La vida y el ministerio de Wilford Woodruff
Con maravillas obra Dios en la profundidad; calma la fiera tempestad y pasa por la mar”1. Así comienza el himno predilecto del presidente Wilford Woodruff: “Con maravillas obra Dios”.
“Le encantaba ese himno”, comentó el presidente Heber J. Grant, que era Apóstol cuando Wilford Woodruff era Presidente de la Iglesia. “Estoy seguro de que lo cantábamos hasta dos veces por mes en nuestras reuniones semanales en el templo, y raramente pasaba un mes sin que el hermano Woodruff pidiera que lo cantáramos. Él creía en esta obra con todo su corazón y toda su alma, y trabajó en ella con todas las fuerzas que Dios le dio para hacerla avanzar”2.
Matthias F. Cowley, que también prestó servicio con el presidente Woodruff, dijo: “Quizás no haya habido otro hombre en la Iglesia que sintiera más hondamente que Wilford Woodruff la verdad de las palabras: “Con maravillas obra Dios en la profundidad”. Tenía tal intensidad espiritual y era tan completamente dedicado al servicio a Dios que durante toda su vida recibió numerosas manifestaciones milagrosas de los propósitos de Dios. Nunca basó su fe en los milagros, sino que éstos simplemente confirmaron lo que él creía de corazón y corroboraron sus ideas de las enseñanzas de las Santas Escrituras”3.
Tal como lo observaron el presidente Grant y el hermano Cowley, el himno predilecto del presidente Woodruff era un tema apropiado para su vida. Describía también el progreso de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días que él presenció. El himno continúa así:
Oh santos, ya valor mostrad;
las nubes no temáis.
Llenas están de gran bondad
y bendiciones dan.
Sus fines Dios revelará
con todo esplendor;
aunque amargo el botón,
más dulce es la flor.
Wilford Woodruff fue un destacado participante de muchos acontecimientos esenciales al principio de la historia de la Iglesia, y llegó a conocer de cerca las nubes de adversidad que finalmente dieron como resultado bendiciones para los fieles. Probó la amargura de la persecución y del sufrimiento, pero al mismo tiempo también probó la dulzura del ser conducido por la mano de Dios. Y al presenciar el desarrollo de la restauración del Evangelio, obtuvo una comprensión clara de la obra de Dios.
La infancia y la juventud de Wilford Woodruff: Su hogar fue un cimiento sólido
Wilford Woodruff nació el 1° de marzo de 1807 en Farmington, estado de Connecticut, hijo de Aphek Woodruff y Beula Thompson de Woodruff. Cuando tenía quince meses, su madre murió de fiebre purpúrea. Unos tres años después, su padre se casó de nuevo, por lo que él y los dos hermanos mayores fueron criados por su padre y su madrastra, Azubah Hart de Woodruff. Los Woodruff tuvieron otros seis hijos, cuatro de los cuales murieron en la infancia.
Los escritos de Wilford Woodruff indican que su niñez fue muy similar a la de otros chicos de su época; asistía a la escuela y trabajaba en la granja de la familia. También trabajó en el aserradero de su padre siendo niño todavía, y obtuvo la experiencia que le ayudaría más tarde, en su vida de adulto, cuando él mismo tuvo un aserradero. Uno de sus pasatiempos favoritos era pescar, y él y sus hermanos iban muy seguido a pescar truchas en el arroyo que pasaba junto al negocio de su padre.
El presidente Woodruff amaba a su familia y sentía gran respeto hacia sus padres. Con admiración y gratitud, describía a su padre como un hombre robusto que siempre “trabajaba arduamente” y que era “una persona muy caritativa, de gran honestidad, integridad y veracidad”5. También recordaba la forma en que las enseñanzas evangélicas de su madrastra habían contribuido a que buscara la verdadera Iglesia del Señor6.
Incluso después de ser mayor, muchas de sus más grandes alegrías se relacionaban con sus padres y hermanos. Él se bautizó en la Iglesia el mismo día que su hermano Azmon. Después, le causó gran regocijo poder enseñar y bautizar a su padre, a su madrastra y a los demás integrantes de esa familia. Más adelante, se aseguró de que se efectuara la obra en el templo por su madre, un privilegio que, según dijo, lo recompensó por todas las labores de su vida7.
“La protección y la misericordia de Dios”
Al recordar su infancia y adolescencia, Wilford Woodruff reconocía que la mano del Señor le había preservado la vida muchas veces. En un artículo titulado “Capítulo de mis accidentes”, describe algunos de los accidentes que sufrió, expresando asombro de haber vivido para contarlo. Por ejemplo, relata una aventura que tuvo en la granja de sus padres: “Cuando tenía seis años, un toro furioso estuvo a punto de matarme. Mi padre y yo estábamos dando calabazas al ganado y un toro malhumorado sacó a mi vaca del lugar donde estaba comiendo. Al levantar yo la calabaza que había quedado, el toro embistió en mi dirección. Mi padre me gritó que la soltara y corriera, pero yo estaba empeñado en que se respetaran los derechos de la vaca y corrí colina abajo con la calabaza en las manos y el toro persiguiéndome. Cuando estaba por alcanzarme, metí el pie en el agujero de un poste y caí; el toro saltó sobre mi cuerpo y embistió la calabaza destrozándola con los cuernos; yo habría corrido la misma suerte si no hubiera sido por la caída”8.
También contaba de un accidente que tuvo cuando tenía diecisiete años: “Iba montado en un caballo muy malhumorado con el cual no estaba familiarizado; mientras bajábamos por la pendiente de una colina rocosa, el caballo, aprovechándose del terreno, abandonó de un brinco el camino y corrió pendiente abajo entre las rocas, a toda carrera, al mismo tiempo dando corcovos y tratando de hacerme caer en las piedras; yo me afirmé en su cabeza, me aferré a las orejas con todas mis fuerzas y esperaba que en cualquier momento me hiciera pedazos contra las rocas. Mientras me hallaba en esa posición, montado sobre el pescuezo del animal, aferrado a las orejas y sin rienda para guiarlo, él siguió a toda carrera colina abajo hasta que se dio contra una roca con tal fuerza que cayó al suelo; salí disparado por encima de la cabeza del animal y de las rocas, a unos cinco metros de distancia; caí de pie, lo cual me pareció la única circunstancia que me salvó la vida, porque si me hubiera golpeado en cualquier otra parte del cuerpo, el golpe me habría matado instantáneamente; aún así, mis huesos crujieron con mi peso como si fueran juncos. El golpe me fracturó la pierna izquierda en dos partes y me dislocó completamente ambos tobillos; y el caballo casi se me fue encima en sus esfuerzos por levantarse. Mi tío, Titus Woodruff, me vio caer, consiguió ayuda y me llevó a su casa. Me quedé allí, acostado, desde las dos de la tarde hasta las diez de la noche sin atención médica; al fin llegó mi padre con el doctor Swift, de Farmington, que me acomodó los huesos dislocados, me enyesó las piernas y me llevó esa noche en su carruaje a la casa de mi padre, a más de doce kilómetros de distancia. Pasé grandes sufrimientos, pero recibí buena atención médica y a las ocho semanas ya podía salir afuera con las muletas”9.
A Wilford Woodruff se le siguió preservando la vida, a pesar de la frecuencia con que tuvo accidentes, incluso al llegar a la edad adulta. Cuando tenía cuarenta y un años, hizo un resumen de los percances que había sufrido, expresando gratitud por la mano protectora del Señor:
“Me he fracturado ambas piernas —una en dos lugares—, ambos brazos, la clavícula y tres costillas, y se me dislocaron los dos tobillos. Me he ahogado, congelado, escaldado y me mordió un perro rabioso; estuve dos veces bajo el torrente de una rueda de molino; he pasado por varias enfermedades graves y me he topado con veneno en sus peores formas; he aterrizado en una pila de escombros ferroviarios; he escapado por un pelo de balas perdidas y he pasado por una serie de otros peligros inminentes.
“Me parece milagroso que, con todas las lesiones y los huesos rotos que he tenido, no me hayan quedado defectos en las piernas ni en los brazos, sino que he podido soportar los trabajos, las vicisitudes y las jornadas más difíciles; y muchas veces he caminado 60, 80 y hasta 100 kilómetros en un día. La protección y la misericordia de Dios me han acompañado y hasta ahora mi vida ha sido preservada. Por esas bendiciones, siento que debo rendir mi gratitud a mi Padre Celestial, rogando que pueda pasar el resto de mis días a Su servicio y dedicado a la edificación de Su reino”10.
Su búsqueda y su hallazgo de la verdadera Iglesia del Señor
Wilford Woodruff era un adolescente cuando sintió por primera vez el deseo de servir al Señor y aprender sobre Él. “A temprana edad ya me interesaban mucho los temas religiosos”, dijo11. Sin embargo, decidió no afiliarse a ninguna religión porque estaba determinado a encontrar la única Iglesia verdadera de Jesucristo. Inspirado por las enseñanzas de sus padres y de amigos, y por las impresiones del Espíritu, estaba convencido “de que la Iglesia de Cristo no estaba en la tierra, que había habido una apostasía de la religión pura y sin mácula ante Dios y que se acercaba el momento de un gran cambio”12. En particular, lo motivaban las enseñanzas de un hombre llamado Robert Mason, que le profetizó que llegaría a probar en vida los frutos del Evangelio restaurado (véanse las páginas 1–3 de este libro).
Años después, pensando que sus experiencias podían ser de beneficio para otros Santos de los Últimos Días13, el presidente Wilford Woodruff relataba con frecuencia la historia de su búsqueda de la verdad:
“No encontré ninguna denominación religiosa cuyas doctrinas, fe o práctica estuvieran de acuerdo con el Evangelio de Jesucristo ni con las ordenanzas y los dones que los Apóstoles enseñaban. Aunque los ministros de la época decían que la fe, los dones, la gracia, los milagros y las ordenanzas que disfrutaban los santos de la antigüedad ya no existían ni se necesitaban, yo no podía creer que fuera así, sino que pensaba que se habían retirado a causa de la incredulidad de los hijos de los hombres. Creía que los mismos dones, gracias, milagros y poderes se manifestarían igual en una época del mundo como en otra si Dios tenía Su Iglesia en la tierra, y que la Iglesia de Dios se restablecería y yo llegaría a conocerla. Por mi lectura del Antiguo y del Nuevo Testamento, tenía esos principios firmemente grabados en mi mente y oraba fervientemente para que el Señor me mostrara lo que era correcto o incorrecto y me guiara por el camino de la salvación, sin tener en cuenta las opiniones de la gente. Y durante tres años, las impresiones del Espíritu del Señor me enseñaron que Él estaba por establecer Su Iglesia y reino en la tierra en los últimos días”14.
“Mi alma estaba concentrada en esas ideas”, dijo. “Desde que era muy joven, oraba día y noche para poder ver en vida a un profeta. Habría caminado dos mil kilómetros con tal de ver a un profeta o a un hombre que me enseñara las cosas que yo leía en la Biblia. No podía afiliarme a ninguna iglesia, porque no había encontrado ninguna que profesara esos principios. Pasé muchas horas de la medianoche, junto al río, en las montañas y en mi molino… suplicando a Dios que me permitiera conocer a un profeta o a algún hombre que me enseñara los conceptos del reino de Dios tal como yo los leía”15.
La búsqueda de Wilford Woodruff terminó cuando tenía veintiséis años. El 29 de diciembre de 1833 oyó un discurso de predicación del élder Zera Pulsipher, un misionero Santo de los Últimos Días, y describió en su diario la reacción que tuvo ante las palabras del élder Pulsipher:
“Empezó la reunión con unos comentarios de introducción y después oró. Sentí que el Espíritu de Dios me testificaba que ése era un siervo de Dios. Después, comenzó a predicar, lo que hizo también con autoridad, y cuando terminó el discurso, sentí de verdad que era el primer sermón del Evangelio que había escuchado en mi vida. Pensé que aquello era lo que había estado buscando. No pude menos que sentir que, antes de irme, tenía el deber de testificar la verdad a la gente. Abrí los ojos para ver, los oídos para oír y el corazón para entender; y abrí mis puertas al que había ministrado entre nosotros”16.
Wilford Woodruff invitó al élder Pulsipher y a su compañero, Elijah Cheney, a alojarse en su hogar. A los dos días, después de pasar tiempo leyendo el Libro de Mormón y hablando con los misioneros, el hermano Woodruff fue bautizado y confirmado miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Desde ese día su vida cambió; habiendo encontrado la verdad, se dedicó a darla a conocer a otras personas.
“El deseo de salir a predicar el Evangelio”
Debido a que estaba resuelto a cumplir los convenios que había hecho en el bautismo, Wilford Woodruff se entregó para ser un instrumento en las manos del Señor, siempre dispuesto a hacer Su voluntad. A fines de 1834, sintió “el deseo de salir a predicar el Evangelio”17, y recibió el llamamiento de prestar ese servicio en el sudeste de Estados Unidos. Sabía que tendría pruebas y que su vida iba a estar en peligro durante sus viajes, pero el testimonio y la fe que tenía le daban fortaleza. Más adelante comentó: “Sabía que el Evangelio que el Señor había revelado a José Smith era verdadero y de tal valor que quería darlo a conocer a las personas que no lo habían escuchado. Era tan bueno y claro, que me parecía que sería fácil lograr que la gente creyera en él”18.
Cuando Wilford Woodruff empezó su primera misión, hacía poco que lo habían ordenado presbítero en el Sacerdocio Aarónico. Su compañero, a quien habían ordenado élder, lo acompañó durante las primeras dificultades de la misión, pero al poco tiempo se desanimó y regresó a su hogar en Kirtland, Ohio. Solo en un lugar extraño, el hermano Woodruff oró pidiendo ayuda y continuó sus labores misionales, atravesando pantanos y terrenos anegados. Al fin llegó a la ciudad de Memphis, Tennessee, “fatigado y hambriento”19. En la primera experiencia misional que tuvo allí, habló ante un público numeroso. Esto es lo que relató al respecto:
“Fui a la mejor taberna [posada] del lugar, que administraba el señor Josiah Jackson. Le dije que era forastero y que no tenía dinero, y le pregunté si podría alojarme una noche. Me preguntó qué estaba haciendo allí y le expliqué que era predicador del Evangelio; se rió y me dijo que no tenía mucho aspecto de predicador. No me extrañó, porque todos los predicadores que él había visto iban montados en buenos caballos o viajaban en un carruaje fino, bien vestidos, y tenían buenos sueldos; además, habrían dejado que todo este mundo se hundiera en la perdición antes que andar chapoteando a través de más de doscientos setenta kilómetros de pantanos por salvar a la gente.
“El dueño quería divertirse un poco, así que me dijo que podía quedarme allí si estaba dispuesto a predicar; tenía curiosidad de saber si era capaz de hacerlo. Debo confesar que para entonces, ya me había vuelto un tanto astuto, por lo que le rogué que no me obligara a predicar. Cuanto más le rogaba, más decidido estaba el señor Jackson que lo hiciera…
“Me senté en una sala grande para cenar; antes de que terminara, la sala empezó a llenarse de gente, los habitantes ricos y vestidos a la moda de Memphis, con su ropa de paño fino y de seda, mientras que mi aspecto era terrible, como podrán imaginarse, después de haber caminado a través de lodazales. Cuando terminé de comer, se llevaron la mesa, levantándola sobre la cabeza de la gente, y la pusieron en otro lado. A mí me pusieron en un rincón de la sala, con un atril que tenía encima una Biblia, un himnario y una vela, y rodeado por diez o doce hombres, con el dueño de la taberna en el centro. Había presentes unas quinientas personas que habían ido allí, no para escuchar un discurso sobre el Evangelio, sino para divertirse… ¿Qué les parece, si se encontraran en esa situación? En su primera misión, sin compañero ni amigo, y llamado a predicar a esa clase de congregación. Para mí, fue uno de los momentos mejores de mi vida, aun cuando hubiera preferido estar acompañado.
“Leí un himno y les pedí que lo cantaran, pero ni un alma cantó; les dije que no tenía talento para cantar pero que, con la ayuda del Señor, iba a orar y a predicar. Me arrodillé para orar y los hombres que me rodeaban también se arrodillaron. Le supliqué al Señor que me diera Su Espíritu y que me hiciera saber lo que había en el corazón de las personas. Le prometí en mi oración que hablaría a esa congregación lo que fuera que Él quisiera inspirarme. Después me levanté y hablé durante una hora y media; fue uno de los discursos mejores de mi vida.
“Tuve una visión mental de la vida de los que me escuchaban y les hablé de sus malas acciones y de las consecuencias que tendrían. Los hombres que me rodeaban bajaron la cabeza. Tres minutos después de haber concluido mi discurso, no quedaba ninguna otra persona en la sala.
“Casi en seguida me indicaron la cama donde iba a dormir; en el cuarto vecino, más grande que el mío, se habían reunido muchos de los hombres a los cuales había predicado y podía oír su conversación. Uno de los presentes dijo que le gustaría saber cómo se había enterado ese muchacho mormón de lo que pasaba en la vida de ellos. Al poco rato, se hallaban enfrascados en una discusión sobre un punto de doctrina. Alguien sugirió que me llamaran para aclarárselo, pero el dueño de la taberna dijo: “No, ya tuvimos bastante para hoy”.
“A la mañana siguiente, comí un buen desayuno y el dueño me dijo que si volvía por aquellos lugares, llegara a su casa, donde podía quedarme todo el tiempo que quisiera”20.
En noviembre de 1836, Wilford Woodruff terminó su misión en los estados del sureste. Registró en su diario que en 1835 y 1836 había recorrido más de 15.700 kilómetros, tenido 323 reuniones, organizado cuatro ramas de la Iglesia, bautizado a setenta personas y confirmado a sesenta y dos; había llevado a cabo once ordenaciones al sacerdocio, sanado a cuatro personas por la imposición de manos y se había salvado de los ataques de seis populachos en diferentes ocasiones21. Se le ordenó élder en junio de 1835 y setenta en mayo de 1836.
Cuando el élder Woodruff regresó a Kirtland, se encontró con que muchos miembros de la Iglesia de ese lugar habían caído en la apostasía y hablaban mal del profeta José Smith. “En los días de la apostasía de Kirtland”, comentó más adelante, “al conocer a un hombre, José Smith no podía saber si era amigo o enemigo, a menos que el Espíritu de Dios se lo revelara. La mayoría de los que habían sido líderes estaban en contra de él”22.
Aun “en los momentos más tenebrosos”23, Wilford Woodruff permaneció fiel al Profeta y leal a su determinación de predicar el Evangelio. Fue llamado al Primer Quórum de los Setenta y en ese cargo continuó testificando de la verdad y viajando para asistir a conferencias de los alrededores. Después de haber estado en Kirtland menos de un año, obedeciendo una inspiración fue a cumplir una misión de tiempo completo en las islas Fox, próximas a la costa de Maine. Comentó lo siguiente:
“El Espíritu de Dios me dijo: ‘Elige a un compañero y vete a las islas Fox’. Y bien, yo sabía tanto de lo que había en las islas Fox como de lo que había en Kolob. Pero el Señor me dijo que fuera, y fui. Elegí a Jonathan H. Hale y él me acompañó. Echamos unos cuantos demonios de allí, predicamos el Evangelio e hicimos algunos milagros… Fui a las islas Fox y realicé allí una buena obra”24. Cuando los élderes Woodruff y Hale llegaron a las islas, encontraron “gente que deseaba volver al orden antiguo”. Más adelante, dijo: “Sin hacer excesivos comentarios al respecto, diré que mientras estaba allí, bauticé a más de cien personas”25.
Como Apóstol del Señor Jesucristo, continúa el servicio misional
En 1838, mientras se encontraba cumpliendo la misión en las islas Fox, el élder Woodruff recibió un llamamiento que extendió su servicio misional para el resto de su vida. “El 9 de agosto recibí una carta de Thomas B. Marsh, que era en ese entonces Presidente de los Doce Apóstoles”, dijo, “informándome que José Smith, el Profeta, había recibido una revelación nombrando a las personas que debía elegir para ocupar las vacantes de los que habían caído: John E. Page, John Taylor, Wilford Woodruff y Willard Richards.
“El presidente Marsh agregaba en su carta: ‘Por esta carta sepa, hermano Woodruff, que ha sido nombrado para ocupar el lugar de uno de los Doce Apóstoles, y que está de acuerdo con la palabra del Señor, recibida recientemente, que usted venga de inmediato a Far West y que el próximo 26 de abril se aleje de aquí, de entre los santos, y parta para otros climas a través del océano’.”
El presidente Woodruff comentó más adelante: “El contenido de esa carta se me había revelado varias semanas antes, pero no lo había mencionado a nadie”26.
La instrucción de partir “para otros climas a través del océano” se refería al mandato del Señor de que los Doce cumplieran misiones en Gran Bretaña. Poco después de que lo ordenaran Apóstol, el 26 de abril de 1839, el élder Wilford Woodruff partió para Gran Bretaña como uno de los “testigos especiales del nombre de Cristo en todo el mundo” (D. y C. 107:23).
El élder Woodruff prestó servicio después en otras misiones de los Estados Unidos y de Gran Bretaña, y llegó a destacarse como uno de los más grandes misioneros de la historia de la Iglesia. Este libro contiene muchos relatos de sus experiencias misionales.
Ayuda a los santos a congregarse
En la actualidad, se aconseja a los santos que edifiquen el reino de Dios en los lugares donde vivan, fortaleciendo así a la Iglesia por todo el mundo. Pero en los primeros tiempos de la Iglesia, los misioneros Santos de los Últimos Días animaban a los conversos nuevos a emigrar hacia la sede de ésta, ya fuera en Kirtland, Ohio, el condado de Jackson, Misuri, Nauvoo, Illinois o Salt Lake City, Utah.
El presidente Wilford Woodruff y su familia vivieron en esta casa de Nauvoo, estado de Illinois.
Unos dos años después del martirio de José y de Hyrum Smith, los santos se vieron obligados a abandonar sus hogares en Nauvoo y establecer una colonia temporaria en Winter Quarters, Nebraska. El élder Woodruff, que había estado en Inglaterra como misionero, regresó a donde se encontraba congregada la mayoría de los miembros de la Iglesia. Después de partir de Winter Quarters, ayudó a dirigir a los santos en su emigración más conocida: la jornada a través de llanuras y montañas de los Estados Unidos hasta su tierra prometida en el Valle del Lago Salado. Integraba la primera compañía de pioneros y, en la última parte del viaje, transportó al presidente Brigham Young, que estaba enfermo. El élder Woodruff estaba presente cuando el presidente Young se levantó de la cama que tenía en el carromato, contempló la tierra que estaba ante sus ojos y proclamó: “Hemos llegado. Éste es el lugar. ¡Adelante!”27.
El élder Woodruff continuó ayudando a los santos a reunirse en la tierra prometida. En una de sus misiones, él y su familia pasaron dos años y medio en Canadá y en el noreste de Estados Unidos ayudando a los miembros de la Iglesia a emigrar al Valle del Lago Salado. Se encontraba con el último grupo de esos santos cuando tuvo la siguiente experiencia, que demuestra la sensibilidad que tenía a las impresiones del Espíritu:
“Vi un vapor listo para partir; me acerqué al capitán y le pregunté cuántos pasajeros llevaba. ‘Trescientos cincuenta’, me dijo. ‘¿Podría llevar a otros cien?’ Me contestó que sí. Estaba a punto de decirle que queríamos subir a bordo cuando el Espíritu me advirtió: ‘No subas a ese barco, ni tú ni tus acompañantes’. Está bien, me dije. Ya había aprendido algo sobre esa voz suave y apacible. No subimos al vapor, sino que esperamos hasta la mañana siguiente. Treinta minutos después de partir, la nave se incendió; como tenía cuerdas en lugar de cadenas para mover la rueda del timón, [al quemarse las cuerdas] el barco no pudo volver a la costa. Era una noche oscura y no se salvó ni un alma. Si no hubiese obedecido la influencia de ese amonestador interior, yo mismo habría estado en él junto con toda la compañía”28.
Sus servicios en el Valle del Lago Salado
Después de que los santos se establecieron en el Valle del Lago Salado, los deberes del élder Woodruff cambiaron. Ya no se le envió más a cumplir misiones de tiempo completo en el extranjero; en cambio, sus responsabilidades eran ayudar a otros santos a emigrar hacia la sede de la Iglesia, reunirse con los que visitaban la zona, prestar servicio como legislador, trabajar para regar y cultivar la tierra y desarrollar métodos para mejorar las cosechas y las labores de agronomía. Iba muy seguido a visitar las colonias de Santos de los Últimos Días en Utah, Arizona e Idaho, donde predicaba el Evangelio y animaba a los santos a cumplir sus deberes.
De 1856 a 1883, Wilford Woodruff prestó servicio como Ayudante del Historiador de la Iglesia; y de 1883 a 1889, un período que abarcó la mayor parte de su servicio en el Quórum de los Doce Apóstoles, fue el Historiador de la Iglesia. Aunque esa responsabilidad le exigía mucho tiempo, la consideraba un privilegio porque pensaba que “la historia de esta Iglesia permanecerá durante esta vida y por la eternidad”29. Su trabajo como historiador era una continuación de la labor que había realizado desde 1835, cuando empezó a llevar un diario que era el registro personal de su vida y de la historia de la Iglesia (véanse las págs. 131–132).
En sus esfuerzos continuos por fortalecer a la Iglesia, servir a la comunidad y mantener a su familia, Wilford Woodruff seguía los principios que había aprendido de su industrioso padre. El élder Franklin D. Richards, del Quórum de los Doce Apóstoles, comentó de él que “se destacaba por su actividad, su laboriosidad y su resistencia física. A pesar de que no era un hombre robusto, era capaz de realizar labores que habrían dejado exhausto a uno de físico común”30.
El diario del élder Woodruff está lleno de anotaciones que indican largos días de trabajo arduo. Cuenta de una ocasión, cuando tenía sesenta y siete años, en que se había subido a una escalera de casi cuatro metros de altura, con su hijo Asahel, para juntar duraznos de un duraznero alto. Asahel empezó a perder el equilibrio y, al tratar de salvarlo, el élder Woodruff también cayó. Esto es lo que escribió: “Caí a tierra debajo de la escalera, de una altura de más o menos tres metros, y me di un golpe en el hombro y la cadera derechos, lo que me causó mucho dolor. Asahel no se lastimó mucho. Estuve toda la noche lastimado y muy dolorido”31. Al día siguiente escribió: “Estuve muy lastimado y dolorido hoy; sin embargo, fui al campo y volví a casa al atardecer”32. Al comentar sobre ese suceso, Matthias Cowley dijo: “Naturalmente, uno se pregunta qué podía estar haciendo un hombre de su edad en lo alto de un árbol. En primer lugar, tratándose del élder Woodruff, si veía algo que consideraba que debía hacerse, el asunto no era nunca una cuestión de la edad siempre que él pensara que podía hacerlo. Estaba en todas partes… listo para una emergencia en cualquier momento. Si en lo alto de un manzano veía una rama que debía podarse, apenas se le ocurría la idea, ya estaba allá arriba para hacerlo; y le era siempre muy difícil pedir a otra persona que hiciera algo que él podía hacer”33.
La construcción de templos y la obra del templo
En dondequiera que los santos vivieran durante un período prolongado, en una zona céntrica, allí edificaban un templo. Así lo hicieron en Kirtland, en Nauvoo y finalmente en Salt Lake City; y al hacerlo, eran fieles a una revelación del Señor que recibió el profeta José Smith y que el élder Woodruff escribió en su diario:
“¿Qué objeto podría tener el recogimiento de los judíos o del pueblo de Dios, en cualquier época del mundo?… El objeto principal fue edificar una casa al Señor, en la cual Él podría revelar a Su pueblo las ordenanzas de Su casa y las glorias de Su reino, y enseñar a la gente el camino de la salvación; porque hay ciertas ordenanzas y principios que, para enseñarse y practicarse, deben efectuarse en un lugar o casa edificada para tal propósito. Esto lo determinó Dios antes de que el mundo fuese, y por ese propósito el designio de Dios era recoger a los judíos, mas no quisieron. Dios persigue el mismo fin con recoger a Su pueblo en los últimos días: la edificación de una casa al Señor, una casa donde puedan ser preparados para las ordenanzas e investiduras, lavamientos, unciones, etc.”34.
El élder Woodruff exhortaba con frecuencia a los santos a ser partícipes de las bendiciones asequibles en el templo, y decía: “Considero que la edificación de templos es uno de los requisitos importantes que exige el Señor a los Santos de los Últimos Días en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, para que podamos ir a esos templos y redimir no sólo a los vivos sino a nuestros muertos”35. Con la diligencia que lo caracterizaba, dio el ejemplo de realizar la obra del templo, asegurándose de que se llevara a cabo por miles de sus antepasados.
Como muchos otros profetas de su época, el élder Woodruff profetizó que llegaría el momento en el que habría templos por todo el mundo36. Y se regocijaba por la oportunidad de ver que esa profecía comenzó a cumplirse en los cuarenta y seis años que pasaron desde que los santos habían llegado al Valle del Lago Salado, con la edificación y la dedicación de cuatro templos en el Territorio de Utah, en las ciudades de Saint George, Logan, Manti y Salt Lake City.
El Templo de Manti, Utah, dedicado en 1888 por el presidente Wilford Woodruff.
El presidente Woodruff ofreció las oraciones dedicatorias de los templos de Manti y Salt Lake City. En un mensaje dirigido a todos los miembros de la Iglesia, él y sus consejeros de la Primera Presidencia testificaron de las bendiciones que reciben los que asisten a las dedicaciones de templos con un espíritu de sincera adoración: “Se les darán las dulces impresiones del Santo Espíritu; y de cuando en cuando se agregará a ello los tesoros del cielo y la comunión con ángeles, porque [el Señor] ha hecho la promesa y no fallará su cumplimiento”37. Él escribió sobre una de esas experiencias, que tuvo durante la dedicación del Templo de Logan:
“Mientras asistía a la dedicación de este templo, me puse a reflexionar sobre las muchas horas que pasé orando durante los primeros años de mi juventud, pidiendo a Dios que me permitiera vivir en la tierra hasta ver establecida la Iglesia de Cristo y ver surgir a un pueblo que recibiera el antiguo Evangelio y sustentara la fe que los santos tuvieron tiempo atrás. El Señor me prometió que viviría hasta encontrar al pueblo de Dios y tener un nombre y un lugar… en Su casa, un nombre mejor que el de hijos e hijas, un nombre que no pereciera. Y hoy me regocijo en tener un nombre con Su pueblo y en ayudar en la dedicación de otro templo a Su santísimo nombre. Alabanzas sean dadas a Dios y al Cordero para siempre jamás”38.
El servicio que prestó Wilford Woodruff como Presidente de la Iglesia
Cuando murió el presidente John Taylor, el 25 de julio de 1887, el Quórum de los Doce Apóstoles pasó a ser el organismo gobernante de la Iglesia, con el presidente Woodruff como el oficial que presidía. Al sentir el peso de tener que dirigir a toda la Iglesia, el presidente Woodruff escribió los siguientes pensamientos en su diario: “Esto me coloca en una situación muy peculiar, una posición a la que nunca aspiré en toda mi vida. Pero se me ha dado por la providencia de Dios, y le ruego a Él, mi Padre Celestial, que me conceda Su gracia para cumplirla. Es una posición elevada y de gran responsabilidad para cualquier hombre, una que exige mucha sabiduría. Nunca pensé que viviría más que el presidente Taylor… Pero ha sucedido… Sólo puedo decir: Maravillosas son Tus sendas, oh Señor Dios Todopoderoso, porque ciertamente has escogido lo débil del mundo para llevar a cabo Tu obra en la tierra. Ruego que Tu siervo Wilford esté preparado para cualquier cosa que le esté reservada y que tenga el poder de llevar a cabo cualquier cosa que el Dios del cielo requiera de sus manos. Pido esta bendición a mi Padre Celestial en el nombre de Jesucristo, el Hijo del Dios viviente”39. El presidente Woodruff fue sostenido como Presidente de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días el 7 de abril de 1889. Él fue el cuarto Presidente de la Iglesia en esta dispensación.
El presidente Wilford Woodruff, centro, con sus Consejeros de la Primera Presidencia: presidentes George Q. Cannon, izquierda, y Joseph F. Smith, derecha.
Testifica de la obra del Señor en los últimos días
En sus mensajes a los miembros de la Iglesia, el presidente Woodruff testificó repetidas veces de la restauración del Evangelio, tal como lo había hecho durante todo su ministerio. Sin embargo, en esos últimos nueve años de su vida, expresó su testimonio cada vez con más intensidad. Él era el único que quedaba vivo de los que habían prestado servicio como Apóstoles con José Smith, y sentía una apremiante necesidad de dejar un testimonio claro y firme del Profeta de la Restauración. Aproximadamente un año antes de morir, dijo:
“Hay muchas cosas que no entiendo, y una de ellas es por qué me encuentro todavía aquí, a esta edad. No entiendo por qué se me ha preservado durante tanto tiempo, cuando tantos Apóstoles y Profetas han sido llamados de regreso al hogar celestial… Soy el único que queda vivo de los que recibieron investiduras de las manos del profeta José Smith; soy el único que queda vivo y que estuvo con los Doce Apóstoles cuando él les entregó el reino de Dios y les dio el mandato de llevarlo adelante. Él estuvo en una sala, pronunciando ante nosotros su último discurso, durante unas tres horas. El cuarto estaba lleno de lo que parecía un fuego inextinguible. Su rostro era brillante como el ámbar; sus palabras nos sonaban como un vívido rayo, y penetraron todo nuestro ser, de la cabeza a los pies. Nos dijo: ‘Hermanos, el Señor Todopoderoso ha sellado sobre mi cabeza todo sacerdocio, toda llave, todo poder, todo principio que corresponde a la última dispensación del cumplimiento de los tiempos y a la edificación del reino de Dios. He sellado sobre ustedes todos esos principios, sacerdocio, apostolado, y todas las llaves del reino de Dios, y ahora tienen que preparar los hombros para llevar sobre ellos este reino y sacarlo adelante, o serán condenados’. No he olvidado esas palabras, ni las olvidaré jamás mientras viva. Ése fue el último discurso que pronunció en vida. Poco después tuvo lugar el martirio y fue llamado con gloria de regreso al hogar”40.
Cuando era Presidente de la Iglesia, el presidente Woodruff exhortaba a los santos a buscar la guía del Espíritu Santo y a seguirla, a ser fieles a sus convenios, a predicar el Evangelio dondequiera que fuesen, a ser honrados en sus responsabilidades temporales y a ser diligentes en la obra de historia familiar y del templo. Sus consejos eran similares a lo que había declarado cuando era miembro del Quórum de los Doce Apóstoles: “Por buenos que seamos, debemos procurar continuamente perfeccionarnos y ser mejores. Obedecemos una ley y un Evangelio diferentes de los que obedecen otras personas; y tenemos la visión de un reino diferente, por lo que nuestras miras deben ser proporcionalmente más elevadas ante el Señor Dios nuestro; debemos gobernarnos y dominarnos de acuerdo con eso, y ruego a Dios, mi Padre Celestial, que Su Espíritu esté con nosotros y nos dé la capacidad para hacerlo”41.
La publicación del Manifiesto
Fortalecido por la guía de la mano del Señor, el presidente Woodruff dirigió a los santos durante uno de los tiempos más turbulentos de esta dispensación. Hacia fines de la década de 1880, la Iglesia continuaba la práctica del matrimonio plural obedeciendo el mandato que el Señor había dado al profeta José Smith. Pero el gobierno de Estados Unidos decretó en esos días leyes que se oponían a esa práctica, con castigos severos si se violaban, incluidas la confiscación de las propiedades de la Iglesia y la suspensión de los derechos civiles básicos de los miembros, tal como el de votar. Dichos sucesos abrieron también vías legales para el procesamiento de los Santos de los Últimos Días que practicaban el matrimonio plural. La Iglesia presentó apelaciones legales, pero todo fue inútil.
Dichas circunstancias causaban gran preocupación al presidente Woodruff, por lo que procuró saber la voluntad del Señor con respecto a ese asunto y al fin recibió la revelación de que los Santos de los Últimos Días debían cesar en la práctica del matrimonio plural. Obedeciendo el mandato del Señor, publicó lo que vino a conocerse como el Manifiesto, un documento inspirado que sigue siendo la base de la posición de la Iglesia en cuanto al matrimonio plural. En esa declaración pública, fechada el 24 de septiembre de 1890, afirmaba que tenía la intención de someterse a las leyes del país; también testificaba que la Iglesia había dejado de enseñar el concepto del matrimonio plural42. El 6 de octubre de 1890, en una sesión de la conferencia general, los Santos de los Últimos Días sostuvieron la declaración de su Profeta, apoyando unánimemente una afirmación de que él estaba “plenamente autorizado en virtud de su posición, para expedir el Manifiesto”43.
Reafirma la naturaleza eterna de la familia
Unos tres meses antes de su martirio, el profeta José Smith dio un discurso ante un grupo numeroso de santos. El presidente Woodruff, que escribió un resumen de sus palabras, dijo que el Profeta se había referido a “uno de los temas más importantes e interesantes que se hayan presentado a los santos”44. Como parte de ese discurso, el Profeta testificó sobre la naturaleza eterna de la familia, y habló de la importancia de ser sellados a nuestros padres y de continuar esa ordenanza selladora a través de nuestras generaciones:
“…el espíritu de Elías el profeta es que rescatemos a nuestros muertos, seamos unidos a nuestros padres que se hallan en el cielo y sellemos a nuestros muertos para que salgan en la primera resurrección; y aquí nos hace falta el espíritu de Elías el profeta para ligar a los que moran en la tierra con los que moran en el cielo… Lo que debéis hacer es ligar en la tierra vuestros hijos e hijas a vosotros, y ser ligados vosotros mismos a vuestros padres en gloria eterna”45.
Durante varias décadas siguientes, los Santos de los Últimos Días sabían que debía haber “entre los padres y los hijos…un eslabón conexivo de alguna clase” (D. y C. 128:18). Sin embargo, sus prácticas no estaban completamente en orden; como lo observó el presidente Woodruff, el profeta José no vivió bastante tiempo para “hablar más detalladamente sobre esas cosas”46. Por eso, actuando de acuerdo con “toda la luz y el conocimiento que tenían”47, muchas veces se hacían sellar a José Smith, a Brigham Young o a otros líderes contemporáneos de la Iglesia, o “adoptar” por ellos, en lugar de sellarse a sus propios padres. Cuando era Presidente de la Iglesia, el presidente Woodruff se refirió a esa práctica, diciendo: “No hemos llevado a cabo plenamente esos principios, en cumplimiento con las revelaciones que hemos recibido de Dios, respecto al sellamiento del corazón de los padres a los hijos y de los hijos a los padres. No me he sentido satisfecho, ni tampoco el presidente Taylor ni ningún hombre, después del profeta José, que haya asistido a la ordenanza de adopción en los templos de nuestro Dios. Sentíamos que había algo más de lo que habíamos recibido, que todavía debía revelarse”48.
El presidente Woodruff recibió esa revelación adicional el 5 de abril de 189449. Tres días después, en un discurso de la conferencia general, habló de la revelación: “Cuando me dirigí al Señor para saber por quién debía ser adoptado…el Espíritu de Dios me dijo: ‘¿No tienes un padre que te engendró?’. ‘Sí, lo tengo’. ‘Entonces, ¿por qué no honrarlo a él? ¿Por qué no ser adoptado por él?’ ‘Sí’, contesté, ‘eso debo hacer’. Fui sellado a mi padre, y debí haber sellado a mi padre a su padre y seguir así retrocediendo en el tiempo; y el deber que deseo que cumpla todo hombre que presida en un templo desde hoy y para siempre, a menos que el Señor Todopoderoso mande otra cosa, es que se asegure de que toda persona sea sellada a su padre… Ésa es la voluntad de Dios para con Su pueblo. Quiero que tenga eso en cuenta todo hombre que presida en los templos de estas montañas donde está Israel. ¿Me corresponde a mí quitarle los derechos del linaje a cualquier persona? ¿Le corresponde a hombre alguno hacerlo? No. Repito que toda persona debe ser sellada a su padre; entonces habremos hecho exactamente lo que Dios dijo cuando declaró que enviaría a Elías el profeta en los últimos días [véase Malaquías 4:5–6]…
“Queremos que desde ahora los Santos de los Últimos Días busquen su genealogía tan lejos como puedan llegar, y que se sellen a sus antepasados. Hagan sellar a los niños a sus padres, y sigan esa cadena del linaje hasta donde puedan…
“Hermanos y hermanas, graben estos conceptos en su corazón. Sigamos adelante con nuestros registros, llenémoslos con rectitud ante el Señor y cumplamos con este principio; y las bendiciones del Señor nos acompañarán y los que sean redimidos nos bendecirán en los días por venir. Ruego a Dios que, como pueblo, se abran nuestros ojos para ver, nuestros oídos para oír y nuestro corazón para comprender la grandiosa y extraordinaria obra que pesa sobre nuestros hombros y que el Dios del cielo exige que hagamos”50.
“Pedimos hoy por ti”
El 1° de marzo de 1897, los Santos de los Últimos Días llenaron el Tabernáculo de Salt Lake para celebrar el cumpleaños del presidente Wilford Woodruff, que cumplía noventa años. Allí oyeron un himno nuevo: “Pedimos hoy por ti”, cuya letra había escrito Evan Stephens para rendir tributo al amado Profeta de la Iglesia, adaptándole la música de otro himno:
Pedimos hoy por ti, Profeta fiel,
que halles felicidad en tu vejez;
que Dios te dé salud, gozo y paz;
que haga Él brillar siempre tu faz.
Que haga Él brillar siempre tu faz.
Pedimos hoy por ti, con gran amor;
que Dios te dé Su luz, fuerza y valor.
Con gran seguridad nos guiarás;
por sendas de verdad nos llevarás.
Por sendas de verdad nos llevarás.
Pedimos hoy por ti, con gran fervor.
Dios nos escucha con paterno amor.
En esta vida Él te cuidará
y para siempre te bendecirá.
Y para siempre te bendecirá.51
Dieciocho meses después, el 2 de septiembre de 1898, murió el presidente Wilford Woodruff, uniéndose así a los otros santos que lo habían precedido en la muerte. En el funeral, que tuvo lugar en el Tabernáculo de Salt Lake, hubo “un espíritu de paz… que prevaleció en todo lo que se hizo, invadió a la congregación y permaneció allí, aliviando los sentimientos de todos”. El interior del Tabernáculo estaba adornado “artísticamente con colgaduras blancas” y “numerosos y magníficos” arreglos florales, así como manojos de trigo y avena. “A cada lado del órgano habían colocado el número 1847, con grandes ramos de artemisa, girasol y con ramas de pino”, en memoria de la llegada de los pioneros al Valle del Lago Salado, en julio de 1847. Encima de un gran retrato del presidente Woodruff estaba iluminada la frase: “Ha muerto, pero todavía nos habla”, como tributo a un Profeta de Dios cuyas enseñanzas y ejemplo seguirían inspirando a los santos en sus esfuerzos por edificar el reino de Dios52.