Capítulo 16
El matrimonio y el ser padres: Cómo preparar a nuestra familia para la vida eterna
Con la guía de padres rectos y amorosos, la familia puede unirse para contribuir a la edificación del reino de Dios y participar de todas las bendiciones del cielo.
De la vida de Wilford Woodruff
Wilford Woodruff y Phoebe Whittemore Carter se casaron el 13 de abril de 1837, en Kirtland, Ohio. Durante toda su vida juntos soportaron muchas pruebas, con las cuales aumentó su devoción del uno hacia el otro, hacia sus hijos y el reino de Dios. Una de esas experiencias ocurrió en el invierno de 1838, unos cinco meses antes de que Wilford Woodruff recibiera su llamamiento al apostolado. En un viaje en el que el hermano Woodruff dirigía a un grupo de santos que iba a reunirse con otros miembros de la Iglesia, su esposa cayó seriamente enferma. Más tarde él relató lo siguiente:
“El 23 de noviembre, un terrible dolor de cabeza atacó a mi esposa, Phoebe, y terminó en una fiebre cerebral. Empeoró día tras día, mientras continuábamos nuestro viaje. Sufriendo como estaba, era un enorme sacrificio viajar en una carreta por caminos escabrosos; nuestra hijita también estaba muy enferma”.
En los días que siguieron, la condición de la hermana Woodruff empeoró, aun cuando habían podido detenerse en el viaje y encontrar lugares para que ella descansara, El hermano Woodruff relató esto: “El 3 de diciembre mi esposa estaba muy mal. Me pasé el día cuidándola, y al otro día volví a Eaton [un pueblo cercano] para buscar algunas cosas que le hacían falta; parecía estar cada vez peor, y al anochecer su espíritu aparentemente abandonó el cuerpo y ella murió.
“Las hermanas se reunieron a su alrededor, sollozando, mientras yo la contemplaba con gran tristeza. Poco a poco, el Espíritu y el poder de Dios empezó a invadirme hasta que, por primera vez desde que había enfermado, la fe me llenó el alma aun cuando la veía ante mí como muerta”.
Fortalecido por esa fe, Wilford Woodruff le dio a su esposa una bendición del sacerdocio. “Le puse las manos sobre la cabeza”, dijo, “y en el nombre de Jesucristo reprendí al poder de la muerte y al destructor y le mandé salir de ella, y al espíritu de vida entrar en su cuerpo.
“Su espíritu regresó al cuerpo y desde aquel momento quedó sana; y todos sentimos que debíamos alabar a Dios, confiar en Él y guardar Sus mandamientos.
“Mientras todo eso me sucedía (según mi esposa me lo contó después), su espíritu había abandonado el cuerpo y ella lo vio tendido en la cama, y a las hermanas que lloraban. Las miró, y también nos miraba a mí y a su bebé, y mientras contemplaba esa escena, aparecieron dos personajes en el cuarto… Uno de los mensajeros le dijo que tenía dos opciones: podía ir a descansar en el mundo de los espíritus; o, con una condición, podía tener el privilegio de volver a su tabernáculo y continuar sus labores en la tierra. La condición era que estuviera dispuesta a apoyar a su marido y pasar con él por todas las dificultades, pruebas, tribulaciones y aflicciones de la vida que él tendría que pasar por amor al Evangelio, hasta el fin. Al pensar en la situación de su marido y de su hija, contestó: ‘Sí, ¡lo haré!’.
“En el momento de tomar esa decisión, el poder de la fe me invadió y, cuando la bendije, su espíritu regresó a su tabernáculo…
“En la mañana del 6 de diciembre, el Espíritu me dijo: ‘¡Levántate y continúa tu camino!’, y gracias a la misericordia de Dios, mi esposa pudo levantarse también y vestirse sola y caminar hasta la carreta, y seguimos nuestro camino muy contentos”1.
Fiel a su promesa, la hermana Woodruff apoyó a su marido, aun durante las veces en que sus deberes de Apóstol le exigían pasar largos períodos lejos de la familia. El 4 de mayo de 1840, cuando el élder Woodruff prestaba servicio de misionero en Inglaterra, ella le envió una carta en la que le decía: “Sé que es la voluntad de Dios que trabajes en Su viña; por lo tanto, me siento conforme con Su voluntad en estas cosas. No se me ha ocurrido murmurar ni quejarme desde que te fuiste, pero espero anhelosamente el día en que regreses al hogar y estés una vez más en el seno de tu familia, después de haber cumplido tu misión con amor hacia Dios. Siempre estás conmigo cuando voy ante el trono de la gracia; y cuando pido protección y bendiciones para mí y los niños, también las pido para mi querido compañero, que se ha ido lejos de mí a una nación extraña a predicar la plenitud del Evangelio de Jesucristo”2.
En esos tiempos de separación, el presidente Woodruff también expresaba cuánto extrañaba a su familia junto con la determinación de hacer la voluntad del Señor. El 3 de abril de 1847, se preparó para partir con la primera compañía de pioneros que salía para el Valle del Lago Salado. Esto es lo que escribió en su diario: “Nunca, en ningún momento, he sentido mayor ansiedad que ahora, al dejar a mi familia para ir a una misión. Mi súplica a Dios es que nos sostenga a mí y a mi familia para que podamos reunirnos otra vez en la tierra, como lo ha hecho en las muchas misiones que he tenido en la viña del Señor”3. Cuatro días más tarde, su familia lo vio partir de la colonia de los santos en Winter Quarters, Nebraska. De pie en lo alto de un peñasco, no lejos de la colonia, se detuvo un momento para mirarlos otra vez con sus binoculares4.
Wilford Woodruff se regocijaba con el conocimiento de que su familia podía ser eterna. Esa verdad le dio fortaleza para sobrellevar las dificultades de la vida. “He pensado muchas veces”, decía, “que si trabajara hasta que fuera tan viejo como Matusalén, y que si por ese medio pudiera tener a mi familia conmigo en los mundos eternos, eso me recompensaría cualquier dolor y aflicción que pudiera tener que soportar en este mundo”5. La promesa de una familia eterna influía en sus acciones para con los suyos. En una carta que escribió a su hija Blanche, le decía: “Todos esperamos poder vivir juntos para siempre después de la muerte. Creo que nosotros, padres e hijos, debemos hacer todos los esfuerzos posibles por hacernos felices mutuamente mientras vivamos, para que no tengamos nada que lamentar”6.
Las enseñanzas de Wilford Woodruff
Las bendiciones del matrimonio y de ser padres son mucho más importantes que la riqueza del mundo.
El Señor nos ha dicho que el matrimonio es ordenado por Dios para el hombre [véase D. y C. 49:15]. Según lo que leemos de algunas comunidades, la institución del matrimonio está cayendo casi en el descrédito; hay rumores de que esa tendencia está aumentando entre nosotros. Sin duda, la causa se puede atribuir al aumento de riquezas y a la falta de disposición de los hombres jóvenes de tomar sobre sí la carga de una esposa y una familia. Al alejarnos de la vida sencilla de tiempos pasados, naturalmente es de esperar que esa tendencia vaya en aumento, al vacilar los jóvenes en ofrecer matrimonio a las mujeres a menos que puedan brindarles un hogar tan cómodo como el que disfrutan en su casa paterna. La crianza de las jovencitas con hábitos extravagantes o lujosos también puede desanimar del matrimonio a los jóvenes… se debe enseñar a la juventud de ambos sexos que la posesión de riquezas no es necesaria para tener felicidad en el matrimonio7.
Cuando las hijas de Sión reciben la propuesta de los jóvenes de unirse a ellos en matrimonio, en lugar de averiguar: “¿Tiene este joven una linda casa de ladrillos, una yunta de hermosos caballos y un cómodo carruaje?”, deben preguntar: “¿Es un hombre de Dios? ¿Tiene consigo el Espíritu de Dios? ¿Es Santo de los Últimos Días? ¿Ora? ¿Tiene consigo el Espíritu que lo habilite para edificar el reino?”. Si él posee todo eso, no se preocupen del carruaje ni de la casa de ladrillos; acepten casarse y únanse de acuerdo con la ley de Dios8.
Estos jóvenes de Sión tienen el deber de tomar a las hijas de Sión por esposas y preparar tabernáculos [cuerpos] para los espíritus de los hombres, que son hijos de nuestro Padre Celestial. Ellos están esperando esos tabernáculos, se les ha mandado venir aquí y deberían nacer en la tierra de Sión y no en Babilonia9.
Exhorto a los padres por todo Sión a hacer todo lo que puedan por inducir a sus hijos e hijas a andar en los senderos de rectitud y verdad y a aprovechar toda oportunidad que se les presente. No dejen que su corazón esté puesto por completo en la vanidad y en los asuntos del mundo, sino aprendan a apreciar el hecho de que los hijos fieles están entre las más escogidas y grandes bendiciones10.
No apreciamos como deberíamos la bendición que Dios nos ha revelado en el orden patriarcal del matrimonio: la del sellamiento por esta vida y por la eternidad11.
Debemos valorar a nuestra familia y las relaciones que nos unen, recordando que si somos fieles, heredaremos la gloria, la inmortalidad y la vida eterna, y ésta es el más grande de todos los dones que Dios ha dado al hombre [véase D. y C. 14:7]12.
Por las enseñanzas y el ejemplo de los padres, los hijos pueden prepararse para prestar servicio en la Iglesia y permanecer fieles a la verdad.
Nunca he tenido ninguna duda con respecto a la verdad y al triunfo final de esta obra. No la tengo hoy. No tengo dudas de que Sión llegará a ser todo lo que los profetas vieron que sería, en su gloria, su potestad, su dominio y fortaleza, con el poder de Dios sobre ella.
En vista de todo esto, la interrogante que ha surgido en mi mente y que me ha dado mucho que pensar es: ¿Quién se va a encargar de este reino y sacarlo adelante? ¿En quién ha de confiar el Señor para dirigir este reino en su triunfo final y prepararlo en su perfección y gloria para la venida del Hijo del Hombre? En nuestros hijos e hijas… Este reino ha de descansar sobre sus hombros cuando sus progenitores y mayores hayan pasado al otro lado del velo. Esto se presenta ante mí tan claramente como la luz del sol en el firmamento. Y al considerarlo, me pregunto: ¿En qué condiciones se encuentran nuestros hombres y mujeres jóvenes? Nosotros, sus padres, ¿estamos cumpliendo el deber que tenemos hacia ellos? ¿Están ellos tratando de reunir los requisitos y de prepararse para el gran destino y la gran obra que tienen por delante?13
Ninguno de nosotros sabe qué camino tomarán nuestros hijos. Les damos buenos ejemplos y nos esforzamos por enseñarles principios de rectitud; pero cuando llegan a la edad de responsabilidad, tienen su albedrío y actúan por sí mismos14.
“Esforcémonos por criar a nuestros hijos en la disciplina y amonestación del Señor”.
En nuestro afán por predicar el Evangelio a la gente de todas las naciones, no debemos olvidar las obligaciones que tenemos en cuanto a la enseñanza apropiada de nuestros hijos, inculcando en ellos desde pequeños el amor por la verdad y la virtud y la reverencia por las cosas sagradas y proporcionándoles el conocimiento de los principios del Evangelio15.
Esforcémonos por criar a nuestros hijos en la disciplina y amonestación del Señor [véase Efesios 6:4]. Démosles buenos ejemplos y enseñémosles buenos principios mientras son niños. Nos los ha dado nuestro Padre Celestial; ellos son nuestro reino, el fundamento de nuestra exaltación y gloria; son plantas de renombre [véase D. y C. 124:61] y debemos empeñarnos todo lo posible en fortalecerlos ante el Señor, y en enseñarles a orar y a tener fe en Él, para que cuando ya no estemos y ellos nos substituyan en este campo de acción, puedan tomar sobre sí la grandiosa obra de los últimos días y reino de Dios en la tierra16.
A los que viven de acuerdo con lo que se suele llamar la ley civilizada, se les enseña la ley moral —los Diez Mandamientos—, se les enseña a no mentir, a no blasfemar, a no robar, en suma, a no hacer aquellas cosas que se consideran malas, profanas y deshonrosas en la sociedad. Cuando los padres enseñan esos principios en la niñez, éstos les quedan grabados en la mente y, tan pronto como los niños lleguen a la edad de responsabilidad, las primeras impresiones tendrán influencia en sus acciones y a lo largo de toda su vida. Los niños que han recibido esa enseñanza y capacitación siempre se sobresaltan después si oyen a sus conocidos blasfemar y tomar el nombre de Dios en vano; y si alguna vez llegan a blasfemar de la misma manera, será después de haber hecho grandes esfuerzos por dejar de lado aquellas primeras impresiones17.
Es… una gran bendición para los niños tener padres que oren y les enseñen buenos principios y les den un buen ejemplo. Los padres no pueden reprender a sus hijos por hacer lo que ellos mismos hagan18.
Si damos un buen ejemplo a nuestros hijos y tratamos de enseñarles desde la infancia hasta que sean mayores, enseñarles a orar y honrar al Todopoderoso, enseñarles los principios que los sostengan en medio de toda prueba para que el Espíritu del Señor pueda estar con ellos… entonces no se apartarán fácilmente. Las buenas impresiones [que hayamos grabado en ellos] los acompañarán toda la vida, y sean cuales fueren los principios que se presenten, esas buenas impresiones permanecerán con ellos para siempre19.
Los padres prudentes no permiten que las influencias externas tengan precedencia sobre su familia.
Desde hace mucho tiempo estoy convencido de que el diablo está haciendo grandes esfuerzos por meter una cuña entre padres e hijos, tratando de inspirar e inculcar en la mente de los hijos y de las hijas de los santos las nociones corruptivas que les impidan seguir las huellas de sus padres…
…Es sumamente importante que seamos padres y madres prudentes y que actuemos sabiamente al inculcar en su mente tierna todos esos principios que los conducirán a lo que sea justo y a llevar consigo durante toda su vida los principios de rectitud y verdad…
…Es muy importante saber cómo comportarnos para ganarnos la confianza y el afecto de nuestra familia, que los lleven por el sendero en el cual puedan ser salvos. Ésta es una consideración y una obra que los padres no deben dejar de lado… Muchas veces quizás pensemos en asuntos que parecen tan urgentes que nos hacen olvidar esas obligaciones, pero eso no debe ser. Todo hombre cuya mente esté alerta y que contemple con anhelo la obra que tenemos por delante, verá y sentirá que la responsabilidad que tiene hacia su propia familia, y especialmente en la crianza de sus hijos, es enorme.
Queremos salvar a nuestros hijos y deseamos que ellos participen de todas las bendiciones que rodean a los santificados, que reciban las bendiciones de sus padres que han sido fieles a la plenitud del Evangelio20.
Debemos todos examinar nuestro hogar y tratar cada uno de gobernar a su familia y de poner su casa en orden21.
Todo padre debe presidir su familia con bondad y rectitud.
Cuando yo era niño e iba a la escuela, tenía un maestro que solía llevar al aula un montón de varas de más de dos metros de largo, y una de las primeras cosas que esperábamos era recibir unos azotes. Por cualquier cosa que le disgustara, nos daba una tremenda paliza. Cualquier azote que yo haya recibido entonces no me hizo ningún bien… La bondad, la suavidad y la misericordia son mejores en todo sentido. Deseo inculcar ese principio en la mente de nuestros jóvenes para que lo pongan en práctica siempre en todas sus acciones. La tiranía no es buena, ya sea que la ejerzan los reyes, los presidentes o los siervos de Dios; las palabras bondadosas son mucho mejores que las ásperas. Si cuando tenemos dificultades entre nosotros fuéramos bondadosos y amables unos con otros, nos evitaríamos grandes problemas.
…Si vemos a una familia en la cual el hombre trata con bondad a su esposa e hijos, veremos que ellos lo tratan a él de igual manera. Me llegan algunas quejas del tratamiento que dan los hombres a su esposa: No le proveen de lo necesario; no la tratan con bondad. Eso me aflige mucho. Esas cosas no deben suceder… Debemos ser bondadosos unos con otros, debemos hacernos el bien mutuamente y esforzarnos por promover el bienestar, el interés y la felicidad de los demás, especialmente de los de nuestra propia casa.
El hombre está a la cabeza de su familia. Es el patriarca de su casa… No hay una vista más hermosa que la de ver a un hombre a la cabeza de su familia, enseñándole principios de rectitud y dándoles buenos consejos. Esos hijos honran a su padre y tienen tranquilidad y gozo por tener un padre que es un hombre íntegro22.
Las enseñanzas y el ejemplo de la madre pueden influir en su familia durante esta vida y por la eternidad.
Generalmente, consideramos a la madre como la persona que forma el carácter de los hijos. Yo pienso que la madre tiene en su posteridad una influencia mayor que la de cualquier otra persona. A veces surge la pregunta: “¿Cuándo comienza esa educación?”. Nuestros profetas han dicho: “Cuando el espíritu, o la vida, entra en el tabernáculo”. La condición de la madre en ese momento tendrá su efecto en el fruto de su vientre; y desde el nacimiento de esa criatura y a lo largo de su vida, las enseñanzas y el ejemplo de la madre gobernarán y controlarán al hijo en gran parte, y su influencia se dejará ver en esta vida y por la eternidad23.
Madres, sobre sus hombros descansa mucha de la responsabilidad de desarrollar correctamente la fuerza mental y moral de la generación futura, tanto en la infancia como en la juventud e incluso en los años maduros… Ninguna madre de Israel debe dejar que pase un solo día sin enseñar a sus hijos a orar. Ustedes mismas deben orar y deben enseñar a sus hijos a hacerlo; deben criarlos de esa manera, para que después que ustedes se hayan ido y ellos tomen su lugar en llevar adelante la gran obra de Dios, tengan inculcados en su mente los principios que los sostendrán en esta vida y por la eternidad. Muchas veces he afirmado que la madre es quien da forma a la mente del niño…
…Muéstrenme una madre que ora, que ha pasado por las pruebas de la vida confiada en la oración, que, al tener esas pruebas y dificultades, ha depositado su confianza en el Señor Dios de Israel, y sus hijos seguirán ese mismo sendero. Ese ejemplo permanecerá con ellos cuando les llegue la hora de trabajar en el reino de Dios24.
Nuestras hermanas… tienen deberes que cumplir para con su marido, y deben considerar la posición de él y sus circunstancias… Toda esposa debe ser bondadosa con su esposo; debe consolarlo y hacer todo lo que pueda por él, sean cuales sean las circunstancias. Cuando toda la familia es unida, disfrutan todos de un ambiente celestial aquí en la tierra. Así es como debe ser, porque cuando un hombre de esta Iglesia toma para sí una esposa, espera permanecer con ella por toda la vida y la eternidad. En la mañana de la primera resurrección, espera tener a esa esposa y a sus hijos con él en una organización familiar, para continuar en esa condición por siempre jamás. ¡Qué gloriosa es esa idea!25.
Sugerencias para el estudio y la enseñanza
Considere estas ideas al estudiar el capítulo o al prepararse para enseñarlo. Si necesita más ayuda, fíjese en las páginas V–X.
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¿Qué le impresiona más sobre la relación que existía entre Wilford y Phoebe Woodruff? (Véanse las páginas 165,167–168.)
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Repase el consejo que dio el presidente Woodruff a su hija Blanche (página 168). Piense o analice qué puede hacer específicamente para ayudar a los miembros de su familia a ser felices.
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¿Qué le impresiona al leer el consejo que el presidente Woodruff dirigió a los jóvenes con respecto al matrimonio y el ser padres? (Véase la página 169.) ¿Cómo pueden aplicar ese consejo los miembros de la Iglesia hoy?
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Lea los tres últimos párrafos de la primera sección de las enseñanzas (páginas 169–171). ¿De qué modo nos pueden apartar de los gozos familiares “la vanidad y los asuntos del mundo”? ¿Cómo podemos contrarrestar esas influencias? ¿Cómo demostramos a nuestros familiares que apreciamos nuestra relación con ellos?
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Lea el primer párrafo completo de la página 171–172. En su opinión, ¿qué significa “criar a nuestros hijos en la disciplina y amonestación del Señor”? ¿Qué ha hecho usted para lograr eso?
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Repase el primero y el segundo párrafo de la página 171. ¿De qué modo pueden los padres ayudar a sus hijos a sentir el deseo de prestar servicio en la Iglesia?
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Al leer los consejos del presidente Woodruff sobre la enseñanza de los hijos, ¿qué principios aprende? (Véanse las páginas 170–172.)
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Repase la sección que empieza en la página 172. ¿Qué deben hacer los padres para dar prioridad a las relaciones familiares?
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¿Qué principios pueden aprender los padres con el relato de Wilford Woodruff cuando era niño y de las experiencias que tuvo con el maestro? (Véase la página 173–174.)
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¿Qué dijo el presidente Woodruff sobre la influencia que tiene el hombre como esposo y padre? (Véanse las páginas 173–175.) ¿Qué dijo sobre la influencia que tiene la mujer como esposa y madre? (Véanse las páginas 174–175.) ¿De qué modo pueden ayudarse mutuamente marido y mujer a cumplir sus responsabilidades?
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¿Cómo se aplican a los abuelos las enseñanzas de este capítulo? ¿Qué experiencias han demostrado la buena influencia que pueden tener los abuelos en sus nietos?
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¿Qué ejemplos ha visto usted de padres y abuelos que cumplan sus responsabilidades para con su familia?
Pasajes de las Escrituras relacionados: Enós 1:1; Mosíah 4:14–15; Alma 56:45–48; D. y C. 68:25–31; 93:38–40.