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Capítulo 5: El Cuórum de los Doce Apóstoles


Capítulo 5

El Cuórum de los Doce Apóstoles

Introducción

Refiriéndose a sus compañeros miembros del Cuórum, el presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, dijo:

“Los Doce de la actualidad son personas comunes y corrientes. No son, como tampoco lo fueron los primeros Doce, espectaculares individualmente; pero en forma colectiva tienen gran poder.

“Provenimos de una variedad de ocupaciones. Entre nosotros hay científicos, abogados y maestros.

“El élder Nelson fue un pionero de la cirugía del corazón… realizó miles de intervenciones quirúrgicas.

“Varios miembros de este Cuórum fueron militares: hay un marinero, varios infantes de marina y pilotos.

“Todos han desempeñado diversos cargos en la Iglesia: maestros orientadores, maestros, misioneros, presidentes de cuórum, obispos, presidentes de estaca, presidentes de misión y, de mayor importancia, esposos y padres.

“Todos son estudiantes y maestros del evangelio de Jesucristo. Nos une nuestro amor por el Salvador y por los hijos de Su Padre, así como nuestro testimonio de que Él está a la cabeza de la Iglesia.

“Casi todos los integrantes de los Doce tienen orígenes humildes, como ocurrió cuando Cristo estuvo aquí. Los Doce actuales están unidos en el ministerio del evangelio de Jesucristo… Cuando llegó el llamado, cada uno dejó sus redes, por así decirlo, y siguió al Señor.

“Al presidente Kimball se lo recuerda por esta declaración: ‘Mi vida es como mis zapatos: para gastarse al servicio de los demás’. Eso mismo se aplica a todos los miembros de los Doce… También ‘gastamos’ nuestra vida en el servicio del Señor, y lo hacemos de buen grado” (véase “Los Doce”, Liahona, mayo de 2008, pág. 86; véase también Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Spencer W. Kimball, 2006, pág. XXXIX).

Mientras estudias este capítulo, procura fortalecer tu testimonio personal de los Apóstoles al aprender en cuanto a sus funciones y responsabilidades. Ellos dirigen la Iglesia con la autoridad de llaves sagradas del sacerdocio que los autorizan a llevar el Evangelio al mundo y a ser testigos especiales de Jesucristo.

Comentarios

5.1

Los Apóstoles forman parte del fundamento de la verdadera Iglesia del Señor

El apóstol Pablo enseñó que los santos fieles son “de la familia de Dios; edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:19–20; énfasis agregado).

En una proclamación emitida el 6 de abril de 1980, la Primera Presidencia y el Cuórum de los Doce Apóstoles declararon:

“Afirmamos solemnemente que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es, de hecho, una restauración de la Iglesia establecida por el Hijo de Dios cuando, en Su vida mortal, organizó Su obra en la tierra; que lleva Su sagrado nombre, el nombre de Jesucristo; [y] que está edificada sobre el fundamento de apóstoles y profetas, siendo Él mismo la piedra angular” (véase “Proclamación”, Liahona, julio de 1980, pág. 87).

5.2

Los Apóstoles saben que Jesús es el Cristo y dan testimonio especial de ello

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Cuórum de los Doce Apóstoles, 1979

El Cuórum de los Doce Apóstoles, 1979

El presidente Harold B. Lee (1899–1973) compartió una experiencia que tuvo mientras ayudaba a dos misioneros a comprender la realidad del testimonio de un Apóstol acerca de Jesucristo:

“Hace algunos años, dos misioneros acudieron a mí con lo que a ellos les parecía ser una pregunta muy difícil. Un joven… ministro se había reído de ellos cuando le dijeron que era necesario que hubiera apóstoles en la actualidad para que la Iglesia verdadera estuviera sobre la tierra. Dijeron que el ministro les había contestado: ‘¿Se dan cuenta de que cuando los apóstoles se reunieron para escoger a uno para llenar la vacante producida por la muerte de Judas dijeron que tenía que ser alguien que hubiera estado con ellos y que hubiese sido testigo de todas las cosas relacionadas con la misión y la resurrección del Señor? ¿Cómo pueden decir entonces que tienen apóstoles, si tal es el requisito para ser un apóstol?’.

“Los jóvenes entonces me preguntaron: ‘¿Qué podemos contestar?’.

“Yo les dije: ‘Vuelvan y háganle dos preguntas a su amigo ministro. Primera: ¿Cómo reunió entonces el apóstol Pablo los requisitos para recibir el llamamiento de apóstol? Él no conocía al Señor, nunca lo trató personalmente. Nunca había estado con los apóstoles. No había sido testigo del ministerio ni de la resurrección del Señor. ¿Cómo obtuvo entonces el testimonio necesario para ser apóstol? La segunda pregunta que deben hacerle es: ¿Cómo sabe él que todos los que son apóstoles en la actualidad no han recibido ese testimonio de la misma forma?’.

“Les testifico que quienes poseen el llamamiento apostólico pueden saber, y saben, de la realidad de la misión del Señor” (Stand Ye in Holy Places, 1974, págs. 64–65).

Por medio de la revelación personal, los Apóstoles saben con certeza que Jesús es el Cristo y que vive como ser resucitado. En las Escrituras se explica que “los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús con gran poder” (Hechos 4:33). El presidente Joseph F. Smith (1838–1918) explicó la naturaleza sagrada del llamamiento de estos:

“Se supone que estos doce discípulos de Cristo deben ser testigos presenciales de la misión divina de Jesucristo. No les está permitido decir, simplemente: ‘Yo creo. Lo he aceptado simplemente porque lo creo’. Lean la revelación; el Señor nos informa que ellos deben saber, deben obtener el conocimiento por sí mismos, debe ser para ellos como si hubieran visto y oído, y saben la verdad. Esa es su misión, testificar de Jesucristo y de Él crucificado y levantado de los muertos y revestido ahora con todo poder a la diestra de Dios, el Salvador del mundo. Esa es su misión, su deber; y esa es la doctrina y la verdad: que es su deber predicarlo al mundo y ver que se predique al mundo” (en Conference Report, abril de 1916, pág. 6).

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Estatua del Christus

Los Apóstoles saben que Jesús es el Cristo.

En Doctrina y Convenios 107:23 leemos: “Los doce consejeros viajantes son llamados para ser los Doce Apóstoles, o sea, testigos especiales del nombre de Cristo en todo el mundo”. El presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, habló en cuanto a la naturaleza sagrada de un testimonio apostólico de Jesucristo:

“Ocasionalmente, durante el año pasado, se me ha hecho una pregunta. Por lo general, parece una pregunta curiosa, casi vana, acerca de las cualidades que se requieren para ser un testigo de Cristo. La pregunta que hacen es: ‘¿Lo ha visto?’.

“Esa es una pregunta que nunca le he hecho a nadie. No se la he hecho a mis hermanos en el Cuórum, pensando que sería tan sagrada y personal que una persona tendría que tener alguna inspiración especial, de hecho, cierta autoridad, siquiera para hacerla.

“Hay algunas cosas demasiado sagradas para discutirse…

“Hay personas que escuchan los testimonios de aquellos que ocupan altos puestos en la Iglesia, así como el de los miembros en los barrios y ramas, todos ellos usando las mismas palabras: ‘Sé que Dios vive; sé que Jesús es el Cristo’, y hacen la pregunta: ‘¿Por qué no puede decirse en palabras más sencillas? ¿Por qué no son más explícitos y descriptivos? ¿No pueden los Apóstoles decir más?’.

“De la misma manera que la sagrada experiencia en el templo, esto se convierte en nuestro testimonio personal. Es sagrado, y cuando tenemos por costumbre ponerlo en palabras, lo decimos de la misma forma, todos usando las mismas palabras. Los Apóstoles lo declaran en las mismas frases que los pequeños de la Primaria o el joven de la Escuela Dominical. ‘Sé que Dios vive, y sé que Jesús es el Cristo’…

“Dije que había una pregunta que no puede tomarse a la ligera ni contestarse sin la inspiración del Espíritu. No he hecho esa pregunta a otras personas, pero los he oído contestarla, aunque no cuando se les preguntó. La han contestado bajo la inspiración del Espíritu, en ocasiones sagradas, cuando ‘el Espíritu da testimonio’(D. y C. 1:39).

“He oído a uno de mis hermanos declarar: ‘Sé, por experiencias demasiado sagradas para contarlas, que Jesús es el Cristo’.

“He oído a otro testificar: ‘Sé que Dios vive; sé que el Señor vive. Y más que eso, conozco al Señor’.

“No fueron las palabras de ellos las que encerraron el significado o el poder; fue el Espíritu. ‘… porque cuando un hombre habla por el poder del Santo Espíritu, el poder del Espíritu Santo lo lleva al corazón de los hijos de los hombres’(2 Nefi 33:1).

“Hablo con humildad sobre este tema, con el constante sentimiento de que yo soy el menor, en todo aspecto, de aquellos que son llamados a este sagrado puesto…

Me pregunto, igual que ustedes, por qué uno como yo ha sido llamado al santo apostolado. Carezco de muchas cualidades; mi esfuerzo por servir deja mucho que desear. Al meditar en ello, he llegado solamente a una conclusión sencilla: hay una cualidad que podría ser una causa, y es que tengo ese testimonio.

“Les declaro que sé que Jesús es el Cristo. Sé que Él vive; que nació en el meridiano de los tiempos; enseñó Su evangelio, fue probado y crucificado. Se levantó al tercer día; fue las primicias de la resurrección. Tiene un cuerpo de carne y huesos. De esto testifico. De Él soy un testigo” (véase “El Espíritu da testimonio”, Liahona, enero de 1972, págs. 45–46.

El presidente Howard W. Hunter (1907–95) compartió su testimonio apostólico:

“Como Apóstol ordenado y testigo especial de Cristo, les doy mi solemne testimonio de que Jesucristo es en verdad el Hijo de Dios. Él es el Mesías que anunciaron los profetas del Antiguo Testamento. Él es la Esperanza de Israel, por cuya venida imploraron los hijos de Abraham, Isaac y Jacob durante los largos siglos de adoración prescrita.

“Jesús es el Hijo Amado que se sujetó a la voluntad de Su Padre al ser bautizado por Juan en el río Jordán. Fue tentado por el demonio en el desierto, mas no sucumbió a ninguna tentación. Predicó el Evangelio, que es el poder de Dios para salvación, y mandó que todos los hombres en todas partes se arrepintieran y fueran bautizados. Él perdonó pecados, y habló con toda autoridad, demostrando Su poder, al sanar al cojo y al lisiado y devolver la vista al ciego y el oído al sordo. Convirtió el agua en vino, calmó las tempestuosas aguas del mar de Galilea y caminó sobre las mismas como en tierra firme. Confundió a los gobernantes perversos que buscaban quitarle la vida y devolvió la calma a los corazones afligidos.

“Por último, sufrió en el Jardín de Getsemaní y murió en la cruz, dando Su vida inmaculada como rescate por cada alma que entra en la mortalidad. Se levantó de los muertos al tercer día, convirtiéndose en las primicias de la resurrección y conquistando la muerte.

“El Señor resucitado ha continuado Su ministerio de salvación, manifestándose personalmente en diferentes ocasiones a hombres mortales escogidos por Dios para ser Sus testigos, y revelando Su voluntad a través del Espíritu Santo.

“Es por el poder de este Espíritu que les doy mi testimonio. Conozco la realidad de Cristo como si hubiera visto con mis ojos y escuchado con mis oídos. Sé también que el Santo Espíritu confirmará la veracidad de mi testimonio al corazón de aquellos que escuchen con el oído de la fe” (véase “El testimonio de un apóstol de Cristo”, Liahona, agosto de 1984, págs. 24–25).

5.3

Los apóstoles poseen todas las llaves del sacerdocio delReino de Dios

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Restauración de las llaves del sacerdocio en el Templo de Kirtland

Mensajeros celestiales restauraron llaves esenciales del sacerdocio. Esas llaves están en posesión de los miembros de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles.

© 1985 Robert Theodore Barrett. Prohibida su reproducción

El presidente Henry B. Eyring, de la Primera Presidencia, testificó de la importancia de las llaves apostólicas del sacerdocio:

“Pablo testificó a los efesios que Cristo estaba a la cabeza de Su Iglesia. Y enseñó que el Salvador edificó Su Iglesia sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, que poseían todas las llaves del sacerdocio…

“Pablo miraba hacia el futuro ministerio del profeta José Smith cuando los cielos se abrirían de nuevo. Eso ocurrió. Juan el Bautista vino y confirió a mortales el Sacerdocio de Aarón y las llaves del ministerio de ángeles y del bautismo por inmersión para la remisión de pecados.

“Apóstoles y profetas antiguos volvieron y confirieron a José las llaves que ellos poseyeron en la vida terrenal. Hombres mortales fueron ordenados al santo apostolado en febrero de 1835. Las llaves del sacerdocio se dieron a los Doce Apóstoles a finales de marzo de 1844.

“El profeta José Smith sabía que su muerte era inminente. Sabía que las valiosísimas llaves del sacerdocio y del apostolado no debían perderse y que no se volverían a perder.

“Uno de los Apóstoles, Wilford Woodruff, nos dejó el siguiente relato de lo que sucedió en Nauvoo cuando el Profeta habló a los Doce:

“‘En aquella ocasión, el profeta José se levantó y nos dijo: “Hermanos, he deseado vivir hasta ver terminado este templo; yo no lo haré, pero ustedes sí. He sellado sobre sus cabezas todas las llaves del Reino de Dios. He sellado sobre ustedes cada llave, poder y principio que el Dios del cielo me ha revelado. Ahora no importa adónde vaya ni lo que haga, el Reino descansa sobre ustedes”’.

“Todo profeta que ha seguido a José, desde Brigham Young hasta [el actual Presidente de la Iglesia], ha poseído y ejercido esas llaves, y ha tenido el sagrado apostolado” (véase “Fe y llaves”, Liahona, noviembre de 2004, págs. 27–28).

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Joseph Smith ordena a Parley P. Pratt

El profeta José Smith, Oliver Cowdery y David Whitmer ordenaron a Parley P. Pratt como miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles.

El élder Bruce R. McConkie (1915–1985), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó que únicamente el Apóstol de mayor antigüedad en la tierra puede ejercer las llaves apostólicas del sacerdocio en su plenitud:

“Las llaves del Reino de Dios, los derechos y poderes de la presidencia eterna por medio de la cual se gobierna el Reino Terrestre, que primero se revelaron desde los cielos, se dan por el espíritu de revelación a cada hombre que es ordenado Apóstol y a la vez apartado para ser miembro del Consejo de los Doce.

“Pero, puesto que las llaves le dan a uno el derecho de presidir, solo puede ejercerlas en su plenitud un hombre a la vez. Esta persona es siempre el Apóstol de mayor antigüedad, el Apóstol presidente, el sumo sacerdote presidente, el élder presidente. Solamente él tiene la autoridad para dirigir a los demás, guía que nadie está exento de seguir.

“Por lo tanto, a pesar de que cada uno de los Doce posee las llaves, las ejercen solo hasta cierto límite, hasta que uno de ellos llegue a ser el de mayor antigüedad, lo cual lo hace el Ungido del Señor en la tierra” (véase “Las llaves del Reino”, Liahona, julio de 1983, pág. 31; énfasis agregado).

Las llaves que poseían los Doce como profetas, videntes y reveladores los autorizaban para efectuar los deberes que les daba el Presidente de la Iglesia. El presidente Joseph Fielding Smith (1876–1972) explicó:

“Los Doce Apóstoles pueden recibir revelación para orientarlos en sus obras y para ayudarlos a poner en orden el sacerdocio y las organizaciones de la Iglesia. Cuando son enviados a una estaca con esta autoridad, tienen toda facultad para recibir revelación, para efectuar cambios y para dirigir los asuntos de acuerdo con la voluntad del Señor. Pero no reciben revelación para dirigir a toda la Iglesia, sino únicamente cuando uno de ellos asume la presidencia. En otras palabras, el derecho de recibir orientación y revelación para toda la Iglesia está investido en cada uno de los Doce, derecho que podría ejercer si llegara a la presidencia. Mas ese poder permanece inerte mientras viva el Presidente de la Iglesia” (véase Doctrina de Salvación, compilación de Bruce R. McConkie, tomo III, 1954, págs. 147–148; cursiva agregada).

5.4

Deberes de los Doce Apóstoles

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Cuórum de los Doce Apóstoles, 1997

El Cuórum de los Doce Apóstoles, 1997

“Los doce consejeros viajantes son llamados para ser los Doce Apóstoles, o sea, testigos especiales del nombre de Cristo en todo el mundo, y así se distinguen de los otros oficiales de la iglesia en los deberes de su llamamiento…

“Los Doce son un Sumo Consejo Presidente Viajante, para oficiar en el nombre del Señor bajo la dirección de la Presidencia de la iglesia, de acuerdo con la institución del cielo; para edificar la iglesia y regular todos los asuntos de ella en todas las naciones, primero a los gentiles y luego a los judíos.

“Los Setenta obrarán en el nombre del Señor bajo la dirección de los Doce, o sea, el sumo consejo viajante, edificando la iglesia y regulando todos los asuntos de ella en todas las naciones, primero a los gentiles y luego a los judíos;

“enviándose a los Doce, teniendo ellos las llaves, para abrir la puerta por medio de la proclamación del evangelio de Jesucristo, primeramente a los gentiles y luego a los judíos…

“También es el deber de los Doce ordenar y organizar a todos los otros oficiales de la iglesia, de acuerdo con la revelación” (D. y C. 107:23, 33–35, 58).

El presidente Russell M. Nelson, del Cuórum de los Doce Apóstoles, habló de los deberes de los Apóstoles:

“El Señor reveló la razón por la cual ‘constituyó a unos apóstoles; y a otros, profetas’. Lo hizo ‘a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo,

“‘hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios’ [Efesios 4:11–13].

“Por tanto, el ministerio de los Apóstoles —la Primera Presidencia y los Doce— consiste en lograr esa unidad de fe y proclamar nuestro conocimiento del Maestro; nuestro ministerio consiste en bendecir la vida de todos los que aprendan y sigan el ‘camino aún más excelente’ del Señor [1 Corintios 12:31; Éter 12:11], y debemos ayudar a las personas a prepararse para su posible salvación y exaltación” (“La salvación y la exaltación”, Liahona, mayo de 2008, págs. 7–8).

El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) señaló los deberes básicos de los Apóstoles de la siguiente manera:

“La Primera Presidencia y el Consejo de los Doce Apóstoles, que han sido llamados y ordenados para poseer las llaves del sacerdocio, tienen la autoridad y la responsabilidad de gobernar la Iglesia, de administrar sus ordenanzas, de exponer la doctrina y de establecer y mantener sus prácticas. Todo hombre a quien se ordena Apóstol y se sostiene como miembro del Consejo de los Doce se sostiene como profeta, vidente y revelador” (véase “La obra sigue adelante”, Liahona, julio de 1994, pág. 65; énfasis agregado).

Después de que los miembros del Cuórum de los Doce fueron escogidos y ordenados, el presidente Oliver Cowdery (1806–1850), que entonces era Presidente Auxiliar de la Iglesia, les dio el siguiente mandato:

“Han sido ordenados a este santo sacerdocio, lo han recibido de los que tienen el poder y la autoridad dados por un ángel; y han de predicar el Evangelio a toda nación. Si no llegan a cumplir con ese deber en el más mínimo grado, grande será su condena; ya que cuanto mayor sea el llamamiento, mayor será la transgresión. Por lo tanto, les advierto que cultiven gran humildad, ya que conozco el orgullo del corazón humano. Cuídense, no sea que los aduladores del mundo los enaltezcan; tengan cuidado, no sea que los objetos mundanos atraigan su afecto. Hagan que su ministerio sea lo primero. Recuerden, tienen a su cargo las almas de los hombres; y si se ocupan de su llamamiento, siempre prosperarán…

Es necesario que reciban un testimonio del cielo por ustedes mismos

“Fortalezcan su fe; despójense de sus dudas, de sus pecados y de toda su incredulidad; y nada podrá impedir que vengan a Dios. Su ordenación no es cabal ni completa hasta que Dios haya puesto Su mano sobre ustedes. Se requiere tanto de nosotros para ser dignos como se requirió de aquellos que nos han precedido; Dios es el mismo. Si en los primeros días el Salvador puso Sus manos sobre Sus discípulos, ¿por qué no en los últimos días?…

“Ustedes son como uno; son iguales al poseer las llaves del Reino para todas las naciones. Son llamados a predicar el evangelio del Hijo de Dios a las naciones de la tierra; es la voluntad de su Padre Celestial que proclamen Su Evangelio hasta los extremos de la tierra y las islas del mar.

“Sean diligentes en salvar almas. El alma de un hombre es tan preciada como el alma de otro… El adversario siempre ha procurado la vida de los siervos de Dios; deben, por lo tanto, estar preparados en todo momento para sacrificar su vida, si Dios lo necesitara, para el avance y la edificación de Su causa. No murmuren contra Dios; oren siempre; estén siempre alerta…

“Ahora los exhortamos a que sean fieles en cumplir su llamamiento; no deben faltar sus esfuerzos y deben cumplir en todas las cosas…; todas las naciones los reclaman; ustedes están unidos tal como lo estuvieron los Tres Testigos; aun cuando puedan separase y reunirse, y reunirse y volverse a separar, hasta que sus cabellos se vuelvan blancos por la edad” (en History of the Church, tomo II, págs. 195–196, 198; énfasis agregado).

5.5

Los Apóstoles son enviados para edificar el Reino de Dios en toda la tierra

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Cristo manda a los Apóstoles a enseñar a todas las naciones

El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) explicó el significado de la palabra apóstol:

La palabra apóstol, en su significado original, quiere decir ‘enviado’. Si empleáramos tal definición para referirnos a una persona enviada con cierta autoridad y responsabilidad, describiría perfectamente el llamamiento tal como fue dado en la época en que nuestro Señor vivió en la tierra y tal como se ha dado en nuestra propia época” (“Testigos especiales de Cristo”, Liahona, julio de 1984, pág. 89; énfasis agregado).

El presidente Brigham Young (1801–1877) explicó que la edificación del Reino de Dios por todo el mundo es un deber apostólico:

“El llamamiento de un Apóstol es edificar el Reino de Dios en todo el mundo; es el Apóstol y ningún otro el que posee las llaves de este poder. El Apóstol que magnifica su llamamiento es el portavoz constante del Señor para Su pueblo” (Discourses of Brigham Young, sel. John A. Widtsoe, 1954, pág. 139; énfasis agregado; véase también Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Brigham Young, 1997, pág. 149).

El élder L. Tom Perry (1922–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó que las responsabilidades de los Apóstoles los llevan por todo el mundo:

“En la actualidad, un Apóstol sigue siendo ‘el que es enviado’. Las condiciones que enfrentamos hoy son diferentes de las de las primeras Autoridades, a medida que realizamos los viajes para cumplir con nuestras asignaciones. Nuestra manera de viajar a los cuatro rincones de la tierra es muy diferente a la de las primeras Autoridades. Sin embargo, nuestra asignación sigue siendo la misma que dio el Salvador a Sus Doce, cuando les instruyó: ‘Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo’ (Mateo 28:19–20)” (véase “¿Qué es un [cuórum]?”, Liahona, noviembre de 2004, pág. 24).

El élder Bruce C. Hafen, de los Setenta, relató los viajes que el élder Neal A. Maxwell (1926–2004), del Cuórum de los Doce Apóstoles, realizó en un solo año:

“Independientemente de las asignaciones individuales rotativas en un año determinado, cada Apóstol de la Iglesia mundial ha llegado a sentir cada vez más un ministerio mundial que abarca no solo todos los programas de la Iglesia, sino también todos los continentes y a todas las personas. Consideren, a modo de ilustración, la lista oficial del élder Maxwell de asignaciones de conferencias y reuniones especiales durante 1993 [véase la tabla adjunta]…

“Fue una gran variedad de tareas importantes alrededor del mundo durante un año, incluso a China continental y a Mongolia. Sin embargo, era típico del esquema seguido por todos los Doce” (A Disciple’s Life: The Biography of Neal A. Maxwell, 2002, págs. 458–459).

Asignaciones de conferencias y reuniones especiales del élder Neal A. Maxwell: 1993

Fecha

Lugar

Asignación

30 de enero

Manti, Utah

Conferencia de estaca

13 de febrero

Provo, Utah

Conferencia regional (estacas de matrimonios de BYU)

20 de febrero

Salt Lake City

Dedicación de la Catedral de la Magdalena

27 de febrero

El Paso, Texas

Conferencia de estaca

6 de marzo

Hermosillo, México

Conferencia regional

13 de marzo

Toronto, Canadá

Conferencia de estaca

9–19 de abril

Mongolia y Pekín, China

Dedicar Mongolia, visitar oficiales de la China

25–26 de abril

San Diego, California

Dedicación del Templo de San Diego

1º de mayo

Ogden, Utah

Conferencia regional

22 de mayo

París, Francia

Conferencia de estaca

12 de junio

Twin Falls, Idaho

Conferencia regional

19 de junio

Springville, Utah

Reorganización de estaca

4 de julio

Provo, Utah

Festival de la Libertad

22 de agosto

Salt Lake City

Capacitación de nuevos presidentes de estaca del Área Utah Norte

28 de agosto

Nyssa, Oregón

Conferencia de estaca

11 de septiembre

Montreal, Canadá

Conferencia regional

16 de octubre

Raleigh, Carolina del Norte

Conferencia regional

23 de octubre

Hattiesburg, Misisipi

Conferencia regional

6 de noviembre

Tokio, Japón

Seminario para presidentes de misión, capacitación de Área

13 de noviembre

Seúl, Corea

Capacitación de Área

17 de noviembre

Hong Kong

Capacitación de Área

20 de noviembre

Manila, Filipinas

Seminario para presidentes de misión, capacitación de Área

4 de diciembre

Chicago, Illinois

Reunión de obreros del Templo de Chicago

(Bruce C. Hafen, A Disciple’s Life: The Biography of Neal A. Maxwell, 2002, pág. 459).

La Primera Presidencia a veces asigna a miembros del Cuórum de los Doce Apóstoles para supervisar la obra de la Iglesia en partes específicas del mundo por un tiempo. Aunque los avances en la tecnología del transporte y la comunicación permiten que los Apóstoles supervisen esas regiones desde la sede de la Iglesia en los Estados Unidos, en ocasiones han residido en otros países. Por ejemplo: el élder Dallin H. Oaks y el élder Jeffrey R. Holland prestaron servicio como Presidentes de Área y residieron en las Filipinas y en Chile, respectivamente, desde 2002 hasta 2004; y el élder L. Tom Perry sirvió como Presidente de Área mientras residía en Europa Central desde 2004 hasta 2005.

El presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) enseñó en cuanto a la responsabilidad que tienen los Apóstoles de ministrar a los habitantes del mundo:

“Su preocupación principal debe ser hacer avanzar la obra de Dios en la tierra. Deben interesarse por el bienestar de los hijos de nuestro Padre, tanto de los que pertenecen como de los que no pertenecen a la Iglesia. Deben hacer todo lo posible por consolar a los que lloran, fortalecer a los que son débiles, animar a quienes flaquean, ofrecer amistad a los solitarios, nutrir a los destituidos, bendecir a los enfermos, dar testimonio, no como producto de una creencia, sino de un certero conocimiento del Hijo de Dios, su Amigo y Maestro, cuyos siervos son” (véase “Testigos especiales de Cristo”, Liahona, julio de 1984, pág. 88).

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Presidente Thomas S. Monson en Tonga, 1965

El presidente Thomas S. Monson visita la Misión Tonga en 1965. Debido a que viajan extensamente, los Apóstoles conocen las necesidades de la Iglesia mundial.

5.6

Los Apóstoles poseen las llaves para iniciar la prédica del Evangelio a las naciones

El profeta José Smith (1805–44) enseñó que los Doce Apóstoles “tendrán las llaves de este ministerio, de abrir la puerta del Reino de los cielos a todas las naciones y de predicar el Evangelio a toda criatura. Este es el poder, la autoridad y la virtud de su apostolado” (en History of the Church, tomo II, pág. 200; véase también Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, 2007, pág.148).

Los Doce, bajo la dirección de la Primera Presidencia, “abren las puertas” a la obra misional mediante negociaciones con funcionarios gubernamentales y otros líderes nacionales. Además, ejercen el poder del sacerdocio a fin de dedicar y rededicar países para la prédica del Evangelio. El presidente Ezra Taft Benson (1899–1994) explicó:

La prédica del Evangelio en las naciones del mundo únicamente tiene lugar cuando un miembro de la Primera Presidencia o de los Doce dedica la tierra para ese propósito. La Iglesia trabaja dentro de las leyes de cada nación para asegurar que las prácticas de la Iglesia no entren en conflicto con la ley o las costumbres de esa nación. No llevamos a cabo proselitismo si las leyes de ese país prohíben tal práctica” (“150th Year for Twelve: ‘Witnesses to All the World’”, Church News, 27 de enero de 1985, pág. 3; énfasis agregado).

El élder M. Russell Ballard, del Cuórum de los Doce Apóstoles, compartió la experiencia que tuvo su abuelo al utilizar las llaves apostólicas para dedicar Sudamérica en 1925:

“En 1851, el élder Parley P. Pratt visitó Sudamérica, y otra vez, en 1925, se trató de iniciar la obra. En el día de la Navidad, en 1925, en el Parque Tres de Febrero, en Buenos Aires, Argentina, mi abuelo, el élder Melvin J. Ballard, dedicó Sudamérica para la prédica del Evangelio. De la oración dedicatoria, cito lo siguiente:

“‘Bendice a los presidentes, gobernadores y los dirigentes principales de estos países de Sudamérica, para que nos reciban amablemente y nos permitan abrir las puertas de salvación a todos los habitantes de estas tierras…

“‘Ahora, oh Padre, por la autoridad de la bendición y asignación del Presidente de la Iglesia, y por la autoridad del santo apostolado que poseo, doy vuelta a la llave, abro la cerradura y la puerta para la predicación del Evangelio en todas las naciones sudamericanas. Además, reprendo y ordeno que se retire todo poder que se oponga a la predicación del Evangelio en estas tierras. Dedicamos y bendecimos estas naciones para la predicación de tu Evangelio y hacemos todo esto para que la salvación llegue a todos los hombres y para que tu nombre sea honrado y glorificado en esta parte de la tierra de Sion’ (Crusader for Righteousness, Salt Lake City: Bookcraft, 1966, pág. 81; cursiva agregada)” (véase “El Reino crece en Sudamérica”, Liahona, julio de 1986, págs. 8–9).

5.7

Las decisiones del Cuórum de los Doce Apóstoles son unánimes

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Cuórum de los Doce Apóstoles, 1984

El Cuórum de los Doce Apóstoles, 1984.

A fin de enseñar la forma en que se logra la unanimidad en los consejos gobernantes de la Iglesia, el presidente Boyd K. Packer (1924–2015), del Cuórum de los Doce Apóstoles, explicó:

“La mejor manera de decirles la forma en que se les gobierna hoy es… explicándoles los principios y procedimientos que seguimos en las reuniones de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles. Esos procedimientos protegen la obra de las debilidades individuales que se manifiestan en todos nosotros.

“Cuando se presenta un asunto a la Primera Presidencia y al Cuórum de los Doce Apóstoles en una reunión del templo, algo que se determina lo más rápido posible es si este tiene o no graves consecuencias. Uno u otro de nosotros veremos en una propuesta aparentemente inocente asuntos de consecuencias enormes y perdurables.

“Las revelaciones dejan en claro que toda decisión de los cuórums presidentes ‘se hará por la voz unánime del cuórum… de no ser así, sus decisiones no tienen derecho a las mismas bendiciones’ (D. y C. 107:27, 29). Con el fin de asegurar que así sea, los asuntos de importancia rara vez se deciden en la reunión en la que se proponen. Y, si la propuesta forma parte de un asunto más amplio, se toma tiempo suficiente para ‘digerirlo’, de modo que quede claro que cada uno de nosotros tiene una clara comprensión del asunto o, como sucede con frecuencia, tiene un claro sentimiento al respecto…

“Sería inconcebible presentar deliberadamente un asunto de tal manera que la aprobación dependiera de cómo se manejara a través de los canales de comunicación, de quién lo presentara o quién estuviera presente o ausente cuando se presentó.

“Con frecuencia, uno o más de nosotros está ausente durante reuniones regulares. Todos sabemos que la obra debe proceder y que se aceptará el fallo de nuestros hermanos. Sin embargo, si un miembro del Cuórum ha estudiado un asunto en más detalle que otros, o si está más familiarizado con tal asunto, ya sea por asignación, experiencia o interés personal, el asunto por lo general se posterga hasta que esa persona pueda tomar parte en la deliberación.

“Y, siempre, si uno de nosotros no puede entender un asunto o se siente perturbado al respecto, se retiene para futura deliberación.

“Recuerdo ocasiones en las que se envió una delegación al hospital para analizar con un miembro del Consejo que estaba enfermo algún asunto urgente que no se podía aplazar, pero que necesitaba ese ‘consentimiento unánime’. Asimismo, hay ocasiones en las que uno de nosotros saldrá de la reunión provisionalmente para llamar a alguien de nuestro cuórum que se encuentra en el extranjero para saber cuáles son sus impresiones sobre algún asunto que se esté debatiendo.

“Hay una regla que se sigue: Un asunto no se resuelve hasta que haya una anotación en las minutas en la que se manifieste que todos las Autoridades reunidas en consejo (no solo uno de nosotros, no solo un comité) han llegado a la unidad de sentimiento. En principio, la aprobación de un asunto no se considera autoridad para actuar hasta que una anotación en las minutas registra la acción que se tomó, por lo general cuando se aprueban las minutas en la siguiente reunión.

“A veces, una reflexión posterior mantiene a uno de nosotros preocupados ante una decisión. Eso nunca se toma a la ligera. No se puede suponer que ese espíritu de inquietud no sea en efecto el espíritu de revelación.

“Funcionamos de esa forma al estar reunidos en consejo. Eso proporciona seguridad a la Iglesia y un elevado nivel de tranquilidad a cada uno de los que somos personalmente responsables. Bajo el plan, los hombres de capacidad común y corriente pueden ser guiados, mediante consejo e inspiración, para lograr cosas extraordinarias” (“I Say unto You, Be One” [Devocional de la Universidad Brigham Young, 12 de febrero de 1991], págs. 3–4, speeches.byu.edu; énfasis agregado).

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Presidente Hunter, élder Holland, presidente Faust

El presidente Howard W. Hunter, el élder Jeffrey R. Holland y el presidente James E. Faust disfrutan de un momento juntos

El presidente James E. Faust (1920–2007), de la Primera Presidencia, explicó por qué la unanimidad es tan importante:

Este requisito de unanimidad es una protección en contra de tendencias y preferencias personales; asegura que Dios gobierna por medio del Espíritu y no el hombre por mayoría o compromiso; asegura que la sabiduría y la experiencia se concentran en un asunto antes de recibir las impresiones profundas e inconfundibles de la revelación; y… protege contra las debilidades del hombre” (véase “La revelación continua”, Liahona, enero de 1990, pág. 10; énfasis agregado).

Los hombres que prestan servicio en el Cuórum de los Doce son hombres de opiniones firmes y diversos orígenes. No obstante, el presidente Gordon B. Hinckley (1910–2008) señaló la ausencia de discordia o de sentimientos de enemistad entre los hermanos:

“Cualquier cuestión importante relacionada con normas, procedimientos, programas o doctrina son consideradas con deliberación y oración por la Primera Presidencia y los Doce juntos. Esos dos cuórums, el de la Primera Presidencia y el de los Doce, al reunirse en conjunto, teniendo cada hombre plena libertad de expresarse, consideran todo asunto de peso…

“Ahora cito… las palabras del Señor: ‘Y toda decisión que tome cualquiera de estos cuórums se hará por la voz unánime del cuórum; es decir, todos los miembros de cada uno de los cuórums tienen que llegar a un acuerdo en cuanto a sus decisiones, a fin de que estas tengan el mismo poder o validez entre sí’ (D. y C. 107:27),

En las deliberaciones de la Primera Presidencia y de los Doce no se llega a ninguna decisión si no hay total unanimidad. Al comenzar a considerar los asuntos, puede haber diferencias de opinión, lo cual es de esperarse, pues todos estos hombres provienen de circunstancias diferentes; todos tienen su propia opinión. Pero antes de llegar a la decisión final, se logra la unanimidad de pensamiento y de voz.

“Esto es de esperarse si se obedece la palabra revelada del Señor. Cito otras instrucciones de esa revelación:

“‘Las decisiones de estos cuórums, o cualquiera de ellos, se deben tomar con toda rectitud, con santidad y humildad de corazón, mansedumbre y longanimidad, y con fe, y virtud, y conocimiento, templanza, paciencia, piedad, cariño fraternal y caridad;

“‘porque existe la promesa de que si abundan estas cosas en ellos, no serán sin fruto en cuanto al conocimiento del Señor’ (D. y C. 107:30–31).

“Como testimonio, afirmo que, en los veinte años en que formé parte del Consejo de los Doce y en los casi trece años que llevo como miembro de la Primera Presidencia, jamás se ha tomado ninguna decisión importante en la que no se haya seguido ese procedimiento. En esas deliberaciones se han presentado diferencias de opinión, pero ese proceso ha sido un tamiz en el que se han cernido y seleccionado ideas y conceptos. No obstante, nunca he observado entre mis hermanos seria discordia ni enemistades; en cambio, he observado algo hermoso y extraordinario que ha tenido lugar: bajo la influencia directiva del Santo Espíritu y con el poder de la revelación, he visto la conformidad de puntos de vista diferentes hasta lograr una armonía y un acuerdo totales. Solamente entonces se pone en práctica la decisión. Testifico que eso representa el espíritu de revelación manifestado una y otra vez en la dirección de esta, la obra del Señor” (véase “La obra sigue adelante”, Liahona, julio de 1994, pág. 66; énfasis agregado).

Puntos para meditar

  • ¿En qué formas son las responsabilidades de un Apóstol diferentes de las de otras autoridades de la Iglesia?

  • ¿Qué llaves del sacerdocio poseen los miembros del Cuórum de los Doce Apóstoles? ¿En qué forma esas llaves te han bendecido a ti y a tu familia?

  • ¿Cómo evitan los Apóstoles que seamos “llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que, para engañar, emplean con astucia las artimañas del error”? (véase Efesios 4:11–14).

  • ¿Qué responsabilidad tienen los miembros de la Iglesia de estar unidos en apoyo a la guía de los Doce Apóstoles y de la Primera Presidencia? ¿Cuál es nuestra obligación si no nos encontramos en plena armonía con ellos?

Asignaciones sugeridas

  • En una hoja de papel o en un diario, describe brevemente el llamamiento y las responsabilidades del Cuórum de los Doce Apóstoles, según se enseñaron en esta lección.

  • En una hoja de papel o en un diario, anota experiencias que hayas tenido cuando las palabras de los Apóstoles te hayan dado consuelo, dirección o perspectiva espiritual.

  • En una futura noche de hogar o conversación, comparte lo que hayas aprendido al estudiar esta lección.