Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia
El milagro del perdón


Capítulo 4

El milagro del perdón

Por medio del arrepentimiento sincero y del poder redentor del Salvador, podemos recibir el milagro del perdón.

De la vida de Spencer W. Kimball

El presidente Spencer W. Kimball enseñó que “el arrepentimiento siempre constituye la llave a una vida mejor y más feliz. Todos lo necesitamos” 1.

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La confesión trae la paz.

La confesión trae la paz.

También hizo la observación de que “la esperanza es el gran aliciente que conduce hacia el arrepentimiento, porque sin ella nadie realizaría el difícil y extenso esfuerzo que se requiere”. Para ilustrar ese concepto, contó una experiencia que había tenido al tratar de ayudar a una mujer joven que fue a verlo llena de desaliento por el pecado que había cometido. Ella le dijo: “Yo sé lo que he hecho. He leído las Escrituras y sé cuáles son las consecuencias. Sé que estoy condenada y que jamás podré ser perdonada; por tanto, ¿qué razón hay para que ahora trate de arrepentirme?”.

El presidente Kimball le respondió: “Mi querida hermana, usted no conoce las Escrituras. No conoce el poder de Dios ni Su bondad. Usted puede ser perdonada de este abominable pecado, pero requerirá mucho arrepentimiento sincero para lograrlo”.

A continuación, le citó varios pasajes de las Escrituras que se refieren al perdón que reciben los que se arrepienten sinceramente y obedecen los mandamientos de Dios. Siguió enseñándole y explicándole, y poco a poco vio que en ella despertaba una esperanza, hasta que al fin exclamó: “¡Gracias, muchas gracias! Creo lo que usted me ha dicho. Verdaderamente me arrepentiré y lavaré mis vestidos sucios en la sangre del Cordero y lograré ese perdón”.

El presidente Kimball recordaba el día en que ella regresó a su oficina transformada en “una persona nueva —ojos relucientes, pasos resueltos, llena de esperanza— para declararme que desde ese día memorable, cuando su esperanza había percibido una estrella y se había asido de ella, jamás había vuelto a reincidir en [el pecado aquél] ni en ninguna situación que pudiera provocarlo” 2.

Enseñanzas de Spencer W. Kimball

El milagro del perdón nos brinda paz y nos ayuda a acercarnos más a Dios.

Un glorioso milagro espera a toda alma que esté dispuesta a cambiar. El arrepentimiento y el perdón tornan la noche más tenebrosa en un día refulgente. Cuando las almas renacen, cuando se cambian vidas, entonces llega el gran milagro para embellecer e impartir calor y elevar. Cuando ha amenazado la muerte espiritual y en su lugar ahora hay revivificación, cuando la vida desaloja a la muerte, cuando eso sucede, es el milagro de milagros. Y estos milagros tan grandes jamás cesarán mientras haya una persona que aplique el poder redentor del Salvador, junto con sus propias buenas obras, para efectuar su renacimiento…

La esencia del milagro del perdón es que trae paz al alma previamente ansiosa, inquieta, frustrada y tal vez atormentada. En un mundo de tumultos y contiendas, esa paz ciertamente es un don de valor incalculable3.

No es fácil estar en paz en el mundo turbado que hoy conocemos. La paz, necesariamente, es una adquisición personal… sólo se puede lograr conservando continuamente una actitud de arrepentimiento, buscando el perdón de los pecados, tanto grandes como pequeños, y con ello aproximándose a Dios cada vez más. Para los miembros de la Iglesia, ésta es la esencia de su preparación, de estar listos para recibir al Salvador cuando Él venga… Habrá paz en el corazón de aquellos que estén preparados. Participarán de la bendición que el Salvador prometió a Sus Apóstoles: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Juan 14:27).

[Uno de los propósitos] de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es llamar a la gente por doquier al arrepentimiento. Aquellos que presten atención, bien sean miembros de la Iglesia o no, podrán participar del milagro del perdón. Dios limpiará de sus ojos las lágrimas de angustia, de remordimiento, de consternación, de temor y de culpabilidad. Los ojos enjugados reemplazarán a los húmedos, y habrá sonrisas de satisfacción en lugar de miradas inquietas y ansiosas.

¡Qué alivio! ¡Qué consuelo! ¡Qué gozo! Los que se encuentran bajo la carga de transgresiones y aflicciones y pecados pueden ser perdonados, limpiados y purificados si se vuelven a su Señor, aprenden de Él y guardan Sus mandamientos. Y todos nosotros, que tenemos necesidad de arrepentirnos de las imprudencias y debilidades diarias, igualmente podemos participar en este milagro 4.

A todos nos hace falta el arrepentimiento.

“…el reino de Dios no es inmundo, y ninguna cosa impura puede entrar en [él]” (1 Nefi 15:34). También: “…ninguna cosa impura puede morar con Dios” (1 Nefi 10:21). Para los profetas, la palabra inmundo en este contexto significa lo que significa para Dios. Para el hombre la palabra puede ser relativa en cuanto a su significado; por ejemplo, una mancha diminuta no es razón para considerar que una camisa o un vestido blanco estén sucios. Sin embargo, para Dios, que es perfección, la pureza significa pureza moral y personal. Lo que sea menos que eso es, en uno u otro grado, impureza; y por tanto, no puede morar con Dios.

Si no fuera por los benditos dones del arrepentimiento y del perdón, el hombre se vería en una situación desesperada, en vista de que nadie, salvo el Maestro, jamás ha vivido sin pecar sobre la tierra 5.

No hay día en la vida del hombre en que el arrepentimiento no sea esencial para su bienestar y progreso eterno.

Sin embargo, cuando la mayor parte de nosotros pensamos en el arrepentimiento, tendemos a estrechar nuestra visión y lo consideramos bueno solamente para nuestro esposo, nuestra esposa, nuestros padres, nuestros hijos, nuestros vecinos, nuestros amigos, el mundo; para todos y cualquiera menos para nosotros mismos. En forma similar, existe una impresión imperante, quizás subconsciente, de que el Señor dispuso el arrepentimiento únicamente para aquellos que cometan homicidio o adulterio o hurto u otros crímenes atroces. Eso, por supuesto, no es verdad. Si somos humildes y sentimos deseos de obedecer el Evangelio, llegaremos a considerar el arrepentimiento como algo que se aplica a todo lo que hagamos en la vida, bien sea de naturaleza espiritual o temporal. El arrepentimiento es para toda alma que aún no haya llegado a la perfección 6.

El arrepentimiento es la llave del perdón. Abre la puerta a la felicidad y a la paz, e indica el camino a la salvación en el reino de Dios. Despierta el espíritu de humildad en el alma del hombre y lo torna contrito de corazón y sumiso a la voluntad de Dios.

“…el pecado es infracción de la ley” (1 Juan 3:4), y según la ley eterna, se ha fijado un castigo para tal infracción. Toda persona normal es responsable de los pecados que cometa, y de igual manera quedaría sujeto al castigo que acompaña la violación de esas leyes. Sin embargo, la muerte de Cristo sobre la cruz nos ofrece la exención del castigo eterno en la mayoría de los pecados. Tomó sobre Sí el castigo por los pecados de todo el mundo, con el entendimiento de que aquellos que se arrepientan y vengan a Él serán perdonados de sus pecados y se librarán del castigo 7.

El reconocimiento de que se ha pecado y la “tristeza según Dios” son parte del verdadero arrepentimiento.

El arrepentimiento es una ley bondadosa y misericordiosa. Es trascendente y lo abarca todo… Se compone de muchos elementos, cada uno de ellos indispensable para un arrepentimiento completo…

No hay ningún camino real al arrepentimiento, ninguna senda privilegiada que conduzca al perdón. Todo hombre debe seguir el mismo curso, sea rico o pobre, educado o sin preparación, alto o bajo, príncipe o limosnero, rey o plebeyo, “porque no hay acepción de personas para con Dios” (Romanos 2:11)…

Antes que los muchos elementos del arrepentimiento empiecen a funcionar, debe haber un primer paso. Ese primer paso es el punto decisivo en el que el pecador reconoce conscientemente su pecado. Éste es el despertamiento, la convicción de ser culpable. Si no hay esto, no puede haber un arrepentimiento verdadero, porque falta el reconocimiento del pecado…

Cuando nos hemos dado cuenta de la gravedad de nuestro pecado, podemos acondicionar nuestra mente para que se guíe por los procedimientos que nos librarán de los efectos del pecado. Alma intentó comunicar eso a Coriantón, cuando dijo: “…quisiera… que te preocupen tus pecados, con esa zozobra que te conducirá al arrepentimiento… No trates de excusarte en lo más mínimo…” (Alma 42:29–30) 8.

El Espíritu Santo puede desempeñar un papel importante en convencer al pecador de su error. Ayuda al dar a conocer “la verdad de todas las cosas” (Moroni 10:5), al enseñarnos todas las cosas, al traérnoslas a la memoria (véase Juan 14:26) y al convencer al mundo del pecado (véase Juan 16:8).

Con frecuencia las personas indican que se han arrepentido cuando todo lo que han hecho es expresar pesar por un acto malo… el arrepentimiento verdadero se caracteriza por esa tristeza que es según Dios, la cual cambia, transforma y salva. Sentir pesar no es suficiente… El apóstol Pablo lo expresa de esta manera a los santos de Corinto:

“Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte.

“Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Corintios 7:9–10) 9.

Para todo perdón hay una condición. La venda debe ser tan extensa como la herida. El ayuno, las oraciones, la humildad deben ser iguales o mayores que el pecado. Debe haber un corazón quebrantado y un espíritu contrito. Debe haber “cilicio y cenizas”. Debe haber lágrimas y un cambio sincero de corazón 10.

El abandono del pecado comprende el cambio a una nueva vida.

Desde luego, ni aun la convicción de culpabilidad es suficiente. Podría resultar asoladora y destructora si no la acompañara el esfuerzo por librarse uno de tal culpabilidad. Junto con la convicción, pues, debe haber un deseo sincero de expurgar la culpabilidad y compensar la pérdida sufrida a causa del error 11.

Hay una prueba decisiva del arrepentimiento, a saber, el abandono del pecado. Si es que una persona discontinúa sus pecados con intenciones rectas —por motivo de una percepción cada vez mayor de la gravedad del pecado y una disposición a cumplir con las leyes del Señor—, tal persona verdaderamente se está arrepintiendo. La pauta que el Señor ha establecido dice así: “Por esto sabréis si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abandonará” (D. y C. 58:43; cursiva agregada).

En otras palabras, no es arrepentimiento verdadero sino hasta que uno abandona el error de su camino y emprende un nuevo derrotero… El poder salvador no se extiende a aquel que meramente quiera cambiar su vida. El arrepentimiento verdadero impele a uno a obrar.

Uno no debe sorprenderse de que se requiera el esfuerzo y no solamente el deseo. Después de todo, es el trabajo lo que desarrolla nuestra musculatura moral así como la física 12.

Al abandonar el pecado, uno no solamente puede desear condiciones mejores; debe causarlas. Tal vez tenga necesidad de aborrecer las ropas contaminadas y tener repugnancia al pecado. No sólo debe estar seguro de que ha abandonado el pecado, sino de que ha alterado las situaciones que lo rodeaban. Debe evitar los lugares, condiciones y circunstancias donde se cometió el pecado, porque éstos podrían incubarlo de nuevo con suma facilidad. Debe abandonar a las personas con quienes lo cometió. Tal vez no llegue a aborrecer a las personas involucradas, pero debe evitarlas junto con todo aquello que se relacione con el pecado. Debe deshacerse de toda la correspondencia, los regalitos y las cosas que le hagan evocar “aquellos días” y “aquellos tiempos”. Debe olvidar domicilios, números de teléfono, personas, lugares y situaciones relacionados con el pasado pecaminoso, y construir una vida nueva. Debe eliminar cualquier cosa que pueda despertar en él recuerdos de lo pasado 13.

Para abandonar lo malo, transformar la vida, cambiar la personalidad, amoldar el carácter o volver a formarlo, necesitamos la ayuda del Señor, y podemos estar seguros de recibirla si cumplimos con nuestra parte. El hombre que depende fuertemente de su Señor se convierte en el amo de sí mismo y puede efectuar cualquier cosa que emprenda, sea obtener las planchas de bronce, construir un barco, vencer algún vicio o conquistar una transgresión profundamente arraigada 14.

La confesión alivia la carga.

La confesión del pecado es un elemento necesario del arrepentimiento y, consiguientemente, para obtener el perdón. Es una de las pruebas del arrepentimiento verdadero, porque “Por esto sabréis si un hombre se arrepiente de sus pecados: He aquí, los confesará y los abandonará” (D. y C. 58:43; cursiva agregada)…

Posiblemente la confesión sea uno de los más difíciles de todos los obstáculos que tiene por delante el pecador arrepentido. Su vergüenza a menudo le impide revelar su culpabilidad y reconocer su error. En ocasiones, su supuesta falta de confianza en las personas a quienes debe confesar su pecado justifica en su mente el hecho de conservar el secreto encerrado dentro de su propio corazón…

Conociendo el corazón de los hombres, así como sus intenciones y habilidades para arrepentirse y regenerarse, el Señor, antes de perdonar, espera hasta que el arrepentimiento haya madurado. El transgresor debe tener un “corazón quebrantado y un espíritu contrito” y estar dispuesto a humillarse y a hacer todo lo que sea requerido. La confesión de sus pecados mayores a la autoridad pertinente de la Iglesia es uno de los requisitos estipulados por el Señor. Estos pecados incluyen el adulterio, la fornicación, otras transgresiones sexuales y otros pecados de gravedad comparable. Este procedimiento de la confesión asegura el debido control y protección para la Iglesia y sus miembros, y encauza los pies del transgresor por la vía del arrepentimiento verdadero.

Muchos ofensores, en su vergüenza y orgullo, han desahogado su conciencia, provisionalmente por lo menos, con unas pocas oraciones en silencio al Señor y se han convencido a sí mismos de que aquello fue suficiente confesión de sus pecados. “Pero ya he confesado mi pecado a mi Padre Celestial” —insistirán en decir— “y es todo cuanto se necesita”. Esto no es verdad cuando se trata de un pecado mayor. En ese caso se requieren dos clases de perdón para traer la paz al transgresor: la primera, de las autoridades correspondientes de la Iglesia del Señor; y la segunda, del Señor mismo [véase Mosíah 26:29]…

…la confesión ideal es voluntaria, no forzada. Es impulsada desde el interior del alma del ofensor, no encendida por haber sido sorprendido en el pecado. Tal confesión… es una señal del arrepentimiento incipiente. Indica la convicción del pecador en cuanto al pecado y su deseo de abandonar las malas prácticas. La confesión voluntaria es infinitamente más aceptable a la vista del Señor que una admisión forzada, careciente de humildad, extraída del individuo por medio de preguntas cuando su culpabilidad es evidente. Esta admisión forzada no es evidencia del corazón humilde que invoca la misericordia del Señor: “…porque yo, el Señor, perdono los pecados y soy misericordioso con aquellos que los confiesan con corazones humildes” (D. y C. 61:2; cursiva agregada)15.

Aun cuando los pecados mayores, de la categoría de los que se enumeraron… requieren que se haga una confesión a las autoridades pertinentes de la Iglesia, claro está que tal confesión no es ni necesaria ni deseable para todos los pecados. Los de menor gravedad, pero que hayan ofendido a otras personas —dificultades entre esposos, arranques menores de ira, desavenencias y otros semejantes—, más bien se deben confesar a la persona o personas ofendidas, y el asunto se debe allanar entre las personas involucradas, normalmente sin acudir a una autoridad de la Iglesia16.

La confesión trae la paz… La confesión no sólo consiste en revelar errores a las autoridades correspondientes, sino en compartir las cargas para que sean más ligeras. Uno quita por lo menos parte de su carga y la coloca sobre otros hombros, capaces y dispuestos para ayudar a llevar el peso. Entonces viene la satisfacción de haber avanzado otro paso en la tarea de hacer uno cuanto le sea posible por librarse del peso de la transgresión 17.

La restitución es una parte necesaria del arrepentimiento.

Cuando una persona ha experimentado el profundo pesar y humildad provocados por una convicción del pecado; cuando ha desechado el pecado y ha determinado resueltamente aborrecerlo de allí en adelante; cuando humildemente ha confesado su pecado a Dios y a las personas propias sobre la tierra; cuando se han hecho estas cosas, todavía falta el requisito de la restitución. Debe restaurar aquello que perjudicó, robó u ofendió18.

…al pecador arrepentido se le requiere que haga restitución hasta donde sea posible. Digo “hasta donde sea posible”, porque hay algunos pecados por los cuales no se puede lograr hacer restitución adecuada, y otros por los cuales sólo es posible hacer una restitución parcial.

Un ladrón o ratero puede hacer una restitución parcial si devuelve lo que se haya robado. Un mentiroso puede dar a conocer la verdad y corregir hasta cierto grado el daño causado por la mentira. El chismoso que haya calumniado el carácter de otra persona puede efectuar una restitución parcial por medio de un esfuerzo vigoroso por restaurar el buen nombre de la persona a la que haya perjudicado. Si por causa del pecado, o por descuido, el infractor ha destruido propiedad ajena, puede restaurarla o pagar por ella en forma completa o parcial.

Si los hechos de un hombre han ocasionado pesar y humillación a su esposa e hijos, debe hacer, en su restitución, todo esfuerzo por restaurar su confianza y amor mediante una superabundancia de fidelidad y devoción… Lo mismo deben hacer las esposas y madres. En igual manera, si los hijos han ofendido a sus padres, parte de su… arrepentimiento debe consistir en desagraviar estas ofensas y honrar a sus padres.

Por regla general, hay muchas cosas que el alma arrepentida puede hacer para realizar una enmienda. “Un corazón quebrantado y un espíritu contrito” usualmente hallarán la manera de hacer una restauración hasta cierto punto. El espíritu verdadero del arrepentimiento requiere que aquel que perjudique haga cuanto esté de su parte por corregir el mal 19.

En los pasos del arrepentimiento debemos restaurar en forma completa donde sea posible; de lo contrario, restaurar al grado máximo que uno pueda. Y en todo ello debemos recordar que el pecador suplicante que desea efectuar una restitución por sus actos también debe perdonar a los demás toda ofensa que se haya cometido en contra de él. El Señor no nos perdonará a menos que nuestros corazones estén completamente depurados de todo odio, rencor y acusación contra nuestros semejantes 20.

El verdadero arrepentimiento implica la determinación de vivir los mandamientos del Señor.

En su prefacio a la revelación moderna, el Señor bosquejó lo que es uno de los requisitos más difíciles del arrepentimiento verdadero. Para algunos, es la parte más trabajosa del arrepentimiento, porque lo pone a uno en guardia el resto de su vida. El Señor dice:

“…yo, el Señor, no puedo considerar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia.

“No obstante, el que se arrepienta y cumpla los mandamientos del Señor será perdonado” (D. y C. 1:31–32; cursiva agregada).

Este pasaje es de lo más preciso. Primero, uno se arrepiente. Habiendo logrado ese paso, debe entonces vivir de acuerdo con los mandamientos del Señor para retener esa ventaja. Esto es necesario para lograr el perdón completo…

En vista de que todos nosotros pecamos en grado mayor o menor, todos tenemos necesidad de arrepentirnos constantemente, de elevar continuamente nuestras miras y nuestra actuación. Uno difícilmente puede cumplir los mandamientos del Señor en un día, una semana, un mes o un año. Se trata de un esfuerzo que debe continuar durante el resto de nuestros años de vida…

…El arrepentimiento debe incluir una entrega total y completa al programa del Señor. No se ha arrepentido completamente el transgresor que deja de pagar su diezmo, falta a sus reuniones, quebranta el día de reposo, desatiende sus oraciones familiares, no sostiene a las autoridades de la Iglesia, desobedece la Palabra de Sabiduría, no ama al Señor ni a sus semejantes… Dios no puede perdonar a menos que el transgresor manifieste un arrepentimiento verdadero que se extienda a todo aspecto de su vida…

“Cumplir los mandamientos” abarca las muchas actividades que se requieren a los fieles… Lo que hace falta son obras buenas en general y la devoción, acompañadas de una actitud constructiva. Además, una manera sana de neutralizar los efectos del pecado en la vida de uno es llevar la luz del Evangelio a otras personas que hoy no la disfruten. Eso puede significar hacer la obra tanto con los miembros menos activos de la Iglesia como con los que no sean miembros, tal vez con éstos en la mayoría de los casos. Notemos cómo el Señor ha relacionado el perdón de los pecados con el testimonio que uno da tocante a la obra de los últimos días:

“porque yo os perdonaré vuestros pecados con este mandamiento: Que os conservéis firmes en vuestras mentes en solemnidad y en el espíritu de oración, en dar testimonio a todo el mundo de las cosas que os son comunicadas” (D. y C. 84:61; cursiva agregada)21.

¿Acaso no podemos comprender por qué el Señor ha estado suplicando al hombre estos miles de años que venga a Él? No cabe duda de que el Señor se estaba refiriendo al perdón por medio del arrepentimiento, y al alivio de la tensión de la culpa que de ello pueda venir, cuando después de Su gloriosa oración a Su Padre hizo esta sublime invitación y promesa:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas;

“porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28–30).

Es mi esperanza y oración que los hombres y las mujeres en todo lugar acepten esta cariñosa invitación y, por ese medio, permitan que el Maestro obre el gran milagro del perdón en la vida de cada uno de ellos 22.

Sugerencias para el estudio y la enseñanza

Al estudiar el capítulo o al prepararse para enseñar su contenido, tenga en cuenta estos conceptos. Para obtener ayuda adicional, vea las páginas V–X.

  • El presidente Kimball dijo que el perdón es “el milagro de milagros” (pág. 39). ¿En qué sentido es el perdón un milagro? (En las páginas 38–40 hay algunos ejemplos.)

  • Al leer la sección que comienza en la página 41, medite sobre la condición en que estaríamos sin el Salvador y Su expiación.

  • Lea el segundo, tercer y cuarto párrafos de la página 43. ¿En qué sentido considera que “la tristeza según Dios” sea diferente de las expresiones de remordimiento? ¿Qué ejemplos de las Escrituras sobre la tristeza según Dios se pueden aplicar a nosotros en la actualidad?

  • En las páginas 43–44 hay ejemplos citados por el presidente Kimball sobre la forma de abandonar el pecado y “construir una vida nueva”. ¿Cómo aplicaríamos ese consejo a cualquier pecado que estemos tratando de vencer, por ejemplo: la pornografía, la profanidad o los juegos de azar?

  • Repase las páginas 45–47. ¿Por qué consideran algunas personas que la confesión es tan difícil? ¿Qué bendiciones se reciben por confesarse al Señor? ¿Y al obispo o al presidente de la estaca? ¿O a otras personas a las que se haya ofendido?

  • Reflexione sobre el segundo párrafo de la página 48. ¿Qué significa hacer restitución por un pecado? La persona arrepentida, ¿que puede hacer para determinar la mejor forma de efectuar una restitución por pecados cometidos?

  • Las enseñanzas del presidente Kimball en este capítulo, ¿en qué difieren de la falsa idea de que el arrepentimiento es simplemente realizar una serie de acciones rutinarias?

Pasajes relacionados: Isaías 1:18; Mosíah 4:3; Alma 36:12–26; D. y C. 19:15–20; 64:8–9.

Notas

  1. El milagro del perdón, pág. 26.

  2. Véase El milagro del perdón, págs. 349–350.

  3. El milagro del perdón, págs. 370, 371.

  4. Véase El milagro del perdón, págs. 374, 375–376.

  5. Véase El milagro del perdón, págs. 17–18.

  6. El milagro del perdón, págs. 30–31.

  7. Véase El milagro del perdón, pág. 131.

  8. Véase El milagro del perdón, págs. 147, 148–149.

  9. Véase El milagro del perdón, pág. 151.

  10. Véase El milagro del perdón, pág. 361.

  11. El milagro del perdón, pág. 157.

  12. Véase El milagro del perdón, págs. 161–162.

  13. Véase El milagro del perdón, pág. 170.

  14. El milagro del perdón, pág. 175.

  15. Véase El milagro del perdón, págs. 177, 178, 179, 181.

  16. Véase El milagro del perdón, pág. 185.

  17. El milagro del perdón, págs. 187–188.

  18. El milagro del perdón, pág. 191.

  19. Véase El milagro del perdón, págs. 194–195.

  20. El milagro del perdón, pág. 200.

  21. Véase El milagro del perdón, págs. 201, 202, 203, 204.

  22. Véase El milagro del perdón, pág. 376.