pilato intentó delegarle el caso a Herodes Antipas. Si este, que había mandado dar muerte a Juan el Bautista (véase Mateo 14:6–11), condenaba a Jesús, Pilato podía dar por bueno el juicio y aducir que se trataba de un problema local en el que había acordado participar para mantener la paz. Pero Jesús no dijo ni una palabra a Herodes (véase Lucas 23:6–12) y este lo devolvió a Pilato.

  10. Véanse Marcos 15:6–7; Juan 18:39–40. Un erudito del Nuevo Testamento escribió: “Parece que era costumbre que, a petición del pueblo, el gobernador romano liberase durante la Pascua judía a un prisionero importante que estuviese condenado a muerte” (Alfred Edersheim, The Life and Times of Jesus the Messiah, 1899, tomo II, pág. 576). El nombre Barrabás significa “hijo del padre”. Resulta interesante la ironía de concederle al pueblo de Jerusalén la opción de escoger entre estos dos hombres.

  11. Véase Marcos 15:11–14.

  12. La flagelación era tan terrible que recibía el nombre de “la muerte intermedia” (Edersheim, Jesus the Messiah, tomo II, pág. 579).

  13. Véase Juan 19:1–3.

  14. Juan 19:4–5.

  15. Con anterioridad, Jesús había hecho la observación de que “el corazón de este pueblo se ha engrosado, y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos, no sea que vean con los ojos, y oigan con los oídos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane”. Y luego dijo con ternura a Sus discípulos: “Pero bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen” (Mateo 13:15–16). ¿Dejaremos que se endurezca nuestro corazón o abriremos los ojos y el corazón para que podamos ver al Hombre?

  16. Véase Mosíah 4:20.

  17. Isaías 40:29.

  18. Véase Dieter F. Uchtdorf, “La aventura de la vida terrenal” (devocional mundial para jóvenes adultos, 14 de enero de 2018), broadcasts.lds.org.

  19. 2 Nefi 25:26.